Son las diez de la noche y decido ver un capítulo de la segunda temporada de The last of us. Resulta aburrido porque es uno donde narran el pasado, como si lo guionistas hubieran tenido la siguiente conversación:
“No sé cómo continuar la historia”, dice uno de ellos, a lo que otro le contesta: “Fácil hermano, nárrese un flashback y al final mira cómo integrarlo con sucesos del presente y sale pa pintura.”
El capítulo acaba pasadas las once y, sin rastros de sueño, decido que es hora de irme a dormir o, por lo menos, meterme dentro de las cobijas a ver si el sueño me pilla desprevenido.
Ya en la cama busco un podcast y me encuentro con uno de Millás. Boto almohadas al piso hasta quedarme con una, Apago la lámpara y le doy play. El escritor comienza a hablar con el periodista que lo acompaña y caigo en cuenta de que es un episodio que ya había escuchado, pero igual lo dejo. El sueño, parece, comienza a hacer acto de presencia. Imagino que caigo en él al poco rato. El celular queda sonando.
En la madrugada estoy en Madrid. No sé qué hago allá, pero soy consciente de que es una ilusión. Quién está allí es mi yo del sueño, no el real. Es extraño, porque todo se siente muy vívido.
Sea como sea, estoy en un salón con varias sillas acomodadas de forma aleatoria, como si alguien las hubiera espolvoreado sobre el lugar. Alguien da una charla. Esa persona es el escritor español. No recuerdo sobre qué habla ni ninguna de las respuestas que da a lo que le preguntan.
Al final del evento Millás camina hacia la salida y le corto el paso para darle la mano.
“Ese imbécil va a escribir una novela. Tremenda novela”, le digo, pero es mentira, porque sí me gusto, pero no es nada del otro mundo.
Me mira y su gesto es neutro, no expresa ninguna emoción. Nuestro diálogo está herido de muerte y para revivirlo solo se me ocurre preguntar:
“¿Nos podemos tomar una foto?”
Millás accede a mi petición, pero cuando saco el celular noto que está incómodo. Le digo que no es necesario que lo haga. Me mira de nuevo y con un gesto casi imperceptible, me da a entender que sí, que no quiere fotos sino solo largarse del lugar.
“Tremendo gilipollas”, parece que piensa.