Le digo a Alexa, el aparatico de Amazon, que ponga música de James Rhodes. No es que sea un fanático ni mucho menos conocedor de ese tipo de música, pero me apetece escuchar algo tranquilo, tener una música de fondo con la que no me distraiga cantando mentalmente la letra de las canciones.
Escojo a Rhodes, porque una vez estuve en una rueda de prensa que dio en Bogotá y me pareció un tipo sincero, con cero ínfulas de grandeza. En esa ocasión, en la librería Santo y Seña, compre su libro Fugas, en el que relata cómo maneja sus problemas de ansiedad durante una gira.
Al inicio de cada capítulo contaba una historia relacionada con las piezas clásicas que tocaba en esa gira, y me pareció hermoso la pasión con la que hablaba de cada una.
Recordé ese episodio y por eso se me ocurrió pedirle a Alexa que reprodujera su música.
El punto es que el aparato entendió James Rose y no Rhodes, y entonces sonó la canción Notes in the Park. Al principio pensé en ponerme de pie y decir: “No sea bruta Alexa, dije James Rhodes”, pero luego de escuchar las primeras notas, la canción me gusto, así que dejé que sonara.
Tome el episodio como uno de esos eventos que suceden para bien, es decir, que por alguna razón en este preciso instante de mi vida debía escuchar la canción de Rose. Ese fue el cuento que me creí para cargar de misticismo un error de pronunciación, ya ven ustedes las pendejadas que uno puede llegar a pensar.
Ya me dirán ustedes qué les parece y disculpen mi mala pronunciación.
Pd: Lean Fugas, es un buen libro.
“Me lanzo a la piscina y empiezo por el suave arpegio con que inicia el preludio de Bach. en cierto sentido estos ciento veinte segundos contienen todos los secretos del universo. Siempre me deja pasmado que algo de apariencia tan sencilla, pueda ser en realidad tan profundo. Mientras avanzo compás tras compás voy bajando del do mayor a aguas más turbulentas desde el punto de vista armónico, dejo que la música se apodere de mí y me voy a un lugar más seguro. Por eso me dedico a esto. Justo en ese segundo coincido plenamente con Bach: esta es la prueba de que Dios existe. Todo el día de mierda, de preocupaciones, de angustias desaparece y me quedo tendido junto a un océano, amado, acogido.”
–Fugas
jueves, 29 de diciembre de 2022
miércoles, 28 de diciembre de 2022
La torta de manzana de Prólogo
En el 2007 trabajé con L. muy cerca a la primera sede de la librería Prólogo, y uno de nuestros planes preferidos, al salir de la oficina, era ir a tomar café a ese lugar. Cuando estábamos de buenas, muy de buenas la verdad, lográbamos ordenar una porción de torta de manzana que casi siempre estaba agotada. No he vuelto a encontrar una igual en ningún otro lugar.
Hablábamos de muchas cosas: del trabajo, de quienes nos caían mal, de esto, lo otro y aquello y, cuando nos cansábamos de esos temas del, digamos, día a día, nos poníamos de pie y comenzábamos a recorrer los estantes de la librería para hablar de autores y libros.
Algunas veces también espiábamos conversaciones de las mesas cercanas a la nuestra, y nos reíamos de las personas con ínfulas de intelectuales, con sus voces graves y bufandas enroscadas en el cuello, mientras disparaban opiniones a diestra y siniestra.
Otras veces me iba a almorzar solo a la librería. Vendían unos sanduches que no eran nada del otro mundo, aunque eso era lo de menos, pues me los devoraba en pocos minutos; si almorzaba allá no era por la comida, sino para pasar la mayor parte del tiempo del almuerzo hojeando libros. Esa sede, la de la 97, siempre me ha parecido la más acogedora de todas.
La imagen que tengo de Mauricio Lleras, su fundador, es detrás de la caja, siempre conversando con alguien, como tratando de analizar a las personas, para ver qué libro recomendarles.
Recuerdo que una vez, en la sede la 81, hablamos sobre Firmin, la novela de Sam Savage. Le conté que me había gustado y él me dijo que no le había parecido nada del otro mundo.
Una pregunta que siempre tenía lista era: "¿Ya leyó X o Y libro?". Parece que ese era uno de sus métodos para calibrar a los lectores que visitaban su librería, y así tener un mejor criterio para recomendarles algún libro.
Hace un tiempo escribí que cuando muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba. Creo que lo mismo ocurre cuando muere un librero, más cuando deja el mundo uno del calibre de Lleras, que era todo un boticario de Letras.
Hablábamos de muchas cosas: del trabajo, de quienes nos caían mal, de esto, lo otro y aquello y, cuando nos cansábamos de esos temas del, digamos, día a día, nos poníamos de pie y comenzábamos a recorrer los estantes de la librería para hablar de autores y libros.
Algunas veces también espiábamos conversaciones de las mesas cercanas a la nuestra, y nos reíamos de las personas con ínfulas de intelectuales, con sus voces graves y bufandas enroscadas en el cuello, mientras disparaban opiniones a diestra y siniestra.
Otras veces me iba a almorzar solo a la librería. Vendían unos sanduches que no eran nada del otro mundo, aunque eso era lo de menos, pues me los devoraba en pocos minutos; si almorzaba allá no era por la comida, sino para pasar la mayor parte del tiempo del almuerzo hojeando libros. Esa sede, la de la 97, siempre me ha parecido la más acogedora de todas.
La imagen que tengo de Mauricio Lleras, su fundador, es detrás de la caja, siempre conversando con alguien, como tratando de analizar a las personas, para ver qué libro recomendarles.
Recuerdo que una vez, en la sede la 81, hablamos sobre Firmin, la novela de Sam Savage. Le conté que me había gustado y él me dijo que no le había parecido nada del otro mundo.
Una pregunta que siempre tenía lista era: "¿Ya leyó X o Y libro?". Parece que ese era uno de sus métodos para calibrar a los lectores que visitaban su librería, y así tener un mejor criterio para recomendarles algún libro.
Hace un tiempo escribí que cuando muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba. Creo que lo mismo ocurre cuando muere un librero, más cuando deja el mundo uno del calibre de Lleras, que era todo un boticario de Letras.
martes, 27 de diciembre de 2022
L. y su visión 20/20
Cada fin de año me veo con L. para almorzar. Siempre son buenos encuentros porque nos preocupamos por escoger un buen restaurante. Ya no recuerdo en qué año establecimos, de forma tácita, que debíamos regalarnos libros, y cada uno trata de hacer una buena selección.
A pesar de que casi siempre llevamos meses sin vernos, nuestra conversación fluye de forma natural. Vuelvo y lo repito. Borges tenía razón: “La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella o de la frecuentación, a diferencia del amor que está lleno de ansiedades y dudas y que si la necesita”.
Ribeyro refuerza ese pensamiento en la Tentación del Fracaso: “¡Sin embargo, que superioridad la de la amistad sobre el amor! Es más desinteresada, más generosa e igualmente capaz de acercarnos a la felicidad.”
