martes, 31 de agosto de 2021

La pistola en el cajón

Me gusta leer para pasar un buen rato, no para evadir la realidad, sino para deshabilitarla por un tiempo pues, con los absurdos que nos propone a diario, ya sabemos que supera a la ficción.

Ya les conté en esta entrada que me gustan mucho los diarios de los escritores por su crudeza, y porque son piezas donde los autores se esfuerzan en contar, sin necesidad de estar ligados a una estructura narrativa o trama.

También hay ocasiones en las que me gusta leer para cuestionarme, para enredarme un poco la cabeza con nuevos interrogantes.

"Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro; hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio", dice Irene Vallejo y no puedo estar más de acuerdo.

Me gusta la sinceridad de esos libros que causan incomodidad, porque evidencian que el autor no se quería guardar nada, que, de forma simbólica, quería morir en o con el escrito.

Creo que los diarios de Sándor Márai son de ese tipo.

El escritor narra sus últimos años de vida y su deterioro físico. Después de que Lola, su esposa, muere. Luego de haber pasado 62 años juntos, el escritor comienza a contemplar la idea del suicidio.

“¿La echo de menos? Tanto como echaría
de menos el aire. Me la evocan las palabras, los objetos, todo.
Incluso al aire le falta algo.”

“Durante sesenta y dos años todo se lo he leído primero a ella, 
todos los escritos. Ya no tengo a quién hacerlo. La expresión escrita 
ha perdido todo atractivo para mí. Si ella se va, debo seguirla 
sin algaradas, sin hacer ruido."

Cuenta que un día va a reclamar una pistola, y que el vendedor se la entrega empacada con esmero, junto con 50 balas. Márai le indica que no va necesitar tantas, pero el dependiente se encoge de hombros y contesta: “eso nunca se sabe”.

Luego, en un viaje que hace a donde unos amigos, dice que le conforta pensar en el revolver que tiene en el cajón de la mesita de noche, y que su pensamiento no es producto de la desesperanza, sino que es la única forma de huir de su situación, pue no concibe la idea de no tener control alguno de su cuerpo.

En otro aparte se pregunta: “Si el deterioro de mi ojo avanza a este ritmo, ¿seré capaz de encontrar la pistola en el cajón?”

“He dejado el revólver en el cajón de la mesita de noche para 
tenerlo a mano si llega el momento en que desee morir. 
Aunque cabe la posibilidad que al final ocurra de otra manera. 
Todo es siempre de otra manera.”

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