viernes, 29 de julio de 2022

Nombres

Una pareja de amantes está en dormida en la cama de un motel. El hombre se despierta y se entra al baño a ducharse, pues ya es sábado y quedó de llevar a su hijo al entrenamiento de fútbol. Parece que la mujer sigue durmiendo. Lo que el hombre no sabe es que está muerta.

Esa es la escena que abre un cuento que estoy escribiendo.

Busco un nombre para ese personaje infiel. Sé que podría ponerle cualquiera: Pedro, Carlos, Mario, Juan, Dario, etc. pero al final me decido por Derek, pues resulta que el señor es gringo, y se apellida O'Moore.

Me pregunto si los nombres tendrán algo que ver con los rasgos de personalidad de cada persona, qué sé yo, si los Camilos, por decir cualquier cosa, tienden a ser mala clase, mientras que las Marías son buenas personas.

Imagino que hay personajes que solo podían tener un único nombre, por ejemplo Urania en la Fiesta del Chivo de Vargas Llosa:

“Su nombre daba la idea un de planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer, espigada y de rasgos finos tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo.”

Siempre recuerdo esa descripción, que me parece tan precisa, tan Urania, en fin. No había forma de que Llosa le hubiera puesto Carolina, Patricia o cualquier otro nombre, tenía que ser Urania sí o sí. Quién sabe de donde lo sacó.

A veces me vuelvo un ocho escogiendo los nombres de mis personajes. el de O'Moore, por ejemplo, lo saqué de un página de que genera nombres aleatorios. Lo más seguro es que lo cambie porque no me convence de a mucho, me suena como a nombre de vaquero, pero ¿qué carajos sé yo de vaqueros?, en fin, el hecho es que no me termina de sonar del todo.

jueves, 28 de julio de 2022

Preguntas en la mañana

Apenas se despierta, Alfonso Buendía siente que no descanso bien. No recuerda que soñó. Sabe que fueron cosas extrañas, con tramas enredadas, escenas fragmentadas y personajes desconocidos. Llega a esa conclusión por la manera en que están revueltas las cobijas de su cama.

Buendía se lleva la mano a los ojos y los frota un poco, con el ánimo de intentar recordar qué fue lo que soñó, pero no logra consolidar ninguna imagen en su cabeza.

Acto seguido toma el celular que reposa en la mesa de noche y comienza a revisar sus redes sociales porque sí, porque en eso se nos va la vida, ¿y qué?

Da con una publicación de Nicolás Domenico, un viejo conocido de la universidad que ni sabe por qué lo tiene agregado como amigo. Entra en un albúm que lleva como título “vacaciones de verano”. Domenico sale con gafas oscuras, gorro y chaqueta de invierno, junto a Carolina Franco, su novia eterna. Al fondo se ven unas montañas coronadas por nieve. La foto dice que están en Montreux. Se les ve felices, enamorados, hinchados de dicha.

Luego de ver las fotos con desgano y dejar el celular, Buendía se pregunta por qué para algunas personas las piezas de la felicidad parecen encajar a la perfección en sus vidas, mientras que para otras todo siempre tiende hacia el caos, como si caminaran al filo del abismo de la desgracia.

Se pregunta si tendrá que ver con las ganas de vivir de cada uno, con la intensidad con la que se desea algo. También piensa que puede ser que la suerte si exista y se reparta de forma arbitraria entre las personas.

La alarma del celular suena y con suerte o no, sabe que debe levantarse para no llegar tarde al trabajo.

miércoles, 27 de julio de 2022

La tentación del fracaso

Hoy, después de mucho tiempo, volví a leer los diarios de Ribeyro.

Me gusta mucho ese género, si es que se le puede llamar de esa forma, pero creo que cuando se lee uno, es bueno combinarlo con otras lecturas y no leerlos de corrido. Además en mi caso, las ganas de consumir una historia siempre están presentes, y las entradas de un diario, por más lírico o bien escrito que esté, son como tiros narrativos  al aire.

Hace poco, como les contaba ayer, también comencé a leer El cuaderno gris, los diarios de Joseph Pla, un escritor Catalán ¿Cómo llegué a ellos?, la culpa la tiene La vida a ratos, el diario novelado de Juan José Millás, en el que menciona tanto los de Ribeyro, como los de Pla.

Pensé en escribir sobre esto hoy, porque en una nota que tomé de La tentación del Fracaso, Ribeyro hablaba sobre la necesidad compulsiva de escribir lo que fuera cada noche.

De cierta manera eso es lo que trato de hacer en Almojábana, despojarme de las ganas de escribir. ¿Qué bien o mal? No lo sé, pero como dice Rosa Montero, la idea es convertir a la escritura en un proceso orgánico más, uno como la sudoración, sobre el que no tenemos control alguno.

Creí que la nota de la que les hablo la había tomado hoy, pero no fue así. Quizá la hice otro día, o simplemente no pertenece a los diarios del escritor peruano y quién sabe donde leí eso. A veces se me cruzan los cables de lo leído.

