Sí, la novela de Bolaño.
En estos días he visto muchos tweets que hablan sobre esa novela. Algunas personas dicen que es una obra maestra y dan a entender que Bolaño es una especie de dios de la literatura.
No puedo afirmar nada porque no la he leído.
La primera vez que escuché algo sobre ese escritor fue por L. un amigo me la presentó y me contó que también le gustaba leer mucho. A las dos semanas comenzamos a salir y nuestro plan siempre era el mismo: Comer sushi y luego ir a tomar cerveza.
Recuerdo que yo estaba forzando la situación y quería que ella me gustara sí o sí. Ella pensaba distinto y en un punto comenzó a distanciarse. De pronto la dichosa frase de: Los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad, y lo mejor sea relacionarse con personas con otros intereses, qué se yo.
Años después volví a hablar con ella y le planteé mi teoría y lo que pensaba cuando salía con ella. L. me dio la razón con sus carcajada de siempre.
En una de nuestras primeras citas me contó sobre los Detectives Salvajes y se le ilumino la cara cuando me dio un resumen de la trama. Debe ser un buen escritor, pensé. A la semana siguiente quedamos de vernos un miércoles y antes de encontrarme con ella pasé por una librería con el fin de comprar la novela. No la tenían, así que decidí llevarme 2666; una novela que me costó mucho terminar. Siempre le he echado la culpa a la extensión de los capítulos, pero puede ser que simplemente no me enganché con la historia y ya está.
jueves, 31 de agosto de 2023
lunes, 28 de agosto de 2023
Momento Zen
Después de una siesta me despierto con unas ganas de un tinto que no son de este mundo. Esa sensación, antojo, lo que sea, también viene acompañada con ganas de algo dulce.
La alarma del celular vuelve a sonar. Me recuerda que ya pasaron esos cinco minutos en los que, se supone, debí haber descansado. No es así, sigo adormilado. Podrá pasar esta vida y otra más y la transición del sueño a la vigilia me seguirá pareciendo un evento algo traumático.
Me pongo de pie y siento un ligero dolor de cabeza en el costado izquierdo. De pronto el movimiento fue muy rápido y la sensación se debe a eso. No pienso dejarle tomar ventaja, así que voy al baño abro el grifo del lavamanos y meto la cabeza debajo del chorro de agua. El frío como analgésico no falla. El agua siempre se lleva todo.
Minutos después estoy en la cocina. Alisto la cafetera italiana, el pocillo que voy a utilizar y saco la bolsa de café. La abro y aspiro el olor. ¡Dios, Que bien huele! Si un orgasmo se pudiera dividir en pequeños componentes, seguro el olor del café sería uno de ellos. Preparar café es mi momento Zen. Alistar la cafetera, medir el café y el agua y prender el fogón de la estufa, son acciones cargadas de tranquilidad, de presente. No hay forma de desfasarme hacia el nostálgico pasado o el ansioso futuro.
Mientras el café se prepara busco con qué lo voy a acompañar. Me decantó por un pedazo de mantecada y una bolita de helado de vainilla con trozos de frutos rojos. Se me hace agua la boca de pensar cómo será la combinación de esos sabores con un sorbo de tinto.
La cafetera comienza a regurgitar, sonido celestial ese. Apago la estufa me sirvo el tinto y no me aguanto las ganas de darle un sorbo antes de llevarlo a la mesa de la terraza.
Me quedó en el punto que quería. Justo en el filo del amargo que me agrada. Luego, ya sentado, me zampo una cucharada de helado y mantecada y luego le doy un sorbo al tinto.
La alarma del celular vuelve a sonar. Me recuerda que ya pasaron esos cinco minutos en los que, se supone, debí haber descansado. No es así, sigo adormilado. Podrá pasar esta vida y otra más y la transición del sueño a la vigilia me seguirá pareciendo un evento algo traumático.
Me pongo de pie y siento un ligero dolor de cabeza en el costado izquierdo. De pronto el movimiento fue muy rápido y la sensación se debe a eso. No pienso dejarle tomar ventaja, así que voy al baño abro el grifo del lavamanos y meto la cabeza debajo del chorro de agua. El frío como analgésico no falla. El agua siempre se lleva todo.
Minutos después estoy en la cocina. Alisto la cafetera italiana, el pocillo que voy a utilizar y saco la bolsa de café. La abro y aspiro el olor. ¡Dios, Que bien huele! Si un orgasmo se pudiera dividir en pequeños componentes, seguro el olor del café sería uno de ellos. Preparar café es mi momento Zen. Alistar la cafetera, medir el café y el agua y prender el fogón de la estufa, son acciones cargadas de tranquilidad, de presente. No hay forma de desfasarme hacia el nostálgico pasado o el ansioso futuro.
Mientras el café se prepara busco con qué lo voy a acompañar. Me decantó por un pedazo de mantecada y una bolita de helado de vainilla con trozos de frutos rojos. Se me hace agua la boca de pensar cómo será la combinación de esos sabores con un sorbo de tinto.
