Desayuno.
Ya saben, me tomo un café con un pan, un bizcocho, una galleta, un biscuit como dicen los ingleses. Lo hago al frente de mi computador mientras hojeo redes sociales y noticias. Tal vez debería tener un desayuno, digamos, más consciente, qué sé yo, estar presente en cada bocado, en cada masticada, pero así están las cosas, y es un momento del día que me agrada, más que eso siento que me centra; un Zen a mi manera.
Cuando le doy el primer sorbo al café la bebida ya está fría porque me distraje leyendo algo, así que me pongo de pie y voy a la cocina a calentarlo en el horno microondas. Una vez allá, cuando estoy enfrente del aparato, miro la cantidad de café que tiene la taza y de alguna forma mi cabeza hace cálculos y estima que el tiempo que debo poner a funcionar el horno es de 25 segundos. Le hago caso.
Pongo cuidado en oprimir bien los botones –Una vez, distraído, tecleé la clave de mi tarjeta debito– y cuando deja de funcionar, como siempre, hago mis tradicionales pasos de robot con los pitidos que marcan el final de su funcionamiento. Mi cerebro tenía la razón. Ese era el tiempo que necesitaba. Un segundo más y quedaba muy caliente, uno menos y quedaba frío. A veces hay que confiar en las decisiones que toma.
Cuando estoy a punto de devolverme para el cuarto, se me ocurre sacar un hielo de la nevera, pues también tengo un jugo en mi escritorio y pienso que estaría bien echarle uno. Abro el congelador, tomo un cubo y sale el vaho frío. En la otra mano tengo la taza de café de la que sale vaho caliente.
Ese contraste de frío-calor, imagino que encierra el significado de algo que a primera vista no se ve. Puede que estas palabras sean un primer acercamiento a ese gran misterio. Les estaré informando.
miércoles, 31 de agosto de 2022
martes, 30 de agosto de 2022
Cansancio, cables y otras cosas
Son las 9:33 p.m. No debería escribir nada a esta hora. Estoy cansado y lo más probable es que no salga nada bueno, además ya escribí otras cosas hoy; entonces si se trata de escribir algo todos los días, podría decirse que ya cumplí.
Pero es diferente, porque la consigna, sabrán ustedes, es escribir, como mínimo, 5 veces a la semana en Almojábana, entonces por eso me obligo a sentarme y empiezo a teclear lo que se me ocurra.
También lo hago a medias porque me acabo de quitar los lentes. No había caído en cuenta de que me los había puesto hace más de 8 horas y debo dejar descansar los ojos, porque si no me comienzan a rascar y es eso es un martirio. No debo hacerlo porque me vuelvo trizas la córnea.
El hecho es que rascarse, y no solo los ojos sino cualquier parte del cuerpo es placentero, pero con los ojos hay que tener cuidado, así que nada, toca tener la voluntad de un monje budista, o qué sé yo, y echarse gotas que evitan la rasquiña o agua fría a borbotones (me gusta esa palabra) y pensar en otras cosas, distraer a la mente con otros temas.
Esto, estas palabras me refiero, si ustedes se dan cuenta, es como una asociación libre de ideas , pero es mejor que buscar un tema para escribir, porque puede que la figura narrativa esté al acecho cuando uno anda en esas , y eso puede dar pie a textos blandengues o con tintes moralistas y pues que pereza, ¿acaso no? Mejor contar lo que uno tiene enfrente de los ojos o lo que se le cruza por la mente y ya está, sin tanta arandela y sin tanta conclusión maravillosa.
Si no les cuento que tengo enfrente de mis ojos en estos momentos es de pura vergüenza porque mi escritorio es un completo desorden y entonces no quiero que se aparezca un seguidor de Marie Kondo a rezarme misa sobre qué debo hacer para limpiar mis energías o lo que sea.
Algo que me gustaría entender es de donde carajos aparecen tantos cables, parece que se reprodujeran entre ellos, pues cada día me encuentro con uno suelto que no está conectado a nada. A veces los tomo, los enrollo y los pongo en una esquina del escritorio, pero a los pocos días vuelven a aparecer desenrollados en la esquina que les da la gana.
Pero es diferente, porque la consigna, sabrán ustedes, es escribir, como mínimo, 5 veces a la semana en Almojábana, entonces por eso me obligo a sentarme y empiezo a teclear lo que se me ocurra.
También lo hago a medias porque me acabo de quitar los lentes. No había caído en cuenta de que me los había puesto hace más de 8 horas y debo dejar descansar los ojos, porque si no me comienzan a rascar y es eso es un martirio. No debo hacerlo porque me vuelvo trizas la córnea.
El hecho es que rascarse, y no solo los ojos sino cualquier parte del cuerpo es placentero, pero con los ojos hay que tener cuidado, así que nada, toca tener la voluntad de un monje budista, o qué sé yo, y echarse gotas que evitan la rasquiña o agua fría a borbotones (me gusta esa palabra) y pensar en otras cosas, distraer a la mente con otros temas.
Esto, estas palabras me refiero, si ustedes se dan cuenta, es como una asociación libre de ideas , pero es mejor que buscar un tema para escribir, porque puede que la figura narrativa esté al acecho cuando uno anda en esas , y eso puede dar pie a textos blandengues o con tintes moralistas y pues que pereza, ¿acaso no? Mejor contar lo que uno tiene enfrente de los ojos o lo que se le cruza por la mente y ya está, sin tanta arandela y sin tanta conclusión maravillosa.
Si no les cuento que tengo enfrente de mis ojos en estos momentos es de pura vergüenza porque mi escritorio es un completo desorden y entonces no quiero que se aparezca un seguidor de Marie Kondo a rezarme misa sobre qué debo hacer para limpiar mis energías o lo que sea.
Algo que me gustaría entender es de donde carajos aparecen tantos cables, parece que se reprodujeran entre ellos, pues cada día me encuentro con uno suelto que no está conectado a nada. A veces los tomo, los enrollo y los pongo en una esquina del escritorio, pero a los pocos días vuelven a aparecer desenrollados en la esquina que les da la gana.
lunes, 29 de agosto de 2022
Tinto, cigarro y empanada
Es viernes, son las 10 de la mañana, y al otro extremo del piso de la oficina Sebastián Molina alcanza a ver al grupito de Gerentes de Negocio. A esa hora del día siempre se reúnen a planear en qué bar lujoso de la ciudad van a despilfarrar dinero por la noche.
Molina los envidia. Le gustaría tener su mismo nivel de vida, los mismos lujos que se dan, contar las mismas historias, en fin, ser como ellos, pero no, el destino laboral, por un motivo o el otro, lo ubicó en el escalafón de analista, el más bajo de su compañía, y al que todos, o por lo menos eso cree, miran por encima del hombro.
Wilson su amigo, que todos dices que es ñero, pero a Molina no le importa, pues le cae bien, le dice: “Moli, camine gasta tinto , cigarro y empanada en la tienda del cucho Paredes, pa que quite esa cara de hueva que tiene hoy”.
“Bueno camine”, le responde Molina.
“Que, ¿Cervecitas hoy?”, le pregunta Wilson cuando se suben al ascensor.
“No sé hermano, ¿no le da pereza siempre lo mismo?”
“Mmm ahora salió fino, y entonces qué quiere hoy el príncipe?”
“Espere a ver si Mónica me llama o no”, le responde Sebastián.
Cuando llegan a la tienda del cucho Paredes cada uno pide combo de tinto con empanada y un cigarrillo para finalizar su ritual de descanso laboral.
Cuando van a comenzar a conversar un hombre que acaba de dejar descolgar el encendedor que está atado a la puerta por un hilo nilón, cae al piso.
Al principio Sebastián y Wilson creen que se resbaló, pero cuando lo miran se dan cuenta de que el hombre se lleva la mano al pecho y tiene un gesto de dolor en la cara.
Las personas del local comienzan a gritar: “¡un médico, un médico!”, apenas caen en cuenta de que el hombre está sufriendo un paro cardiaco fulminante. Pero antes de que puedan conseguir ayuda, el hombre deja de moverse y queda ahí tendido en el suelo, con el cigarrillo que intentó prender, sujetado en su mano derecha.
Tiempo después ya en la oficina a Molina le parecen un absurdo las risas de los gerentes de negocio, su trabajo, todo.
Molina los envidia. Le gustaría tener su mismo nivel de vida, los mismos lujos que se dan, contar las mismas historias, en fin, ser como ellos, pero no, el destino laboral, por un motivo o el otro, lo ubicó en el escalafón de analista, el más bajo de su compañía, y al que todos, o por lo menos eso cree, miran por encima del hombro.
Wilson su amigo, que todos dices que es ñero, pero a Molina no le importa, pues le cae bien, le dice: “Moli, camine gasta tinto , cigarro y empanada en la tienda del cucho Paredes, pa que quite esa cara de hueva que tiene hoy”.
“Bueno camine”, le responde Molina.
“Que, ¿Cervecitas hoy?”, le pregunta Wilson cuando se suben al ascensor.
“No sé hermano, ¿no le da pereza siempre lo mismo?”
“Mmm ahora salió fino, y entonces qué quiere hoy el príncipe?”
“Espere a ver si Mónica me llama o no”, le responde Sebastián.
Cuando llegan a la tienda del cucho Paredes cada uno pide combo de tinto con empanada y un cigarrillo para finalizar su ritual de descanso laboral.
Cuando van a comenzar a conversar un hombre que acaba de dejar descolgar el encendedor que está atado a la puerta por un hilo nilón, cae al piso.
Al principio Sebastián y Wilson creen que se resbaló, pero cuando lo miran se dan cuenta de que el hombre se lleva la mano al pecho y tiene un gesto de dolor en la cara.
Las personas del local comienzan a gritar: “¡un médico, un médico!”, apenas caen en cuenta de que el hombre está sufriendo un paro cardiaco fulminante. Pero antes de que puedan conseguir ayuda, el hombre deja de moverse y queda ahí tendido en el suelo, con el cigarrillo que intentó prender, sujetado en su mano derecha.
