lunes, 12 de julio de 2021

El llamado

Viernes 12:19 a.m.

Pienso en dormir, pero cuando entro en mi cuarto miro hacia el escritorio donde está el portátil y me dan ganas de escribir un artículo. Es como si el escrito me llamara y dijera: “Si no se sienta a escribirme ya, luego no va a poder ponerme un punto final nunca”.

Tiene que ver con la charla de una mujer. Tengo 6 páginas repletas de apuntes, de palabras que no existen y otras con errores ortográficos, pues mi velocidad de transcripción fue inferior a la del discurso de la expositora.

Una de esas palabras-no-palabras indescifrables que escribí es “garnbarteria”, pero el corrector de texto no arroja ninguna sugerencia de palabra, y no la logro descifrar por el contexto del párrafo del que hace parte, así que la descarto, confiando en que no sea muy importante o un elemento clave de su discurso.

Como me invaden unas ganas infinitas de escribir, me pongo como meta la 1 de la mañana.

Primero leo todo el documento de apuntes y me gusta el reto, pues la mujer no contó las cosas en orden cronológico, sino que saltaba del pasado a la actualidad como si nada.

Vuelvo a leer los apuntes y subrayo con amarillo las frases que voy utilizando, y encuentro un método para descartar otras que, creo, le sobran al escrito.

El tiempo pasa volando y la sesión de escritura se extiende hasta la una y media, pero el escrito ya no es una amalgama de momentos en el tiempo, sino que cuenta, parece, con cierto orden y ritmo.

Grabo, cierro el documento y apago el computador.

Me gusta hacerle caso a esos llamados que a veces hacen los escritos. Es posible que si lo hubiera dejado para después me hubiera enredado, o el producto final hubiera sido otro con el que no me sentiría a gusto.

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