Pero si recuerdo una de Pla, que, creo, explica muy bien porque me gustan tanto los diarios:

“A mí, personalmente, me entretiene muchísimo leer memorias, reminiscencias, recuerdos, por muy humildes y vulgares que sean”.
–El cuaderno gris.

martes, 26 de julio de 2022

La última porción de torta sobre la faz de la tierra

Cuando salgo del edificio comienza a llover. Le estiro la mano a un taxi, pero no me ve o se hace el loco, me inclino más por la segunda opción, pero bueno como dice la canción de los Rolling Stones “you can’t always get what you want”.

“Mojémonos ¿qué más da?”, pienso, así que me pongo la capucha de mi chaqueta cortavientos y comienzo a caminar, al tiempo que a maldecir el clima. Cruzo la calle y en el separador, que es ancho, la gente frena de un momento a otro. 

“¿Pero qué coños hacen? ¿Por qué no siguen caminando?" 

Intento adelantarlos, solo para darme cuenta de que el grupo de personas se detuvo porque la calle está encharcada y a los conductores parece no importarle mojar a las personas.

Comienza a llover más duro, Maldita sea, doy medía vuelta y vuelvo a cruzar la calle, ya con el firme propósito de escampar en una cafetería.

Adentro el lugar está casi desocupado, de no ser por 3 grupos de personas que ocupan mesas. Hago la fila para pedir algo y alcanzo a ver en el mostrador una porción de torta solitaria. Hay 3 personas delante de mí, que no se le ocurra a ninguna pedir esa torta que tiene mi nombre, pero como todo puede torcerse en un segundo, la señora que está adelante la pide. “You can’t always get what you want”.

¡Maldita sea! Exclamo mentalmente, y pienso que es la última porción de torta sobre la faz de la tierra.

Cuando es mi turno le pregunto a la cajera que si no tienen más porciones y saca una entera de una nevera de la parte posterior, “Si, pero solo queda de naranja, concluye”. Asiento con la cabeza y la pido con un capuchino. Luego me siento a leer una entrada del Cuaderno Gris de Josep Pla.  Cuando deja de llover, salgo a buscar transporte.

lunes, 25 de julio de 2022

Guayabo del alma

Recuerdo que hace mucho tiempo fui con mis hermanas a cine un Domingo. La película que vimos fue El Pianista, ambientada en la segunda guerra mundial. Ya no recuerdo la trama de la historia, pero sí que era triste.

Los tres salimos con la nota baja ese día, y establecimos que para las próximas salidas a cine, de fin de semana,  íbamos a ver películas ligeras, tipo comedias románticas y esas cosas.

Cuando salimos del centro comercial ya eran más de las 6 y media y la tarde se preparaba para convertirse en noche. Entonces llegó ese momento existencial de Domingo en el que, de un momento a otro, y sin ningún motivo aparente, uno se siente triste o como con un vacío por dentro. Si ese estado ha de tener un nombre, no se me ocurre otra manera que llamarlo: "Guayabo del alma".

Quizá tiene que ver con que la mente envía mensajes subconscientes tipo: “Se le acabó el descanso. Me permito recordarle que usted no es millonario y que mañana tiene que volver a la oficina”, pero no creo que solamente tenga que ver con eso. Puede ser que tenga relación con ver la semana como un ciclo y ya, o que desde pequeños venimos con una tristeza programada para la tarde de los domingos cuando el cielo se comienza a oscurecer, qué sé yo.

Esa sensación de guayabo del alma también hace presencia cuando se acaban las vacaciones. Todo parece indicar que tiene una estrecha relación con tener que volver al trabajo, aunque pienso que debe haber algo más de fondo, de genética, de rayes, digamos, ancestrales.

¿Qué se puede hacer? Mirar que rituales aplicar para contrarrestar el guayabo del alma, cuando este intenta apoderarse de nosotros. A mi me funciona ponerme a leer o a escribir, pero cada loco con su tema, ¿acaso no?

viernes, 22 de julio de 2022

Me dejo recomendar

No me gusta recomendar libros, pero si me dejo recomendar libros de personas que sé, les gusta leer igual o más que a mí.

Supone uno que los libreros deberían ser esas personas a las que me refiero, pero siempre me ha ido mal con las recomendaciones de un par de cierta librería que, siento,  miran como por encima del hombro a quienes hojean libros. 

uno de ellos me recomendó On the road de Jac Kerouac que, se supone, es un clásico, pero lo detesté y sufrí mucho por acabarlo, claro está que fue en esa época en la que tenía como regla terminar todo libro que comenzaba.

Meses después otro me recomendó El Señor que amaba a los perros de Leonardo Padura, del que muchas personas hablan maravillas, pero que a mí por una u otra razón no me enganchó. Recuerdo que uno de los motivos fue que me pareció muy extenso y que le sobraban unas 200 páginas, pero ¿quién soy yo para dictaminar eso?, en fin.

Otro que tampocó me enganchó fue HHhH de Laurent Binet, un libro sobre la segunda guerra mundial que habla sobre la operación antropoide en la que unos comandos checoslovacos entrenados en Inglaterra aterrizan en paracaídas en 1941,en la ocupada Checoslovaquia , para asesinar a Reinhard Heydrich, un alto oficial Nazi. Recuerdo muy poco la novela, pero no sé por qué no me gustó en ese momento, si la trama se ve buenísima.

