viernes, 10 de mayo de 2024

La Sra. Cecilita

Quizá la Sra Cecilita, mi madre, es la culpable de mi afición a la lectura. Cuando era pequeño ella me regaló un libro de cuentos de los hermanos Grimm. Era de tapa dura y en la portada traía una ilustración de Hansel y Gretel.

Fue mi primer libro de solo letras. Antes de ese libro me la pasaba leyendo una colección titulada Cosas y casos: de los animales prehistóricos, de tu cuerpo, de nuestro planeta, de los animales. Podía pasar horas mirando ese grupo de libros que traían ilustraciones divertidísimas acompañadas por un breve texto.

El libro de cuentos de los hermanos Grimm no lo leí de principio a fin, sino que fue una lectura desordenada. Tal vez nunca llegué a leer un cuento en su totalidad. A veces, cuando mi madre estaba en la cocina preparando algo de comer, yo llegaba con el libro y le pedía que dijera un número al azar. Luego de que me lo decía yo buscaba la página con ese número y comenzaba a leer sin importarme si caía en la mitad de un cuento. Si me daba cuenta de que no me estaba poniendo atención, le reclamaba y le pedía que me contara sobre sobre lo que le había leído.

Mi madre fue esencial en mis inclinaciones  artísticas. Otras veces llegaba con una hoja en blanco y un lápiz, y le preguntaba : ¿Qué dibujo? y ella me decía lo primero que se le ocurría: a mí, esas naranjas, la nevera, en fin, lo que fuera. Yo nunca cuestionaba su elección y me ponía a dibujar de inmediato.

Gracias por todo Sra. Cecilita.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Amanda

¿Cuál Amanda? Amanda Sánchez. Está claro que es una total desconocida, pero si hablamos de ella es porque también se encuentra en el mismo café que Sergio Ramírez. El sigue ahí inmerso en su membrana de lectura y Amanda lo estudia cuidadosamente. Siente algo de envidia de verlo tan abstraído en su lectura, que le gustaría ir a decirle que si por favor puede leer en voz alta para ambos.

Amanda descarta esa idea rápido porque cree que una forma sana de ir por la vida es no alterar los acontecimientos para evitar sorpresas. Además, no tiene idea de quién es Sergio. ¿Qué tal que sea un loco, violador de mujeres?, se pregunta. La verdad nosotros también desconocemos quién es Sergio. A primera vista parece un tipo normal que disfruta de la lectura de un libro, pero si hay parejas de esposos que nunca llegan a conocerse el uno al otro en toda una vida juntos, ¿qué vamos a saber de un tipo cualquiera que lee en un café?.

Amanda lo mira con intensidad y espera que él se de cuenta de eso, pero ya sabemos que la membrana que protege a Sergio evita esa sensación de ser observado, así que ella pierde su tiempo.

Amanda le da otro sorbo a su café oscuro, digo otro porque antes de empezar a hablar sobre ella ya le había dado uno, ¿qué cómo lo sé? Gracias por la pregunta. Soy ese narrador que lo sabe todo, incluso los pensamientos de las personas. Por un par de segundos Amanda toma la decisión de ir a su mesa a saludarlo, pero cae en cuenta de que ir hablando con extraños en una ciudad tan peligrosa como Bogotá es una estupidez, así que abandona la idea. Para distraer la cabeza se pone a contar las luces del techo de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha. Son 10 y se tranquiliza cuando obtiene el mismo resultado en ambos conteos.

martes, 7 de mayo de 2024

Ramírez y su membrana de lectura

Lunes, 8:30 de la mañana.

Ahí está Sergio Ramírez, sentado en la terraza de un café con un libro en sus manos, mientras permanece ajeno a todo lo que lo rodea. A Ramírez le gusta pensar que apenas sus ojos comienzan a recorrer las letras de izquierda a derecha, una membrana transparente lo cubre y protege de los ruidos del mundo exterior.

Un hombre de saco y corbata que va tarde para el trabajo mira a Ramírez con envidia, pero él, claro está, no repara en el oficinista porque la burbuja le evita sentirse observado. El hombre que no ha dejado de mirarlo tropieza con un desnivel del andén y trastabilla para no caer en el piso. Cuando por fin está a salvo se acomoda la chaqueta, se alisa la camisa y murmura algo, seguro un insulto dirigido hacia Ramírez, pero no alcanza a hacer mella alguna en su estado lector.

