Por azares de la vida, acaso de qué otra forma podría ser, termino en un café que no conocía.
Adentro, el mostrador expone tortas con cremas de colores rojo, verde y naranja, entre otros.
Todas se ven apetitosas, pero para ir a la fija me decido por una vieja conocida, la de zanahoria, que lleva una cubierta blanca, queso crema al parecer, y la acompaño con un capuchino.
Me siento en una mesa que está contra una pared.
La mayoría de clientes del local están sentados en la terraza, algo que no entiendo porque la tarde ya es casi noche, hace frio y sopla una fuerte brisa, pero ¿quién soy yo para juzgar los gustos meteorológicos de las personas?
Adentro estamos dos mujeres y yo.
A mí derecha, una mesa de por medio se encuentra una de ellas, llamémosla la digital. Está sentada al lado de una ventana que da a la calle. Teclea de forma frenética en un pequeño portátil y sobre la mesa tiene dos celulares, uno de ellos conectado a un cargador; una cartuchera con estampados de flores y una libreta. Sobre la que reposa un esfero. También hay una tasa desocupada. A ratos fija la mirada en un punto cualquiera de la pared de enfrente como buscando una idea, y cuando esta le llega la descarga con furia en el teclado.
“Me puedes traer, en un ratico, una infusión de frutos rojos”, le dice a una de las meseras cuando pasa cerca de su mesa. Imagino que debe ser una cliente frecuente porque la empleada del lugar parece saber a cuantos minutos equivalen ese “ratico” que menciono la mujer.
En un momento se pone de pie para ir al baño y deja todas sus pertenencias en la mesa. Envidio su tranquilidad.
A lo lejos, cerca a la entrada, se encuentra sentada la análoga que, a diferencia de la primera escribe a mano y con parsimonia en una libreta. Estaa cruzada piernas y mueve la que le cuelga de un lado a otro.
La digital sale del baño y minutos después, luego de sentarse, una pareja de viejitos que carga unas bolsas y unas cajas de cartón, le hacen señas desde fuera del local, para que les de algo de comer. La digital se las responde y les indica que entren.
La pareja le hace caso. Apenas ingresan, la aliada de la tecnología le dice a un mesero que por favor les sirva dos aromáticas y dos Croissants.
Los viejitos descargan lo que llevan en sus manos en el piso y antes de tomar asiento, la mujer le ayuda a su pareja a sentarse. El hombre se desploma en la silla cuando ve que es seguro hacerlo. Luego dan media vuelta y le dan las gracias a la mujer digital.
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