Me imagino que pasa lo de siempre que a veces uno llega a los libros o ellos llegan a uno en un momento inadecuado.

Ahora, por ejemplo, leo novela de Ajedrez de Stefan Zweig, por recomendación de una amiga que lee como si no fuera a haber un mañana, y lo que llevo del libro me ha gustado.





jueves, 21 de julio de 2022

Escribir desde el pasado

Estoy de viaje, pero de pura pisco rigidez y, como ya saben, para que el curso de la vida y el equilibrio del mundo no se despiporre, redacté esto hace unos días.

Por eso digo que escribo desde el pasado, pero es una vil mentira, pues lo escrito, escrito está y lo único que hago en este momento es pegar mis ojos a la pantalla del celular para editar el texto.

Qué incomodo es eso de escribir en el celular, toda mi admiración para Pilar Quintana, que escribió La Perra en un aparato de esos, para poder cuidar a su hijo recién nacido.

Un texto de cierta forma es un hijo, y si digo esto es porque no tengo ni idea como continuar lo que escribí en el párrafo anterior, así que opté por la fórmula barata de la libre asociación de ideas o la escritura automática, aunque es posible que de barata no tenga nada porque puede ser la fuente de ese inconsciente que pretendo encontrar.

Pues sí, un texto es como un hijo hay qu tratarlo bien y cuidarlo al principio, pero después hay que soltarlo dejarlo de arreglar o peluquear y que vea como se las arregla  solito contra el mundo. Algunos hijos, como los clásicos, les va bien y serán casi igual de viejos y consistentes que el viento, pero hay otros que no llegan ni al primer capítulo, incluso ni la primera página o párrafo.

Un minuto de silencio por ellos, Gracias, sigamos.

¿Hacia donde? no lo sé, de hecho creo que nadie lo sabe, pero somos buenos creyendo que tenemos todo bajo control, como el curso de nuestra vida, por ejemplo, pero en el fondo sabemos que "En este mundo se vive y se muere en un segundo", como dice la canción Tu sonrisa de las 1280Almas.

miércoles, 20 de julio de 2022

Realidad Líquida

Cuenta Bradbury en sus ensayos sobre creatividad que la musa no es más que el subconsciente intentando enviar mensajes.

Rosa Montero, Anaïs Nin, Isabel Allende, y Cornac MacCarthy, también están de acuerdo en que esos procesos mentales que no percibimos son los que mandan la parada al momento de escribir. Hay una frase de Montero que aplica perfecto para esto: Las novelas vienen del mismo lugar de donde provienen los sueños.

BradBry dice que cuando comenzaba a asociar ideas o le venían palabras a la mente, o bien cuando creía que el subconsciente le estaba comunicando algo, hacia listas sin importar lo disparatado que pudiera anotar qué sé yo, digamos: vacas fosforescentes.

Tiempo después revisaba esas notas y algunas le servían para crear sus relatos, como una que le permitió escribir la historia de un bebe que asesinaba a sus padres por haberlo traído a sufrir al mundo.

Creo que  siempre escribo desde la conciencia y nunca desde el lado de sombras de la inconsciencia. Me gustaría saber si hay algún método, que no involucre sustancias raras, para poder ingresar a ese territorio, pues uno podría pensar que el subconsciente le está hablando, pero ¿qué tal  que solo sea un esfuerzo consciente barato? ¿Cómo saber eso?

Desde hace unos días  se me aparecieron, o eso creo, las palabras: Realidad líquida" en la cabeza, podría decir que me las sopló mi subconsciente, pero quizá no.

Ahí siguen y las continúo masticando a ver si logro arrancarles una historia. Me parece que como título funcionan bien, pues la realidad es así, ¿no creen? Cuando la intentamos contener se nos escapa de las manos.

La realidad no debería joder tanto y ser más solida, pero bueno, en fin, ya les contaré si algún día escribo ese cuento.

martes, 19 de julio de 2022

Video fallido

La mujer Piensa que debe grabar un video para publicar en sus redes sociales. ¿Por qué?, porque es lo que todo el mundo hace, la regla, el deber ser para que los algoritmos muestren lo que sus seguidores y otros desconocidos a los que, por el complejo enramado de variables, datos y gustos personales que guarda la nube, les interesa lo que va a contar.

Ajusta el nivel de luz del cuarto, prepara el micrófono y toma un sorbo de agua para aclarar la garganta. Sound Cake, su alter ego en la red, no puede fallar.

Ahí está con su pelo morado, pómulos salidos y nariz respingada, a punto de pinchar el botón de grabar, y con un libreto más o menos garabateado en la cabeza de lo que debe decir; mejor así pues ¿acaso la gente no alaba la espontaneidad y los fallos?, se pregunta. Espera que así sea porque siente que lleva encima más errores que aciertos. Menos mal que solo unos cuantos frikis ,a los que nadie les presta atención, saben lo descolorida que puede llegar a ser la trastienda de la realidad.

