miércoles, 23 de octubre de 2024

Me haré cargo de tus libros

“¿Me muero?”, pregunta papá detrás de la máscara de oxígeno, intercalando sus palabras con respiraciones profundas. “Nadie sabe eso con certeza”, le respondo, aunque sé que sí, que ya no le queda mucho tiempo de vida. Su cuadro lo constata, eso me dijo el médico: la mayor parte del tiempo ha estado inconsciente, y su respiración se ha tornado profunda y lenta a veces, otras más rápida y superficial, hasta que vuelve a desacelerarse hasta volverse casi imperceptible.

Imagino que falta poco para que se detenga del todo, así que aprovecho para preguntarle algo que mamá quiere saber: “Hace un tiempo dijiste que querías donar tus órganos, ¿aún quieres hacerlo?

Cuando estoy a punto de contarle lo noble que sería ese gesto de su parte y de qué forma ayudaría a otros pacientes, papá sufre un ataque de tos. A los pocos minutos, cuando se le pasa, prefiero permanecer callado. Es él quien retoma la conversación.

“La verdad es que mis órganos me importan poco. Que hagan con ellos lo que quieran”
“¿Entonces, sí?”, pregunto

Me mira con lástima, como dándome a entender que su respuesta fue lo suficientemente clara y que no debería hacerle desperdiciar tiempo ni energía.

“respira con algo de dificultad y continúa hablando: “Lo que sí me interesa es donar mis libros, mi biblioteca, esa extensión de mi cuerpo que es tan importante como mis órganos. Ayúdame a que lleguen a las manos adecuadas”

Tomo sus manos entre las mías y las apretó fuerte hasta donde me lo permite el catéter por el que le administran quién sabe qué.

Se queda callado, “No te preocupes, me haré cargo de tus libros”, le digo, pero papá no abre los ojos. Ótra vez está inconsciente. 

Su respiración ahora es como un hilo invisible y débil.