La cafetera comienza a regurgitar, sonido celestial ese. Apago la estufa me sirvo el tinto y no me aguanto las ganas de darle un sorbo antes de llevarlo a la mesa de la terraza.
Me quedó en el punto que quería. Justo en el filo del amargo que me agrada. Luego, ya sentado, me zampo una cucharada de helado y mantecada y luego le doy un sorbo al tinto.
Durante los segundos que dura la combinación de sabores en mi boca experimento el nirvana, un breve instante de iluminación en el que el que siento mi vida en perfecto equilibrio.
viernes, 25 de agosto de 2023
Cinturón de seguridad
“¿Señor Juan?”, me pregunta el taxista apenas me subo al carro.
“Sí”, le respondo.
“¿Alguna ruta sugerida o seguimos la de Waze?”
“La de Waze”.
Siempre le hago caso a esa aplicación. Hay personas que se creen muy inteligentes y dicen que a veces da rutas que no son o que tienen más trancón. ¿Para qué complicarse intentando probar que somos más inteligentes que la tecnología?, en fin.
Cuando el conductor arranca tomo la perilla del cinturón de seguridad, pero no hay donde conectarla. Me quedo con ella en la mano un rato hasta que la suelto. “Pues ni modo si nos estrellamos”.
Pienso en esto porque hace un tiempo vi un programa sobre noticias trágicas y contaban la historia de una mujer que tomo un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada por una ventana, porque no tenía el cinturón puesto.
Después de que el carro comienza andar, me pongo a pensar que me va a ocurrir eso en cualquier momento, pero al rato me distraigo mirando por la ventana.
Lo lógico, si el mundo y nuestras acciones lo fueran todo el tiempo, sería no haber aceptado el servicio, decirle al taxista que su carro no es seguro porque tiene los cinturones de adorno.
Igual es imposible saber cuando nos va a visitar la muerte, puede ser que cuando termine la carrera y me baje del taxi, me tropiece con el andén, caiga y me desnuqué. Pueden ocurrir miles de eventos. Sé que suena un poco trágico, poco probable dirán algunos, pero si existe el programa 1000 maneras de morir será por algo.
De pronto siempre estemos más cerca de la muerte de lo que pensamos, sino que la vida tiene más fuerza entonces, así solo carguemos un pequeño porcentaje de esta en un día determinado, con eso basta para espantar a la primera.
“¿Alguna ruta sugerida o seguimos la de Waze?”
“La de Waze”.
Siempre le hago caso a esa aplicación. Hay personas que se creen muy inteligentes y dicen que a veces da rutas que no son o que tienen más trancón. ¿Para qué complicarse intentando probar que somos más inteligentes que la tecnología?, en fin.
Cuando el conductor arranca tomo la perilla del cinturón de seguridad, pero no hay donde conectarla. Me quedo con ella en la mano un rato hasta que la suelto. “Pues ni modo si nos estrellamos”.
Pienso en esto porque hace un tiempo vi un programa sobre noticias trágicas y contaban la historia de una mujer que tomo un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada por una ventana, porque no tenía el cinturón puesto.
Después de que el carro comienza andar, me pongo a pensar que me va a ocurrir eso en cualquier momento, pero al rato me distraigo mirando por la ventana.
Lo lógico, si el mundo y nuestras acciones lo fueran todo el tiempo, sería no haber aceptado el servicio, decirle al taxista que su carro no es seguro porque tiene los cinturones de adorno.
Igual es imposible saber cuando nos va a visitar la muerte, puede ser que cuando termine la carrera y me baje del taxi, me tropiece con el andén, caiga y me desnuqué. Pueden ocurrir miles de eventos. Sé que suena un poco trágico, poco probable dirán algunos, pero si existe el programa 1000 maneras de morir será por algo.
De pronto siempre estemos más cerca de la muerte de lo que pensamos, sino que la vida tiene más fuerza entonces, así solo carguemos un pequeño porcentaje de esta en un día determinado, con eso basta para espantar a la primera.
miércoles, 23 de agosto de 2023
Una recomendación
A Santa le preocupa terminar de leer un libro, mucho más si fue uno que le gustó mucho.
Le preocupa porque le causa ansiedad decidir cuál va a ser su próxima lectura. Ya no tiene remordimiento alguno con abandonar alguna, pues cree que no puede desperdiciar tiempo leyendo libros que no son de su agrado.
Su método para escoger una nueva lectura es más bien pobre o místico, podría decirse. Muchas veces es puro feeling, de acuerdo con lo que le transmita la portada y el título. Está convencido de que algunos libros si pueden juzgarse por su portada y, sobre todo, por su contraportada, que en ocasiones lleva un párrafo preciso que lo ayuda a decidirse por uno.
Santa tampoco confía en las recomendaciones, sobre todo en la de los libreros, pues siempre le ha ido mal con estas. Muchos le han dicho cosas como: “lea este, es buenísimo. Un clásico de clásicos”, y luego de hacerles caso abandona la lectura a los pocos días.
