Recuerdo que en el colegio, cuano estaba en kínder, detrás de los salones había una zona verde con juegos: columpios y rodaderos, y también un pasamanos.
Siempre le tuve fastidio y miedo a esa estructura. Lo primero porque era gordito entonces la fuerza de mis brazos no era la suficiente para soportar mi peso y cuando me colgaba, solo avanzaba un poco y tenía que soltarme.
Lo segundo, porque no entendía el placer que otros encontraban en colgarse, de mil maneras, dichosos en esa estructura metálica. Yo siempre imaginaba que me iba a caer y hacer daño.
Lo que sentía tiene nombre: miedo.
Supongo que me daba miedo arriesgarme a experimentar la dicha de andar colgado patas arriba; tenía miedo de partirme un brazo, una pierna o la cabeza.
Ese miedo me ha acompañado toda la vida, pero el objeto o evento que lo desata ha ido cambiando.
Desde que comenzó la pandemia he tenido miedo de infectarme, y ser una de esas personas a las que el virus acaba en menos de una semana, aunque hay quienes dicen que al final todos nos vamos a infectar, entonces ¿qué más da?
Incluso es posible que ya me haya infectado y no me hubiera dado cuenta; tengo mis sospechas de un dolor de garganta que tuve el año pasado, en fin.
Me gustaría ser una persona más relajada, como esas que se la pasan viajando y que parece, han seguido con sus vidas de forma "normal", o esa que llevaban antes del mierdero que desató Covid Alfonso.
Tampoco es que antes de la pandemia fuera el ser más fiestero y social del planeta, pero si he dejado de salir bastante.
Supongo que esa conducta preventiva, ese miedo al contagio, le estará pasando factura, de alguna manera, a mi condición mental, por más de que no parezca. Incluso pienso que, a nivel genético o celular, algo de esa locura que algunos estamos incubando, se la pasaremos a las generaciones que están por venir.
Me gustaría que todo me resbalara y no preocuparme tanto por lo que me pueda llegar a ocurrir.
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