lunes, 7 de junio de 2021

La anciana

Bajo a la portería a recoger un domicilio.

La puerta que da a la calle es de vidrio y está enmarcada en madera.

El portero acciona el mecanismo que la abre y suena un pito agudo. Tomo la perilla, abro la puerta, saco la plata del bolsillo, le pago al mensajero y tomo los paquetes.

No deben pasar más de cinco segundos mientras realizo esas acciones consecutivas.

Cuando doy media vuelta para subir al apartamento, me doy cuenta de una anciana que está parqueada en su silla de ruedas al lado derecho, y que mira a la calle por un ventanal que está a ese lado de la puerta.

“¿Cuánto tiempo llevará ahí?”, me pregunto.

Ya de camino hacia el ascensor, me doy cuenta de que la enfermera que se hace cargo de ella, está sentada atrás, en un butaco, y parece vigilar a la mujer. Lleva un uniforme blanco, el pelo agarrado en una cola y bate ligeramente la pierna izquierda, que tiene cruzada sobre la otra.

Afuera hace sol, pero en vez de pasear a la anciana en su silla de ruedas para que tome un poco, prefirió parquearla en la portería, o de pronto ese fue el deseo de la anciana, a la que ya le da lo mismo pasar el tiempo encerrada o al aire libre, pues solo abandona su silla de ruedas cuando se va a dormir.

¿En qué pensará ahí, quieta, mientras ve pasar la vida o cómo la vida pasa por ella? ¿Recordará su juventud, cuando nunca se le pasó por la cabeza que sus últimos días de vida los iba a pasar anclada a una silla de ruedas?

En otras ocasiones he visto como la enfermera casi le grita al oído para que la anciana pueda escuchar. ¿Tendrá noción de lo que ocurre a su alrededor?

¡Qué putada es la vejez!

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