miércoles, 15 de mayo de 2024

0,0139 días

Tengo una reunión dentro de 0.0139 días, es decir, 20 minutos, y es el tiempo que tengo para escribir algo, lo que sea, esto. Podría hacerlo después, a eso de las 6 o 6:30, pero seguro a esa hora me va a dar pereza pereza y por eso lo hago ahora.

El otro día alguien preguntaba en una red social: ¿para quién escribes? Las opciones de respuesta eran: Tú mismo, otras personas o depende. Yo seleccioné depende, pero en este preciso instante creo que uno casi siempre escribe para uno mismo. Se escribe para salvarse y no perder la cordura.

Virginia Woolf dice lo siguiente en sus diarios: “Pero lo que es más importante es mi creencia de que el hábito de escribir así sólo para mis propios ojos es una buena práctica. Afloja los ligamentos.” imagino que ella lo hacía a mano, y que, más allá de lo alegórico, de esa manera se aflojan más los ligamentos que aporreando las teclas, en fin.

Pero no era eso de lo que quería hablar, sino sobre las restricciones de tiempo al momento de escribir. Una vez M, una amiga, tenía que presentar una historia y solo contaba con 4 horas de un domingo en la tarde. Entonces configuró ese tiempo en el temporizador de su celular y arrancó a escribir sin tener idea sobre qué iba a hacerlo.

La historia tenía es título: 4 horas. Si mi memoria no me falla, trataba sobre un hombre que  al que solo le quedaban 4 horas de vida y  era consciente de eso. El último párrafo de la historia quedó cortado porque no le alcanzó el tiempo para terminar de narrar.

Ahora me quedan 10 minutos, ¿qué pasó con los otros 10? Siento que solo han pasado un par y casi no tengo tiempo para terminar estas palabras, de ahí que el tiempo sea relativo, ¿acaso no? cada quien lo percibe de diferente manera y por eso no transcurre a la misma velocidad para todas las personas.

Ya como para cerrar y como este escrito no tiene mucha forma, me permito mencionar algo que he pensado en estos días: Los adjetivos solo sirven para entorpecer una narración. En segundo lugar están los flashbacks. Yo digo que lo mejor es tiempo presente y pura voz activa. Hablo de esto, porque estoy trabajando un texto con un periodista y se empeña en meterle adjetivos por todo lado, pero bueno. En fin, que solo estaba buscando un pucho de palabras para cumplir con mi cuota diaria.

Ahora solo me quedan 2 minutos. Parece poco tiempo, pero en 120 segundos pueden pasar muchas cosas, se me puede parar el corazón por ejemplo, y quedar a medía frase como el personaje del cuento de M, puedo terminar el café que tengo sobre mi escritorio que ya se enfrió, o si estuviera ansioso podría hacer unos ejercicios de respiración para calmarme.

martes, 14 de mayo de 2024

Diabelli Sonatina en Fa mayor

Cracovia, 1948.

“Es la hora de tu clase Mary Dubanowski”, grita su Babusia.

Tan pronto como escucha la voz de su abuela, su corazón se acelera. Parece que se le va a salir de su pecho. Mary se pone de pie, respira profundo y frota sus manos sudorosas sobre el delantal azul que lleva puesto

Odia su vida, a sus padres por haberla obligado a quedarse donde su abuela durante las vacaciones de verano y sus terroríficas clases de piano. Minutos después ahí está, sentada en frente de un piano Steinway gigante de color negro. La primera vez que lo tocó le dijo a su abuela que sus pequeños dedos no le alcanzaban para tocar algunos acordes, pero ella ignoró su reclamo y le dijo que ese mismo modelo era el que utilizaba Rajmáninov​, el pianista ruso, y que ella le debía seguir el paso a los grandes compositores si algún día quiere triunfar con ese instrumento.

El cuarto tiene un mal olor y Mary intenta contener la respiración. Jura que en algún rincón debe haber un ratón muerto o un pedazo de carne en descomposición. Pequeñas gotas de sudor se acumulan en su frente.