Después del almuerzo, le propongo a L. echarle un vistazo a una librería. Aquí he de decir que si hojear libros es totalmente placentero, hacerlo con alguien a quien le gusta leer es mil veces mejor, pues se van intercambiando ideas de lecturas y autores a medida que se recorren los pasillos del lugar.
L. me cuenta que no le ha dedicado mucho tiempo a la lectura este año, pero es extraño eso que dice, porque en nuestro recorrido me muestra varios libros que ha leído. “Menos mal que has leído poco”, le digo. Me cuenta que lo que quería decir es que le gustaría dedicarle más tiempo a la lectura, en vez de mirar tantas series de televisión.
Yo me paseo por los pasillos y tomo algunos libros, a punta de feeling, sin alcanzar a leer el título o el nombre de los autores en los lomos, a diferencia de ella que parece tener visión 20/20 y sabe exactamente cuáles escoge.
Estamos ante una estante, con cientos de libros y L me dice: “¡Ay mira! La Nostalgia del Melomano", la novela de Juan Carlos Garay. Desde la charla Playlists de nuestras vidas , del Hay Festival del año 2019, lo teníamos en nuestro radar de lectura y nunca lo habíamos conseguido. En ese entonces algunos libreros nos dijeron que lo habían descontinuado.
Y ahí estaba. Le dije a L que era una señal divina y que ambos debíamos comprarlo, pero solo quedaba un ejemplar. Finalmente, L. dejó que yo lo comprara, pero creo que más bien notó mi ansiedad por tenerlo.
Al final y ella se decantó por el segundo volumen de Puñalada Trapera y “En los márgenes –Conversaciones sobre el placer de leer y escribir– de Elena Ferrante, una de sus autoras favoritas que, ya le advertí, me lo tiene que prestar cuando lo acabe.
A pesar de que casi siempre llevamos meses sin vernos, nuestra conversación fluye de forma natural. Vuelvo y lo repito. Borges tenía razón: “La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella o de la frecuentación, a diferencia del amor que está lleno de ansiedades y dudas y que si la necesita”.
Ribeyro refuerza ese pensamiento en la Tentación del Fracaso: “¡Sin embargo, que superioridad la de la amistad sobre el amor! Es más desinteresada, más generosa e igualmente capaz de acercarnos a la felicidad.”
Después del almuerzo, le propongo a L. echarle un vistazo a una librería. Aquí he de decir que si hojear libros es totalmente placentero, hacerlo con alguien a quien le gusta leer es mil veces mejor, pues se van intercambiando ideas de lecturas y autores a medida que se recorren los pasillos del lugar.
L. me cuenta que no le ha dedicado mucho tiempo a la lectura este año, pero es extraño eso que dice, porque en nuestro recorrido me muestra varios libros que ha leído. “Menos mal que has leído poco”, le digo. Me cuenta que lo que quería decir es que le gustaría dedicarle más tiempo a la lectura, en vez de mirar tantas series de televisión.
Yo me paseo por los pasillos y tomo algunos libros, a punta de feeling, sin alcanzar a leer el título o el nombre de los autores en los lomos, a diferencia de ella que parece tener visión 20/20 y sabe exactamente cuáles escoge.
Estamos ante una estante, con cientos de libros y L me dice: “¡Ay mira! La Nostalgia del Melomano", la novela de Juan Carlos Garay. Desde la charla Playlists de nuestras vidas , del Hay Festival del año 2019, lo teníamos en nuestro radar de lectura y nunca lo habíamos conseguido. En ese entonces algunos libreros nos dijeron que lo habían descontinuado.
Y ahí estaba. Le dije a L que era una señal divina y que ambos debíamos comprarlo, pero solo quedaba un ejemplar. Finalmente, L. dejó que yo lo comprara, pero creo que más bien notó mi ansiedad por tenerlo.
Al final y ella se decantó por el segundo volumen de Puñalada Trapera y “En los márgenes –Conversaciones sobre el placer de leer y escribir– de Elena Ferrante, una de sus autoras favoritas que, ya le advertí, me lo tiene que prestar cuando lo acabe.
lunes, 26 de diciembre de 2022
Escribir un cuento y perros en la librería
En este momento tengo pereza de juntar unas cuantas letras y más bien tengo ganas de terminar de leer una novela. De todas maneras, veamos cómo me va. A veces obligarse a hacer ciertas cosas es bueno, solo a veces.
Acabo de terminar de escribir un cuento que, parece, agoto mis palabras. Dicen, los que saben, que escribir un cuento es mucho más difícil que escribir una novela, en el sentido en que hay que ser mucho más preciso, pues las historias son extrañas y a veces comienzan a crecer, entonces en un cuento hay que contenerlas para que no se desparramen por los bordes.
Como leí alguna vez, el cuento es como mirar un claro entre unos árboles y contar que hay en él, mientras que las novelas son una vista periférica de todo el bosque, o como dice Rosa montero: “las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que casi cabe todo”.
El cuento que escribí no es nada del otro mundo, incluso creo que para llegar a ser medianamente bueno necesito editarlo hasta la muerte, en fin.
A veces eso pasa, es decir, hay días en que lo que se escribe tiene todo el sentido del mundo y los mecanismos narrativos encajan perfectos unos con otros, sin que existan grietas por donde se escape el significado, pero otros días los textos no tienen ni pies ni cabeza o puede que sí, pero están en posición fetal extrema y los mantienen escondidos.
Eso era todo lo que les quería contar acerca de mi episodio de no escritura. En un principio pensé contarles que hoy visité una librería y apenas entré había una fila larga en la caja. Luego me pusé a hojear libros y una mujer a mí lado se agachaba con suma facilidad para coger los que estaban abajo. También que un señor entró con un perro, y de un momento a otro le empezó a gruñir al de otro señor que llevaba audífonos y tanto el dueño como el perro no le prestaron atención a sus afrentas. Yo me alejé un poco, pues pensé que en cualquier momento se iba a armar un mierdero entre el par de animales.
Al final no pasó nada, el señor del perro que gruñía solo le decía “ya, ya no más, calmado” e intentaba taparle los ojos, para que no viera el otro animal, acción que solo lo emputaba más y hacía que comenzara a ladrar.
Pensé contarles eso, pero lo que salió fue lo otro, ya ven.
Acabo de terminar de escribir un cuento que, parece, agoto mis palabras. Dicen, los que saben, que escribir un cuento es mucho más difícil que escribir una novela, en el sentido en que hay que ser mucho más preciso, pues las historias son extrañas y a veces comienzan a crecer, entonces en un cuento hay que contenerlas para que no se desparramen por los bordes.
Como leí alguna vez, el cuento es como mirar un claro entre unos árboles y contar que hay en él, mientras que las novelas son una vista periférica de todo el bosque, o como dice Rosa montero: “las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que casi cabe todo”.
El cuento que escribí no es nada del otro mundo, incluso creo que para llegar a ser medianamente bueno necesito editarlo hasta la muerte, en fin.
