Me aburren mucho las opiniones, porque se empeñan en señalar verdades.
Además, ya sabemos que la verdad evoluciona y que, como dice Javier Marías, nunca es nítida, sino que siempre es maraña.
Siempre que se me ocurre algo con cara de opinión, intento escribirlo en tercera persona, pues creo que despojándome de la primera tengo más perspectiva sobre cualquier tema y soy menos visceral.
Entonces me invento un personaje, un hombre o una mujer, que canaliza mis pensamientos a veces por los laditos y otras veces de frente.
Podría decirse que actúan como una especie de médiums para transmitir los mensajes del más allá de mis entendederas al más acá de la realidad.
Ahora bien, el otro día leía una novela en la que un personaje, un crítico literario, despotricaba de la obra de un escritor, porque lo acusaba de utilizar sus personajes como chivos expiatorios.
Creo que una característica de los grandes escritores, es ser capaces de escribir sobre alguien como si lo conocieran desde pequeño, si necesidad de imprimirle sus puntos de vista.
Una vez, en un encuentro con Sara Jaramillo Klinkert, para hablar de su novela donde cantan las ballenas, la escritora habló del master en narrativa que cursó en España y contó cómo le enseñaron a crear crear fichas super detalladas para cada personaje, con la historias de sus vidas.
Isabel Allende cuenta en Paula que cuando escribió teatro, aprendió algunos trucos que le resultaron útiles para sus novelas, como procurar que cada personaje tuviera una biografía completa, un carácter definido y una voz propia.
Hacer eso imagino que funciona para tener claro los motivos por los cuáles reaccionan los personajes, a los diferentes estímulos de la trama de una obra.
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