Hay veces, como en este momento, que tengo muchas ganas de escribir, pero no se me ocurre sobre qué.
Imagino que es el no encontrar un tema y poder hilar un par de ideas sobre el mismo es pura pereza mental, pues uno, creo yo, debería estar en la capacidad de contar grandes relatos a partir de hechos nimios, como levantar un vaso de jugo para darle un sorbo.
Es justo ahí, en esas pequeñas acciones que realizamos a diario, donde se debe encontrar el sentido de la vida, pero lo que pasa es que somos muy despistados y siempre fijamos nuestra atención en asuntos de poca importancia.
Eso pensé hace unos días que acompañé a mi hermana a un centro comercial.
“Voy a escribir algo sobre esto”, pensé y con esto me refiero a ese ambiente de gastar dinero, de compradores compulsivos caminando de afán de un lado a otro con bolsas de distintos almacenes engarzadas en sus manos, como si de ese agarre dependiera su vida.
Al final me distraje mirando vitrinas y echando globos sobre temas completamente distintos a lo que me había propuesto. Si algo se me quedó grabado fue lo que dijo una mujer en la caja de una tienda de artículos de cuero, cuando le preguntaron por su email:
“¿Tengo que darlo?”, pregunto en un tono con sabor a soberbia.
“No, pues tan importante será”, pensé.
“No señora, usted solo tiene que morirse”, respondió la cajera.
La mujer quedó desarmada ante el buen uso del cliché, y a regañadientes dijo cuál era su correo electrónico.
Estoy seguro de que esa escena, ese pequeño dialogo, encierra una gran historia, quizá algún día me aventure a escribirla. Un título podría ser: La mujer que debe morir”.
Pero sí, definitivamente debemos prestarle más atención a la cotidianidad, pues esta encierra grandes personajes e historias y estás, precisamente, son las que le dan algo de sentido a la vida, si es que tiene alguno.
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