Le preocupa porque le causa ansiedad decidir cuál va a ser su próxima lectura. Ya no tiene remordimiento alguno con abandonar alguna, pues cree que no puede desperdiciar tiempo leyendo libros que no son de su agrado.
Su método para escoger una nueva lectura es más bien pobre o místico, podría decirse. Muchas veces es puro feeling, de acuerdo con lo que le transmita la portada y el título. Está convencido de que algunos libros si pueden juzgarse por su portada y, sobre todo, por su contraportada, que en ocasiones lleva un párrafo preciso que lo ayuda a decidirse por uno.
Santa tampoco confía en las recomendaciones, sobre todo en la de los libreros, pues siempre le ha ido mal con estas. Muchos le han dicho cosas como: “lea este, es buenísimo. Un clásico de clásicos”, y luego de hacerles caso abandona la lectura a los pocos días.
Ahora tiene miedo.
Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.
Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.
Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.
“Es una bobada. Me da pena contarte”
“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.
Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”
Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.
Léete ladrillos uniformes. Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.
Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.
Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.
Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.
Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.
Qué más da, piensa. Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.
Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.
Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.
Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.
Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.
“Es una bobada. Me da pena contarte”
“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.
Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”
Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.
Léete ladrillos uniformes. Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.
Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.
Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.
Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.
Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.
Qué más da, piensa. Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.
Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.
martes, 22 de agosto de 2023
Biblioteca desocupada
Una biblioteca tiene tres pisos desocupados y la otra todos. Empaqué muy pocos libros.
Pensé que habían sido más. En cambio, me traje todos los cd’s, ¿para qué carajos? Ni siquiera tengo en donde escucharlos.
Antes, recuerdo, cuando compraba uno, me proponía escucharlo mínimo una vez por día para no “quemarlo”, para morirme de ganas de escucharlo al día siguiente. Entonces lo ponía en el equipo de la sala, sacaba el librito con las letras y me cantaba todas las canciones. Así, por ejemplo, me ocurrió con el Vs y el Vitalogy de Pearl Jam.
En algún momento pensé que me iba a volver tan aficionado al rock como mi hermano, pero años más tarde me topé con la lectura, los libros, y no hay nada que hacer después de probar esa droga tan fuerte.
No veo la hora de traer más libros y llenar las dos bibliotecas. Ordenar libros es otro de los pequeños placeres de la vida. Digo ordenar por utilizar cualquier palabra, porque los voy ubicando como caigan. Si acaso el único orden que intento tener es que todos los de un autor queden juntos, de resto no soy tan ordenado como otras personas que los ubican por géneros, tamaño, ediciones, etc.
Igual, tampoco es que tenga tantos, pues el Kindle también entró con fuerza en mi vida y muchos los tengo en digital. No creo que sea mejor que el libro físico, pero tiene la ventaja que, para cegatos como yo, se puede ajustar el tamaño de la letra.
En algún momento pensé: voy a regalar varios. Ahora quiero conservarlos todos. Al diablo con el método konmari de Marie Kondo.
¿Qué pasará con mis libros cuando muera? ¿En manos de quién caerán? ¿Serán leídos de nuevo o utilizaran sus páginas para avivar el fuego de una chimenea?
Todo siempre son preguntas. No queda más que leer para intentar responderlas.
Pensé que habían sido más. En cambio, me traje todos los cd’s, ¿para qué carajos? Ni siquiera tengo en donde escucharlos.
Antes, recuerdo, cuando compraba uno, me proponía escucharlo mínimo una vez por día para no “quemarlo”, para morirme de ganas de escucharlo al día siguiente. Entonces lo ponía en el equipo de la sala, sacaba el librito con las letras y me cantaba todas las canciones. Así, por ejemplo, me ocurrió con el Vs y el Vitalogy de Pearl Jam.
En algún momento pensé que me iba a volver tan aficionado al rock como mi hermano, pero años más tarde me topé con la lectura, los libros, y no hay nada que hacer después de probar esa droga tan fuerte.
No veo la hora de traer más libros y llenar las dos bibliotecas. Ordenar libros es otro de los pequeños placeres de la vida. Digo ordenar por utilizar cualquier palabra, porque los voy ubicando como caigan. Si acaso el único orden que intento tener es que todos los de un autor queden juntos, de resto no soy tan ordenado como otras personas que los ubican por géneros, tamaño, ediciones, etc.
Igual, tampoco es que tenga tantos, pues el Kindle también entró con fuerza en mi vida y muchos los tengo en digital. No creo que sea mejor que el libro físico, pero tiene la ventaja que, para cegatos como yo, se puede ajustar el tamaño de la letra.
En algún momento pensé: voy a regalar varios. Ahora quiero conservarlos todos. Al diablo con el método konmari de Marie Kondo.
¿Qué pasará con mis libros cuando muera? ¿En manos de quién caerán? ¿Serán leídos de nuevo o utilizaran sus páginas para avivar el fuego de una chimenea?
