Sábado.
Camino con mi hermana por un centro comercial. Cuando vamos a pasar de largo una librería, me pregunta: “¿No quieres ver libros?”
Le menciono que hace poco me compré dos digitales, pero al final cedo a su oferta-pregunta y respondo: “Bueno, está bien”.
Ya en la librería, comienzo a hojear los estantes de forma desinteresada, como dándole a entender a los libros que, por más que vea alguno que me llame la atención, no voy a llevar ninguno.
Gravito hacia uno que se llama A ratos perdidos 5 y 6. Cuando lo abro para leer las primeras páginas, me doy cuenta de que es un diario, uno de mis géneros, si se le puede llamar así, favoritos. Su autor es Rafael Chirbes.
Leo la primera entrada de un ocho de enero. Chirbes habla sobre la lectura de una novela. Hasta ahí, nada raro, una entrada de diario como cualquier otra. Pero luego me encuentro con esta frase:
"Llevo despierto desde las seis de la mañana, leyéndome esta novela insalvable, que destapa mis limitaciones como escritor. Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no tener nada en la cabeza que me tortura."
¿Cómo no identificarse con esa frase? Chirbes describe ese estado de no escritura que tantas veces me atormenta. Luego se pregunta:
"¿Cómo puede uno querer ser escritor si no tiene nada que decir?"
Más adelante, dice que detecta precisión en el lenguaje en lo que acaba de leer, algo que siente que él no tiene. Concluye que leer a ese autor es como un detector que saca a la luz sus carencias.
Nunca había oído hablar de Chirbes. Visitar librerías deja la sensación de que uno es un ignorante que no ha leído nada. Al llegar a casa, me entero de que fue un escritor y crítico literario español.