Tiempo después ya en la oficina a Molina le parecen un absurdo las risas de los gerentes de negocio, su trabajo, todo.
jueves, 25 de agosto de 2022
Abandonar la misión
En la mañana me surgió una idea para escribir algo. Le estuve dando vueltas en la cabeza todo el día, hasta hace 40 minutos que me senté a escribirla a ver si le podía poner orden en palabras, pero hace más o menos un minuto cerré el documento, porque no logré nada; tuve que abandonar la misión.
Decidí dejar el escrito porque sentí que no iba hacia ningún lado. A veces es bueno darse cuenta de eso y no seguir pedaleando, porque es como hacerlo es una bicicleta estática, se botan y se botan palabras y no se avanza ni un carajo o el resultado es un escrito poco sincero, en fin.
Empecé con entusiasmo y me inventé un personaje, un escritor argentino de ascendencia italiana de apellido Rosseti, que había publicado una saga exitosa titulada Tormenta Púrpura, pero que después de su gran éxito, tenía un bloqueo para escribir y no le salía nada. Mejor dicho escasamente podía poner la fecha y su nombre.
A simple vista parece que el tema aguantaba, pues el conflicto está ahí, pero al cuarto párrafo, me di cuenta de que ese personaje que supuestamente me había inventado, solo estaba funcionando como un médium para expresar mis ideas y puntos de vista.
Entonces el escrito tenía más bien pinta de ensayo que de historia y ni un carajo de acción, pues lo único que ocurría era que que este sujeto se la pasaba pensando esto y lo otro. ¡Que aburrición!
Cuando pensé qué escribir para Almojábana ya sabrán qué me ocurrió, pues sí, el mismo dilema de Rosseti. ¿Qué voy a escribir? Como no se me ocurría nada, decidí contarles esto.
Algún día escribiré sobre el pobre de Rossetti. De hecho, Tormenta Púrpura, el título de su trilogía me parece un gran acierto.
Decidí dejar el escrito porque sentí que no iba hacia ningún lado. A veces es bueno darse cuenta de eso y no seguir pedaleando, porque es como hacerlo es una bicicleta estática, se botan y se botan palabras y no se avanza ni un carajo o el resultado es un escrito poco sincero, en fin.
Empecé con entusiasmo y me inventé un personaje, un escritor argentino de ascendencia italiana de apellido Rosseti, que había publicado una saga exitosa titulada Tormenta Púrpura, pero que después de su gran éxito, tenía un bloqueo para escribir y no le salía nada. Mejor dicho escasamente podía poner la fecha y su nombre.
A simple vista parece que el tema aguantaba, pues el conflicto está ahí, pero al cuarto párrafo, me di cuenta de que ese personaje que supuestamente me había inventado, solo estaba funcionando como un médium para expresar mis ideas y puntos de vista.
Entonces el escrito tenía más bien pinta de ensayo que de historia y ni un carajo de acción, pues lo único que ocurría era que que este sujeto se la pasaba pensando esto y lo otro. ¡Que aburrición!
Cuando pensé qué escribir para Almojábana ya sabrán qué me ocurrió, pues sí, el mismo dilema de Rosseti. ¿Qué voy a escribir? Como no se me ocurría nada, decidí contarles esto.
Algún día escribiré sobre el pobre de Rossetti. De hecho, Tormenta Púrpura, el título de su trilogía me parece un gran acierto.
A la larga lo entiendo. Sin importar cuál sea, las personas no se deberían crearse tantas expectativas con el trabajo de uno.
martes, 23 de agosto de 2022
Carreras de carritos
Recuerdo que cuando era pequeño uno de mis juegos favoritos consistía en hacer carreras de carros con todos los que tenía. Lo peculiar de mis competiciones era que participaban todos, no importaba lo diferente que fueran los unos de los otros, o lo averiados que estuvieran. La regla era que todos tenían que participar o no había carrera y punto.
Yo tenía mis favoritos y sabía que había unos que no daban la talla, pero igual los metía, pues como dicen los gringos: the more, the merrier.
Establecía un punto de partida y trazaba una línea imaginaria e iba alineando uno a uno los carritos. No recuerdo si los pilotos tenían pensamientos o conversaciones, ojalá que sí, seguro era un ingrediente que le añadía tensión a mi juego.
Cuando ya los tenía todos listos, tomaba el primero lo halaba hacía atrás y luego lo impulsaba hacia adelante y miraba hasta dónde llegaba. Repetía el procedimiento para el resto de carritos y luego me ponía de pie para ver dónde habían quedado todos los competidores. Algunos, claro, se habían estrellado contra materas o se habían volcado, y solo unos cuantos continuaban en condición de carrera, los más fuertes, la crema de la crema.
Establecía, quién sabe con qué método las posiciones en las qué habían quedado después de la partida y repetía el procedimiento de lanzamiento. Así hasta darle, lo que yo consideraba, una vuelta al apartamento.
Me podía pasar toda la tarde arrastrándome por el tapete del apartamento, concentrado en mis carreras de carritos.
Los que tenían mejor rendimiento eran los pequeños y planchetos, pues entre más grandes fueran más complicaciones tenían.
Al final no había un ganador, imagino que solo competían por diversión.
Yo tenía mis favoritos y sabía que había unos que no daban la talla, pero igual los metía, pues como dicen los gringos: the more, the merrier.
Establecía un punto de partida y trazaba una línea imaginaria e iba alineando uno a uno los carritos. No recuerdo si los pilotos tenían pensamientos o conversaciones, ojalá que sí, seguro era un ingrediente que le añadía tensión a mi juego.
Cuando ya los tenía todos listos, tomaba el primero lo halaba hacía atrás y luego lo impulsaba hacia adelante y miraba hasta dónde llegaba. Repetía el procedimiento para el resto de carritos y luego me ponía de pie para ver dónde habían quedado todos los competidores. Algunos, claro, se habían estrellado contra materas o se habían volcado, y solo unos cuantos continuaban en condición de carrera, los más fuertes, la crema de la crema.
Establecía, quién sabe con qué método las posiciones en las qué habían quedado después de la partida y repetía el procedimiento de lanzamiento. Así hasta darle, lo que yo consideraba, una vuelta al apartamento.
Me podía pasar toda la tarde arrastrándome por el tapete del apartamento, concentrado en mis carreras de carritos.
Los que tenían mejor rendimiento eran los pequeños y planchetos, pues entre más grandes fueran más complicaciones tenían.
Al final no había un ganador, imagino que solo competían por diversión.
lunes, 22 de agosto de 2022
Se me cierran los ojos
No deberían, o debería administrar mejor mi energía a lo largo del día o dedicarme a jugar al baloto a ver si me lo gano, y así destinar el resto de mi vida al fino arte de hacer nada.
La verdad es que jugar el baloto me parece una botadera de plata pues la única rifa que me gano es cuando me llaman en los aeropuertos para revisar mi equipaje antes de abordar un avión, de resto nada, cero, null.
Si yo fuera millonario, lo que haría sería dedicarme a leer todo el santo día sin preocuparme por nada, sin estar pendiente del trabajo, de clientes de esto, lo otro o aquello, pero mejor me detengo aquí antes de comenzar a recrear posibles escenarios de que haría si tuviera mucho dinero, una actividad más bien inútil.
Si algún día lo tengo ya les contaré, aunque quién sabe, como dicen que el dinero cambia a las personas, de pronto ya ni me interese escribir, ¿será posible tal escenario?
Por ahora les cuento que a eso de las 11 de la noche me entran unas ganas inmensas de leer. A veces esas ganas también se combinan con las de escribir e incluso con las de dibujar, entonces me debato entre esas tres fuerzas y cuando gana la primera me meto en la cama, acomodo las almohadas, prendo la lámpara dirijo el haz de luz hacia la pantalla del Kindle, pero a los pocos minutos los ojos se me comienzan a cerrar.
Entonces los abro con fuerza y con toda la voluntad de noches en vela de mis ancestros, que llevo acumulada en mis células, procuro mantenerme despierto, para leer por lo menos un capítulo o hasta aquel punto del libro presente un cambio de escenario, o un movimiento de la cámara o un cambio en el tiempo.
La verdad es que jugar el baloto me parece una botadera de plata pues la única rifa que me gano es cuando me llaman en los aeropuertos para revisar mi equipaje antes de abordar un avión, de resto nada, cero, null.
Si yo fuera millonario, lo que haría sería dedicarme a leer todo el santo día sin preocuparme por nada, sin estar pendiente del trabajo, de clientes de esto, lo otro o aquello, pero mejor me detengo aquí antes de comenzar a recrear posibles escenarios de que haría si tuviera mucho dinero, una actividad más bien inútil.
Si algún día lo tengo ya les contaré, aunque quién sabe, como dicen que el dinero cambia a las personas, de pronto ya ni me interese escribir, ¿será posible tal escenario?
Por ahora les cuento que a eso de las 11 de la noche me entran unas ganas inmensas de leer. A veces esas ganas también se combinan con las de escribir e incluso con las de dibujar, entonces me debato entre esas tres fuerzas y cuando gana la primera me meto en la cama, acomodo las almohadas, prendo la lámpara dirijo el haz de luz hacia la pantalla del Kindle, pero a los pocos minutos los ojos se me comienzan a cerrar.
Entonces los abro con fuerza y con toda la voluntad de noches en vela de mis ancestros, que llevo acumulada en mis células, procuro mantenerme despierto, para leer por lo menos un capítulo o hasta aquel punto del libro presente un cambio de escenario, o un movimiento de la cámara o un cambio en el tiempo.
viernes, 19 de agosto de 2022
Oda al café
Sentado en su escritorio, Wilkins le da un sorbo al primer café del día. La nueva taza que compró es precisamente de ese color y lleva impresa la siguiente leyenda: Coffee makes everything possible.
Luego de ese sorbo fija su mirada en la cima de las montañas que ve a través de su ventana, Por un segundo se pierde en un pensamiento cualquiera, hasta que piensa que si él fuera poeta seguro escribiría una oda al café, como alguna de las odas elementales de Pablo Neruda. Seguro que la suya no tendría punto de comparación con ninguna del poeta chileno, pero no importa. Su taza deja claro que café hace posible cualquier cosa: desde una oda mediocre hasta una excelente, e incluso, vaya uno a saber, la existencia de personajes como Neruda. El café, al parecer, es cosa sería.