Todo siempre son preguntas. No queda más que leer para intentar responderlas.
martes, 15 de agosto de 2023
Un grupo de imbéciles
Sábado 9 de la mañana.
La vecina de mi piso, una mujer extraña que casi no sale del apartamento (Mi teoría es que es una psicópata que guarda cuerpos picados en el congelador), es una de esas personas que no ha dado ni un centavo.
Pide la palabra y dice: “Yo tengo la plata en el banco, pero no voy a ser tan Imbécil de darla antes que todos”.
“Gracias por decirnos imbéciles", dice Debra, otra de las propietarias.
Y así duramos un buen tiempo gritándonos entre imbéciles hasta el final de la asamblea.
Podría estar a punto de despertarme después de una noche de juerga, pero no es el caso, el cuerpo ya no da pa' tanto y lo mejor es no cometer excesos para que no pase factura al siguiente día.
De ser así no estaría levantando a esta hora, sino seguro lo haría al medio día, con dolor de cabeza y quizás algo de nauseas. Eso me impediría desayunar tranquilo, dándole pequeños sorbos al café, como tanto me gusta, mientras miro como se mueve, a causa del viento, un árbol que está plantado en una terraza de un edificio de parqueaderos. Sé que no es la vista bucólica que uno quisiera tener al momento del desayuno, pero me gusta perderme en fantasías de poca monta mientras observo ese árbol.
El caso es que tampoco estoy desayunando, apuré un café en un par de sorbos y lo acompañé con una arepa hace más o menos una hora.
Podría estar leyendo. Leer aplica para cualquier momento y estado de ánimo, pero tampoco hago eso. Casi siempre leo en las tardes y por lo general a las 11 de la noche, mi hora preferida para hacerlo.
¿Entonces que carajos hago?
Estoy bien sentado el salón comunal del edificio, esperando a que empiece una Asamblea extraordinaria. Plan más chimbo no puede haber. Pero bueno, es lo que hay. Uno debe montarse en las corrientes de la vida como si nada y esperar a ver qué pasa.
Un grupo de personas con cara de pocos amigos se encuentra ahí, porque el edificio necesita unas obras urgentes.
Tengo mi libreta y un esfero por si de pronto me embiste la inspiración y se me ocurre una idea potente para escribir algo.
Tampoco es el caso, a los pocos minutos después del inicio de la reunión, una señora me pide prestado el esfero para tomar apuntes.
Luego de 3 horas llegamos al clímax de la asamblea: la explicación de las finanzas. El presidente de la junta nos explica que se ha recaudado el 80.27% del dinero y que no se puede echar por la borda semejante esfuerzo tan titánico. "La obra va o va", concluye.
Patricia, una señora que siempre pelea, se pone de pie y alega que ella no va a financiar a ningún apartamento que no haya pagado, que coman mucha mierda. Eso último no lo dice, pero seguro lo piensa.
De ser así no estaría levantando a esta hora, sino seguro lo haría al medio día, con dolor de cabeza y quizás algo de nauseas. Eso me impediría desayunar tranquilo, dándole pequeños sorbos al café, como tanto me gusta, mientras miro como se mueve, a causa del viento, un árbol que está plantado en una terraza de un edificio de parqueaderos. Sé que no es la vista bucólica que uno quisiera tener al momento del desayuno, pero me gusta perderme en fantasías de poca monta mientras observo ese árbol.
El caso es que tampoco estoy desayunando, apuré un café en un par de sorbos y lo acompañé con una arepa hace más o menos una hora.
Podría estar leyendo. Leer aplica para cualquier momento y estado de ánimo, pero tampoco hago eso. Casi siempre leo en las tardes y por lo general a las 11 de la noche, mi hora preferida para hacerlo.
¿Entonces que carajos hago?
Estoy bien sentado el salón comunal del edificio, esperando a que empiece una Asamblea extraordinaria. Plan más chimbo no puede haber. Pero bueno, es lo que hay. Uno debe montarse en las corrientes de la vida como si nada y esperar a ver qué pasa.
Un grupo de personas con cara de pocos amigos se encuentra ahí, porque el edificio necesita unas obras urgentes.
Tengo mi libreta y un esfero por si de pronto me embiste la inspiración y se me ocurre una idea potente para escribir algo.
Tampoco es el caso, a los pocos minutos después del inicio de la reunión, una señora me pide prestado el esfero para tomar apuntes.
Luego de 3 horas llegamos al clímax de la asamblea: la explicación de las finanzas. El presidente de la junta nos explica que se ha recaudado el 80.27% del dinero y que no se puede echar por la borda semejante esfuerzo tan titánico. "La obra va o va", concluye.
Patricia, una señora que siempre pelea, se pone de pie y alega que ella no va a financiar a ningún apartamento que no haya pagado, que coman mucha mierda. Eso último no lo dice, pero seguro lo piensa.
Pide la palabra y dice: “Yo tengo la plata en el banco, pero no voy a ser tan Imbécil de darla antes que todos”.
