Cuenta Elizabeth Gilbert en Big Magic, su libro sobre creatividad, que Jack Gilbert fue un poeta al que nunca le importó mucho si las personas conocían sus escritos o no. Una parte de su vida la trabajó en fábricas y acerías, pero desde muy temprana edad se dedicó a escribir poemas.
Tenía talento y carisma de sobra para haber sido famoso –incluso estuvo nominado al Pulitzer–, pero eso fue algo que nunca estuvo entre sus planes, así que un buen día decidió desaparecer, porque para crear no podía distraerse con los espejismos de la fama.
Años más tarde confesó que la fama lo aburría porque todo los días era la misma vaina. Le parecía algo aburridor y él estaba buscando algo más variado, con más sabor por decirlo de alguna manera, así que se largó a Europa y vivió en Italia, Dinamarca, pero gran parte del tiempo la pasó en una cabaña de pastor en una montaña de Grecia. Allí escribió sus poemas en privado, sin necesidad de tener que demostrarle a alguien quién carajos era.
Que la fama se la repartan los que quieran. Imagino que eso era lo que pensaba Gilbert, mientras miraba el mar con un lápiz y una libreta en sus manos.
Tiempo después, por alguna de esas extrañas vueltas que da la vida, regresó a Estados unidos y dictó clases de escritura creativa en una universidad. Algunos de sus estudiantes decían que siempre parecía vivir en un estado ininterrumpido de asombro ante la vida y que los animaba a que hicieran lo mismo.
Ser sin ser nadie. De pronto ahí una de las claves de la vida, qué sé yo. Todo esto me recuerda un tema que tocan Juan Luis Arsuaga y Millás, en el último libro que escribieron juntos:
“No has elegido el mejor momento para ser distinto, muchacho, qué pretendes. Procura no parecer ni sí ni no, ni carne ni pescado. Disimula las ideas, no disientas, no te signifiques, no destaques. Si a un insecto no le parece mal que lo confundan con una rama seca, por qué ese empeño tuyo en parecer alguien.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Un comentario a $300 dos en $500