Wilkins piensa que en ese poema intentaría describir todos los matices del primer sorbo de la bebida. Cómo entra en la boca, hace contacto con la lengua, para luego deslizarse por la garganta y exaltar, o bien sublevar el espíritu y el alma. Así, piensa, debe ser el tono de un poeta, pero concluye que quizás esté equivocado y todo lo que está pensando no sean más que clichés.
Al darle los últimos sorbos a la bebida, cuando ya está fría, y ha pérdido ese encanto inicial, Wilkins piensa que a las personas que, como a él, les gusta el café, suelen darle mucho bombo a la bebida, y en ocasiones se sienten especiales solo por eso, por el simple hecho de disfrutar de una buena taza de café, algo que, si se mira bien, cree Wilkins, es más bien ridículo.
Luego de ese sorbo fija su mirada en la cima de las montañas que ve a través de su ventana, Por un segundo se pierde en un pensamiento cualquiera, hasta que piensa que si él fuera poeta seguro escribiría una oda al café, como alguna de las odas elementales de Pablo Neruda. Seguro que la suya no tendría punto de comparación con ninguna del poeta chileno, pero no importa. Su taza deja claro que café hace posible cualquier cosa: desde una oda mediocre hasta una excelente, e incluso, vaya uno a saber, la existencia de personajes como Neruda. El café, al parecer, es cosa sería.
Wilkins piensa que en ese poema intentaría describir todos los matices del primer sorbo de la bebida. Cómo entra en la boca, hace contacto con la lengua, para luego deslizarse por la garganta y exaltar, o bien sublevar el espíritu y el alma. Así, piensa, debe ser el tono de un poeta, pero concluye que quizás esté equivocado y todo lo que está pensando no sean más que clichés.
Al darle los últimos sorbos a la bebida, cuando ya está fría, y ha pérdido ese encanto inicial, Wilkins piensa que a las personas que, como a él, les gusta el café, suelen darle mucho bombo a la bebida, y en ocasiones se sienten especiales solo por eso, por el simple hecho de disfrutar de una buena taza de café, algo que, si se mira bien, cree Wilkins, es más bien ridículo.
jueves, 18 de agosto de 2022
En el futuro
Hoy es un buen día para quitarme la cabeza.
Hablo, claro está, en sentido figurado. Hago esta aclaración porque el otro día vi que una mujer, de otro país, que sigo en twittter, publicó algo como: “ya sé qué día de este mes debo dejar de existir”, o algo así decía su trino.
En ese momento pensé: ¿no será una indirecta de ese tipo de personas que están a punto de quitarse la vida, pero que en apariencia actúan normal y hacen ese tipo de comentarios tratando de sonar graciosas?
“Voy a escribirle al privado”, me dije, pero al final no lo hice. Muy mal de mi parte. ´Hace unos días vi otra publicación de ella, así que su rollo si iba en modo broma, o otra persona sí le escribió, en fin.
Les decía que me gustaría quitarme la cabeza, porque a su cerebro, que viene a ser el mío también, le dio la gana trasladarse al futuro, ese territorio completamente brumoso del que nada sabemos.
No sé por qué el gran berraco se instaló allá, si es que se puede afirmar tal cosa y se puso a recrear toda suerte de escenarios y situaciones en las que, claro, siempre termino mal parado.
Algo, un comentario, recuerdo, sabor, olor, no logro precisar qué, me disparó la pensadera. Por eso hace un momento dejé de darme en la cabeza con Ubersuggest, mandé a la porra un artículo que estoy escribiendo y me vine pa' este rinconcito a descargar esto que les estoy contando.
Porque escribir es tirar el ancla al presente o como bien lo dijo el escritor Pedro Mairal una vez, y no me canso de compartirlo en este blog:
Hablo, claro está, en sentido figurado. Hago esta aclaración porque el otro día vi que una mujer, de otro país, que sigo en twittter, publicó algo como: “ya sé qué día de este mes debo dejar de existir”, o algo así decía su trino.
En ese momento pensé: ¿no será una indirecta de ese tipo de personas que están a punto de quitarse la vida, pero que en apariencia actúan normal y hacen ese tipo de comentarios tratando de sonar graciosas?
“Voy a escribirle al privado”, me dije, pero al final no lo hice. Muy mal de mi parte. ´Hace unos días vi otra publicación de ella, así que su rollo si iba en modo broma, o otra persona sí le escribió, en fin.
Les decía que me gustaría quitarme la cabeza, porque a su cerebro, que viene a ser el mío también, le dio la gana trasladarse al futuro, ese territorio completamente brumoso del que nada sabemos.
No sé por qué el gran berraco se instaló allá, si es que se puede afirmar tal cosa y se puso a recrear toda suerte de escenarios y situaciones en las que, claro, siempre termino mal parado.
Algo, un comentario, recuerdo, sabor, olor, no logro precisar qué, me disparó la pensadera. Por eso hace un momento dejé de darme en la cabeza con Ubersuggest, mandé a la porra un artículo que estoy escribiendo y me vine pa' este rinconcito a descargar esto que les estoy contando.
Porque escribir es tirar el ancla al presente o como bien lo dijo el escritor Pedro Mairal una vez, y no me canso de compartirlo en este blog:
Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero
bien significa presente, estar bien ahí, bien plantado, estar
muy, estar plus, estar más, hiper estar.
martes, 16 de agosto de 2022
Nada tiene sentido
Si no estoy mal creo que fue L, cuando trabajábamos en esa oficina que quedaba cerca a la primera sede de la librería de Prólogo, la que me hablo sobre Nada, la novela de la escritora danesa Janne Teller.
Cuenta la historia de Pierre Anthon, un niño que un buen día descubre que la vida no tiene sentido, algo que tardó 85 años en descubrir el escrito Sándor Márai:
Si Márai estaba así de envenenado o decepcionado de todo, creo que era porque ya había o estaba a punto de perder a su esposa, el amor de su vida.
Son unos diarios bellísimos, fuertes, sinceros, pero bellísimos. Léanlos, en fin, sigamos hablando de Pierre.
Anthon le argumenta a sus compañeros de escuela porque este cuento de la vida es tan fofo. Ellos intentan demostrarle lo contrario reuniendo objetos que le dan sentido a sus vidas, y se dan cuenta de que solo al perder algo se aprecia su valor.
Solo me acuerdo de que a Anthon le valía cinco todo, pero la trama, como muchas otras se me esfumó de mí cabeza. Eso que les conté en el párrafo anterior lo fusilé de la descripción de la novela en Goodreads.
A veces le echo cabeza al tema y en ocasiones llego a la conclusión de que sí, que a la larga todo es como un gran circo y al final vamos para la tumba ¿y qué?, ¿para qué tanto esfuerzo? ¿para qué tantas preocupaciones?
Como decía un comediante gringo que vi alguna vez, somos más de 7000 mil millones de personas atrapadas en una roca gigante que flota en medio del espacio, ¿y eso qué o qué?
Recuerdo que una vez le comentaba esto a un amigo y me dijo : “hermano, uno no puede ser tan nihilista” Como no sabía bien que significaba serlo, me quedé callado e hice mi mejor cara de nada, pero suponía que tenía que ver con ser vale huevista.
Luego, en una búsqueda rápida, comprendí que era alguien considerado un seguidor de la corriente filosófica del nihilismo que, a grandes rasgos, consiste en negar la existencia y el valor de todas las cosas.
La verdad no creo pertenecer a tal corriente o a tal otra, porque en el momento en que uno se define por algún “ismo” queda a merced del fanatismo, y ahí si se lo llevó el putas.
Dicho esto, creo que al más mínimo indicio de existencialismo, lo mejor es pensar en nada para no amargarse la existencia.
Cuenta la historia de Pierre Anthon, un niño que un buen día descubre que la vida no tiene sentido, algo que tardó 85 años en descubrir el escrito Sándor Márai:
“Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho
los curas y los filósofos es una completa mentira.
No existe un «propósito» ni un «sentido». Sólo existen los hechos descarnados.
Todo es un asco.”
– Diarios, Sándor Márai–
Si Márai estaba así de envenenado o decepcionado de todo, creo que era porque ya había o estaba a punto de perder a su esposa, el amor de su vida.
“Durante sesenta y dos años todo se lo he leído
primero a ella, todos los escritos. Ya no tengo a quién hacerlo.
La expresión escrita ha perdido todo atractivo para mí.
Si ella se va, debo seguirla sin algaradas, sin hacer ruido”
– Diarios, Sándor Márai–
Son unos diarios bellísimos, fuertes, sinceros, pero bellísimos. Léanlos, en fin, sigamos hablando de Pierre.
Anthon le argumenta a sus compañeros de escuela porque este cuento de la vida es tan fofo. Ellos intentan demostrarle lo contrario reuniendo objetos que le dan sentido a sus vidas, y se dan cuenta de que solo al perder algo se aprecia su valor.
Solo me acuerdo de que a Anthon le valía cinco todo, pero la trama, como muchas otras se me esfumó de mí cabeza. Eso que les conté en el párrafo anterior lo fusilé de la descripción de la novela en Goodreads.
A veces le echo cabeza al tema y en ocasiones llego a la conclusión de que sí, que a la larga todo es como un gran circo y al final vamos para la tumba ¿y qué?, ¿para qué tanto esfuerzo? ¿para qué tantas preocupaciones?
Como decía un comediante gringo que vi alguna vez, somos más de 7000 mil millones de personas atrapadas en una roca gigante que flota en medio del espacio, ¿y eso qué o qué?
Recuerdo que una vez le comentaba esto a un amigo y me dijo : “hermano, uno no puede ser tan nihilista” Como no sabía bien que significaba serlo, me quedé callado e hice mi mejor cara de nada, pero suponía que tenía que ver con ser vale huevista.
Luego, en una búsqueda rápida, comprendí que era alguien considerado un seguidor de la corriente filosófica del nihilismo que, a grandes rasgos, consiste en negar la existencia y el valor de todas las cosas.
La verdad no creo pertenecer a tal corriente o a tal otra, porque en el momento en que uno se define por algún “ismo” queda a merced del fanatismo, y ahí si se lo llevó el putas.
