martes, 22 de abril de 2025

Antojo de tinto

Son las 8:38 de la noche y tengo muchas ganas de tomarme un tinto. No lo hice en la tarde, así que son ganas acumuladas que, pienso, son más tenaces.

Sé que no debería hacerlo. Sé que debería seguir ese consejo de no tomar tinto después de las seis de la tarde si quiero dormir bien, pero las ganas que cargo vencen todo mi poder de voluntad y me preparo una taza grande sin remordimiento alguno.

Conozco personas que toman más de cuatro tazas al día. Yo por lo general tomo dos y máximo tres.

Me gusta mucho esa sensación de urgencia, esas ganas desmedidas de saborear su sabor amargo y amaderado y aspirar el vaho que desprende, como pensando que es un elixir que me va a dar algún tipo de conocimiento arcano.

Sea como sea, acompaño el tinto con una porción de torta de zanahoria que me regaló E. También me regaló una arepa, pero pienso comerla mañana al desayuno con un café con leche.

No es que tome tinto tan tarde con frecuencia, pero a veces me dan esos antojos contra los que no puedo hacer nada. Antojos de tinto puro sin chorrito de leche o crema para suavizarlo; esa forma que muchos puristas afirman que es la única correcta de tomarlo.

Hoy me supo a gloria, pero me pasó lo de siempre. Me comí toda la porción de torta en un par de bocados y todavía tenía medio pocillo de tinto. Me lo habría podido terminar de tomar así no más, de a sorbos seguidos antes de que se enfriara, pero me autoengañé y decidí que debía acompañar el resto de la bebida con algo dulce: unas galletas Wafer de chocolate.

Puede que me desvele un poco, pero sé que habrá valido la pena. Es difícil precisar cuándo será la última vez que podremos disfrutar una taza de tinto en la vida.