A veces eso pasa, es decir, hay días en que lo que se escribe tiene todo el sentido del mundo y los mecanismos narrativos encajan perfectos unos con otros, sin que existan grietas por donde se escape el significado, pero otros días los textos no tienen ni pies ni cabeza o puede que sí, pero están en posición fetal extrema y los mantienen escondidos.
Eso era todo lo que les quería contar acerca de mi episodio de no escritura. En un principio pensé contarles que hoy visité una librería y apenas entré había una fila larga en la caja. Luego me pusé a hojear libros y una mujer a mí lado se agachaba con suma facilidad para coger los que estaban abajo. También que un señor entró con un perro, y de un momento a otro le empezó a gruñir al de otro señor que llevaba audífonos y tanto el dueño como el perro no le prestaron atención a sus afrentas. Yo me alejé un poco, pues pensé que en cualquier momento se iba a armar un mierdero entre el par de animales.
Al final no pasó nada, el señor del perro que gruñía solo le decía “ya, ya no más, calmado” e intentaba taparle los ojos, para que no viera el otro animal, acción que solo lo emputaba más y hacía que comenzara a ladrar.
Pensé contarles eso, pero lo que salió fue lo otro, ya ven.
viernes, 23 de diciembre de 2022
Dos conclusiones
Acompaño a mi madre a comprar un regalo de último momento a uno de esos almacenes en donde venden maricaditas varias, ya saben objetos de los que se puede prescindir, pero que compramos por puro capricho.
Ella ya sabe qué es lo que tiene que comprar, pero le fascina recorrer ese tipo de tiendas, aunque no vaya a llevar nada más, así que me lanza una advertencia: “Pero lo miramos todo, ¿bueno?” Sonrío, cómo decirle no a la señora Cecilita, es imposible.
Hago lo mismo que ella y comienzo a recorrer el local a mi antojo, a coger los productos y mirar para qué sirven, como funcionan, en definitiva, a ver si mi comprador compulsivo toma control de mí y gasto dinero solo porque sí.
“Me dijo que necesito una actividad de desfogue, algo que hacer, pero es que yo no sé, a mí lo único que me gusta hacer es dormir. Me siento mal, duermo; me siento bien, duermo, y así”.
Eso es lo que dice una mujer a su amiga. Están detrás de mí y examinan unas cosmetiqueras de colores chillones.
“Tienes que mirar a ver qué te gusta hacer”, le responde su amiga.
Luego, en la fila, después de que mi madre ha decidido que ya no queda nada más que mirar, otro par de amigas conversan y una de ellas está asombrada, por el olor de una vela.
“Es que no te imaginas. Apenas la destape, el olor me acordó de mi abuelita. Es muy raro eso, ¿cierto?
“Sí, es muy raro", responde la amiga con algo de desinterés, y pues claro, es la abuela de su amiga y no la de ella.
En fin. ¿Qué se puede concluir de estas dos conversaciones? Que a falta de actividades que nos apasionen, dormir siempre será una opción, y que en esta época nostálgica es recomendable evitar olores que nos recuerden a ciertas personas.
Vayan con cuidado.
¡Feliz Navidad!
Ella ya sabe qué es lo que tiene que comprar, pero le fascina recorrer ese tipo de tiendas, aunque no vaya a llevar nada más, así que me lanza una advertencia: “Pero lo miramos todo, ¿bueno?” Sonrío, cómo decirle no a la señora Cecilita, es imposible.
Hago lo mismo que ella y comienzo a recorrer el local a mi antojo, a coger los productos y mirar para qué sirven, como funcionan, en definitiva, a ver si mi comprador compulsivo toma control de mí y gasto dinero solo porque sí.
“Me dijo que necesito una actividad de desfogue, algo que hacer, pero es que yo no sé, a mí lo único que me gusta hacer es dormir. Me siento mal, duermo; me siento bien, duermo, y así”.
Eso es lo que dice una mujer a su amiga. Están detrás de mí y examinan unas cosmetiqueras de colores chillones.
“Tienes que mirar a ver qué te gusta hacer”, le responde su amiga.
Luego, en la fila, después de que mi madre ha decidido que ya no queda nada más que mirar, otro par de amigas conversan y una de ellas está asombrada, por el olor de una vela.
“Es que no te imaginas. Apenas la destape, el olor me acordó de mi abuelita. Es muy raro eso, ¿cierto?
“Sí, es muy raro", responde la amiga con algo de desinterés, y pues claro, es la abuela de su amiga y no la de ella.
En fin. ¿Qué se puede concluir de estas dos conversaciones? Que a falta de actividades que nos apasionen, dormir siempre será una opción, y que en esta época nostálgica es recomendable evitar olores que nos recuerden a ciertas personas.
Vayan con cuidado.
¡Feliz Navidad!
miércoles, 21 de diciembre de 2022
Algo le pasó a Vega
Hace unos meses a Jorge Vega le pasó algo. Nada, digamos, de vida o muerte, pero sí fue un episodio de vida que sacudió sus sentimientos.
Desde que ocurrió esa situación, no ha dejado de darle vueltas en su cabeza, pero no ha podido llegar a una conclusión definitiva. Por eso, cada vez que tiene la oportunidad, le toca el tema a algunos amigos, que entre más disparen sean sus profesiones, es mucho mejor, piensa.
Si lo hace no es para que le digan qué debe hacer, sino para tener más información y puntos de vista, a ver si algún día puede tomar una decisión al respecto.
Hasta hace unos días u postura tendía hacia el dicho de un amigo: “Pa la mierda pastorcitos se acabó la navidad”, pues creía que ya tenía todo solucionado y que no había razón para que su obstinada cabeza siguiera repasando el tema.
Todo seguía así hasta hace unos días que almorzó con Daniela, una vieja amiga que hace rato no veía. En un momento de la conversación, cuando esta se estancó en uno de esos silencios incómodos, Vega le dio un sorbo a su cerveza, aclaró su garganta y le planteó el “dilema”, esperando escuchar una opinión similar a las que le habían dado otras personas.
Lo que ocurrió fue que se encontró con una totalmente opuesta. Una que le hizo preguntarse si no le estará metiendo un exceso de drama al asunto, solo por querer adoptar el papel de víctima.
Vega aprecia mucho esas amistades que son como el buen arte, en el sentido en que cuestionan sus creencias y evitan que sus puntos de vista se enquisten. “Nada como esas charlas que sacuden nuestros puntos de vista con ínfulas de verdad, piensa.
Cuando el tema, al parecer, quedo zanjado. Los amigos se sumieron en un corto silencio, como evaluando lo que habían dicho. Al poco tiempo ordenador el postre: ella un flan de coco y el un pie de manzana con una bola de helado. Los acompañaron con dos tintos.
Desde que ocurrió esa situación, no ha dejado de darle vueltas en su cabeza, pero no ha podido llegar a una conclusión definitiva. Por eso, cada vez que tiene la oportunidad, le toca el tema a algunos amigos, que entre más disparen sean sus profesiones, es mucho mejor, piensa.
Si lo hace no es para que le digan qué debe hacer, sino para tener más información y puntos de vista, a ver si algún día puede tomar una decisión al respecto.