Dicho esto, creo que al más mínimo indicio de existencialismo, lo mejor es pensar en nada para no amargarse la existencia.
“¡Si no existe nada que importe, no hay nada por lo que enfadarse!
¡ Y si no existe nada por lo que enfadarse tampoco existe nada por lo que pelearse!”
–Nada
lunes, 15 de agosto de 2022
Café y montañas
Me despierto temprano, casi siempre al filo de la madrugada cuando el sol está a punto de asomarse.
Sin importar el lugar de la casa en el que se encuentre, Cervo, mi perro labrador, negro como la noche, se aparece en el cuarto y se sienta a esperarme en la puerta.
Me levanto con cuidado para no despertar a Agustina, voy a la cocina y pongo a preparar café. Solo una taza, la de ella la hago después, porque no le gusta tan fuerte como a mí.
Luego me pongo la ruana negra y me siento en las escaleras de la entrada con el pocillo entre mis manos. Al rato llega Cervo y se tumba a mi lado. Ruana y perro se confunden. Es difícil precisar dónde comienza el animal y termina la prenda.
Nos quedamos en silencio mientras le doy sorbos al café. Miro las montañas, le acaricio su lomo o la cabeza y respiro el aire frío de la mañana, ese que los lugareños tanto recomiendan.
El sonido de los pies diminutos de Agustina sobre las baldosas, me sacan de mis pensamientos y me la imagino corriendo de un lado a otro de la habitación buscando las pantuflas, que nunca sabe donde deja. Ella dice que si, pero por alguna extraña razón nunca están en el lugar que dice haberlas “parqueado” la noche anterior y claro, toda la culpa se la lleva el pobre Cervo, que no le queda más que agachar las orejas ante sus reclamos.
Termino el café y me quedo un rato mirando el paisaje, pensando en lo diferente que es la vida rural a la urbana y cómo esta cambia a las personas; cuando creo que ya han pasado 5 minutos, me levanto a preparar el café de Agustina, tal como a ella le gusta.
La vida, ya les digo, debería consistir en eso, tomar café, mirar las montañas y anotar uno que otro pensamiento de los que se nos pasan por la cabeza.
Sin importar el lugar de la casa en el que se encuentre, Cervo, mi perro labrador, negro como la noche, se aparece en el cuarto y se sienta a esperarme en la puerta.
Me levanto con cuidado para no despertar a Agustina, voy a la cocina y pongo a preparar café. Solo una taza, la de ella la hago después, porque no le gusta tan fuerte como a mí.
Luego me pongo la ruana negra y me siento en las escaleras de la entrada con el pocillo entre mis manos. Al rato llega Cervo y se tumba a mi lado. Ruana y perro se confunden. Es difícil precisar dónde comienza el animal y termina la prenda.
Nos quedamos en silencio mientras le doy sorbos al café. Miro las montañas, le acaricio su lomo o la cabeza y respiro el aire frío de la mañana, ese que los lugareños tanto recomiendan.
El sonido de los pies diminutos de Agustina sobre las baldosas, me sacan de mis pensamientos y me la imagino corriendo de un lado a otro de la habitación buscando las pantuflas, que nunca sabe donde deja. Ella dice que si, pero por alguna extraña razón nunca están en el lugar que dice haberlas “parqueado” la noche anterior y claro, toda la culpa se la lleva el pobre Cervo, que no le queda más que agachar las orejas ante sus reclamos.
Termino el café y me quedo un rato mirando el paisaje, pensando en lo diferente que es la vida rural a la urbana y cómo esta cambia a las personas; cuando creo que ya han pasado 5 minutos, me levanto a preparar el café de Agustina, tal como a ella le gusta.
La vida, ya les digo, debería consistir en eso, tomar café, mirar las montañas y anotar uno que otro pensamiento de los que se nos pasan por la cabeza.
sábado, 13 de agosto de 2022
Les fallé
Suena la alarma.
“¿Por qué suena esa chicharra del demonio? Eso es lo primero que me pregunto. La pregunta está en el cucurucho (buena palabra esta) de la montaña de preguntas que se erige en mi cabeza en cuestión de segundos: ¿Por qué toca madrugar?, ¿por qué no soy millonario?, ¿Se va a secar el río Rin?, ¿Cuánto falta para que el mundo en verdad se vaya del todo en picada?, ¿cómo hace Laura Restrepo en Delirio para narrar en tercera persona, pero a veces parece que fuera segunda, pero también primera, y además inserta diálogo como si fuera de lo más normal, sin incomodar para nada la lectura? A esas le siguen otras preguntas que ya olvidé.
Luego pienso “5 minutos más”, doy media vuelta y me arropo, al diablo con mis inquietudes que el mundo me caiga encima, pienso. Por alguna extraña razón cumplo con la promesa y me pongo de pie para bañarme.
La cama es un amasijo de cobijas, por un segundo pienso en tenderla y se me viene a la cabeza el video del general americano que dice que la primera acción del día para tener uno bueno y llevar una vida digna debe ser tender la cama., pero me entra una pereza infinita, así que le quedo mal al ejército de personas, lideradas por ese señor, y no sé si por ese simple acto estoy perfilando mi vida hacia el fracaso.
En medio de mi divagación miro el reloj y ya llevo 5 minutos más de los del supuesto descanso adicional, así que se me hizo tarde, entonces con permiso mi comandante, pero hoy la cama se dejará destendida ¡Señor sí señor! Digo en actitud firmes.
Luego me dirijo hacia el baño con paso decidido y cuando me meto debajo del chorro no sé en qué me pongo a pensar, pero una idea me lleva a la otra y así sucesivamente. Entonces me demoro más tiempo del necesario. Cuando caigo en cuenta de eso, pienso: “Estoy desperdiciando agua”. Me acuerdo de los problemas del Rin, y cómo están sufriendo quienes dependen del rio, porque posiblemente van a tener que cerrar el tráfico de las embarcaciones debido a sus bajos niveles y parar toda su operación, y yo aquí desperdiciando agua como si nada.
jueves, 11 de agosto de 2022
alabar escritos
Creo que si uno piensa que otra persona hace bien algo hay que decírselo, más si es algo que a uno le gusta o que practica con cierta frecuencia. Muchas veces leo textos que han escrito otras personas y pienso “¡joder!...”
Así inicio la frase, con el bajo, imagino, porcentaje de español que cargo en mi ADN, gracias a mi apellido Rodríguez que, me entero ahora, es originario del antiguo reino de Castilla.
Volviendo al tema, les decía que pienso: “¡joder, como me gustaría haber escrito eso!”. Hace un tiempo, agregué una copy en Linkedin y en su banner tenía un texto buenísimo. Cuando aceptó mi invitación a conectar le escribí y le pregunté si era de ella, pues pensé que lo había copiado de algún lado. Me respondió que sí, que era de su autoría. La felicité y le dije lo que estaba muy bueno y que me habría gustado que se me ocurriera a mí, y ahí quedó la conversación.
Igual hasta ahí tenía que quedar, pero a veces pienso que de pronto la mujer pensó que fue un intento fallido de coquetearle o de pronto quería coquetearle de forma inconsciente y fallé, en fin...
También sigo a otra copy española a la que le debo un halago. Ella hace un trabajo muy currado, como dicen ellos, porque envía mails todos los días, y siempre los enfoca a la venta, el que le quiero celebrar también tenía ese fin comercial, pero es tenía un rimo tan bestial que más bien tenía pinta de poema, en fin, aplausos para Ana. Además de todo es fan de Rosa Montero, entonces es de las mías.
Pues sí mis queridos panes de trigo, es bueno eso de andar alabando el trabajo de los demás, ya les digo tíos.
Así inicio la frase, con el bajo, imagino, porcentaje de español que cargo en mi ADN, gracias a mi apellido Rodríguez que, me entero ahora, es originario del antiguo reino de Castilla.
Volviendo al tema, les decía que pienso: “¡joder, como me gustaría haber escrito eso!”. Hace un tiempo, agregué una copy en Linkedin y en su banner tenía un texto buenísimo. Cuando aceptó mi invitación a conectar le escribí y le pregunté si era de ella, pues pensé que lo había copiado de algún lado. Me respondió que sí, que era de su autoría. La felicité y le dije lo que estaba muy bueno y que me habría gustado que se me ocurriera a mí, y ahí quedó la conversación.
Igual hasta ahí tenía que quedar, pero a veces pienso que de pronto la mujer pensó que fue un intento fallido de coquetearle o de pronto quería coquetearle de forma inconsciente y fallé, en fin...
También sigo a otra copy española a la que le debo un halago. Ella hace un trabajo muy currado, como dicen ellos, porque envía mails todos los días, y siempre los enfoca a la venta, el que le quiero celebrar también tenía ese fin comercial, pero es tenía un rimo tan bestial que más bien tenía pinta de poema, en fin, aplausos para Ana. Además de todo es fan de Rosa Montero, entonces es de las mías.
Pues sí mis queridos panes de trigo, es bueno eso de andar alabando el trabajo de los demás, ya les digo tíos.
miércoles, 10 de agosto de 2022
Orishas
Hoy, cuando iba en el carro de mi hermana por un trancón en la 68, sonó Orishas.
La banda cubana me recuerda dos momentos en mi vida: uno feliz y otro amargo. El primero ocurrió hace muchos años y fue con D. Fue en esa época en la que me aventuraba a conocer mujeres por internet, pero no por páginas de citas de esas que hoy en día abundan, sino que lo hacía por Blogger, en aquellos tiempos de mi primer blog, y por la cajitas de mensajes en las que uno podía dejar saludos.
D. vivía por el Parkway y como si nada, sin saber si yo era un loco o un acosador, me dio su teléfono, la dirección de su casa y me dijo que podía ir a visitarla.
Acordamos una fecha y claro, yo, sin saber si era si ella era una traficante de órganos, una integrante de la Yakuza o el mismismo diablo, asistí a la cita, pues ella me atraía. Ese día, me presentó a su madre y después fuimos a su cuarto a escuchar música y me mostró unas cosas en su computador y puso música de Orishas . Ahí fue la primera vez que escuché a ese grupo, por eso siempre lo relaciono con ella.