Tiene un poco más de 1000 seguidores, una cifra pobre para estos tiempos en los que influencers y celebridades cuentan con millones, pero el show no debe parar y hay que atender a la audiencia sin importar su tamaño. Eso dicen, eso cree, o eso cree que dicen.

Ahora le da un sorbo a una taza de café. La bebida ya se enfrió y hace un gesto. Luego abandona la tarea. Piensa en lo desgastante que es andarse curando a cada minuto del día.

Recuerda un diálogo de Mr. Robot

“But because we want to be sedated.
Because it’s painful not to pretend.
Because we’re fucking cowards.
Fuck society.”


¡Sí que se jodan todos!”, piensa, pero sabe que su rebeldía no saldría a flote si contara con una audiencia tan grande como la de cualquier ídolo de internet.

lunes, 18 de julio de 2022

Chocolatina se derrite en el bolsillo

Voy a cine.

Tengo ganas de crispetas, pero no de uno de esos baldes sin fondo, así que me compro un combo infantil. Lo pido, claro está, mixto; larga vida a la combinación de sal y dulce, sin importar cual sea el producto. Con el combo me entregan una chocolatina que interpreta, supongo, el papel de postre. La guardó en la chaqueta sin darle mucha importancia.

Tiempo después, hacia el final de la película, meto la mano en el bolsillo de forma distraída y me encuentro con la chocolatina que había olvidado. En un arrebato de ganas de dulce la saco y ahora es un material moldeable. Me enrosco en mis ganas de consumir más dulce y pienso “que se joda, me la voy a comer”.

Intento destaparla con cuidado, pero es una tarea imposible, el chocolate está muy derretido. Me mancho un dedo, me lo chupo, luego otro, hago lo mismo, y al final llevó la chocolatina, que ahora parecer tener vida propia, a mi boca. La lamo, a mi parecer, de forma animal. Así, a media luz, pienso que la tarea de destaparla sin ningún tipo de consecuencia es imposible.

Decido olvidar mis ganas de dulce, la chocolatina y volver a concentrarme en la película. “¿Vino a comer o a mirar una película?”, me pregunto. “Las dos cosas, no me joda", me respondo.

Más tarde pienso en esa frase que, creo, escuché por primera vez viendo Forrest Gump: La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar.

Y sí, la vida es como una caja de chocolates, pero derretidos. Sin importar cual vida escojamos, siempre intentamos darle mordiscos precisos, pero a veces los materiales que la componen se nos escapan por las comisuras de la boca y los eventos y situaciones que creíamos tener bajo control se nos escurren antes de poder chuparnos los dedos, y a veces terminan en el piso.

En fin, solo quería contarles que cuando fui a cine, se me derritió una chocolatina en el bolsillo de la chaqueta.

domingo, 17 de julio de 2022

Amar menos

Siempre he pensado que el amor es como la muerte, es decir, creemos entenderlo, pero no tenemos mucha idea en qué consiste.

De pronto los gringos lo tienen más fácil porque solo cuentan con la palabra love, pero a los hispano hablantes las cosas se les complican porque existen los términos querer y amar, el primero, imagino, un degradé del segundo, en fin.

Me compro un mousse de maracuyá, al que le riegan salsa inglesa por encima. Voy a la mesa que ocupó mi familia, dejo el postre ahí y pienso: "acompañarlo con un tinto debe ser el Nirvana".

Escaneo el lugar con la mirada y veo, en una pared, un cartel que dice café y una flecha:

"Bingo", pienso.

Me dirijo hacia el lugar y en la fila, delante de mí, hay un hombre que tiene tatuadas dos palabras debajo de su oreja izquierda: Love Less dice su tatuaje.

Siempre he oído a algunas personas decir que el amor lo es todo "¿Qué es todo?", me pregunto. ¿Qué es el amor?

Por eso me llamó la atención el tatuaje del hombre ¿Qué tal que, en ciertas ocasiones, amar menos sea lo indicado?¿Cómo quiere uno menos a algo o a alguien cuando ya se está metido de cabeza en una relación o situación?

Todo son preguntas.

Cuando es mi turno pido un café y cuando me lo entregan lo pruebo y sabe amargo, así que le pido al barista que por favor le eche más agua.

Luego de que me lo entregan, doy media vuelta y comienzo a caminar despacio porque el tinto está a rebosar, y el piso es de adoquines y uniforme.

La superficie del líquido tiembla con cada paso y me imagino que me estoy jugando la vida en ese corto trayecto.

Me inclino y un poco de la bebida cae al suelo. Cuando el líquido se estampa contra él, por alguna razón pienso que esa imagen tiene que ver con amar menos.

jueves, 14 de julio de 2022

Un perrito con zapatos

La funcionaria del banco le indica a una clienta que ponga el dedo de la mitad en el aparato que registra la huella dactilar.

Escucho la frase y por un segundo pienso que la mano debería tener 6 dedos, para poder llamar a uno el de la mitad, pero está claro que el dedo 2.5 recibe ese nombre, porque tiene dos dedos a cada uno de sus lados, en fin, a veces dedico mi tiempo a pensar cosas absurdas.

