La escritora argentina Mariana Enríquez cuenta que cuando escribió Bajar es lo peor, su primera novela, no lo hizo con ánimo de convertirse en escritora o publicar, ni porque conociera y admirara a escritores o quisiera ser como ellos. Solo lo hizo porque de todos los libros que había leído hasta ese momento, ninguno narraba lo que le pasaba a ella.
La empezó a escribir a máquina, un artefacto pesado y duro, cuenta, cuando tenía 17 años. Lo hacía de noche y se le rompían las uñas durante el proceso. Si a hay alguien a quien se le deba echar la culpa, es a los dos protagonistas que no salían de su cabeza, y tenía que liberar espacio para pensamiento de alguna forma.
La escritora dice que quería ver reflejada su experiencia en un texto escrito en argentino, pero que no fuera necesariamente realista.
La única forma de escritura profesional que se le pasaba por la cabeza era el periodismo, pero solo por la oportunidad de poder ir gratis a conciertos. Guardaba la esperanza de ser enviada como corresponsal especial al festival de Glastonbury.
Una amiga suya tenía una hermana mayor que había publicado un libro con la editorial Planeta. Esta se enteró de que Enríquez había escrito una novela y le pidió verla. Aunque no le gustó, intuyó que había algo de calidad en ella, y se la llevó al escritor Juan Forn.
Enríquez, sin ninguna formación en letras, no lo conocía a él ni a ningún otro escritor. Lo único que deseaba era escribir sus obsesiones, porque era una necesidad física.
Forn le dio algunas consejos e indicaciones sobre su texto que al principio la ofendieron, pero le daba igual que la leyeran o no. Había escrito para ella.
Se me vienen muchas preguntas a la cabeza: ¿Uno nace o se hace?, ¿existe el destino?, y otras cuantas que quizá no vienen al caso.
Alguna vez leí una frase de Millás, ya no recuerdo dónde, que decía: Publicar novelas es un efecto secundario de escribir.
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