Hasta hace unos días u postura tendía hacia el dicho de un amigo: “Pa la mierda pastorcitos se acabó la navidad”, pues creía que ya tenía todo solucionado y que no había razón para que su obstinada cabeza siguiera repasando el tema.
Todo seguía así hasta hace unos días que almorzó con Daniela, una vieja amiga que hace rato no veía. En un momento de la conversación, cuando esta se estancó en uno de esos silencios incómodos, Vega le dio un sorbo a su cerveza, aclaró su garganta y le planteó el “dilema”, esperando escuchar una opinión similar a las que le habían dado otras personas.
Lo que ocurrió fue que se encontró con una totalmente opuesta. Una que le hizo preguntarse si no le estará metiendo un exceso de drama al asunto, solo por querer adoptar el papel de víctima.
Vega aprecia mucho esas amistades que son como el buen arte, en el sentido en que cuestionan sus creencias y evitan que sus puntos de vista se enquisten. “Nada como esas charlas que sacuden nuestros puntos de vista con ínfulas de verdad, piensa.
Cuando el tema, al parecer, quedo zanjado. Los amigos se sumieron en un corto silencio, como evaluando lo que habían dicho. Al poco tiempo ordenador el postre: ella un flan de coco y el un pie de manzana con una bola de helado. Los acompañaron con dos tintos.
lunes, 19 de diciembre de 2022
El anciano
Está sentado en la mesa de una cafetería. Lleva un traje de paño de color café y un sombrero de copa del mismo color reposa sobre una silla que está a su lado derecho.
No hace nada, es decir, no toma ninguna bebida o lee un periódico, sino que se dedica a observar el panorama. Parece que estudia a las personas que están a su alrededor y saca conclusiones acerca de ellas, según lo que estén haciendo y los recuerdos y la información que lleva en su cabeza.
Yo hago, lo mismo, es decir, observo a las demás personas. Lo hago para escribir estas palabras, quizá como salida fácil para no tener que pensar en ningún tema y, como dice Millás acerca del significado de escribir, para contarles lo que pasa enfrente de mis narices.
Intercalo la actividad de observar con leer y, a veces, cuando subo la mirada, me encuentro con la del viejo. Nos la sostenemos por un par de segundos, mientras pienso “Sé lo que está haciendo”. Luego la desviamos para seguir en lo nuestro.
Queda claro que no es nada del otro mundo, solo una tajada de vida que puede ocurrir en cualquier lugar del planeta, pero creo que en ellas hay cierta verdad escondida, solo que hay que mirar bien para descubrirla. Entonces está uno ahí, como el anciano, mirando sin intención alguna lo que pasa por enfrente de los ojos y ¡zaz! Una verdad de esas aparece y es imposible ignorarla.
Al rato un hombre llega con un termo plástico transparente, se sienta cerca del viejo y le dice algo. Este le sonríe, al tiempo que le responde algo, imagino que una de esas frases cordiales que utilizamos con extraños, para quitárselo de encima y volver a su estado contemplativo.
Luego el celular del anciano timbra, lo toma entre sus manos y presiona frenéticamente la pantalla para tomar la llamada. Poco tiempo después llega un hombre que le da un efusivo abrazo, cruzan un par de palabras y luego abandonan el lugar.
No hace nada, es decir, no toma ninguna bebida o lee un periódico, sino que se dedica a observar el panorama. Parece que estudia a las personas que están a su alrededor y saca conclusiones acerca de ellas, según lo que estén haciendo y los recuerdos y la información que lleva en su cabeza.
Yo hago, lo mismo, es decir, observo a las demás personas. Lo hago para escribir estas palabras, quizá como salida fácil para no tener que pensar en ningún tema y, como dice Millás acerca del significado de escribir, para contarles lo que pasa enfrente de mis narices.
Intercalo la actividad de observar con leer y, a veces, cuando subo la mirada, me encuentro con la del viejo. Nos la sostenemos por un par de segundos, mientras pienso “Sé lo que está haciendo”. Luego la desviamos para seguir en lo nuestro.
Queda claro que no es nada del otro mundo, solo una tajada de vida que puede ocurrir en cualquier lugar del planeta, pero creo que en ellas hay cierta verdad escondida, solo que hay que mirar bien para descubrirla. Entonces está uno ahí, como el anciano, mirando sin intención alguna lo que pasa por enfrente de los ojos y ¡zaz! Una verdad de esas aparece y es imposible ignorarla.
Al rato un hombre llega con un termo plástico transparente, se sienta cerca del viejo y le dice algo. Este le sonríe, al tiempo que le responde algo, imagino que una de esas frases cordiales que utilizamos con extraños, para quitárselo de encima y volver a su estado contemplativo.
Luego el celular del anciano timbra, lo toma entre sus manos y presiona frenéticamente la pantalla para tomar la llamada. Poco tiempo después llega un hombre que le da un efusivo abrazo, cruzan un par de palabras y luego abandonan el lugar.
jueves, 15 de diciembre de 2022
Una sirena en un trancón
Voy en un Uber por una de las calles principales de la ciudad. El carro frena porque el semáforo cambió a rojo. Al rato se pone en verde, pero los vehículos no avanzan. Diciembre y sus trancones del demonio.
En la radio suena la canción de Café Águila Roja, ya saben eso de que “la navidad es todo aquello que nos hace recordar que la vida es bella y que diciembre es amor”, pero ahí en ese trancón, Diciembre solo tiene pinta de caos.
Para contrastar aún más la letra de la canción, una sirena de una ambulancia que avanza por nuestro carril comienza a sonar. Siempre que escuchó ese sonido, me pregunto qué persona irá dentro de ella, y si se está jugando la vida, mientras uno va por ahí con preocupaciones ridículas en la cabeza, como llegar tarde a una cita.
En la radio suena la canción de Café Águila Roja, ya saben eso de que “la navidad es todo aquello que nos hace recordar que la vida es bella y que diciembre es amor”, pero ahí en ese trancón, Diciembre solo tiene pinta de caos.
Para contrastar aún más la letra de la canción, una sirena de una ambulancia que avanza por nuestro carril comienza a sonar. Siempre que escuchó ese sonido, me pregunto qué persona irá dentro de ella, y si se está jugando la vida, mientras uno va por ahí con preocupaciones ridículas en la cabeza, como llegar tarde a una cita.
También pasa que me llega uno de los pocos recuerdos que se me quedaron grabados –el resto se esfumaron por aquello de causa de la amnesia postraumática–,del día del accidente que me dejó el amable recordatorio.
Estoy tendido en la camilla en la parte trasera de una ambulancia, que avanza a gran velocidad, y escucho la sirena. Alguien, un enfermero supongo, está a mi lado y me habla, pero quién sabe qué dice. La cabeza me palpita como si fuera a explotar.
De vuelta en el Uber, volteo a mirar a la derecha y veo a una mujer que va en bicicleta. Lleva un saco azul oscuro y una maleta de color amarillo fosforescente cruzada sobre su espalda. También lleva unos audífonos grandes de color blanco, muy parecidos a los de la mujer que escribía una novela en un café.
