Dijo que en ocasiones llegaba muy temprano, subía a la habitación y el día duraba una eternidad, pero que en otros parecía que las horas se compactaban, como si fueran una sola y la tarde llegaba apenas pisaba la habitación de su madre.
No sé qué cara le puse, seguro fue de extrañeza, pues no entendí muy bien a qué quería hacer referencia. “¿Y tu madre cómo está?”, pregunté, aparentando normalidad. Ya está bien, fue solo un susto pasajero, respondió, se quedó callado un instante, suspiró y siguió hablando.
“Yo creo que eso pasa porque son lugares en los que la muerte se pasea a sus anchas”, dijo mientras yo le daba un sorbo a mi cerveza. La muerte debe ser así. ¿no? como una arena movediza que te pone a reflexionar cuando hace acto de presencia. ¿No crees?
Puse la botella en la mesa y mi cerebro estaba en blanco. Luego le volví a dar otro sorbo para ganar tiempo, a ver qué se me ocurría contestarle. Cuando estaba a punto de hacerlo, Sergio volvió a hablar: “pero bueno, lo importante es que mamá está bien”, levantó su botella y la chocó con la mía en el aire. “Más bien cuéntame lo de Catalina”.
Apuré otro sorbo de la cerveza. Tomé aire y comencé a hablar.