“Gracias por decirnos imbéciles", dice Debra, otra de las propietarias.
Y así duramos un buen tiempo gritándonos entre imbéciles hasta el final de la asamblea.
lunes, 14 de agosto de 2023
Libros y CD's
En una caja empaco libros y CD’s. No sé para qué los últimos. Debería regalarlos. ¿Todavía hay gente que se sienta a escucharlos? No sé si ese espécimen del ser humano aún existe, creo que deben quedar muy pocos, en fin.
Algunos de los los libros que empaco los considero rarezas, y también están los de mis escritores favoritos: Juan José Millás y Rosa Montero. Entre los que considero únicos, me llevo La Nostalgia del Melómano y El Tumbao de Beethoven, entre otros. El del tumbao lo busqué como loco en una feria del libro y hacia el final de la tarde, cuando creía que ya no lo iba a encontrar y los pies me dolían de tanto caminar, se me apareció cuando iba de salida y en el stand menos pensado.
Pienso que, por lo menos en mi caso, debería regalar los libros que leo. Son contadas las ocasiones que he releído alguno. A veces pienso: Voy a releer este o tal otro, pero no hay tiempo. Nunca queda tiempo para nada.
Hace rato pienso que debo releer El Tumbao de Beethoven y también los Articuentos Completos de Millás. Vamos a ver si lo logro. El único libro que he releído como un poseso (5 veces) es la trilogía del Señor de los Anillos, pero eso fue hace mucho tiempo, en una época en que tuve el propósito de aprender élfico; hágame el berraco favor, no sé en qué carajos estaba pensando.
Es extraño el apego que se tiene por los libros. Tal vez, de forma inconsciente, pensamos que ai noa desprendemos de ellos nos hacemos menos lectores o algo así.
El punto, creo, si es que hay alguno, es que muy pocos tenemos espíritu Marie Kondo en este mundo, y la mayoría somos acumuladores, nada que hacer.
Algunos de los los libros que empaco los considero rarezas, y también están los de mis escritores favoritos: Juan José Millás y Rosa Montero. Entre los que considero únicos, me llevo La Nostalgia del Melómano y El Tumbao de Beethoven, entre otros. El del tumbao lo busqué como loco en una feria del libro y hacia el final de la tarde, cuando creía que ya no lo iba a encontrar y los pies me dolían de tanto caminar, se me apareció cuando iba de salida y en el stand menos pensado.
Pienso que, por lo menos en mi caso, debería regalar los libros que leo. Son contadas las ocasiones que he releído alguno. A veces pienso: Voy a releer este o tal otro, pero no hay tiempo. Nunca queda tiempo para nada.
Hace rato pienso que debo releer El Tumbao de Beethoven y también los Articuentos Completos de Millás. Vamos a ver si lo logro. El único libro que he releído como un poseso (5 veces) es la trilogía del Señor de los Anillos, pero eso fue hace mucho tiempo, en una época en que tuve el propósito de aprender élfico; hágame el berraco favor, no sé en qué carajos estaba pensando.
Es extraño el apego que se tiene por los libros. Tal vez, de forma inconsciente, pensamos que ai noa desprendemos de ellos nos hacemos menos lectores o algo así.
El punto, creo, si es que hay alguno, es que muy pocos tenemos espíritu Marie Kondo en este mundo, y la mayoría somos acumuladores, nada que hacer.
viernes, 11 de agosto de 2023
Disfrutar la vida
Llevo días sin escribir acá. Ayer terminé un cuento que, creo me quedó bien, pero ¿cómo saberlo? Uno es muy narciso con lo que escribe. A lo que me refiero es que quedo contenido, es decir, no quedan cabos sueltos; se narra algo concreto y se concluye. Muchas veces ese es un problema al escribir cuentos; sin querer, terminan por hacer parte de una historia más grande que incluso el autor desconoce, en fin.
Aparte de que, al parecer, a ese cuento le dediqué mis fuerzas escriturísticas de estos días, cogí una gripa, o más bien ella me cogió a mí. No tenía ganas de hacer nada. Más allá de estornudos, congestión nasal y un leve dolor de cabeza, el síntoma más grave que tuve fue el desgano.
Solo hasta hoy me siento de nuevo funcional. Aprovecho mis energías para embarcarme en la tarea de empacar cosas en cajas para un trasteo que ya no tiene reversa alguna. La mayoría de cosas que me encuentro podrían considerarse basura.
Doy con una libreta, quién sabe de qué año es, y me encuentro con algo que escribí que titulé Disfrutar la vida. Lo pongo en cursiva porque en ese momento debía ser otro. Dice así:
El cuarto está casi en completa penumbra. Las luces están apagadas y una cortina roja, pesada, como de terciopelo, bloquea la entrada de los rayos de sol. Me atrevo a decir que afuera, en la calle, es casi seguro que la ciudad vibra con miles de personas en movimiento, yendo de un lado al otro. Realizan compras, toman copas de licor, se ven con amigos, ríen y llevan gafas de sol. Personas que, se podría pensar, si saben disfrutar la vida.