Me recuerda a Paula Paula Bélier, el personaje protagónico de la película la familia Bélier, cuando va en su bicicleta por las calles de un pueblo francés escuchando música a todo volumen.
Cada quien con sus estrategias para contrarrestar el caos, el propio y el de la ciudad.
Estoy tendido en la camilla en la parte trasera de una ambulancia, que avanza a gran velocidad, y escucho la sirena. Alguien, un enfermero supongo, está a mi lado y me habla, pero quién sabe qué dice. La cabeza me palpita como si fuera a explotar.
De vuelta en el Uber, volteo a mirar a la derecha y veo a una mujer que va en bicicleta. Lleva un saco azul oscuro y una maleta de color amarillo fosforescente cruzada sobre su espalda. También lleva unos audífonos grandes de color blanco, muy parecidos a los de la mujer que escribía una novela en un café.
Me recuerda a Paula Paula Bélier, el personaje protagónico de la película la familia Bélier, cuando va en su bicicleta por las calles de un pueblo francés escuchando música a todo volumen.
Cada quien con sus estrategias para contrarrestar el caos, el propio y el de la ciudad.
miércoles, 14 de diciembre de 2022
Balas perdidas
V. nos cuenta que siente que es el momento de empezar a escribir una novela, que es algo a lo que ya no le puede dar más largas. Una de esas típicas situaciones de vida de ahora o nunca, o do or die, como dirían los gringos.
Eso me recuerda a una frase que se me grabó de una charla: Ideas are nothing doing is evcerything. Entonces, como suele ocurrir, se me aparece otra frase en la cabeza, de la letra de No se vuelve atrás: “la vida nos enseña realidades y nos viene repartiendo teorías”, una de las canciones de la banda sonora de la película Habana Blues que, quizá, tiene que ver con esto que escribo o puede que no, pero se me disparó en la cabeza, y como ya lo he dicho, hay que prestarle atención a esos susurros del subconsciente.
Caí en esa película, un día miércoles en el que a mi hermana le dio por ir a cine, y me dio tres vueltas, porque hacía poco había acabado de terminar una relación y algo de la historia, lo asocié con mi maltrecho stado sentimental, pero bueno, de eso se tratan los libros, las, películas y el arte en general, de hacernos sentir, ¿acaso no? Como decía Kafka sobre el deber de los libros: “El hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”.
Ya ven ustedes que soy una batería de frases y dichos y aún así, cuando me encuentro en un momento crucial en el que debo utilizar palabras, me puedo volver un ocho, en fin.
Este post no tiene ni pies ni cabeza, solo empecé a escribir lo que se me ocurriera y esto fue lo que salió. En un momento pensé iniciarlo con la típica frase que he utilizado cientos de veces: “No sé sobre qué escribir”, pero que pereza tanta quejadera, es decir, volvemos a lo mismo; a veces lo mejor es hacer lo que sea, sin importar si esta bien o mal. En el actuar, creo, es donde reside la belleza, pues dejarlo todo al mundo teórico o de las ideas quizá tenga que ver con ese mar helado del que hablaba Kafka.
Ya como para cerrar, V. también nos contó que una de las mejores novelas que leyó este año fue “Mi año de descanso y relajación”, que trata sobre una mujer que intenta hibernar de forma prolongada, para escapar de los males del mundo.
Como ven, los temas que toqué parecen balas perdidas, es decir, en apariencia no tienen relación el uno con el otro, pero imagino que si se conectan de alguna manera, sino que somos muy ciegos y aún nos cuesta ver de qué forma se relaciona todo.
Eso me recuerda a una frase que se me grabó de una charla: Ideas are nothing doing is evcerything. Entonces, como suele ocurrir, se me aparece otra frase en la cabeza, de la letra de No se vuelve atrás: “la vida nos enseña realidades y nos viene repartiendo teorías”, una de las canciones de la banda sonora de la película Habana Blues que, quizá, tiene que ver con esto que escribo o puede que no, pero se me disparó en la cabeza, y como ya lo he dicho, hay que prestarle atención a esos susurros del subconsciente.
Caí en esa película, un día miércoles en el que a mi hermana le dio por ir a cine, y me dio tres vueltas, porque hacía poco había acabado de terminar una relación y algo de la historia, lo asocié con mi maltrecho stado sentimental, pero bueno, de eso se tratan los libros, las, películas y el arte en general, de hacernos sentir, ¿acaso no? Como decía Kafka sobre el deber de los libros: “El hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”.
Ya ven ustedes que soy una batería de frases y dichos y aún así, cuando me encuentro en un momento crucial en el que debo utilizar palabras, me puedo volver un ocho, en fin.
Este post no tiene ni pies ni cabeza, solo empecé a escribir lo que se me ocurriera y esto fue lo que salió. En un momento pensé iniciarlo con la típica frase que he utilizado cientos de veces: “No sé sobre qué escribir”, pero que pereza tanta quejadera, es decir, volvemos a lo mismo; a veces lo mejor es hacer lo que sea, sin importar si esta bien o mal. En el actuar, creo, es donde reside la belleza, pues dejarlo todo al mundo teórico o de las ideas quizá tenga que ver con ese mar helado del que hablaba Kafka.
Ya como para cerrar, V. también nos contó que una de las mejores novelas que leyó este año fue “Mi año de descanso y relajación”, que trata sobre una mujer que intenta hibernar de forma prolongada, para escapar de los males del mundo.
Como ven, los temas que toqué parecen balas perdidas, es decir, en apariencia no tienen relación el uno con el otro, pero imagino que si se conectan de alguna manera, sino que somos muy ciegos y aún nos cuesta ver de qué forma se relaciona todo.
“Ojos abiertos a espacios transitorios que la
vanalidad te arrastra pa´ su territorio,
define de tu gente sus máscaras, su idea, que
esta historia es de nosotros y de quien la crea”.
– No se vuelve atrás.
martes, 13 de diciembre de 2022
Escribir una novela
La mujer es rubia y lleva puesto un saco rosado. Está sentada en una de las mesas de la terraza de un café y teclea frenéticamente en su portátil. La tapa de su computador es gris, y una calcomanía verde de una lagartija resalta sobre ella.
A veces se detiene por un par de segundos y mira fijamente un punto en la distancia, como tratando de evocar un recuerdo. Cuando por fin lo visualiza, vuelve de nuevo a su tarea de teclear sin cansancio, para capturarlo antes de que se le esfume.
Los rayos de sol caen de forma perpendicular sobre su mesa y, por breves instantes, le da a su aspecto un aire de aparición divina.
Sobre el piso reposa una maleta con un estampado de flores de diversos colores. Esperemos que una de las correas las tenga engarzadas a un pie, pues está completamente inmersa en su actividad, ¿cuál? escribir una novela.
La mujer está y no está, es decir, habita dos dimensiones al mismo tiempo: la real de la que hacemos parte usted o yo, querido lector, y otra imaginaria, la de su mundo. Flota al lado de sus personajes y cuando quiere se mete en sus cabezas para escribir lo que piensan.