La mujer del dedo medio ahora le dice a la funcionaria que si quiere no cosa unos papeles, o mejor si, o solo si quiere, bueno que la verdad imagina que ya es algo que ella hace de forma inconsciente por ser parte de su trabajo, una actividad más de su día a día, tan natural como respirar o caminar, Al final concluye: “Mejor si cóselo, así sabes que haces bien tu trabajo”.

"¡AYYY pero que bonito!", dice ahora una señora que hace fila en la caja y su frase me saca de mi cabeza.

Volteo a mirar qué es lo que le parece bonito dentro de un banco, un sitio, a mi parecer, frio y aburridor, y la señora se refiere a un perrito blanco y pequeño, de esos que ladran como si su vida dependiera de ello.

"De bonito no tiene nada señora, esos perros son un fastidio", pienso

"Mire tan bonitos los zapatos que tiene", le dice la señora a su hija.
"Qué qué?", me pregunto y bajo más la mirada para comprobar lo que dice.

Efectivamente el perrito lleva en sus patas una especie de baletas negras, pero por la forma de sus extremidades, parece como si llevara puestos cuatro tacones diminutos.

El animal parece darse cuenta de que le están hablando acerca de él y de sus zapatos y comienza a ladrar. La dueña lo alza y le murmulla algo cerca de sus orejas.

Ya ven, un perrito con zapatos. Es extraño este mundo.

miércoles, 13 de julio de 2022

El universo y las sillas de un parque

De clic en clic caigo en un video que habla sobre multiversos y lo mucho que, como raza, desconocemos. La persona que narra se pregunta: ¿Qué tal que hagamos parte de un organismo vivo gigante que no sea consciente de nosotros?

Suena loco, pero no del todo, pues imagino, por ejemplo, que no somos conscientes de muchas partes de nuestro cuerpo y que hay zonas de él que no tenemos ni la más mínima idea que existen.

Y es que ser consciente 100% no es cosa fácil.

Hace un sol picante y me encuentro en un parque con una zona con 6 bancas de madera, donde un grupo de tres se enfrenta al otro. La observo desde lejos y veo que dos están ocupadas: una por un hombre que, a pesar del calor, lugar lleva una bufanda azul con líneas blancas que combina a la perfección con sus zapatos y chaqueta que también son de ese color. Lleva la prenda enroscada en el cuello con un nudo perfecto que, o bien tiene dominado, o se demoro mucho tiempo hasta lograrlo, nunca lo sabremos.

Saca su celular y se pone a revisar sus mensajes, redes sociales, en fin. Decide hacer una llamada y al poco tiempo que le contestan, y como en un arrebato de desesperación, tal vez por el calor que siente y la aversión a traicionar su estilo, se pone de pie y comienza a caminar de afán cerca al sector de las bancas. Luego se sienta, conversa un rato y vuelve a ponerse de pie. Imagino que su conversación lo acaloró más, pero quiere conservar su pinta, su unidad, su elegancia y no podemos hacer nada contra eso, por más absurdo que nos parezca.

En la banca de al lado están sentados una mujer y un hombre. Sus carnés de oficina cuelgan de sus cuellos y el sol les esta dando de frente. La mujer se pone la mano en la cabeza a modo de visera, pero eso no evita que el solo se siga estampando en su cara. A su acompañante no parece importarle nada y es el que domina la conversación.

El hombre de la bufanda se volvió a poner de pie, y muy de malas porque 2 hombres con cigarrillos en una mano y un vaso de café en la otra la ocupan.

Ahora que me acuerdo de esa pequeña tajada de vida y trato de recrearla, me pongo a pensar en todos detalles importantes que seguro se me escaparon, yo que sé: el movimiento de las ramas de los árboles con el viento, el trino de los pájaros, las otras personas que componían la escena y a las que no les preste atención por concentrarme solo en unas cuantas.

Por eso les decía que ser consciente es muy difícil. A la larga no somos tan diferentes a ese ser gigante que contiene a nuestro universo.

martes, 12 de julio de 2022

El duende

Antes de esto, trabajé toda mi vida en campos petroleros, siempre andaba de viaje y lejos de casa, pero no me importaba porque ganaba buen dinero.

Vivia, si se puede decir, en piloto automático, con el mes repartido entre 15 días de trabajo y 15 de descanso. El segundo periodo del mes siempre estaba lleno de excesos: licor, drogas, malas influencias y todas esas cosas que el dinero tiende atraer.

“Señor Álzate”, es hora de su medicina, dice la enfermera. Es morena, gorda, de pelo corto y negro; brazos gruesos y siempre lleva mala cara. Nunca la he visto sonreír. Lo más sensato es cumplir con sus órdenes.

No me la quiero tomar. Me pone a dormir de inmediato. Por algún tiempo busqué la manera de mantener la pastilla debajo de la lengua, para luego escupirla en el inodoro, pero el otro día mi compañero de cuarto se puso de mal genio, porque yo no quería apagar la luz, así que me delató.

Nos llaman locos, pero ¿quién es normal? La verdad no lo sé. Lo único cierto es que lo que me ocurrió fue real.