¿Qué es disfrutar la vida? Quizás eso: Hacer mil cosas en el menor tiempo posible para sentirse vivo. Pero disfrutar la vida no puede ser un absoluto. También puede significar estar quietos. Tumbarse en una cama y dedicarse al fino arte de mirar pal techo. Hacer nada. Cerrar los ojos e irse bien adentro sin abandonar la vigilia.
El aire acondicionado emite un murmullo constante. Imagino que se debe al proceso en el que el aire entra húmedo y caliente al aparato y este lo expulsa frío. O quizás no. A veces siento que no sé nada.
Podría buscar en internet cómo funciona un aparato de esos, pero se me ocurre pensar que disfrutar la vida también consiste en estar equivocados y caer en el error; en siempre dudar de lo que creemos saber y poner todo en tela de juicio.
Aparte de que, al parecer, a ese cuento le dediqué mis fuerzas escriturísticas de estos días, cogí una gripa, o más bien ella me cogió a mí. No tenía ganas de hacer nada. Más allá de estornudos, congestión nasal y un leve dolor de cabeza, el síntoma más grave que tuve fue el desgano.
Solo hasta hoy me siento de nuevo funcional. Aprovecho mis energías para embarcarme en la tarea de empacar cosas en cajas para un trasteo que ya no tiene reversa alguna. La mayoría de cosas que me encuentro podrían considerarse basura.
Doy con una libreta, quién sabe de qué año es, y me encuentro con algo que escribí que titulé Disfrutar la vida. Lo pongo en cursiva porque en ese momento debía ser otro. Dice así:
El cuarto está casi en completa penumbra. Las luces están apagadas y una cortina roja, pesada, como de terciopelo, bloquea la entrada de los rayos de sol. Me atrevo a decir que afuera, en la calle, es casi seguro que la ciudad vibra con miles de personas en movimiento, yendo de un lado al otro. Realizan compras, toman copas de licor, se ven con amigos, ríen y llevan gafas de sol. Personas que, se podría pensar, si saben disfrutar la vida.
¿Qué es disfrutar la vida? Quizás eso: Hacer mil cosas en el menor tiempo posible para sentirse vivo. Pero disfrutar la vida no puede ser un absoluto. También puede significar estar quietos. Tumbarse en una cama y dedicarse al fino arte de mirar pal techo. Hacer nada. Cerrar los ojos e irse bien adentro sin abandonar la vigilia.
El aire acondicionado emite un murmullo constante. Imagino que se debe al proceso en el que el aire entra húmedo y caliente al aparato y este lo expulsa frío. O quizás no. A veces siento que no sé nada.
Podría buscar en internet cómo funciona un aparato de esos, pero se me ocurre pensar que disfrutar la vida también consiste en estar equivocados y caer en el error; en siempre dudar de lo que creemos saber y poner todo en tela de juicio.
jueves, 3 de agosto de 2023
Despertar
Siempre he pensado que el acto de despertar es extraño. Que la transición del sueño a la vigilia es violenta. Aterra un poco pensar de qué forma habrá cambiado el mundo, y con él nuestras vidas, durante el tiempo que permanecimos dormidos, ¿acaso no?
Creo que la icónica frase de Joan Didion se pude parafrasear de la siguiente manera:
La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te despiertas, y la vida que conoces se acaba.
Creo que la icónica frase de Joan Didion se pude parafrasear de la siguiente manera:
La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te despiertas, y la vida que conoces se acaba.
La alarma del celular suena. Estiro un brazo para pulsar uno de sus botones para que se calle y lo meto debajo de las cobijas. Dejo una mano sobre él, porque a los cinco minutos va a volver a sonar y odio la melodía de la alarma. Que maldito invento ese de las alarmas, y que lástima que debo acudir a ellas, pues no hago parte de esos iluminados que se despiertan todos los días a la misma hora.
No quiero abrir los ojos. Doy media vuelta y pienso: pues si me quedo dormido, me quedo dormino, ¡Qué carajos!, pero el sueño ya se esfumó.
La única opción que me queda es eso que llamamos Hacer pereza, que pensamos sirve para descansar más, pero solo hace más tortuoso el tránsito hacia la vigilia.
Suena la alarma de nuevo y la calló. Lo considero como una pequeña victoria contra todas las alarmas del mundo. Por fin decido abrir los ojos y saco el celular de debajo de las cobijas.
Tengo varios mensajes de chats , y me acuerdo del partido que jugaron las colombianas, ¿Cuánto habrá quedado? Busco el resultado y veo que Marruecos ganó por un gol. Seguro las colombianas jugaron más relajadas y no le metieron tanto la ficha.
La vida, al parecer, no había cambiado mucho, pero me faltaba revisar los mensajes. Ahí está el baldado de agua fría.
Reviso unos chats que no dicen nada, esos grupos que dan ganas de responder “Dejen dormir”, hasta que llego al que me sacude.