Para que ningún estímulo de eso que llamamos realidad la distraiga, también lleva puestos unos audífonos blancos de de diadema y cancelación de ruido, que cubren por completo sus orejas.
No escucha ninguna canción. En lo que lleva escribiendo, nunca le ha gustado poner música cuando lo hace, porque siente que es algo que la distrae y comienza, en el momento menos pensado, a llevar el ritmo con un pie o a cantar mentalmente.
Un sorbo de café, su portátil y un poco de inspiración es lo único que necesita para vivir libre de angustias.
A veces se detiene por un par de segundos y mira fijamente un punto en la distancia, como tratando de evocar un recuerdo. Cuando por fin lo visualiza, vuelve de nuevo a su tarea de teclear sin cansancio, para capturarlo antes de que se le esfume.
Los rayos de sol caen de forma perpendicular sobre su mesa y, por breves instantes, le da a su aspecto un aire de aparición divina.
Sobre el piso reposa una maleta con un estampado de flores de diversos colores. Esperemos que una de las correas las tenga engarzadas a un pie, pues está completamente inmersa en su actividad, ¿cuál? escribir una novela.
La mujer está y no está, es decir, habita dos dimensiones al mismo tiempo: la real de la que hacemos parte usted o yo, querido lector, y otra imaginaria, la de su mundo. Flota al lado de sus personajes y cuando quiere se mete en sus cabezas para escribir lo que piensan.
Para que ningún estímulo de eso que llamamos realidad la distraiga, también lleva puestos unos audífonos blancos de de diadema y cancelación de ruido, que cubren por completo sus orejas.
No escucha ninguna canción. En lo que lleva escribiendo, nunca le ha gustado poner música cuando lo hace, porque siente que es algo que la distrae y comienza, en el momento menos pensado, a llevar el ritmo con un pie o a cantar mentalmente.
Un sorbo de café, su portátil y un poco de inspiración es lo único que necesita para vivir libre de angustias.
lunes, 12 de diciembre de 2022
Escribir, caos y locura
No escribo desde el viernes en este espacio, pero siento que han pasado más días.
Estoy seguro de que cuando dejo pasar más de un día sin escribir, algo se desequilibra. Por ejemplo, hoy por la mañana caí en un torbellino de pensamientos negativos, y como la mente es bien cabrona, se negaba a salir de ese bucle, así que pensé: "ni mierda, voy a comenzar a escribir un cuento".
Entonces hice algo que tal vez no se deba hacer, y lo primero que hice fue escribir el título: "Realidad Liquida", un par de palabras o un sintagma, signifique lo que eso signifique, con las que vengo jugando en mi cabeza desde hace más de un mes.
La idea me llego de una frase de Rosa Montero: " A poco que levantes una pizca la esquina de la alfombra de la realidad, enseguida descubres el moho, el caos que se agazapa y esa pequeña muerte que anida en el corazón de todas las cosas."
Hace dos días había garabateado las escenas que va a tener, entonces escribí la primera casi de un tirón, cuando terminé, la sensación caos, o esa pequeña muerte de la que habla la escritora española, había desaparecido.
Me va a mejor cuando hago eso, es decir, cuando sé, más o menos, hacia dónde va la historia, que cuando me pongo a escribir de la nada. Juan Gabriel Vásquez decía que existen dos formas para escribir, una con brújula y la otra a punta de machete abriéndose camino en medio de la maleza mental (esto último me lo acabo de inventar, pero más o menos esa era la idea). Yo creo que me funciona más la primera, porque con la segunda me pierdo, y si eso ocurre, me aburro.
Queda claro que escribir cura, relaja, y nos aleja de esa locura que a todos nos habita y que en cualquier momento puede salir a la superficie de la conciencia. Esa es una de mis teorías: todos, por más cuerdos que parezcamos, estamos locos, pero contamos con diferentes válvulas de escape para liberar esa tensión demente con la que venimos al mundo por culpa de nuestros ancestros.
Doris Lessing lo tenía muy claro: "Creo que puedo simplemente pasar mi locura a…tal vez otra gente. Puedo rebotarla fuera de mí".
Estoy seguro de que cuando dejo pasar más de un día sin escribir, algo se desequilibra. Por ejemplo, hoy por la mañana caí en un torbellino de pensamientos negativos, y como la mente es bien cabrona, se negaba a salir de ese bucle, así que pensé: "ni mierda, voy a comenzar a escribir un cuento".
Entonces hice algo que tal vez no se deba hacer, y lo primero que hice fue escribir el título: "Realidad Liquida", un par de palabras o un sintagma, signifique lo que eso signifique, con las que vengo jugando en mi cabeza desde hace más de un mes.
La idea me llego de una frase de Rosa Montero: " A poco que levantes una pizca la esquina de la alfombra de la realidad, enseguida descubres el moho, el caos que se agazapa y esa pequeña muerte que anida en el corazón de todas las cosas."
Hace dos días había garabateado las escenas que va a tener, entonces escribí la primera casi de un tirón, cuando terminé, la sensación caos, o esa pequeña muerte de la que habla la escritora española, había desaparecido.
Me va a mejor cuando hago eso, es decir, cuando sé, más o menos, hacia dónde va la historia, que cuando me pongo a escribir de la nada. Juan Gabriel Vásquez decía que existen dos formas para escribir, una con brújula y la otra a punta de machete abriéndose camino en medio de la maleza mental (esto último me lo acabo de inventar, pero más o menos esa era la idea). Yo creo que me funciona más la primera, porque con la segunda me pierdo, y si eso ocurre, me aburro.
Queda claro que escribir cura, relaja, y nos aleja de esa locura que a todos nos habita y que en cualquier momento puede salir a la superficie de la conciencia. Esa es una de mis teorías: todos, por más cuerdos que parezcamos, estamos locos, pero contamos con diferentes válvulas de escape para liberar esa tensión demente con la que venimos al mundo por culpa de nuestros ancestros.
Doris Lessing lo tenía muy claro: "Creo que puedo simplemente pasar mi locura a…tal vez otra gente. Puedo rebotarla fuera de mí".
viernes, 9 de diciembre de 2022
Conversaciones decisivas
Me gusta prestarle atención a las conversaciones ajenas. No sé si esté bien o mal. Tal vez la balanza de lo correcto se incline hacia el segundo aspecto.
Si lo hago es solo porque me gusta imaginarme la vida de las personas, aventurarme a pensar qué los mueve en la vida, a qué le temen, cuáles son sus deseos, en fin esas finas hebras que conforman el tejido de la realidad, y que al final son las que realmente importan y nos definen.
Le prestó atención a dos conversaciones, como siempre, haciéndome el loco, porque en ambas hablan en voz baja, y no quiero que sea obvio que estoy espiando lo que conversan.
En la primera una pareja almuerza en una mesa detrás de mí. Hablan de viajes y de cómo es vivir inmerso en otras culturas. Por lo que alcanzo a captar parece que ella se va de viaje a España.
