Leo en un café. Ahí estoy, metiendo mi nariz en el día a día de los personajes de la novela, cuando un hombre saluda a otro que está sentado en la mesa que está a mi derecha. “ ¿Qué mas Pipe?, ¿qué cuenta?.”
El recién llegado luce una barba de varios días, lleva el pelo revuelto, un morral al hombro y tiene las manos en los bolsillos. Sus hombros apuntan al cielo como si sintiera mucho frío.
Pipe, es como su opuesto y está afeitado a ras, lleva traje y corbata y el pelo muy corto, casi rapado. “ ¿Bien o no?, marica”, contesta.
“Todo bien ¿Cómo va el trabajo?”, pregunta el de la barba poblada.
“Bien, ahí vamos. A veces con ganas de mandar todo a la mierda, pero me las aguanto”, “¿Y su emprendimiento cómo va?”
“Pues ahí voy, buscando inversores”.
“Pero bueno, por lo menos no tiene que estar metido en una oficina todo el día”
“No crea, a veces también me dan ganas de mandar todo a la mierda.
Yo finjo que leo, pero pongo atención a la conversación porque el par de amigos habla muy fuerte.
El ejecutivo lo invita a sentarse, pero su amigo le dice que tiene que hacer una vuelta de banco. Pipe se pone de pie y le da un abrazo, fraternal, como si supiera que es la última vez que lo va a ver en la vida.
Antes de seguir leyendo, me pregunto cuál de los dos tomó el camino laboral correcto. Imagino que ninguno, o mejor dicho los dos, porque cada elección, como todas las que se toman, tendrá sus riesgos y sus respectivas dosis de felicidad y tristeza, pero antes de ponerme a filosofar, decido seguir leyendo y me propongo no distraerme con las conversaciones a mi alrededor.