Me enteró de que F. murió a las 4 de la mañana a causa de una trombosis.
La ´última vez que la vi, 4 meses atrás, fui a su apartamento y me dio tinto con una torta de ahuyama que parecía de zanahoria. Ella misma había hecho y le había quedado riquísima. F. cocinaba como los dioses.
Caigo en un espiral de preguntas: ¿Por qué?, ¿De qué trata este circo? ¿qué sentido tiene?, pero es inútil hacérselas. Ante esas inquietudes, lo mejor es responderse, como leí hace poco: “porqueriza, portaviones, portafolio, pordiosero, porque sí.”
Bien lo dijo Rosa Montero en la Ridícula idea de no volver a verte: “Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina”.
No quiero abrir los ojos. Doy media vuelta y pienso: pues si me quedo dormido, me quedo dormino, ¡Qué carajos!, pero el sueño ya se esfumó.
La única opción que me queda es eso que llamamos Hacer pereza, que pensamos sirve para descansar más, pero solo hace más tortuoso el tránsito hacia la vigilia.
Suena la alarma de nuevo y la calló. Lo considero como una pequeña victoria contra todas las alarmas del mundo. Por fin decido abrir los ojos y saco el celular de debajo de las cobijas.
Tengo varios mensajes de chats , y me acuerdo del partido que jugaron las colombianas, ¿Cuánto habrá quedado? Busco el resultado y veo que Marruecos ganó por un gol. Seguro las colombianas jugaron más relajadas y no le metieron tanto la ficha.
La vida, al parecer, no había cambiado mucho, pero me faltaba revisar los mensajes. Ahí está el baldado de agua fría.
Reviso unos chats que no dicen nada, esos grupos que dan ganas de responder “Dejen dormir”, hasta que llego al que me sacude.
Me enteró de que F. murió a las 4 de la mañana a causa de una trombosis.
La ´última vez que la vi, 4 meses atrás, fui a su apartamento y me dio tinto con una torta de ahuyama que parecía de zanahoria. Ella misma había hecho y le había quedado riquísima. F. cocinaba como los dioses.
Caigo en un espiral de preguntas: ¿Por qué?, ¿De qué trata este circo? ¿qué sentido tiene?, pero es inútil hacérselas. Ante esas inquietudes, lo mejor es responderse, como leí hace poco: “porqueriza, portaviones, portafolio, pordiosero, porque sí.”
Bien lo dijo Rosa Montero en la Ridícula idea de no volver a verte: “Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina”.
miércoles, 2 de agosto de 2023
Hoy vengo a escribir lo que sea
O lo que salga, que viene a ser lo mismo.
Otra vez heme aquí, sentado enfrente de mi portátil, sin la más mínima chispa de un de tema en la cabeza. La verdad es que tengo pocas ganas de escribir, pero es precisamente en esos casos en los que hay que aporrear las teclas a ver qué sale. Como leí alguna vez: If you Wait for inspiration to write, you’re not a writer but a waiter. Ahora me vengo a enterar de que la frase también funcionaría en español, ya que waiter, se podría traducir como esperador, y la RAE, con sus viejitos de barbas largas y túnicas que besan el piso cuando caminan, la define escuetamente de la siguiente forma: Que espera.
Se habrá podido dar cuenta, estimado lector, que acudo a esa zona segura del free writing, método que pretende captar la mayor cantidad de pensamientos que a uno se le crucen por la cabeza. Solo un decir, porque no creo que se pueda poner por escrito todo lo que se piensa en un momento determinado.
Además, me pregunto que tan free será, porque en el momento en que uno piensa: Ok, voy a escribir de forma libre, de cierta manera está haciendo que el proceso de escritura sea consciente. No sé si me entiendan, a lo mejor lo que dije no tiene ni pies ni cabeza, pero no importa. Solo quería escribir algo, las mismas 300 palabras que intento escribir para Almojábana cada vez que me siento a hacerlo.
De pronto esa es la razón por la que me gustan tanto los diarios de los escritores, porque de cierta forma son ejercicios de escritura libre, en el sentido en que los escritores no están pensando en contar una historia con la estructura de una de novela,, sino solo las percepciones y sensaciones que les dejó un día específico.
Hablando de diarios, me entraron unas ganas repentinas y fuertes de volver a leer uno de los volúmenes de Anaïs Nin que por un artículo que leí de Maria Popova. Sus diarios, creo, son uno de los mejores que se pueden encontrar. Si no me creen a mí, créanle a Julio Ramón Ribeyro, que los menciona en su Tentación del Fracaso.
Se habrá podido dar cuenta, estimado lector, que acudo a esa zona segura del free writing, método que pretende captar la mayor cantidad de pensamientos que a uno se le crucen por la cabeza. Solo un decir, porque no creo que se pueda poner por escrito todo lo que se piensa en un momento determinado.