Es una conversación repleta de lugares comunes, como si los dos caminaran por el borde del abismo de los temas comprometedores, y miden sus palabras hasta tal punto que la conversación resulta sonsa.
En un momento el hombre olvida los formalismos y dice "Espero que no te vayas a olvidar de mí cuando te vayas a España.". “Lo mismo te digo”, responde la mujer.
Más tarde, en la terraza de un café, otra pareja cucharea una copa de un helado de color rojo y hablan casi en susurros. Tienen las manos entrelazadas y hay cierta tensión en el ambiente.
Es difícil captar el hilo de la conversación, así que solo alcanzo a escuchar un par de frases sueltas por parte de la mujer:
Va a llegar un día en el que no te voy a ver
Por lo menos sé que le voy a seguir diciendo mentiras.
Sé que no nos vamos a dejar de hablar y que nos vamos a ver por este medio
Pasado un rato, la copa de helado ahora ocupa una esquina de la mesa y el hombre tiene las manos de ella dentro de las de él. Entre frase y frase la mujer las libera de esa prisión para agarrarle la cara y darle besos prolongados, y luego las devuelve a la posición original.
En uno de esos movimientos, luego de que la mujer dice Te quiero mucho, caigo en cuenta de que él es el único que lleva argolla de matrimonio.
Le prestó atención a dos conversaciones, como siempre, haciéndome el loco, porque en ambas hablan en voz baja, y no quiero que sea obvio que estoy espiando lo que conversan.
En la primera una pareja almuerza en una mesa detrás de mí. Hablan de viajes y de cómo es vivir inmerso en otras culturas. Por lo que alcanzo a captar parece que ella se va de viaje a España.
Es una conversación repleta de lugares comunes, como si los dos caminaran por el borde del abismo de los temas comprometedores, y miden sus palabras hasta tal punto que la conversación resulta sonsa.
En un momento el hombre olvida los formalismos y dice "Espero que no te vayas a olvidar de mí cuando te vayas a España.". “Lo mismo te digo”, responde la mujer.
Más tarde, en la terraza de un café, otra pareja cucharea una copa de un helado de color rojo y hablan casi en susurros. Tienen las manos entrelazadas y hay cierta tensión en el ambiente.
Es difícil captar el hilo de la conversación, así que solo alcanzo a escuchar un par de frases sueltas por parte de la mujer:
Va a llegar un día en el que no te voy a ver
Por lo menos sé que le voy a seguir diciendo mentiras.
Sé que no nos vamos a dejar de hablar y que nos vamos a ver por este medio
Pasado un rato, la copa de helado ahora ocupa una esquina de la mesa y el hombre tiene las manos de ella dentro de las de él. Entre frase y frase la mujer las libera de esa prisión para agarrarle la cara y darle besos prolongados, y luego las devuelve a la posición original.
En uno de esos movimientos, luego de que la mujer dice Te quiero mucho, caigo en cuenta de que él es el único que lleva argolla de matrimonio.
miércoles, 7 de diciembre de 2022
Historias que no dejan dormir
Hace dos días, las luces del del árbol de navidad se prendieron solas. Cuando abrí el mueble donde está el estabilizador para encenderlas, estaba apagado.
Ayer, cuando iba a salir del edificio, Alex, uno de los porteros, le decía a otro: “Álvarez, tenemos fantasmas” y luego se echó a reír.
Le pregunté de qué hablaba y me dijo que estaban llamando por citófono desde un apartamento desocupado. Le pregunté si alguna vez había visto algo extraño por las cámaras de seguridad, pero me dijo que no, que en este edificio nunca lo habían asustado, pero que en el otro, uno que queda por la 159, si asustan.
“¿Y eso?”, le pregunté. “Pues allá se prenden las luces que se activan con sensores de movimiento. A mí nunca me ha tocado, pero a uno de mis compañeros sí.”
Nos quedamos callados por un momento y al rato noto una nueva expresión en su cara, la de alguien a quien le llega un recuerdo. Alex vuelve a hablar.
“Eso no es nada, en el campo, de donde yo vengo, si que es berraco.”
“Cuente, ¿qué le paso?”
“Uff, si le dijera, una vez casi me lleva el putas”, dice sonriendo, pero en medio de lo tranquilo que parece al hablar del tema, se nota que fue una experiencia escalofriante.
“¿En serio? Cuénteme, ¿qué le pasó?”
En ese momento mi hermana, que ha seguido la conversación, pero no ha intervenido dice: “¡Uy, no no no no! Mejor no nos cuente nada, porque si no yo no puedo dormir esta noche”
“Otro día me cuenta que fue lo que le pasó Alex”, le digo.
“Bueno”, responde.
Me aventuro a imaginar que lo que marca el citófono desde el apartamento vacío, y lo que prendió las luces del árbol de navidad fue un espíritu burlón. Dice Internet que esos entes están a medio camino entre ser fantasmas y poltergeists. Todo bien mientras no se ponga agresivo.
Les quedo debiendo la historia de Alex.
Ayer, cuando iba a salir del edificio, Alex, uno de los porteros, le decía a otro: “Álvarez, tenemos fantasmas” y luego se echó a reír.
Le pregunté de qué hablaba y me dijo que estaban llamando por citófono desde un apartamento desocupado. Le pregunté si alguna vez había visto algo extraño por las cámaras de seguridad, pero me dijo que no, que en este edificio nunca lo habían asustado, pero que en el otro, uno que queda por la 159, si asustan.
“¿Y eso?”, le pregunté. “Pues allá se prenden las luces que se activan con sensores de movimiento. A mí nunca me ha tocado, pero a uno de mis compañeros sí.”
Nos quedamos callados por un momento y al rato noto una nueva expresión en su cara, la de alguien a quien le llega un recuerdo. Alex vuelve a hablar.
“Eso no es nada, en el campo, de donde yo vengo, si que es berraco.”
“Cuente, ¿qué le paso?”
“Uff, si le dijera, una vez casi me lleva el putas”, dice sonriendo, pero en medio de lo tranquilo que parece al hablar del tema, se nota que fue una experiencia escalofriante.
“¿En serio? Cuénteme, ¿qué le pasó?”
En ese momento mi hermana, que ha seguido la conversación, pero no ha intervenido dice: “¡Uy, no no no no! Mejor no nos cuente nada, porque si no yo no puedo dormir esta noche”
“Otro día me cuenta que fue lo que le pasó Alex”, le digo.
“Bueno”, responde.
Me aventuro a imaginar que lo que marca el citófono desde el apartamento vacío, y lo que prendió las luces del árbol de navidad fue un espíritu burlón. Dice Internet que esos entes están a medio camino entre ser fantasmas y poltergeists. Todo bien mientras no se ponga agresivo.
Les quedo debiendo la historia de Alex.
lunes, 5 de diciembre de 2022
Dieta en navidad
Hago fila en el supermercado para pagar unos productos. Me llama la atención un hombre que esá delante de mí y que lleva un carrito de los grandes. Es de baja estatura, calvo y barrigón.
Ahí está muy tranquilo, mientras yo intento imaginarme su vida a partir de los productos que lleva.
