martes, 11 de marzo de 2025

Un puñado de minutos

Un puñado de minutos. Ese es el tiempo que tengo para escribir esta entrada. 32 minutos para ser exactos, antes de que lleguen por mí. Seguro son menos, porque debo alistar la maleta. Se me ocurre que por la restricción de tiempo, a este tipo de escritura se le puede llamar: contra las cuerdas. Cada segundo que dejo de teclear para pensar qué voy a escribir es valiosísimo, por eso escribo lo primero que se me venga a la cabeza.

Nada.

A veces no  aparece nada en la cabeza. Es un territorio desértico. Pienso que el sonido del motor de un bus que acaba de pasar debería disparar mi escritura, ¿acaso no estoy vivo como para empaparme de lo que ocurre a mi alrededor?

El bus se aleja y sigo sin saber qué escribir. Sigo sin saber qué contar sobre esa señora que va sentada en la primera fila, con una bolsa apretada en su pecho y que llora en silencio. Ver a alguien llorar en el transporte público es muy triste. Si yo fuera en ese bus le preguntaría a la mujer si se encuentra bien, aunque es una pregunta un tanto imbécil porque el hecho de que llore demuestra que no lo está y son muy pocas las veces que se llora de alegría.

Pero el bus ya se fue y, peor aún, no voy en él. Lo que me hace pensar en el dicho: “lo dejó el bus”. Diego, un amigo que detesta esa frase, un día me contó: Juanma, una vez alguien me dijo que me había dejado el bus. Hizo una pausa y volteé a mirarlo para ver por qué no seguía hablando. Se había quedado pensando en algo. Luego siguió hablando con una sonrisa en su cara: Lo que esa persona no sabe es que yo soy el bus, y soltó una carcajada.

De pronto es mejor pensar eso, que uno va a tarde a ningún lado sino que uno es su propio bus.

Me quedan cinco minutos para alistar la maleta.