Además, me pregunto que tan free será, porque en el momento en que uno piensa: Ok, voy a escribir de forma libre, de cierta manera está haciendo que el proceso de escritura sea consciente. No sé si me entiendan, a lo mejor lo que dije no tiene ni pies ni cabeza, pero no importa. Solo quería escribir algo, las mismas 300 palabras que intento escribir para Almojábana cada vez que me siento a hacerlo.
De pronto esa es la razón por la que me gustan tanto los diarios de los escritores, porque de cierta forma son ejercicios de escritura libre, en el sentido en que los escritores no están pensando en contar una historia con la estructura de una de novela,, sino solo las percepciones y sensaciones que les dejó un día específico.
Hablando de diarios, me entraron unas ganas repentinas y fuertes de volver a leer uno de los volúmenes de Anaïs Nin que por un artículo que leí de Maria Popova. Sus diarios, creo, son uno de los mejores que se pueden encontrar. Si no me creen a mí, créanle a Julio Ramón Ribeyro, que los menciona en su Tentación del Fracaso.
martes, 1 de agosto de 2023
A un lector no lo capan dos veces
Camino de forma distraída por los pasillos de una librería. Hojeo libros sin prestarles mucha atención porque tengo como propósito no gastar plata.
Intento averiguar de qué forma están ordenado los libros en los estantes, si por orden alfabético, por editorial o alguna otra manera, pero no logro dar con ella. Parece que están organizados por géneros o regiones. Por ejemplo, hay una que lleva el título de Literatura Colombiana y los libros están ahí, arrumados como sea.
En medio de mi andar mis ojos captan Que nadie duerma, un libro de Juan José Millás, mi escritor favorito. Ya no me preocupo en preguntar por sus libros, pues los tengo casi todos.
Pero esta vez me encuentro con dos que no había visto nunca: La ciudad y Viva el silencio. Ambos son compendios de mini relatos, que más que libros parecen cartillas Si me los encontré sin querer significa que los debo comprar, pienso, intento justificar de alguna manera una compra que no tenía prevista.
Los tomo, los vuelvo a poner en el estante, los agarro de nuevo, leo otra vez la contraportada, saco la billetera para mirar cuánto dinero tengo, y al final saco fuerza de voluntad de quién sabe dónde, los vuelvo a dejar en su sitio y abandono la librería.
Por la noche no dejo de pensar si perdí la oportunidad de comprar dos libros únicos de Millás que no había visto nunca y me doy palo mental por no haberlos llevado.
Al siguiente día sigo en las mismas. No me aguanto las ganas, vuelvo a la librería y voy directo al lugar donde los había visto. No los encuentro por ningún lado. ¿Si ve? Ya se los llevo otra persona que no dejó escapar la oportunidad, pienso. Miro con recelo a los demás compradores, pues puede ser que uno de ellos esté a punto de comprarlos.
Le pregunto a un librero y tampoco los encuentra. Le digo los nombres, los busca en el sistema y aún aparecen.
Cuando ya estoy a punto de darme por vencido, el hombre dice: “¡Mírelos, aquí están!” y me pasa los dos libros. De ahí salgo directo para la caja.
A un lector no lo capan dos veces
Intento averiguar de qué forma están ordenado los libros en los estantes, si por orden alfabético, por editorial o alguna otra manera, pero no logro dar con ella. Parece que están organizados por géneros o regiones. Por ejemplo, hay una que lleva el título de Literatura Colombiana y los libros están ahí, arrumados como sea.
En medio de mi andar mis ojos captan Que nadie duerma, un libro de Juan José Millás, mi escritor favorito. Ya no me preocupo en preguntar por sus libros, pues los tengo casi todos.
Pero esta vez me encuentro con dos que no había visto nunca: La ciudad y Viva el silencio. Ambos son compendios de mini relatos, que más que libros parecen cartillas Si me los encontré sin querer significa que los debo comprar, pienso, intento justificar de alguna manera una compra que no tenía prevista.
Los tomo, los vuelvo a poner en el estante, los agarro de nuevo, leo otra vez la contraportada, saco la billetera para mirar cuánto dinero tengo, y al final saco fuerza de voluntad de quién sabe dónde, los vuelvo a dejar en su sitio y abandono la librería.
Por la noche no dejo de pensar si perdí la oportunidad de comprar dos libros únicos de Millás que no había visto nunca y me doy palo mental por no haberlos llevado.
Al siguiente día sigo en las mismas. No me aguanto las ganas, vuelvo a la librería y voy directo al lugar donde los había visto. No los encuentro por ningún lado. ¿Si ve? Ya se los llevo otra persona que no dejó escapar la oportunidad, pienso. Miro con recelo a los demás compradores, pues puede ser que uno de ellos esté a punto de comprarlos.
Le pregunto a un librero y tampoco los encuentra. Le digo los nombres, los busca en el sistema y aún aparecen.
Cuando ya estoy a punto de darme por vencido, el hombre dice: “¡Mírelos, aquí están!” y me pasa los dos libros. De ahí salgo directo para la caja.
A un lector no lo capan dos veces