Me fijo en él porque su mercado solo consiste en un queso pera amarillo y dos botellas de coca cola de 600 ml. De pronto lo hace a manera de terapía; me refiero a lo de llevar un carro grande, para solo echar dos productos. Así puede darse ánimos al pensar cosas como: “Pasé por la sección de galguerías y no eche ningún paquete al carrito”. Eso imagino, es decir, esa fuerza de voluntad funciona para que no desista de su propósito de hacer dieta.
También es posible que el hombre esté completamente concentrado, casi al nivel de un Monje Zen en pleno proceso de meditación, y esto le permite imaginar que lleva el carro repleto de productos de todo lo que le gusta y no debe comer: dulces, tortas, galletas, etc. Quizá por eso mira un punto fijo en la distancia, abstraído del mundo y todo lo que lo rodea, y mueve los labios, casi de forma imperceptible, repitiendo algún mantra que le ayuda a mantener la calma.
Ya está cansado de hacer dietas y que nada le funcione. Por eso ahora se auto aplico la dieta del queso y la Coca Cola.
Leyó sobre ella en un foro de internet, junto con varios testimonios de personas que decían que les había funcionado. Un par de tajadas de queso y un cuarto de vaso de Coca cola va a ser su comida en los próximos días.
Para lograrlo se va a desconectar del mundo. Va a utilizar su celular para lo mínimo y rechazará cualquier invitación a una novena, pues sabe que flaquearía si se llega a encontrar frente a frente con un buñuelo, pero ¿acaso quién no?
Ahí está muy tranquilo, mientras yo intento imaginarme su vida a partir de los productos que lleva.
Me fijo en él porque su mercado solo consiste en un queso pera amarillo y dos botellas de coca cola de 600 ml. De pronto lo hace a manera de terapía; me refiero a lo de llevar un carro grande, para solo echar dos productos. Así puede darse ánimos al pensar cosas como: “Pasé por la sección de galguerías y no eche ningún paquete al carrito”. Eso imagino, es decir, esa fuerza de voluntad funciona para que no desista de su propósito de hacer dieta.
También es posible que el hombre esté completamente concentrado, casi al nivel de un Monje Zen en pleno proceso de meditación, y esto le permite imaginar que lleva el carro repleto de productos de todo lo que le gusta y no debe comer: dulces, tortas, galletas, etc. Quizá por eso mira un punto fijo en la distancia, abstraído del mundo y todo lo que lo rodea, y mueve los labios, casi de forma imperceptible, repitiendo algún mantra que le ayuda a mantener la calma.
Ya está cansado de hacer dietas y que nada le funcione. Por eso ahora se auto aplico la dieta del queso y la Coca Cola.
Leyó sobre ella en un foro de internet, junto con varios testimonios de personas que decían que les había funcionado. Un par de tajadas de queso y un cuarto de vaso de Coca cola va a ser su comida en los próximos días.
Para lograrlo se va a desconectar del mundo. Va a utilizar su celular para lo mínimo y rechazará cualquier invitación a una novena, pues sabe que flaquearía si se llega a encontrar frente a frente con un buñuelo, pero ¿acaso quién no?
jueves, 1 de diciembre de 2022
Lanzar los dados
Daniela disfruta jugar parqués, porque es un juego que no la exige mentalmente. No le toca hacer cuentas complicadas, ni imaginarse jugadas delante de su turno, nada. Lanzar los dados es como la vida misma, nunca sabe que resultado va a obtener. Todo consiste en batirlos, esperar sacar un buen número y ya está. Más allá de eso no controla nada. Esa es la única responsabilidad, si se le puede llamar de esa manera, que le impone el juego.
Cuando es su turno y bate los dados –le gusta hacerlo encerrándolos entre ambas manos–, visualiza en su mente que va a obtener un lanzamiento perfecto: pares o el número que necesita para comer o llegar al seguro, aunque sabe que el puntaje no depende de ella, que es algo aleatorio, como la mayoría de cosas que le ocurren en su vida. Así las cosas, las personas aún creen que pueden dominar el curso de su destino, piensa.
Le gusta jugar con unas fichas de color verde chillón y con unos dados negros de pintas blancas, porque son livianos y dan muchas vueltas cuando los lanza. Dice que con esos saca más pares, a diferencia de los que utiliza su hermana, que son rojos y pesados y que siempre caen sobre la mesa con un golpe seco.
Su abuela le inculcó el vició por el juego desde muy pequeña, y en ese entonces se ponía de mal genio cuando le metían una ficha a la cárcel o la soplaban. Ahora, de adulta, siente que, de alguna manera, el parqués le ha ayudado a entender que no debe ponerle peros a la vida, que hay que aceptar todo como venga, pues siempre habrá opción de un nuevo lanzamiento.
Es su turno de nuevo. Encierra los dados con ambas manos y las mueve como si estuviera tocando una maraca. “Miren el doble seis que voy a sacar”, les dice a sus familiares con una amplia sonrisa.
Recuerda la estrofa de un poema que le regalo un poeta callejero:
Mientras hace rodar los dados por la mesa. Cierra los ojos y cuando los abre, ahí está ese par que predijo hace un momento.
“¿Y que tal que mi mente si pueda influir en los lanzamientos?”, se pregunta.
Cuando es su turno y bate los dados –le gusta hacerlo encerrándolos entre ambas manos–, visualiza en su mente que va a obtener un lanzamiento perfecto: pares o el número que necesita para comer o llegar al seguro, aunque sabe que el puntaje no depende de ella, que es algo aleatorio, como la mayoría de cosas que le ocurren en su vida. Así las cosas, las personas aún creen que pueden dominar el curso de su destino, piensa.
Le gusta jugar con unas fichas de color verde chillón y con unos dados negros de pintas blancas, porque son livianos y dan muchas vueltas cuando los lanza. Dice que con esos saca más pares, a diferencia de los que utiliza su hermana, que son rojos y pesados y que siempre caen sobre la mesa con un golpe seco.
Su abuela le inculcó el vició por el juego desde muy pequeña, y en ese entonces se ponía de mal genio cuando le metían una ficha a la cárcel o la soplaban. Ahora, de adulta, siente que, de alguna manera, el parqués le ha ayudado a entender que no debe ponerle peros a la vida, que hay que aceptar todo como venga, pues siempre habrá opción de un nuevo lanzamiento.
Es su turno de nuevo. Encierra los dados con ambas manos y las mueve como si estuviera tocando una maraca. “Miren el doble seis que voy a sacar”, les dice a sus familiares con una amplia sonrisa.
Recuerda la estrofa de un poema que le regalo un poeta callejero:
“Toma los dados de la suerte
Arrebátale a todo misticismo
El poder en tu vida
Y lanza los dados
Apuesta
Y si pierdes es tu derrota
Y si ganas
Tu victoria
No la del destino.”
Mientras hace rodar los dados por la mesa. Cierra los ojos y cuando los abre, ahí está ese par que predijo hace un momento.
“¿Y que tal que mi mente si pueda influir en los lanzamientos?”, se pregunta.