miércoles, 22 de diciembre de 2021

Arrastrar los pies

Son las 10:40 a.m. y da un paseo por un parque. Hace sol, pero es una de esas mañanas frías.

El sonido de las campanas de un carro de helados lo rescata del fondo de la piscina de sus pensamientos; menos mal porque se estaba ahogando en ellos.

Apura el paso y alcanza al vendedor. Mientras acorta la distancia para llegar a él, un hombre viejo,  de bigote canoso, que lleva un delantal rojo y una cachucha azul, ya sabe qué es lo que va a comprar: un cono de mora con leche condensada y chispas de chocolate.

Ese es su favorito desde que paseaba los domingos, en la plaza del pueblo, con su padre. Su pueblo, ese lugar de cuatro calles, una plaza, una iglesia y casas con fachadas blancas y verdes con techos de paja.

Daría lo que fuera por poder volver a ese lugar en el que el tiempo alcanzaba para todo, pero apenas le cayeron unos años encima decidió, como la mayoría, emigrar a la ciudad, a esa mole de cemento que, se supone, está llena de oportunidades, pero que nadie nunca termina de descifrar.

¿que puede ofrecer un pueblo con casuchas y unas cuantas calles en comparación a rascacielos que besan las nubes y ocupaciones a cada momento del día?

"Tiempo y tranquilidad" se responde mentalmente; ahora lo tiene claro

Eso piensa Alfonso Parbou, mientras le da lengüetazos al helado que acaba de comprar.

En eso y también en lo cansado que está de que la mayoría de personas le indiquen cómo tiene que vivir: por quién debe votar, qué debe comer , cómo debe llevar sus asuntos profesionales, qué lugares debe visitar antes de morir, qué marcas debe comprar, en fin este o tal otro asunto.

"A tomar por culo", piensa en voz alta con acento español. Aunque no comprende muy bien el sentido de la frase; asume que significa que todos se vayan a la mierda.

Una señora que pasa por su lado y lleva un niño pequeño agarrado de la mano lo mira mal, pero él ni se da cuenta, pues sigue tirando del hilo de sus pensamientos y devorando el helado que ya comienza a derretirse.

TAN, TAN, TAN. Los campanazos de un reloj que no tiene a la vista y que van a marcar las once, lo traen de vuelta a esa mañana de sol frío.

"El maldito tiempo", piensa. Sabe que debe volver a la oficina.

¡Que vida esta! Exclama apenas se pone de pie. luego mete las manos en los bolsillos y comienza a caminar arrastrando los pies.

"Alfonso, camina como una persona decente”, Le decía su padre cuando lo hacía.

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