Un hueco en de una cortina roja de terciopelo deja entrar un rayo de sol que cae sobre la silla de su abuela. Mary se tensiona de inmediato, al ver la fusta que ella utiliza para corregir la postura cuando interpreta alguna pieza.

Escucha cómo su Babusia arrastra los pies por el pasillo. Apenas escucha el chirrido de la puerta se echa la bendición, al tiempo que  repasa mentalmente las notas de apertura de su lección: la Diabelli Sonatina en Fa mayor.

viernes, 10 de mayo de 2024

La Sra. Cecilita

Quizá la Sra Cecilita, mi madre, es la culpable de mi afición a la lectura. Cuando era pequeño ella me regaló un libro de cuentos de los hermanos Grimm. Era de tapa dura y en la portada traía una ilustración de Hansel y Gretel.

Fue mi primer libro de solo letras. Antes de ese libro me la pasaba leyendo una colección titulada Cosas y casos: de los animales prehistóricos, de tu cuerpo, de nuestro planeta, de los animales. Podía pasar horas mirando ese grupo de libros que traían ilustraciones divertidísimas acompañadas por un breve texto.

El libro de cuentos de los hermanos Grimm no lo leí de principio a fin, sino que fue una lectura desordenada. Tal vez nunca llegué a leer un cuento en su totalidad. A veces, cuando mi madre estaba en la cocina preparando algo de comer, yo llegaba con el libro y le pedía que dijera un número al azar. Luego de que me lo decía yo buscaba la página con ese número y comenzaba a leer sin importarme si caía en la mitad de un cuento. Si me daba cuenta de que no me estaba poniendo atención, le reclamaba y le pedía que me contara sobre sobre lo que le había leído.

Mi madre fue esencial en mis inclinaciones  artísticas. Otras veces llegaba con una hoja en blanco y un lápiz, y le preguntaba : ¿Qué dibujo? y ella me decía lo primero que se le ocurría: a mí, esas naranjas, la nevera, en fin, lo que fuera. Yo nunca cuestionaba su elección y me ponía a dibujar de inmediato.

Gracias por todo Sra. Cecilita.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Amanda

¿Cuál Amanda? Amanda Sánchez. Está claro que es una total desconocida, pero si hablamos de ella es porque también se encuentra en el mismo café que Sergio Ramírez. El sigue ahí inmerso en su membrana de lectura y Amanda lo estudia cuidadosamente. Siente algo de envidia de verlo tan abstraído en su lectura, que le gustaría ir a decirle que si por favor puede leer en voz alta para ambos.

Amanda descarta esa idea rápido porque cree que una forma sana de ir por la vida es no alterar los acontecimientos para evitar sorpresas. Además, no tiene idea de quién es Sergio. ¿Qué tal que sea un loco, violador de mujeres?, se pregunta. La verdad nosotros también desconocemos quién es Sergio. A primera vista parece un tipo normal que disfruta de la lectura de un libro, pero si hay parejas de esposos que nunca llegan a conocerse el uno al otro en toda una vida juntos, ¿qué vamos a saber de un tipo cualquiera que lee en un café?.

Amanda lo mira con intensidad y espera que él se de cuenta de eso, pero ya sabemos que la membrana que protege a Sergio evita esa sensación de ser observado, así que ella pierde su tiempo.

Amanda le da otro sorbo a su café oscuro, digo otro porque antes de empezar a hablar sobre ella ya le había dado uno, ¿qué cómo lo sé? Gracias por la pregunta. Soy ese narrador que lo sabe todo, incluso los pensamientos de las personas. Por un par de segundos Amanda toma la decisión de ir a su mesa a saludarlo, pero cae en cuenta de que ir hablando con extraños en una ciudad tan peligrosa como Bogotá es una estupidez, así que abandona la idea. Para distraer la cabeza se pone a contar las luces del techo de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha. Son 10 y se tranquiliza cuando obtiene el mismo resultado en ambos conteos.

martes, 7 de mayo de 2024

Ramírez y su membrana de lectura

Lunes, 8:30 de la mañana.