La banda cubana me recuerda dos momentos en mi vida: uno feliz y otro amargo. El primero ocurrió hace muchos años y fue con D. Fue en esa época en la que me aventuraba a conocer mujeres por internet, pero no por páginas de citas de esas que hoy en día abundan, sino que lo hacía por Blogger, en aquellos tiempos de mi primer blog, y por la cajitas de mensajes en las que uno podía dejar saludos.
D. vivía por el Parkway y como si nada, sin saber si yo era un loco o un acosador, me dio su teléfono, la dirección de su casa y me dijo que podía ir a visitarla.
Acordamos una fecha y claro, yo, sin saber si era si ella era una traficante de órganos, una integrante de la Yakuza o el mismismo diablo, asistí a la cita, pues ella me atraía. Ese día, me presentó a su madre y después fuimos a su cuarto a escuchar música y me mostró unas cosas en su computador y puso música de Orishas . Ahí fue la primera vez que escuché a ese grupo, por eso siempre lo relaciono con ella.
Luego salimos a tomarnos una cerveza, y caminamos tomados de la mano hasta el bar, por un sendero con árboles a cada lado.
Fue una buena noche.
Luego hubo otras salidas, pero pasado un tiempo nuestras conversaciones se empezaron a espaciar y en algún momento las cosas entre los dos, si es que llegaron a existir, se diluyeron, y de un día para otro nos dejamos de hablar.
La música de ese grupo también me acuerda del concierto que dieron en un teatro del centro y, como por variar, ese día, como casi todos en los que voy a un concierto, tuve que madrugar mucho.
Estaba muy cansado y llegué a hacer fila al lugar a eso de las 10 de la noche. Un amigo y su novia llegaron después, y logramos entrar al teatro a eso de las 11. Luego nos embutieron un grupo telonero de Salsa que yo no tenía ni la más mínima idea quiénes eran, y parece que se cantaron todo su álbum debut.
Yo estaba muerto del cansancio y me costaba respirar, porque con mi amigo y su pareja habíamos decidido comprar las boletas de platea y estábamos a menos de un metro del escenario. Si habían 1000 personas en el lugar 997 estaban fumando. Respirar me estaba costando mucho.
En medio de eso, un grupo de al lado se le ocurrió la brillante idea de ponerse a bailar salsa pero como si estuvieran en un concurso de baile, es decir, como si fueran bailarines de Delirio, dando vueltas y todo eso, y entonces a cada rato me metían un empujón o un codazo.
Yo, trataba de invocar a mi maestro Zen interno , para no decir nada, y solo pensaba en que pronto iba a salir Orishas, y el empute se me iba a pasar, cuando de un momento a otro un salsero innato de estos que les hablo, me rozo el brazo con la punta de un cigarrillo, y le dije: “¡Hombre, cuidado!”, pero para él fue como si le hubiera mentado la madre, pues de inmediato me encaró, y comenzó a soltarme un repertorio de groserías como invitándome a lanzar el primer golpe.
Yo volteé a mirar a mi amigo para recibir algo de apoyo, pero ahí me enteré de que su novia se acababa de desmayar.
“Hermano, ellos son más, y seguro lo cascan, deje así” me dije a mí mismo. Entonces di medía vuelta, eché uno de los brazos de la novia de mi amigo sobre mi hombro y nos fuimos del lugar. Justo en la puerta, el concierto de Orishas comenzó...
Fue una buena noche.
Luego hubo otras salidas, pero pasado un tiempo nuestras conversaciones se empezaron a espaciar y en algún momento las cosas entre los dos, si es que llegaron a existir, se diluyeron, y de un día para otro nos dejamos de hablar.
La música de ese grupo también me acuerda del concierto que dieron en un teatro del centro y, como por variar, ese día, como casi todos en los que voy a un concierto, tuve que madrugar mucho.
Estaba muy cansado y llegué a hacer fila al lugar a eso de las 10 de la noche. Un amigo y su novia llegaron después, y logramos entrar al teatro a eso de las 11. Luego nos embutieron un grupo telonero de Salsa que yo no tenía ni la más mínima idea quiénes eran, y parece que se cantaron todo su álbum debut.
Yo estaba muerto del cansancio y me costaba respirar, porque con mi amigo y su pareja habíamos decidido comprar las boletas de platea y estábamos a menos de un metro del escenario. Si habían 1000 personas en el lugar 997 estaban fumando. Respirar me estaba costando mucho.
En medio de eso, un grupo de al lado se le ocurrió la brillante idea de ponerse a bailar salsa pero como si estuvieran en un concurso de baile, es decir, como si fueran bailarines de Delirio, dando vueltas y todo eso, y entonces a cada rato me metían un empujón o un codazo.
Yo, trataba de invocar a mi maestro Zen interno , para no decir nada, y solo pensaba en que pronto iba a salir Orishas, y el empute se me iba a pasar, cuando de un momento a otro un salsero innato de estos que les hablo, me rozo el brazo con la punta de un cigarrillo, y le dije: “¡Hombre, cuidado!”, pero para él fue como si le hubiera mentado la madre, pues de inmediato me encaró, y comenzó a soltarme un repertorio de groserías como invitándome a lanzar el primer golpe.
Yo volteé a mirar a mi amigo para recibir algo de apoyo, pero ahí me enteré de que su novia se acababa de desmayar.
“Hermano, ellos son más, y seguro lo cascan, deje así” me dije a mí mismo. Entonces di medía vuelta, eché uno de los brazos de la novia de mi amigo sobre mi hombro y nos fuimos del lugar. Justo en la puerta, el concierto de Orishas comenzó...
A lo cubano
Botella'e ron tabaco habano
Chicas por doquier
Ponche en café guano
Aquí mi vida para los mareaos...
martes, 9 de agosto de 2022
De qué hablamos cuando hablamos de amor
El ruido de la lluvia sobre el tejado lo despierta. Entreabre los ojos y mira la hora en el reloj despertador que tiene sobre la mesa de noche: Los palos rojos forman los números 5:20. Le quedan 40 minutos para que suene la alarma.
Da media vuelta para abrazar a Mariana, su esposa, pero la otra mitad de la cama está desocupada. “Debe estar en el baño”, piensa. Se esfuerza por escuchar algún ruido proveniente de ese lugar: el agua de la taza del baño descargando, o la del del lavamanos corriendo ,de los pequeños pies de su esposa dando pasos descalzos sobre las baldosas o acomodando la toalla en la baranda de metal. No pasa nada, el sitio es como una tumba.
¿Y si le pasó algo?, piensa. Ha escuchado historias de ese tipo, de personas que, en apariencia, gozan de plena salud, y de repente les da un ataque, ¿ictus es que le llaman? Se pregunta. El hecho es que, de un momento a otro ahí quedan y sanseacabó en un instante están vivos y al otro muertos o medio muertos.
Todo esto el hombre lo piensa en cuestión de segundos, hasta que cae en cuenta que desde hace más de tres noches Mariana ya no está con él, se fue y no tiene ni idea en dónde está y mucho menos con quién.
Luego lucha por no hacerlo, pero al final cede, toma el celular, y se pone a revisar las redes sociales de su exesposa , para ver si ha publicado algo nuevo, una foto, un estado, una ubicación, algo, lo que sea, que le un indicio de que diablos está pasando con su vida, pero nada, su vida virtual guarda el mismo silencio que el del baño.
Entonces, aprovechando que Mariana todavía no ha borrado las infinidad de fotos que se tomaron juntos, al hombre no le queda más remedio que hundirse en los recuerdos.
No entiende, no entiende nada. La vida, cree, no es más que pura confusión y caos, con algunos fogonazos de lucidez, de resto, piensa, caminamos al filo del abismo.
Ahí, en medio de esos pensamientos sombríos, el hombre recuerda el diálogo de un cuento de Raymond Carver. Uno de los personajes se pregunta a dónde carajos va a parar todo el amor que existió entre dos personas.
El hombre se levanta, va a la biblioteca, busca el libro y lucha por ubicar ese aparte como si su vida dependiera de ello hasta que por fin da con él:
“Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué ha sido de él, eso es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo."
- De qué hablamos cuando hablamos de amor
Apenas termina de leer el párrafo y como una casualidad de una de esas novelas que le gusta leer, suena la alarma. Le gustaría quedarse divagando todo el día sobre el amor, pero debe alistarse para ir al trabajo.
Da media vuelta para abrazar a Mariana, su esposa, pero la otra mitad de la cama está desocupada. “Debe estar en el baño”, piensa. Se esfuerza por escuchar algún ruido proveniente de ese lugar: el agua de la taza del baño descargando, o la del del lavamanos corriendo ,de los pequeños pies de su esposa dando pasos descalzos sobre las baldosas o acomodando la toalla en la baranda de metal. No pasa nada, el sitio es como una tumba.
¿Y si le pasó algo?, piensa. Ha escuchado historias de ese tipo, de personas que, en apariencia, gozan de plena salud, y de repente les da un ataque, ¿ictus es que le llaman? Se pregunta. El hecho es que, de un momento a otro ahí quedan y sanseacabó en un instante están vivos y al otro muertos o medio muertos.
Todo esto el hombre lo piensa en cuestión de segundos, hasta que cae en cuenta que desde hace más de tres noches Mariana ya no está con él, se fue y no tiene ni idea en dónde está y mucho menos con quién.
Luego lucha por no hacerlo, pero al final cede, toma el celular, y se pone a revisar las redes sociales de su exesposa , para ver si ha publicado algo nuevo, una foto, un estado, una ubicación, algo, lo que sea, que le un indicio de que diablos está pasando con su vida, pero nada, su vida virtual guarda el mismo silencio que el del baño.
Entonces, aprovechando que Mariana todavía no ha borrado las infinidad de fotos que se tomaron juntos, al hombre no le queda más remedio que hundirse en los recuerdos.
No entiende, no entiende nada. La vida, cree, no es más que pura confusión y caos, con algunos fogonazos de lucidez, de resto, piensa, caminamos al filo del abismo.