Antes de que comenzara la pandemia, me enviaron al campo de Rubiales. Allá vivíamos por pares en containers, y la rotación de personal era frecuente. El lugar no tenía nada que ver con los lujos de los campos de Dubái, pero como les dije, la paga era buena y eran condiciones que podía aguantar por dos semanas.

Un día, después de llegar al campamento de uno de mis periodos de descanso, el compañero de container que me asignaron se llamaba Newén Zabaleta. Era un guajiro de piel oscura, que siempre llevaba sombrero, botas texanas y una mochila cruzada sobre el pecho.

Siempre me pregunté, como podía vestirse de esa manera, y no con las botas de caucho y el casco, requeridos por los estándares internacionales. Pero lo que más me intrigaba era la mochila que siempre llevaba atravesada, a la que parecía cuidar con su vida.

Un día decidí preguntarle que cargaba en ella. “Un duende”, ¿quiere verlo?”, respondió.

Me eché a reír y mientras lo hacia le dije: “¿En serio qué es lo que carga?”

Me miro serio y no respondió nada.

Esa noche cuando ya nos íbamos a dormir, Zabaleta estaba recostado en su cama y me estaba dando la espalda. Parecía que sostenía una conversación. “Debe estar hablando con su duende”, pensé.

A la siguiente mañana, antes de ir a mi puesto de trabajo, le pregunté con quien hablaba la noche anterior.

“Ya le dije Zabaleta, estaba hablando con mi duende, él me dice en quien debo confiar y en quien no”, respondió, y me pareció ver rastros de locura en su mirada.

Me asusté, así que antes de comenzar la jornada laboral, me fui a hablar con el supervisor del campo, para pedirle un cambio de container.

“Señor Cáceres, cómo está? Quería pedirle un favor: me puede cambiar de container?

“Le puedo preguntar por qué Alzate?

“Es que no me siento a gusto con Zabaleta señor”.

“Con quién?”.

“Con mi actual compañero de cuarto”.

“Alzate, deje de hablar pendejadas, usted lleva más de un mes solo en ese container.”

lunes, 11 de julio de 2022

Dejar de escribir

Hace un rato escribí 262 palabras que me parecieron flojas, pues todo el escrito revoloteaba alrededor de una opinión desabrida.  Mientras miraba como arrancarle otras 48 palabras, para cumplir con mi cuota mínima de 300, pensé “pues hoy no escribo y ya está”.

Al poco rato me dio remordimiento de conciencia, pues creo que dejar de hacerlo puede causar una catástrofe en el curso de mi vida, pero imagino que también en la de los demás, pues lo que sea que hagamos repercute en los otros de extrañas maneras.

Si pienso eso es porque me ayuda a ser terco y a escribir algo, lo que sea.

Bradbury decía que uno debe emborracharse de escritura para no ser destruido por la realidad, pues si se dejan de maquinar cosas, el mundo termina por alcanzar a quien no escribe, para enfermarlo.

Si uno no escribe a diario, decía el escritor, los venenos se acumulan y entonces comienzas a morir, a actuar como un loco o ambas cosas.

Concluye que la escritura es una cura porque permite digerir la realidad sin hiperventilar.

Imagino que la mayoría de escritores piensan de forma similar. Rosa Montero por ejemplo, cuenta en La Loca de la Casa que inventar historias es una forma de ser eterno, pues uno siempre escribe contra la muerte.

Tan brillante como siempre, también dice que cada uno escribe como puede, es decir, bien, mal, magnífico o como sea, pues la escritura viene a ser una función orgánica más, como sudar, por ejemplo, y uno no controla la sudoración.

Por otro lado, Millás, mi escritor favorito, dice que es imposible jubilarse de escritor, pues “uno se puede jubilar de lo que le da sentido a su vida”.

Tengo claro que por dejar de escribir un día no va a pasar nada, pero hay que reunir las fuerzas necesarias no dejar de hacerlo, independiente de lo que se desee contar; como el vaso de agua que tengo encima del escritorio, por ejemplo, y que me mira como diciéndome tómeme de una buena vez. Otro día les hablaré de eso.

viernes, 8 de julio de 2022

Bailar me aburre

Me siento a escribir y a lo lejos suena música de fiesta.

Parece que de donde proviene el ruido los parlantes están a punto de reventar.

Lelo-Lelo-Lelo-Lelo-Lelo-Lelo-Lelo-Le
Jupa, Jupa, Jupa, Jupa, Jupa, Jupa, Jupa, Je
.

Imagino a un hombre y una mujer enfrentados y contorsionándose, poseídos por la música, el trago y el ambiente de fiesta, mientras doblan sus rodillas para comenzar a bajar, al tiempo que mueven los brazos como si sufrieran un ataque epiléptico; todo por rendirle homenaje al Dios del mapalé.

Los imagino y me da como pereza. Imagino que con el paso del tiempo mis niveles de enfiestarme han disminuido drásticamente. Luego llego la pandemia para rematarlos y consolidarme en ese ser aburrido que soy.

