Hace dos días, las luces del del árbol de navidad se prendieron solas. Cuando abrí el mueble donde está el estabilizador para encenderlas, estaba apagado.
Ayer, cuando iba a salir del edificio, Alex, uno de los porteros, le decía a otro: “Álvarez, tenemos fantasmas” y luego se echó a reír.
Le pregunté de qué hablaba y me dijo que estaban llamando por citófono desde un apartamento desocupado. Le pregunté si alguna vez había visto algo extraño por las cámaras de seguridad, pero me dijo que no, que en este edificio nunca lo habían asustado, pero que en el otro, uno que queda por la 159, si asustan.
“¿Y eso?”, le pregunté. “Pues allá se prenden las luces que se activan con sensores de movimiento. A mí nunca me ha tocado, pero a uno de mis compañeros sí.”
Nos quedamos callados por un momento y al rato noto una nueva expresión en su cara, la de alguien a quien le llega un recuerdo. Alex vuelve a hablar.
“Eso no es nada, en el campo, de donde yo vengo, si que es berraco.”
“Cuente, ¿qué le paso?”
“Uff, si le dijera, una vez casi me lleva el putas”, dice sonriendo, pero en medio de lo tranquilo que parece al hablar del tema, se nota que fue una experiencia escalofriante.
“¿En serio? Cuénteme, ¿qué le pasó?”
En ese momento mi hermana, que ha seguido la conversación, pero no ha intervenido dice: “¡Uy, no no no no! Mejor no nos cuente nada, porque si no yo no puedo dormir esta noche”
“Otro día me cuenta que fue lo que le pasó Alex”, le digo.
“Bueno”, responde.
Me aventuro a imaginar que lo que marca el citófono desde el apartamento vacío, y lo que prendió las luces del árbol de navidad fue un espíritu burlón. Dice Internet que esos entes están a medio camino entre ser fantasmas y poltergeists. Todo bien mientras no se ponga agresivo.
Les quedo debiendo la historia de Alex.
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