Ahí, en medio de esos pensamientos sombríos, el hombre recuerda el diálogo de un cuento de Raymond Carver. Uno de los personajes se pregunta a dónde carajos va a parar todo el amor que existió entre dos personas.
El hombre se levanta, va a la biblioteca, busca el libro y lucha por ubicar ese aparte como si su vida dependiera de ello hasta que por fin da con él:
“Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué ha sido de él, eso es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo."
- De qué hablamos cuando hablamos de amor
Apenas termina de leer el párrafo y como una casualidad de una de esas novelas que le gusta leer, suena la alarma. Le gustaría quedarse divagando todo el día sobre el amor, pero debe alistarse para ir al trabajo.
lunes, 8 de agosto de 2022
El día de su muerte
El día de su muerte Ramón Jiménez se despertó a la misma hora de siempre 4:30 a.m, por culpa de la alarma de su celular. Al poco tiempo se puso su sudadera y salió a trotar los 45 minutos sagrados de todos los días, al parque que queda detrás de su conjunto.
Luego, de vuelta a su casa, se ducho, se preparó el desayuno, un café oscuro con unas tostadas que acompañó con mantequilla y mermelada de mora, con la toalla aún puesta en la cintura, para no chorrearse café en la ropa –suele pasarle eso–, luego se vistió y salió apurado para el trabajo. Se había desfasado 15 minutos en su rutina lo que ya le significaba encontrarse con más tráfico del esperado en la avenida Libertador.
Su predicción se hizo verdad, pero decidió tomar las cosas con calma. El mundo no se iba a acabar por llegar tarde al trabajo. Puso una emisora de música clásica y se dejó arrullar por el sonido de violines y chelos y otros instrumentos que no logró identificar.
Llego al trabajo medía hora tarde, pero nadie pareció notarlo. Jiménez no supo si alegrarse o ponerse triste por eso, pues por un lado estaba bien que nadie le reclamara su tardanza, pero por otro el asunto le hizo lo notar lo solo que estaba en el mundo.
Pasó toda la mañana sentado en su escritorio fingiendo que estaba trabajando, con muchas ventanas de documentos abiertas, pero la mayoría del tiempo se quedaba observándolas absorto en sus pensamientos, triste y deprimido pensando que tal vez lo mejor sería dejar de existir.
No sabía Jiménez, de la fuerza que tiene el dicho: ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir.
Cuando llegó la hora del almuerzo tomó su chaqueta del perchero y no se preocupó en buscar a nadie para ir a almorzar. Desde temprano en la mañana tenía pensado en ir al mismo sitio de siempre cuando no llevaba almuerzo a la oficina, Picaditas.
Cuando llegó al lugar, le tocó hacerse en la barra porque estaba repleto. Ese día había 2 opciones de almuerzo: Carne a la plancha o muslitos de pollo. “Tráigame una carne”, le digo al mesero. “Claro señor”. Al rato el este volvió y le dijo: “Señor, la carne se nos agotó, nos quedan 5 platos de muslitos, ¿le traigo uno?”
Jiménez frunció el ceño. Por un segundo, pensó en marcharse del lugar, pero ¿a dónde se iba a ir? Ya había desperdiciado más de medía hora de almuerzo y tenía hambre. “Bueno pues, será almorzar lo que tengan”, le respondió al mesero”. “Sí señor, están buenísimos. Ya verá que no se va a arrepentir”.
El plato le llegó en menos de 1 minuto y Jiménez comenzó a comer los muslitos de pollo que venían acompañados de arroz, verduras, tajadas de plátano, y papas al vapor, más una limonada en vaso de plástico. Como todo un cirujano experto, le desprendió toda la carne que pudo a los muslitos, hasta ese punto en que no queda más que tomarlos con la mano para llevarlos a la boca.
En medio de esa operación quebró uno de los huesos con la boca, y una de las astillas fue a dar a su garganta. Comenzó a toser ligeramente. Le dio un sorbo a la limonada, pero la tos persistía, el aire no pasaba hacia sus pulmones, y comenzó a ponerse rojo. la tos comenzó a aumentar. Se llevó las manos a la garganta. Era claro que se estaba ahogando, intentaba tomar bocanadas de aire pero nada, sus vías respiratorias estaban obstruidas. El resto de comensales y los meseros lo miraban sin saber que hacer.
“¡Un médico, un médico!” grito alguien , pero no había ninguno, o al médico no le dio la gana actuar o le dio pánico escénico y el cobarde simplemente no reveló su identidad. Para ese entonces Jiménez ya estaba retorciéndose en el piso, hasta que, de un momento a otro, dejó de moverse.
Luego, de vuelta a su casa, se ducho, se preparó el desayuno, un café oscuro con unas tostadas que acompañó con mantequilla y mermelada de mora, con la toalla aún puesta en la cintura, para no chorrearse café en la ropa –suele pasarle eso–, luego se vistió y salió apurado para el trabajo. Se había desfasado 15 minutos en su rutina lo que ya le significaba encontrarse con más tráfico del esperado en la avenida Libertador.
Su predicción se hizo verdad, pero decidió tomar las cosas con calma. El mundo no se iba a acabar por llegar tarde al trabajo. Puso una emisora de música clásica y se dejó arrullar por el sonido de violines y chelos y otros instrumentos que no logró identificar.
Llego al trabajo medía hora tarde, pero nadie pareció notarlo. Jiménez no supo si alegrarse o ponerse triste por eso, pues por un lado estaba bien que nadie le reclamara su tardanza, pero por otro el asunto le hizo lo notar lo solo que estaba en el mundo.
Pasó toda la mañana sentado en su escritorio fingiendo que estaba trabajando, con muchas ventanas de documentos abiertas, pero la mayoría del tiempo se quedaba observándolas absorto en sus pensamientos, triste y deprimido pensando que tal vez lo mejor sería dejar de existir.
No sabía Jiménez, de la fuerza que tiene el dicho: ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir.
Cuando llegó la hora del almuerzo tomó su chaqueta del perchero y no se preocupó en buscar a nadie para ir a almorzar. Desde temprano en la mañana tenía pensado en ir al mismo sitio de siempre cuando no llevaba almuerzo a la oficina, Picaditas.
Cuando llegó al lugar, le tocó hacerse en la barra porque estaba repleto. Ese día había 2 opciones de almuerzo: Carne a la plancha o muslitos de pollo. “Tráigame una carne”, le digo al mesero. “Claro señor”. Al rato el este volvió y le dijo: “Señor, la carne se nos agotó, nos quedan 5 platos de muslitos, ¿le traigo uno?”
Jiménez frunció el ceño. Por un segundo, pensó en marcharse del lugar, pero ¿a dónde se iba a ir? Ya había desperdiciado más de medía hora de almuerzo y tenía hambre. “Bueno pues, será almorzar lo que tengan”, le respondió al mesero”. “Sí señor, están buenísimos. Ya verá que no se va a arrepentir”.
El plato le llegó en menos de 1 minuto y Jiménez comenzó a comer los muslitos de pollo que venían acompañados de arroz, verduras, tajadas de plátano, y papas al vapor, más una limonada en vaso de plástico. Como todo un cirujano experto, le desprendió toda la carne que pudo a los muslitos, hasta ese punto en que no queda más que tomarlos con la mano para llevarlos a la boca.
En medio de esa operación quebró uno de los huesos con la boca, y una de las astillas fue a dar a su garganta. Comenzó a toser ligeramente. Le dio un sorbo a la limonada, pero la tos persistía, el aire no pasaba hacia sus pulmones, y comenzó a ponerse rojo. la tos comenzó a aumentar. Se llevó las manos a la garganta. Era claro que se estaba ahogando, intentaba tomar bocanadas de aire pero nada, sus vías respiratorias estaban obstruidas. El resto de comensales y los meseros lo miraban sin saber que hacer.
“¡Un médico, un médico!” grito alguien , pero no había ninguno, o al médico no le dio la gana actuar o le dio pánico escénico y el cobarde simplemente no reveló su identidad. Para ese entonces Jiménez ya estaba retorciéndose en el piso, hasta que, de un momento a otro, dejó de moverse.
sábado, 6 de agosto de 2022
Preguntas sin respuesta
Estoy recostado en la cama dándole Scroll down al celular como si el equilibrio del universo dependiera de ello. Algunas de las imágenes pasan tan rápido ante mis ojos, que por un segundo imagino que mi cerebro no las alcanza a procesar.
Mi yo, o sospecho que un personaje independiente que a veces me habita, me pregunta: “¿No debería estar haciendo algo más productivo?” En principio le doy la razón, pero en menos de una fracción de segundo lo contraargumento y le digo que todo depende de qué entienda él por productivo o por productividad, pues ¿quién dice que estar echado en una cama no lo sea?
El hecho es que me quedo ahí, a mis anchas, o acostado o anchamente o ancho y acostado; creo que me entienden, no sé si a manera de protesta o qué, pero también me quedo pensando sobre el tema. “¿Y si tiene algo de razón? ¿Y si uno deja pasar la vida?, me pregunto. "¿Qué es dejar pasar la vida?"
No es una pregunta sencilla. una cosa puede ser, digamos, hacerlo de forma deliberada, como yo hace un rato echado en la cama mirando el celular sin propósito alguno, si suponemos que eso es dejar pasar la vida. Pero el tema es que que a uno también se le va la vida sin quererlo ¿cómo?, por ejemplo, en viajes de ascensor al lado de desconocidos, en el transporte público, en las colas de banco, en fin, Inserte aquí una forma en que usted deja pasar la vida sin quererlo.
Entonces ahí, tirado en la cama, con la semillita del sentimiento de culpa echando raíces en mi cabeza empiezo a pensar en este escrito, pero no era este sino otro, con otra estructura y otro rumbo, otro tema quizá, pero ya no recuerdo cuál. Apenas me puse de pie, pensé “que frío tan berraco está haciendo, me voy a preparar un café”, pero antes de eso fui al baño a ponerme los lentes de contacto.
Mientras estaba en esas me pregunté: “¿Y con qué algo voy a acompañar el café?” y estuve tentado de ir a comprarme la mejor dona del mundo mundial: la de chocomaní, pero me dio una pereza infinita salir, así que al final me trancé por unas galletas wafer de vainilla y media chocolatina jet que quién sabe cuánto tiempo llevaba encima de un mueble de mi cuarto.
