Hace más o menos un mes, Víctor Ramírez dejó la capital para instalarse en Montequieto, un pueblo que queda a las afueras de la ciudad. No quería hacerlo, pero a su esposa le ofrecieron un trabajo como gestora cultural de ese lugar, y si quería tomarlo debía irse a vivir allí.
Al principio, el nombre del lugar le causaba aprehensión. Creía que iba a llegar a un sitio en donde no iba a ocurrir nada, y sabe que necesita de la vida —entendiendo por esta que pasen cosas— para poder escribir.
También tenía miedo de sufrir esa condición que los antiguos romanos llamaban horror loci, que escuetamente se puede traducir como “asco por el lugar”, y que hacía referencia a las personas que dejaban la ciudad, aburridos de esta, para viajar al campo, y que, una vez allá, volvían a aburrirse, regresaban a la ciudad y quedaban atrapados en ese bucle incesante.
Sea como sea, Montequieto no resultó ser ese lugar tan pasivo que Víctor creía, aunque hay días, como hoy, en los que siente que no ocurre mucho.
Como sentía que no pasaba nada y su esposa regresaba hasta el final de la tarde, decidió meter un libro en su mochila y salió de su casa rumbo a la plaza principal. Allí se sentó en una de las sillas y se puso a leer.
Aunque había mucho ruido a su alrededor, se metió fácil en la lectura. Ahí estaba, pasando las hojas tranquilo, hasta que una anciana de baja estatura pasó cerca de él. Víctor no habría notado su presencia de no ser porque la mujer arrastraba los pies al caminar.
Cuando subió la mirada, se quedó mirándola fijamente. No debía medir más de metro y medio, y su pelo era blanco en su totalidad. Llevaba una chaqueta vinotinto y un pantalón fucsia que, creyó, no combinaban para nada.
La mujer se dio cuenta de que Víctor la estudiaba, movió la cabeza y le dijo: “Buenas tardes”, pero Víctor sintió que ese saludo llevaba un aire desafiante, como queriendo decir: ¿Qué me mira?
Víctor le devolvió el saludo y bajó de nuevo la mirada hacia el libro. No la levantó hasta que el sonido de las chanclas de la anciana se escuchaba a lo lejos.
Espera que la mujer no le haya echado una maldición.