jueves, 15 de mayo de 2025

"Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr"

Voy en el carro con mi hermana y me pide que ponga un podcast.

Me encuentro con un listado de entrevistas a escritores y empiezo a deslizar hacia abajo la pantalla hasta que me encuentro con una entrevista de Lina María Parra.

Últimamente no dejo de pensar en esa autora. Imagino que es así porque estoy obsesionado con conseguir su segundo libro de cuentos que, como ya escribí hace unos días, parece extinto.

La entrevista que escuchamos es sobre La mano que cura, su novela. En un momento, el entrevistador le pregunta sobre una escena en la que una de las protagonistas clava los dedos en la tierra y una mata comienza a agitar las hojas. El hombre, con aires de intelectual, le pregunta si esa escena es una de iniciación, o algo por el estilo.

La escritora responde que no. Dice que eso es lo que no le gusta de la literatura: que muchas personas piensen que lo escrito es una metáfora sobre la vida. Menciona que a ella le gusta lo literal, que si sus personajes son brujas, en verdad tienen poderes sobrenaturales.

Si no estoy mal, alguna vez leí que García Márquez pensaba o leía de esa manera. El escritor decía que, después de leer: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”, no pensaba en que Kafka estaba tratando de decir algo entre líneas, sino que para él Samsa sí se había convertido en un insecto, más allá de que el escritor checo quisiera decir otra cosa.

Me gusta eso de la literalidad en la lectura. No leer pensando que hay un significado más allá de lo que dice el texto.

Vuelvo a pensar en la frase de Vidas al límite, el libro de crónicas de Millás que he citado montones de veces: “escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices”, que siempre complemento con otra de su diario novelado La vida a ratos: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora”.

Después de un rato, mi hermana me dice: “Eso está muy aburrido, cámbialo”. Tuerzo la boca y me prometo terminar de escucharlo después.