Esa membrana de la que hablamos es semi hermética, ya que Ramirez puede sacar sus brazos fuera de ella. ¿Para qué va a querer hacer eso? Es un movimiento que repite cada cierto intervalo de tiempo y lo ejecuta para buscar la oreja de la taza de café, levantarla y llevarla hacia su boca, sin quitar su mirada de la página que lee. Cualquiera diría que es un movimiento fácil de realizar, pero no se imaginan cuantas veces lo ha tenido que practicar para ejecutarlo casi de forma inconsciente. Ramírez sabe a qué distancia precisa debe acomodar la silla de la mesa, para que sus movimientos no fallen y termine por regar el café.  Esa tarea adquiere un nivel de dificultad adicional cuando pide algo de comer para acompañar la bebida caliente.

Ahí está Ramírez. no le está haciendo mal a nadie solo lee protegido por una membrana invisible.

lunes, 6 de mayo de 2024

14

15 con esta. ¿Qué? 15 ventanas de navegador abiertas al mismo tiempo. Como siempre uno tratando de abarcar más de lo que puede: 15 ventanas abiertas y solo puedo ver una en un instante determinado, mil canciones metidas dentro de un Ipod para solo escuchar una, más de 5 servicios de streaming configurados en el televisor para solo ver una película, documental o el capítulo de una serie. “No joda, así somos” es la excusa fácil, pero ¿así somos?

La pestaña del email me indica que tengo 573 emails sin abrir. Los revisará su madre. La del servidor de email marketing deja ver que la última campaña que envié tuvo una tasa de apertura de 30.23%. Dicen, esos que saben, que ese sería un buen indicador si mi lista de correo fuera de miles de personas pero como no lo es,¿entonces es malo? No lo sé. Solo sé que se trata de enviar correos e impactar la mayor cantidad de veces posible con un mensaje. Hay poder en la repetición. Otra ventana es un formulario de Google rn ingl´rd, (en inglés, es que metí mal los dedos) porque acabo de redactar un email que tiene que ver con él, y duré un buen tiempo corrigiendo las preposiciones. Al final me aburrí de editarlo y le di send; de malas si no les gusta mi broken english, y así una pestaña detrás de otra que fui apilando a lo largo del día.

Una no tenía nada, es decir, solo aparecía el buscador de Google, pero no alcancé a escribir nada en la barra de búsqueda. Quién sabe qué fue esa búsqueda no búsqueda o búsqueda perdida. De pronto era una idea que iba a solucionar todos mis problemas, pero por ponerme a revisar el mail o quién sabe qué estúpida red social, la deje a un lado y fue a parar a los abismos de mi cerebro, y allí se ahogará con todas mis fobias, filias y manías.

Cuando termine de escribir este post voy a cerrar todas las ventanas de un trancazo, una actitud con la que me siento ligeramente poderoso, pendejadas que uno piensa junto a las filias y esas cosas.

martes, 30 de abril de 2024

Café frío. No se me ocurrió otro título

Otra vez lo mismo. Es tarde y heme aquí intentando escribir algo. En la mañana, fuera de Bogotá, me senté en mi escritorio con la taza de café del desayuno a la mitad. Aún estaba caliente, pero me distraje con cualquier pendejada y cuando le di un sorbo la bebida ya se había enfriado.

En ese momento pensé en escribir algo sobre eso. Pensaba decir que la vida es muy corta para dejar enfriar el café y que deberíamos preocuparnos por tomarlo bien caliente, pues uno nunca sabe si es la última vez que le va a dar un sorbo a esa bebida.

La verdad es que uno no sabe nada, y la mayoría de veces se anda a tientas, a tumbos, a trompicones (que buena palabra esa) a pura prueba y error, a ver si en medio del caos tan berraco que es la vida, resulta alguno de los planes que trazamos.

Ya no sé que más escribir pero llevo míseras 165 palabras. Una vez escribí el guión de un video para una empresa y tenía que ser menor de 200 palabras. En esa ocasión, al contrario, sufrí mucho editando ese texto, que parecía desbordarse de mis manos.

