A veces me dan ganas de escribir un diario, de registrar en algún lugar y en detalle, lo que me ocurre en el día, no porque tenga una vida repleta de aventura, sino porque tienen una gran ventaja: su carácter de, simplemente, narrar cosas: lo que se come, conversaciones que se escuchan, la caminata que se hizo en el día, hasta asuntos trascendentales, la muerte para ser más precisos, tema que se nos cruza a cada rato.
Desde hace un tiempo me fascinan los diarios de los escritores porque están repletos de pensamientos acerca de su arte y otros, como los de Anaïs Nin hacen sus veces de oráculo al leer el futuro de forma precisa.
Imagino que la mayoría de los escritores llevan alguno porque es un punto de contacto con la realidad, una manera de anclarse a ella y que les permite abandonar sus reinos de ficción, aunque lo bueno es que muchas veces la realidad resulta tan extraña que supera a la ficción.
Al escribir un diario no hay que andar pensando en tramas ni en desarrollo de personajes, ni si en lo que se cuenta tiene sentido o no; uno cuenta lo que quiere y el lector, como siempre, tiene la libertad de atribuirle el significado que desee, de mirar si se puede ver reflejado en algo de lo que lee.
Además, funcionan, sí o sí, para ejercitar el músculo de la escritura, que como cualquier otro, si no se ejercita se atrofia. La regla de oro para que sea un buen ejercicio es contarlo todo, desde lo más anodino y normal hasta los pensamientos más retorcidos.
"But what is more to the point is my belief that the habit of writing thus
for my own eye only is good practice. It loosens the ligaments. Never mind the
misses and the stumbles. Going at such a pace as I do I must make the most
direct and instant shots at my object, and thus have to lay hands on words, choose
them and shoot them with no more pause than is needed to put my pen in the ink."
— A writers diary, Virginia Woolf —
No hay comentarios:
Publicar un comentario