Hoy me desperté antes de que sonara el despertador, pero cerré los ojos, dizque para hacer pereza, y me quedé dormido.
Me desperté una hora más tarde, gracias a una alarma que había configurado para tomarme una pastilla. me levanté sobresaltado y con la sensación de que iba a ser un día perdido.
Después del desayuno, un té y unas galletas saltinas con mantequilla y mermelada, me senté en el escritorio, prendí el computador con ánimo de escribir un texto, pero no me salía nada. Las palabras, al parecer, todavía Seguían dormidas.
¿10, 15, 20 minutos? No sé cuánto tiempo me quedé mirando la pantalla en blanco, mientras me sacaba las yucas de los dedos y practicaba batería aérea con un ritmo que me inventé en el momento. Soy bueno para eso, para crea ritmos de batería de canciones que no existen, en momentos en que la inspiración no llega.
Mi mini concierto se acabo o me aburrí del ritmo, pero seguía sin saber qué escribir.
Decidí ponerme de pie y dar una vuelta por el apartamento para ver si alguna idea se me aparecía por la cabeza.
Cuando llegué a la cocina, abrí la nevera a modo de acto reflejo, pues acababa de desayunar, miré la caja de leche, luego unos tuppers con verduras adentro, a ver si me podían dar alguna idea, pero los miserables no me dijeron nada, entonces la cerré.
Luego me encaramé en una silla para mirar por la ventana y vi a un hombre que estaba caminando con las manos en los bolsillos, los hombros apuntando hacia el cielo, y que pateaba una piedra que se había encontrado en su camino.
Aunque imprimía poca fuerza en sus patadas, lo hacia de manera concienzuda, como si quisiera llegar con la piedrita que se había encontrado hasta su destino.
Luego, así, de a poquitos, como el hombre y su piedra, comencé a poner una palabra detrás de la otra hasta que logré terminar el texto.
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