jueves, 13 de marzo de 2025

Escritura verdadera

Escribo algo. 709 palabras que trato que salgan a modo de chorro de mis manos. Cuando termino les doy una leída y comienzo a editarlas. El texto está sobrecargado de meloserías líricas y demasiado monólogo interno, con unos discursos de poca monta que se echa el personaje y que solo le interesan a él.

Le hecho la culpa a la primera persona, pues es un punto de vista con el que se suele abusar de ese recurso narrativo, pero la verdad es una simple excusa; pura pereza de edición y de no esforzarme un poquito para ver cómo carajos lo puedo arreglar.

Empiezo a mocharle frases innecesarias aquí y allá. Son frases que no cuentan nada y con las que pretendo sonar inteligente, además de figuras narrativas rebuscadas que en vez de claridad aportan confusión.

Recuerdo una frase de Millás: Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.

Contar sin tanto adorno. Ahí, creo, esta la clave. Contar de forma sincera como lo hacía Emma Reyes en sus cartas. Ahora leo su correspondencia inédita y me sorprende la sencillez con la que cuenta episodios de su vida.

Escribir, pero hacerlo bien que, como también dice Millás, dista mucho de ser escritor. Ser capaces de poner en palabras lo que tenemos delante de las narices.

Imagino que el escritor español habla de esa redacción verdadera que menciona el narrador de Claus y Lucas, la novela de Agota Kristof:

Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: 
la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, 
lo que oímos, lo que hacemos. Por ejemplo, está prohibido escribir:
 «la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir: 
«la gente llama a la abuela "la Bruja"».