1.
Lo dices mentalmente, en voz alta o a manera de susurro. Antes de ir por el siguiente número, haces una pausa y dejas que el momento te habite por completo. De pronto cuentas para calmarte.
Por alguna razón, olvidas el número que le sigue al que acabas de pronunciar. Te angustias un poco, ¿cómo voy a olvidar los números?, pero casi al instante recuerdas la figura curvada del que sigue:
2.
Ahora estás en ese número, podría parecer que lo habitas, pero no te preocupas por estar en el momento presente, ni cuentas para respirar y exhalar profundamente. Solo cuentas. Fue algo que aprendiste cuando eras un niño, cuando la vida era solo juego y eras un sabio a la hora de escapar de la tristeza. Sigues.
3.
Sigues inmerso en la experiencia de contar, y bloqueas todo tipo de distracción o ruido. Sin quererlo te conviertes, por un breve instante, en un maestro zen. Ya no escuchas los carros de la calle, los pitos de los conductores llenos de rabia, nada. Solo aparecen los números, uno detrás de otro, en tu cabeza y luego los vas soltando por la boca.
4.
Llegas a ese número que marca el puesto que no recibe ningún tipo de premiación en una competencia. Piensas en eso, en que no está mal no ocupar los primeros puestos, que el 4 es tan número como los que vienen antes de él.
5.
Llegas al cinco rápido y te das cuenta que contar en medio de su simpleza te regula. Lo sigues haciendo aunque no tengas claro para qué. Sabes que no toda ación debe tener un fin específico.