Pero volvamos al tema. Siempre me conectaba los miércoles en la mañana a un canal general. Un día vi a un usuario bajo el nombre de Natalia y le envié un mensaje privado.
Comenzamos a charlar y quedamos de vernos el siguiente miércoles. Llegó ese día y ahí estaba ella de nuevo y seguimos hablando-coqueteando de cierta manera el uno con el otro.
De forma tácita decidimos que ese día de la semana sería el de nuestro encuentro virtual, así que no había necesidad de ponernos citas, y cumplíamos con nuestro encuentro rigurosamente. No recuerdo cuánto tiempo duró esa dinámica, pero parece que fue por varios meses. Natalia, si no estoy mal, vivía en México.
Ahora que lo pienso, Natalia podría haber sido Ramiro, un cincuentón gordo que pasaba las mañanas en piyama bebiendo cerveza y tirado en un sofá, mientras se hacía pasar por Natalia, Patricia, Julieta, en fin, el nombre que se le ocurriera ponerse cada vez que entraba a chatear.
“En el chat todos tienen un nombre distinto al suyo y
unos deseos diferentes de los que declararían en su propio nombre”.
— La vida en las ventanas.