Pero también me da pereza porque nunca me ha divertido bailar. Cuando lo hago es para no desentonar en fiestas o reuniones, pero es una actividad que no me causa placer.

Si de levantar se trata, está claro que para mí por ahí no es. Además, a mí pónganme un vallenato o un merengue para dar vueltas como un tarado, pero si se trata de salsa ojalá que suene cuando estoy sentado.

Creo que solo bailo bien cuando estoy tomado, pero probablemente no es así y solo hago el ridículo, pero a uno en ese estado no le importa casi nada.

Recuerdo que en la celebración del día del amor y la amistad en una empresa que trabajé, llevaron a la oficina un conjunto vallenato, y que ese día tenía unos buenos tragos en la cabeza. Conmigo trabajaba Viviana, una mujer atractiva con la que escasamente cruzaba el saludo. Ese día el licor en mi cabeza me dio el ánimo para sacarla a bailar y casi no la solté en toda la noche. Ella reía, y parecía contenta de haber encontrado tan buen parejo de baile. A lo mejor estaba igual de tomada que yo, quién sabe.

Un niño alemán o chino siempre tendrá otros valores a los cuales aferrarse.
El colombiano probablemente no. Desde muy temprano en la vida hay
que jugarse el futuro en la pista de baile. Y ese niño no necesariamente
tiene un talento que le viene por naturaleza.
–Clases de baile para oficinistas–

¡Ay, Dios mío!, que bonito es, sentirse enamorado. Tener a la persona que uno quiere, siempre a su lado.

La rumba, allá a lo lejos, continúa.

jueves, 7 de julio de 2022

Creencias

Jacobo Vernet decide ponerle atención al sermón del cura. Nunca lo hace, sino que aprovecha ese momento para echar globos o contar los candelabros, que cuelgan del techo, de adelante para atrás y viceversa, para al final mirar si la cifra coincide.

Pero hoy no hace eso, hoy se pregunta: ¿Y si dice algo que me sirve? ¿Qué tal que en sus palabras encuentre solución a algún problema de mi vida?

El sacerdote dice que hay muchas personas sin rumbo en el mundo. Vernet piensa que no necesariamente es así, sino que somos ingenuos al creer que podemos definir uno, pues la vida al final hace con nosotros lo que se le da la gana, y nos desvía sin que nos demos cuenta. Más bien,  aunque no queramos aceptarlo, nuestras acciones son más prueba y error que cualquier otra cosa.

Luego el cura dice que afortunadamente los cristianos no son así, pues ellos si tienen un rumbo definido, ¿Cuál? Se pregunta Vernet y agudiza el oído para recibir la descarga de sabiduría a punto de salir de la boca del cura, “Vamos detrás del señor”, dice el sacerdote.

A Jacobo esta afirmación le molesta un poco, pues se pregunta:
¿Y qué pasa entonces con los practicantes islam o el hinduismo? ¿Solo por no ser cristianos ya no tienen rumbo?
 
Luego el sacerdote conecta la idea de tener rumbo con el bautismo. Dice: “desde el momento en que nos echaron agua bendita de la pileta, algo cambió en nosotros”, ¿Cómo saberlo si a la mayoría nos bautizaron siendo bebés? Se cuestiona Vernet.

Decide que fue una pérdida de tiempo escuchar al cura. Además, le molesta su tono de voz y algunas pausas dramáticas que hace durante su discurso, como esperando que los feligreses terminen la frase que está diciendo. También le molesta que mueva la mano hacia arriba y hacia abajo según se tengan que sentar o poner de pie las personas, pues cree que el cura disfruta de esas ligeras muestras de poder.

Cuando la misa va a terminar el sacerdote está en el atril dando unas últimas palabras, pero Vernet no aguanta más y camina hasta él, lo quita de un empujón, luego arranca el micrófono  y comienza a hablar:

Estoy harto de las mentiras sobre la muerte, la vida eterna y la vida después de la muerte. Estoy harto de condenas y pecados, de cielos e infierno. Nada tiene ni sentido, solo existen los hechos descarnados…

En ese momento el vigilante del lugar se lanza sobre él y lo tumba al suelo, pero Vernet queda satisfecho, pues cree que algunas personas se interesaron en su discurso.

Nada mejor que plantar un pequeña semilla de duda en la cabeza de alguien, piensa ahí, tirado en el piso con una rodilla del celador sobre su espalda.

miércoles, 6 de julio de 2022

Huecos

Es un día frío y estás sentado en tu escritorio trabajando. Por momentos te quedas mirando la pantalla, perdido en tus pensamientos sobre un pasado que aparece como si nada o un futuro que imaginas. De repente un sonido te trae de vuelta al presente.

Volteas a mirar hacia la ventana y ves como las ramas de un árbol se mueven debido a una ráfaga de viento.

Le das un sorbo a tu café y cuando estás a punto de volver a teclear, el sonido que hace un momento te sacó de tu estado contemplativo vuelve a sonar. Es el de un taladro, que no se cansa de darle golpes al pavimento.

Levantas los brazos y arqueas la espalda para desperezarte. Acompañas el movimiento con un quejido como milenario.  Luego decides ponerte de pie para examinar de donde proviene el ruido.

