Algo me despierta. Todavía es de noche o de madrugada, no lo sé. Acabo de irrumpir en la vigilia desorientado como casi siempre me suele ocurrir. Me quedo quieto y cierro los ojos a ver si me duermo de inmediato. No pasa nada.
¿Qué horas serán?, me pregunto y todavía no me decido si mirar la hora en el celular o no. Alguna vez leí que eso es malo, que lo mejor cuando uno se despierta de repente, es intentar dormirse de nuevo. Como ya le hice caso a esa consigna y no surtió efecto, agarro el celular, le espicho un botón y la luz de la pantalla me encandila los ojos. Es la 1:30 a.m, ¿Pero qué carajos? Caí rendido en la cama a eso de las 10:30, confiado de que iba a seguir derecho, pero no. Muy pocas veces la vida y sus cosas tienen el desenlace que uno espera.
¿Qué me despertó? Comienzo a examinar despacio las partes de mi cuerpo, como cuando a uno lo dirigen en las meditaciones guiadas y le dicen que se enfoque en los dedos, luego en los pies, las rodillas, y así hasta repasar y ser consciente de todas las zonas del cuerpo. Hago esto para ver si me duele algo, ¿Qué tal que uno se esté muriendo y no haga nada por intentar dormirse de nuevo? No detectó nada extraño. Al parecer todos mis órganos, músculos, etc. funcionan bien. Decido que lo que me despertó fue el calor y saco una pierna por un costado de la cama. Al poco tiempo siento mucho frío y la vuelvo a meter debajo de las cobijas.
Afuera, en la calle, un carro pasa con música a todo volumen. Tiempo después un hombre grita algo y ríe fuerte. Siempre que escucho voces en la calle en la madrugada, me imagino que son locos que no tienen idea en donde están parados, personas disociadas de la realidad. Me pregunto si el hombre que grita no tiene frío. Mi cama hierve, pero afuera, imagino, hace un frío de los cojones. Doy vuelta para un lado, para el otro, pero el sueño no llega. No sé si pasé la noche en blanco, pero de un momento a otro suena la alarma del celular.