Al final escribí. Imagino que no deje pasar la vida, o eso creo.
Mi yo, o sospecho que un personaje independiente que a veces me habita, me pregunta: “¿No debería estar haciendo algo más productivo?” En principio le doy la razón, pero en menos de una fracción de segundo lo contraargumento y le digo que todo depende de qué entienda él por productivo o por productividad, pues ¿quién dice que estar echado en una cama no lo sea?
El hecho es que me quedo ahí, a mis anchas, o acostado o anchamente o ancho y acostado; creo que me entienden, no sé si a manera de protesta o qué, pero también me quedo pensando sobre el tema. “¿Y si tiene algo de razón? ¿Y si uno deja pasar la vida?, me pregunto. "¿Qué es dejar pasar la vida?"
No es una pregunta sencilla. una cosa puede ser, digamos, hacerlo de forma deliberada, como yo hace un rato echado en la cama mirando el celular sin propósito alguno, si suponemos que eso es dejar pasar la vida. Pero el tema es que que a uno también se le va la vida sin quererlo ¿cómo?, por ejemplo, en viajes de ascensor al lado de desconocidos, en el transporte público, en las colas de banco, en fin, Inserte aquí una forma en que usted deja pasar la vida sin quererlo.
Entonces ahí, tirado en la cama, con la semillita del sentimiento de culpa echando raíces en mi cabeza empiezo a pensar en este escrito, pero no era este sino otro, con otra estructura y otro rumbo, otro tema quizá, pero ya no recuerdo cuál. Apenas me puse de pie, pensé “que frío tan berraco está haciendo, me voy a preparar un café”, pero antes de eso fui al baño a ponerme los lentes de contacto.
Mientras estaba en esas me pregunté: “¿Y con qué algo voy a acompañar el café?” y estuve tentado de ir a comprarme la mejor dona del mundo mundial: la de chocomaní, pero me dio una pereza infinita salir, así que al final me trancé por unas galletas wafer de vainilla y media chocolatina jet que quién sabe cuánto tiempo llevaba encima de un mueble de mi cuarto.
Al final escribí. Imagino que no deje pasar la vida, o eso creo.
jueves, 4 de agosto de 2022
De taxistas, Uber, citas médicas, chocolate y otras cosas
Son más de las cinco y salgo de una cita médica. Pienso que debería tomar un Uber, es decir un Cabify, pues tengo una pelea cazada con la primera plataforma, que insiste en cobrarme 3000 pesos que no les debo y que sí o sí se los debo pagar con mi tarjeta de crédito. “qué se los pague su madre”, pienso, ¿cuál?, la de alguno de los dueños.
Está claro que mi pataleta no ha producido ningún impacto en las finanzas del gigante tecnológico, pero bueno, me iré a la tumba con mi supuesta deuda, en fin.
Cruzo la avenida y le saco la mano a un taxi que por alguna extraña alineación de planetas o porque me van a hacer el paseo millonario, pasa desocupado. Apenas me subo, le doy la dirección al conductor y me pongo a mirar por la ventana, a darle vueltas a una pregunta sin respuesta:
¿tendrá algún sentido la vida o no es más que un absurdo ni el berraco?
La consigna es no hacer contacto visual para no entrar en conversa con el taxista. Imagino que soy parte de un comando secreto y el líder de mi escuadrón me dice, al auricular que tengo implantado en mi oreja derecha, “Do not engage soldier”. Le hago caso.
Hay trancón, hace sol y miro por la ventana, analizando la pregunta que me hago por diferentes ángulos, pero todos dan a callejones sin salida, a cul-de-sacs pintorescos. Cuando me encuentro en esas, el conductor rompe el equilibrio del ambiente. Como busca alguna forma para hablar arranca suave, y como de la nada dice:
“Ahora mucha gente está saliendo del país”. Y Deja la frase flotando en el aire. Es obvio que espera una respuesta. Eso me dicen sus ojos por el retrovisor. I repeat do not engage!
“Ahh si ¿y cómo lo sabe?”, le respondo.
“Pues he escuchado muchas conversaciones de gente que he transportado. Por ejemplo, el otro día llevé a un man al aeropuerto que se iba con la hija a Europa y hablaba por teléfono y decía que él iba a abrir un préstamo y lo pagaba desde allá”.
“Por eso el dólar ha subido tanto".
Subo las cejas en modo de pregunta.
"Pues sí, a mayor demanda sube el precio”, dice con propiedad.
“Ahh ya”, le respondo.
“Vuelvo a mirar por la ventana. El líder mi escuadrón no ha vuelto a hablar, seguro ya cortó la comunicación conmigo.
Como si se hubiera enterado de eso, el taxista ataca de nuevo:
“¿Y qué, saliendo del trabajo?”
Me toma por sorpresa, así que tardo unos segundos en comprender que me está hablando de nuevo. Le respondo con un tímido: “Sí”
“ ¿Y trabaja ahí en el hospital?”
Amigo, pero ¿cuál es la gana de conocer mi vida al detalle?
Reconozco que tal vez solo quiera hablar, que andar al volante todo el día metido en trancones, aguantándose los putazos y la rabia de los demás conductores no debe ser placentero, y que una forma de terapia es conversar con los pasajeros, pero hoy, por alguna razón no tengo ganas de hacerlo, tal vez porque estoy en modo trascendental.
Sé que es una mamera, pero yo no me esfuerzo por estar así, sino que simplemente es un estado que llega y se instala como si nada. La verdad, si ustedes me lo preguntan, prefiero el estado bobada, o el estado vale huevismo puro.
“Por el sector”, le respondo. Mentira número 1.
Otra vez miro por la ventana, es mi única salvación. Fijar la mirada en los otros carros, en las fachadas de los edificios que vamos dejando atrás, en las personas que ocupan por un segundo mi campo visual, pero ya todo está perdido.
“y en qué sector o industria?"
“Diseño”. Mentira número 2.
Está claro que mi pataleta no ha producido ningún impacto en las finanzas del gigante tecnológico, pero bueno, me iré a la tumba con mi supuesta deuda, en fin.
Cruzo la avenida y le saco la mano a un taxi que por alguna extraña alineación de planetas o porque me van a hacer el paseo millonario, pasa desocupado. Apenas me subo, le doy la dirección al conductor y me pongo a mirar por la ventana, a darle vueltas a una pregunta sin respuesta:
¿tendrá algún sentido la vida o no es más que un absurdo ni el berraco?
La consigna es no hacer contacto visual para no entrar en conversa con el taxista. Imagino que soy parte de un comando secreto y el líder de mi escuadrón me dice, al auricular que tengo implantado en mi oreja derecha, “Do not engage soldier”. Le hago caso.
Hay trancón, hace sol y miro por la ventana, analizando la pregunta que me hago por diferentes ángulos, pero todos dan a callejones sin salida, a cul-de-sacs pintorescos. Cuando me encuentro en esas, el conductor rompe el equilibrio del ambiente. Como busca alguna forma para hablar arranca suave, y como de la nada dice:
“Ahora mucha gente está saliendo del país”. Y Deja la frase flotando en el aire. Es obvio que espera una respuesta. Eso me dicen sus ojos por el retrovisor. I repeat do not engage!
“Ahh si ¿y cómo lo sabe?”, le respondo.
“Pues he escuchado muchas conversaciones de gente que he transportado. Por ejemplo, el otro día llevé a un man al aeropuerto que se iba con la hija a Europa y hablaba por teléfono y decía que él iba a abrir un préstamo y lo pagaba desde allá”.
“Por eso el dólar ha subido tanto".
Subo las cejas en modo de pregunta.
"Pues sí, a mayor demanda sube el precio”, dice con propiedad.
“Ahh ya”, le respondo.
“Vuelvo a mirar por la ventana. El líder mi escuadrón no ha vuelto a hablar, seguro ya cortó la comunicación conmigo.
Como si se hubiera enterado de eso, el taxista ataca de nuevo:
“¿Y qué, saliendo del trabajo?”
Me toma por sorpresa, así que tardo unos segundos en comprender que me está hablando de nuevo. Le respondo con un tímido: “Sí”
“ ¿Y trabaja ahí en el hospital?”
Amigo, pero ¿cuál es la gana de conocer mi vida al detalle?
Reconozco que tal vez solo quiera hablar, que andar al volante todo el día metido en trancones, aguantándose los putazos y la rabia de los demás conductores no debe ser placentero, y que una forma de terapia es conversar con los pasajeros, pero hoy, por alguna razón no tengo ganas de hacerlo, tal vez porque estoy en modo trascendental.
Sé que es una mamera, pero yo no me esfuerzo por estar así, sino que simplemente es un estado que llega y se instala como si nada. La verdad, si ustedes me lo preguntan, prefiero el estado bobada, o el estado vale huevismo puro.
“Por el sector”, le respondo. Mentira número 1.
Otra vez miro por la ventana, es mi única salvación. Fijar la mirada en los otros carros, en las fachadas de los edificios que vamos dejando atrás, en las personas que ocupan por un segundo mi campo visual, pero ya todo está perdido.
“y en qué sector o industria?"
“Diseño”. Mentira número 2.
"Diseño. Ahhh ya"
Ahora fijo me sale con algo del estilo: Mi esposa es diseñadora, o alguna vaina así y ¿ahí qué?, igual estoy listo a inventar cualquier respuesta elaborada con la palabra Photoshop o Illustrator, pero el taxista no hace más preguntas.
A pocas cuadras de la casa suena una canción de salsa conocida, pero se inventa el coro y la canta a todo pulmón. Por un segundo pienso decirle que la letra no es así, pero ¿para qué? Se le ve feliz.
Cuando me bajo decido comprarme una dona de chocomaní para bajarle a la pensadera.
El chocolate como terapía de vida.
A pocas cuadras de la casa suena una canción de salsa conocida, pero se inventa el coro y la canta a todo pulmón. Por un segundo pienso decirle que la letra no es así, pero ¿para qué? Se le ve feliz.
Cuando me bajo decido comprarme una dona de chocomaní para bajarle a la pensadera.