Ves en la calle a un grupo de obreros arreglando  un hueco en la calle. Los huecos, piensas, se pueden encontrar en cualquier lugar. Están, por ejemplo, los de tu identidad, conducta o forma de ser, producto de las decepciones de la vida y esos, digamos, palpables, como el que están reparando los obreros en la calle. Estos últimos no son tan diferentes a los primeros.

Los obreros llevan puesto un chaleco verde fluorescente y overoles anaranjados. ¿Por qué usan esos colores?, te preguntas, y piensas que, aunque sea de día, es para que los conductores los vean y no los atropellen.

Crees que la razón de ser o de existir de un hueco, sin importar de que tipo sea, es que demanda ser llenado.

Cuatro obreros reparan uno. Uno de ellos utiliza una pala, pero le prestas especial atención a otro que está arrodillado. Parece que pule detalles. Pasa lo mismo con la vida: Un grupo de personas puede ayudarte a reparar tus huecos, pero siempre habrá alguien que cuida de aquellos rincones imperceptibles que necesitan ser llenados.

martes, 5 de julio de 2022

Para escribir

Para vivir hay que escribir y para escribir toca ser terco.

Siempre habrá razones para no hacerlo, para cambiar de opinión y, qué sé yo, agarrar el celular para mirar a personas bailando, dándose con una tortilla en la cara mientras retienen agua en la boca, o para darle scroll down como si la vida dependiera de ello, así lo hayamos revisado tan solo hace cinco segundos.

También, por ejemplo, se podría prender el televisor y anestesiarse con cualquier programa, sin importar si son las 2:57 a.m, por decir cualquier hora. Si hablo de la hora es porque recuerdo que hace muchos años, cuando la programación terminaba a eso de la media noche, aparecían unas franjas de colores en la pantalla acompañadas de un pito; hablo de una época prehistórica en la que todavía no había televisión por cable y esas cosas.

Pues sí, para escribir toca tener una postura inamovible, para evitar esas excusas que se inventa la cabeza para no hacerlo. ¿Sobre qué? Se pregunta uno, pero eso es lo de menos.

Para escribir toca contar lo que sea, lo que se nos ocurra.

Por ejemplo, Hoy, después de almuerzo, tenía acumuladas las ganas de 5000 personas por tomarse un tinto. Porque para vivir también hay que tomar tinto, mínimo uno al día, a menos de que se sea alérgico al café.

Estaba enredado con un texto, así que me dije a mí mismo: Vamos a tomarnos un tinto para despertar mi máquina narradora. Entonces fui a la cocina, lo preparé en par patadas y lo serví en un pocillo blanco. Ahí estaba ese tinto que tanto quería y que iba a espantar mi modorra. Acerqué la nariz, aspiré su vaho, y detecté un olor a madera y tierra.

Al pensar en lo bien que iba a ser darle un sorbo, mi boca salivo. Pero como el curso de la vida tiende a torcerse, en un movimiento torpe tire el pocillo al piso y apenas hizo contacto con este se quebró como en mil pedazos y el líquido negro se extendió por todo el piso.

Luego de recoger todo el desorden me preparé otro y tuve cuidado de no volver a regarlo.

Entonces recuerden: para escribir hay que contar lo que sea, y para vivir se debe procurar no ser torpe o maniflojo.

viernes, 1 de julio de 2022

"¿En qué piensas?"

Imagino que muy pocas personas han respondido esa pregunta de forma sincera. Se suele hacer a cuando se encuentran desprevenidas, perdidas en sus pensamientos o monólogos mentales.

A lo mejor responder “¡Qué le importa!”, sería lo apropiado, pero “Nada”, suele ser la respuesta. No culpo a quienes la utilizan, pues la cabeza siempre va a ser ese refugio en el que solamente tenemos que estar de acuerdo con nosotros mismos, sin importar si lo que se piensa es una bestialidad o está mal visto por los demás.

Pienso en esta pregunta, valga la redundancia, porque a veces, cuando salgo del edificio, me encuentro con una anciana en silla de ruedas, acompañada por su enfermera.

Imagino que la mujer está anclada a esa silla y solo la cambia por su cama al momento de acostarse. No importa cuál sea el clima, si hace frio, calor o si llueve, la enfermera la baja al frente del edificio para que vea pasar los carros.

Si uno entabla contacto visual con la anciana, ella levanta la mano para saludar, y si uno le dice algo como “buenos días, ¿cómo está?”, ella intenta responder, pero lo que dice siempre es  ininteligible. La enfermera no se preocupa en intentar traducir sus palabras, quizá porque tampoco ha descifrado su lenguaje, y solo permanece sentada a su lado,  ensimismada en la pantalla de su celular.

Me pregunto en qué piensa, si todavía lo hace o si el cableado de su cerebro ya la desconectó de eso que llamamos realidad. Su mirada no muestra angustia alguna, pero ¿cómo saber en qué está pensando alguien?.

Espero que allá, en la celda de su cabeza, la anciana lo pase bien con lo que sea que maquine en ella.