“Leo, es como una enfermedad”, cuenta Agota Kristof en su libro La analfabeta.
¿Cómo no identificarse con esa frase? No hay momento del día en el que no quiera leer.
Igual que a Kristof, que a muchos. me gustar leer, y sí, a veces parece una enfermedad. Cabe anotar que a los que nos gusta hacerlo, no somos seres especiales, solo nos gusta leer y ya está, como a otros les puede gustar hacer Papás Noel con bom bom bun y papel crepé, por nombrar cualquier actividad.
Entonces fantaseo con la idea de que algún día voy a conseguir un trabajo en el que me van a pagar por leer y en el que no debo hacer nada más que decir si lo que leí me gustó o no, sin necesidad de tener que dar mi opinión concreta sobre una obra. Un trabajo que involucra lectura y tomar café en cantidades abundantes.
En este mundo en el que vivimos, e imagino que en otros, no tener opiniones sería lo mejor. Como dice Ribeyro en la Tentación al fracaso: “Me gustan las personas sobre las que no podemos formarnos una opinión, en otras palabras, las que nos obligan a renovar constantemente la opinión que tenemos de ellas; frase que no sé si aplique para la idea que quiero tratar, pero me acordé que el escritor peruano tocaba el tema de las opiniones.
Entonces leo para llenarme de historias en vez de opiniones. Igual las ultimas son muy jodidas, pues parecen tener vida propia y uno se las termina formando quiéralo o no.
Dicho esto, parece ser que el truco para que no sean tan nocivas, es aprender a dominar el fino arte de encerrarlas en la bóveda craneal, y saber morderse la lengua cuando alguna quiere salir disparada por la boca.
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