El chocolate como terapía de vida.
miércoles, 3 de agosto de 2022
Superioridad moral
Una mujer, llamémosla Petronila, está claro que no se llama así, es decir no es que tenga nada contra ese nombre, sino que nunca he conocido a alguien que se llame así, en fin, estás líneas, pueden leerse como el inicio de esos libros que dicen: Esta es una obra de ficción y los nombres, personajes, lugares, e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, es pura coincidencia. Esto solo por si alguna Petronila se da por aludida.
Pero bueno, para no seguir desviándome del tema el hecho es que nuestra amiga Petronila –pues si, que más da, ya démosle ese estatus–, se despachó en una publicación de una red social en contra de otra mujer, sobre algo que esta amiga, conocida, contacto, sea quien sea, había escrito , diciendo que estaba lleno de superioridad moral. Luego procedía a argumentar el por qué de su declaración dando las razones X, Y y Z, de una forma, digamos, hilvanada y coherente.
La leo un par de veces a ver si logro hallar fallas en su lógica, en su narrativa, pero parece no haberlas. Está bien redactada, es compacta, sólida. Cuando estoy a punto de olvidar el asunto, me parece que en el texto si contiene una gran falla: precisamente está repleto de esa superioridad moral que tanto crítica.
Por un segundo se me cruza por la cabeza la terrible idea de responderle, de decirle algo como: “disculpe, querida doncella, sin ánimo de ofenderla, permítame decirle, que su respuesta exuda esa superioridad moral de la que tanto habla”, pero para no entrar en peleas con extraños le soy fiel a una cita que trato de aplicar como un mantra en mi vida:
Pero bueno, para no seguir desviándome del tema el hecho es que nuestra amiga Petronila –pues si, que más da, ya démosle ese estatus–, se despachó en una publicación de una red social en contra de otra mujer, sobre algo que esta amiga, conocida, contacto, sea quien sea, había escrito , diciendo que estaba lleno de superioridad moral. Luego procedía a argumentar el por qué de su declaración dando las razones X, Y y Z, de una forma, digamos, hilvanada y coherente.
La leo un par de veces a ver si logro hallar fallas en su lógica, en su narrativa, pero parece no haberlas. Está bien redactada, es compacta, sólida. Cuando estoy a punto de olvidar el asunto, me parece que en el texto si contiene una gran falla: precisamente está repleto de esa superioridad moral que tanto crítica.
Por un segundo se me cruza por la cabeza la terrible idea de responderle, de decirle algo como: “disculpe, querida doncella, sin ánimo de ofenderla, permítame decirle, que su respuesta exuda esa superioridad moral de la que tanto habla”, pero para no entrar en peleas con extraños le soy fiel a una cita que trato de aplicar como un mantra en mi vida:
To avoid criticism say nothing, do nothing, and be nothing.
martes, 2 de agosto de 2022
Un café y ver pasar la vida
La alarma vuelve a sonar y Sofía Lomb mira el celular. Son las 5:45 a.m. Suspira. Justo cuando expulsa el aire decide desactivarla. Luego se da media vuelta y al instante cae en un sueño profundo.
Cuando se vuelve a despertar, de forma natural, sin ningún paso traumático hacia la vigilia por culpa de una chicharra, ya son más de las 9 de la mañana. “Esto es despertarse bien”, piensa. Luego se recuesta sobre la pared y ocupa su cabeza con Joaquín, su novio, ¿Qué estará haciendo?,se pregunta.
Por un segundo piensa en llamarlo, pero desiste de la idea, pues cree que su equilibrio mental también depende de pasar tiempo sola, atrapada en su cabeza con sus pensamientos, cuidando los buenos y aplacando los malos.
Decide meditar 5 minutos, solo un decir, pues lo único que hace es respirar, inhalar y exhalar profundo, una y otra vez, sin importarle si por su cabeza se le cruzan mil pensamientos.
Luego se ducha y cuando sale, le da pereza arreglarse y se pone un pantalón para hacer yoga y unos tenis, “así, ligero, es que uno debe andar por la vida”, se dice. Cuando se termina de vestir y apenas sale del cuarto, se da cuenta que no tiene ganas de preparar desayuno, así que decide ir a Café Volcán, el café de la esquina de su casa que, espera, tenga una mesa desocupada.
Cuando llega, el lugar está, como siempre, lleno de personas que teclean de forma frenética en sus portátiles. A Lomb le parece que cada uno de ellos o ellas, quiere ser el próximo Jobs, Musk, Branson, en fin, el próximo gran magnate que va deslumbrar al mundo con un producto o servicio.
Un hombre que está en una mesa y lee el periódico la ve buscando mesa y la invita a sentarse. Lomb le regala una sonrisa lastimera y sigue de largo hacia la barra. Allí se sienta en la punta, el lugar más apartado, y espera que a nadie le de ganas de hablarle.
Pide un café con un eclair de chocolate y se sienta a observar el panorama y a tratar de pensar en nada. Trata de fijar su atención en el ruido del ambiente: el sonido de los cubiertos contra los platos, las conversaciones, en las otras mesas, los sonidos de la caja registradora, el ruido de los motores de los carros que pasan por la calle. Combina eso llevando con cuidado la tasa de café a su boca, al igual que pegándole mordiscos al bizcochuelo.
“¿Qué estarán pensando en mi oficina?”, se pregunta.
Cuando se vuelve a despertar, de forma natural, sin ningún paso traumático hacia la vigilia por culpa de una chicharra, ya son más de las 9 de la mañana. “Esto es despertarse bien”, piensa. Luego se recuesta sobre la pared y ocupa su cabeza con Joaquín, su novio, ¿Qué estará haciendo?,se pregunta.
Por un segundo piensa en llamarlo, pero desiste de la idea, pues cree que su equilibrio mental también depende de pasar tiempo sola, atrapada en su cabeza con sus pensamientos, cuidando los buenos y aplacando los malos.
Decide meditar 5 minutos, solo un decir, pues lo único que hace es respirar, inhalar y exhalar profundo, una y otra vez, sin importarle si por su cabeza se le cruzan mil pensamientos.
Luego se ducha y cuando sale, le da pereza arreglarse y se pone un pantalón para hacer yoga y unos tenis, “así, ligero, es que uno debe andar por la vida”, se dice. Cuando se termina de vestir y apenas sale del cuarto, se da cuenta que no tiene ganas de preparar desayuno, así que decide ir a Café Volcán, el café de la esquina de su casa que, espera, tenga una mesa desocupada.
Cuando llega, el lugar está, como siempre, lleno de personas que teclean de forma frenética en sus portátiles. A Lomb le parece que cada uno de ellos o ellas, quiere ser el próximo Jobs, Musk, Branson, en fin, el próximo gran magnate que va deslumbrar al mundo con un producto o servicio.
Un hombre que está en una mesa y lee el periódico la ve buscando mesa y la invita a sentarse. Lomb le regala una sonrisa lastimera y sigue de largo hacia la barra. Allí se sienta en la punta, el lugar más apartado, y espera que a nadie le de ganas de hablarle.
Pide un café con un eclair de chocolate y se sienta a observar el panorama y a tratar de pensar en nada. Trata de fijar su atención en el ruido del ambiente: el sonido de los cubiertos contra los platos, las conversaciones, en las otras mesas, los sonidos de la caja registradora, el ruido de los motores de los carros que pasan por la calle. Combina eso llevando con cuidado la tasa de café a su boca, al igual que pegándole mordiscos al bizcochuelo.
“¿Qué estarán pensando en mi oficina?”, se pregunta.
lunes, 1 de agosto de 2022
Grogui
Leo, en internet, que una mujer recomienda el documental Como cambiar tu mente de Netflix, así que el Domingo, después de almuerzo me recuesto en la cama y lo sintonizo. Al poco tiempo comienzo a practicar una actividad en la que me he convertido en un experto: dormir Netflix.
Cuando estoy con un pie en el territorio de la vigilia y otro en el territorio del sueño mi consciente alcanza a escuchar a Michael Pollain, el protagonista del documental, hablando sobre el LSD y sus ventajas.
“¿Se acuerda que lo vimos en el HAY Festival hace unos años?”, me pregunta.
Cuando estoy con un pie en el territorio de la vigilia y otro en el territorio del sueño mi consciente alcanza a escuchar a Michael Pollain, el protagonista del documental, hablando sobre el LSD y sus ventajas.
“¿Se acuerda que lo vimos en el HAY Festival hace unos años?”, me pregunta.
“Sí, claro, pero, ¿será que puedo dormir? El documental no lo van a quitar de la plataforma”, le respondo.
“Es verdad, pero mire lo que está diciendo sobre el subconsciente, tiene algo que ver con eso que empezó a escribir hoy. Ahí verá si le pone atención”.
Y tiene razón. Ahí, grogui, alcanzo a escuchar como Pollain dice que las sustancias psicoactivas ayudan a activar zonas del subconsciente que serían imposibles acceder de otra manera. Es un tema que me llama mucho la atención, pues muchos escritores afirman que la escritura es un proceso subconsciente, como Cornac MacCarthy que dice que que él solo escribe lo que se le ocurre, lo que se le aparece en la cabeza, sin ningún tipo de planeación y de arco narrativo y esas cosas tan literatas, tan narrativas, en fin.
Por un segundo pienso tomar nota en mi celular de lo que dice Pollain o, por lo menos, anotar el minuto en el que lo dice, pero al final el sueño me vence, así que decido apagar el televisor.
Y tiene razón. Ahí, grogui, alcanzo a escuchar como Pollain dice que las sustancias psicoactivas ayudan a activar zonas del subconsciente que serían imposibles acceder de otra manera. Es un tema que me llama mucho la atención, pues muchos escritores afirman que la escritura es un proceso subconsciente, como Cornac MacCarthy que dice que que él solo escribe lo que se le ocurre, lo que se le aparece en la cabeza, sin ningún tipo de planeación y de arco narrativo y esas cosas tan literatas, tan narrativas, en fin.
Por un segundo pienso tomar nota en mi celular de lo que dice Pollain o, por lo menos, anotar el minuto en el que lo dice, pero al final el sueño me vence, así que decido apagar el televisor.