Hace poco, leyendo el Substack de la escritora Beatriz Serrano, me encontré con el término horror Loci, que considero más apropiado para esa sensación que, a pesar de que ha menguado, aún experimento de forma fugaz.
Una investigadora cuenta que en el siglo I a. C. los romanos sufrían de horror loci, que se puede traducir como: asco por el lugar. Dice la mujer que viajaban con frecuencia al campo porque se aburrían de la ciudad para luego aburrirse del campo y volver a la ciudad, y caían en ese bucle incesante.
¿Y qué? pues lo mismo de siempre que uno nunca termina de estar satisfecho, y se piensa que siempre hace falta algo: una persona, un lugar, un trabajo, lo que sea. Qué agotador resulta vivir de esa manera, ¿acaso no?
Hablando de más, parece que Anaïs Nin no sufría de horror loci. En una entrada del volumen 5 de sus diarios, cuenta lo siguiente cuando estaba en Acapulco. Lo dejo en inglés porque si lo traduzco pierde mucha fuerza:
“I have attained a state of being which is effortless, a flowing journey”
De eso imagino, se debe tratar en parte la vida, de ser como una corriente de agua que se va metiendo por cualquier recoveco, sin preguntarse si el camino tomado fue una buena o mala elección.
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