lunes, 13 de enero de 2025

Natalia

Alguna vez, parece que fue en otra vida, utilicé Latinchat, una página web que salió a finales de los años 90. Me cautivaba la posibilidad de hablar con personas en otros rincones del planeta y, no puedo negarlo, hacerlo desde el anonimato. Este, considero, es uno de los espejismos que ofrece internet: Permitir Aparentar que eres alguien más; crear un personaje que no cuenta con esos rasgos propios que tanto detestas.

Pero volvamos al tema. Siempre me conectaba los miércoles en la mañana a un canal general. Un día vi a un usuario bajo el nombre de Natalia y le envié un mensaje privado.

Comenzamos a charlar y quedamos de vernos el siguiente miércoles. Llegó ese día y ahí estaba ella de nuevo y seguimos hablando-coqueteando de cierta manera el uno con el otro.

De forma tácita decidimos que ese día de la semana sería el de nuestro encuentro virtual, así que no había necesidad de ponernos citas, y cumplíamos con nuestro encuentro rigurosamente. No recuerdo cuánto tiempo duró esa dinámica, pero parece que fue por varios meses. Natalia, si no estoy mal, vivía en México.

Ahora que lo pienso, Natalia podría haber sido Ramiro, un cincuentón gordo que pasaba las mañanas en piyama bebiendo cerveza y tirado en un sofá, mientras se hacía pasar por Natalia, Patricia, Julieta, en fin, el nombre que se le ocurriera ponerse cada vez que entraba a chatear.

“En el chat todos tienen un nombre distinto al suyo y
unos deseos diferentes de los que declararían en su propio nombre”.
— La vida en las ventanas.