Ahí está Sergio Ramírez, sentado en la terraza de un café con un libro en sus manos, mientras permanece ajeno a todo lo que lo rodea. A Ramírez le gusta pensar que apenas sus ojos comienzan a recorrer las letras de izquierda a derecha, una membrana transparente lo cubre y protege de los ruidos del mundo exterior.

Un hombre de saco y corbata que va tarde para el trabajo mira a Ramírez con envidia, pero él, claro está, no repara en el oficinista porque la burbuja le evita sentirse observado. El hombre que no ha dejado de mirarlo tropieza con un desnivel del andén y trastabilla para no caer en el piso. Cuando por fin está a salvo se acomoda la chaqueta, se alisa la camisa y murmura algo, seguro un insulto dirigido hacia Ramírez, pero no alcanza a hacer mella alguna en su estado lector.

Esa membrana de la que hablamos es semi hermética, ya que Ramirez puede sacar sus brazos fuera de ella. ¿Para qué va a querer hacer eso? Es un movimiento que repite cada cierto intervalo de tiempo y lo ejecuta para buscar la oreja de la taza de café, levantarla y llevarla hacia su boca, sin quitar su mirada de la página que lee. Cualquiera diría que es un movimiento fácil de realizar, pero no se imaginan cuantas veces lo ha tenido que practicar para ejecutarlo casi de forma inconsciente. Ramírez sabe a qué distancia precisa debe acomodar la silla de la mesa, para que sus movimientos no fallen y termine por regar el café.  Esa tarea adquiere un nivel de dificultad adicional cuando pide algo de comer para acompañar la bebida caliente.

Ahí está Ramírez. no le está haciendo mal a nadie solo lee protegido por una membrana invisible.

lunes, 6 de mayo de 2024

14

15 con esta. ¿Qué? 15 ventanas de navegador abiertas al mismo tiempo. Como siempre uno tratando de abarcar más de lo que puede: 15 ventanas abiertas y solo puedo ver una en un instante determinado, mil canciones metidas dentro de un Ipod para solo escuchar una, más de 5 servicios de streaming configurados en el televisor para solo ver una película, documental o el capítulo de una serie. “No joda, así somos” es la excusa fácil, pero ¿así somos?

La pestaña del email me indica que tengo 573 emails sin abrir. Los revisará su madre. La del servidor de email marketing deja ver que la última campaña que envié tuvo una tasa de apertura de 30.23%. Dicen, esos que saben, que ese sería un buen indicador si mi lista de correo fuera de miles de personas pero como no lo es,¿entonces es malo? No lo sé. Solo sé que se trata de enviar correos e impactar la mayor cantidad de veces posible con un mensaje. Hay poder en la repetición. Otra ventana es un formulario de Google rn ingl´rd, (en inglés, es que metí mal los dedos) porque acabo de redactar un email que tiene que ver con él, y duré un buen tiempo corrigiendo las preposiciones. Al final me aburrí de editarlo y le di send; de malas si no les gusta mi broken english, y así una pestaña detrás de otra que fui apilando a lo largo del día.

Una no tenía nada, es decir, solo aparecía el buscador de Google, pero no alcancé a escribir nada en la barra de búsqueda. Quién sabe qué fue esa búsqueda no búsqueda o búsqueda perdida. De pronto era una idea que iba a solucionar todos mis problemas, pero por ponerme a revisar el mail o quién sabe qué estúpida red social, la deje a un lado y fue a parar a los abismos de mi cerebro, y allí se ahogará con todas mis fobias, filias y manías.

Cuando termine de escribir este post voy a cerrar todas las ventanas de un trancazo, una actitud con la que me siento ligeramente poderoso, pendejadas que uno piensa junto a las filias y esas cosas.