El hombre está sentado en un café de un centro comercial. El ruido que hace en el medio ambiente parece no afectarlo gracias a los audífonos que lleva puestos.
Sobre su mesa esposa una mochila descolorida, una libreta cerrada con un esfero de color azul encima, y un vaso de café que rara vez se lleva a la boca. Podría suponerse que ya se acabó la bebida, o que esta se enfrió y él perdió todo interés en tomarla. La vida, ya sabrán, es muy corta para tomar café helado. En eso estamos de acuerdo con ese hombre.
Teclea con fuerza sobre el teclado de un portátil diminuto y cuando lo hace deja de mirar la pantalla. Luego, cuando sube la vista, parta ver si no cometió algún error de digitación, lee lo que acaba de escribir, y lo hace sonreír o asentir con la cabeza. Incluso a veces gesticula con las manos como si pretendiera explicarle algo a la persona a la que va dirigido su mensaje. Entonces agacha la cabeza de nuevo, corrige algunas frases, y repite la operación de revisión.
¿Quién ese ese hombre? ¿Quién camina a nuestro lado? ¿Con quiénes nos cruzamos en el día? Seguramente son perfectos desconocidos, pero ¿cómo dimensionar cuál es su papel en la historia de la humanidad?
¿Cómo saber si ese hombre barbado y con el pelo ensortijado del que les hablé hace un momento no es un emprendedor tecnológico que va a cambiar el destino de nuestras vidas con eso a lo que se dedica?
Da un poco de angustia pensar que a cada rato nos cruzamos con personas que son como big bangs, listos a explotar para cambiar el mundo tal cual como lo conocemos.
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