Veo dos cosas que me hacen pensar que el mundo es un lugar extraño.
La primera son los coches para perros. Camino por un centro comercial y veo a más de dos personas empujándolos. Eso me parece extraño, no menos que las personas que llevan a sus perros a centros comerciales.
Igual no quiero entrar a debatir con ellas. Por mí, pueden tirarse en paracaídas con sus perritos si así lo desean. Ojalá no se les escapen de las manos durante la caída libre.
La segunda es una tienda de ropa que, claro, por sí sola es de lo más normal. Lo extraño es lo que sucede dentro de ella.
Un grupo de personas con vestimenta deportiva se mueve al son de una melodía que solo escuchan ellos. Todos llevan puestos audífonos de orejeras y una mujer, que está enfrente del grupo, con un micrófono en la mano, les da indicaciones. Me gustaría saber qué les dice. Imagino que dirá cosas del estilo: tenemos que estar en el presente.
Sea como sea, ellos, bailarines mudos llamémoslos, son tan libres de hacer lo que les dé la gana como el dueño del perro paracaidista.
Es difícil precisar qué es más extraño: si el grupo de esa fiesta silenciosa que menea las caderas al son de una melodía, en apariencia, invisible, o las personas que se paran a mirarlas y cuchichean entre ellas.
Imagino que cada quien es libre de hacer lo que le dé la gana mientras no moleste a las demás personas. Cada quién decide, en silencio, su caída libre.