Nos sentamos en la sala y mi madre prende unas velas. Me pasan el librito de la novena para que lea el día segundo.
Empiezo. Tal vez podría recitar las oraciones de memoria, porque no me cuesta adivinar cuál es la frase que sigue apenas termino de leer una. Llego a la consideración para el segundo día. Cuenta el breve relato que mientras María oraba, “el verbo tomó posesión de su morada creada”.
Luego dice que no llego inopinadamente, es decir, así no más de sopetón, sino que antes del evento apareció un mensajero, el Arcángel San Gabriel, que tenía una tarea: pedirle permiso a María; tener su consentimiento para la encarnación, pues Dios no quería hacerlo sin su aquiescencia. Que palabra tan complicada esa, debe ser que así hablan los arcángeles.
Luego dice que María podía prestarse o no para todo el plan. Ya sabemos cómo se desenvuelve la historia, pero ¿cuál habría sido si a María se le hubiera ocurrido decir que no? ¿Habría Dios buscado a otra mujer que si quisiera, una patricia, Carla, en fin la que fuera?
Pienso en todo esto durante el ping-pong verbal de los gozos y espero el ven a nuestras almas ven no tardes tanto para contestar de vuelta. Me gusta el ritmo que llevan, aunque también tienen palabras que solo utilizo cuando los leo.
¿Tenemos siempre la libertad de tomar nuestras propias decisiones? ¿Es posible que existan ocasiones en las que nos toca dar una respuesta para quedar bien con todo el mundo?
No sé, no sé nada. De pronto ese cuentico del libre albedrío son puras patrañas, puros pañitos de agua tibia para hacernos creer que tenemos el control, mientras que siempre hay alguien que, de una u otra forma, nos domina.
Espero que alguna consideración de los días restantes me de alguna luz sobre este tema.
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