Pero bueno, que me distraigo,mejor sigamos hablando del café. Hay que tomarlo caliente y a la hora que sea. A mí esa bebida no me quita el sueño. El otro día me entró un antojo como de mujer embarazada, imagino que así son, y a las 11 de la noche sentí un deseo irrefrenable de tomarme una taza bien oscura. Hacer eso de pronto es un atentado contra los ciclos circadianos. No lo sé. De pronto tengo acumulada cafeína en alguna parte de mi cuerpo, y por eso hay noches que doy vueltas y vueltas y no logro dormirme, pero esa vez, la del tinto a las 11 de la noche, dormí sin ningún problema.

Ya llevo más de 300 palabras, que no vienen a ser mucho, pero cumplen con mi cuota mínima. Mejor me voy a dormir, porque soy tan inteligente que programé, desde hace meses, una reunión de trabajo para mañana.

El café caliente, siempre caliente.

lunes, 29 de abril de 2024

De autoficción, selfies y otros temas

Llevo días sin escribir acá. Podría decir que mi ausencia se debe a una mezcla de situaciones, además de un viaje de último minuto, pero la verdad es que todo se resume en pura y física pereza. Algunos días he intentado escribir hacia el final de la tarde, pero en esos momentos estoy cansado y apenas me siento en el escritorio no se me ocurre nada.

De pronto es porque quiero hablar de cosas que me han pasado, y tal vez no me ha pasado mucho, o de pronto es porque acudo mucho a ese género llamado autoficción, pues casi siempre narro eventos propios, al tiempo que les incluyo cosas ficticias.

Sea como sea, un amigo me cuenta que el escritor argentino Hernán Díaz, dice que actualmente existe una decadente moda de autoficción confesional, que viene a ser “una gran inflación del yo”. Díaz sentencia su postura diciendo que muchos textos se han transformado en una especie de selfie narrativo.

Cuando me contó eso, pensé en la frase que leí de una crónica de Leila Guerriero: La primera persona es una traición, porque termina siendo más importante el escritor que lo escrito.

Salman Rushdie cuenta que cuando escribió su memoir Joseph Anton, se narró en tercera persona, porque no le gusto cuando comenzó a hacerlo en la primera. En ese momento, escribir en esa voz le pareció un ejercicio narciso. Rushdie concluye que a pesar de ser él, no dejaba de existir cierta distancia con Joseph Anton.

Pero vuelvo y repito. Me da igual cómo sean mis textos, es decir, si son buenos o no. Solo espero volver a retomar el ritmo y escribir sobre el tema que sea.

miércoles, 17 de abril de 2024

Doing is the game

Hoy me acordé de una frase que escuché en una charla de Creative Mornings: Ideas are nothing, doing is everything.

Tiempo después leí Zen in the art of writing de Ray Bradbury, y parece que el escritor pensaba lo mismo. Bradbury cuenta lo siguiente :“Hacer es ser. Haber hecho no es suficiente; llenarse de hacer, ese es el juego."

El escritor cuenta que todos somos como tazas que constantemente se van llenando de forma calmada, y que el truco –de la vida, supongo–, consiste en saber en qué momento hay que inclinarse para que se derrame lo bueno que hemos almacenado.

Inclinarse o hacer, para desparramar todo lo que hemos acumulado debe ser una buena táctica para afrontar la vida, ¿acaso no?

Dice que siempre le recalcó a sus amigos que existen dos artes: el primero es realizar algo, y el segundo consiste en aprender a moldear lo que se hizo para no matarlo o lastimarlo de alguna manera.

Seguro por eso el escritor afirma que permanecía ebrio de escritura para que la realidad no lo pudiera destruir.

Ese, cuenta, fue el estilo de vida que siempre llevó: “Ebrio, y manejando una bicicleta, es decir, Ebrio de vida, sin saber a dónde dirigirse después, en un viaje mitad de terror y  mitad de entusiasmo.

Entonces ya saben. El truco está en hacer, hacer y hacer, sin importar cuál sea el producto final, mientras no lo aniquilemos de alguna manera, al momento de moldearlo.