miércoles, 18 de diciembre de 2024

Ya no se puede leer en paz

Son las 5 de la tarde y el calor que hace es desesperante. La ropa se me pega a la piel y gotas de sudor se forman en mi frente cada nada. Ahí estoy, con un librito en la mano y buscando un lugar cómodo para sentarme a leer. No hay ninguna mesa disponible en el bar del lobby, así que me acerco a la barra y le pido a Jorge, el barman de sonrisa luminosa, una limonada con mucho hielo. Apenas me la entrega le doy un sorbo largo, y el líquido frío me refresca la garganta.

Por alguna alineación de planetas, una pareja desocupa una mesa que está al lado de un ventilador. Me abalanzo sobre ella dispuesto a irme a los golpes con quien quiera tomarla. Nadie más la vió o nadie más busca mesa, así que no tengo necesidad de llegar a tales extremos.

Abro la novela, úbico el vaso de limonada de forma estratégica para solo tener que inclinar mi cuerpo para darle sorbos y comienzo a leer. Entonces ocurre lo de siempre: me meto en el mundo de la novela, acompañó a los personajes como un espectador en primera fila y logro bloquear el ruido y distracciones a mi alrededor.

Nada del otro mundo, solo un tipo disfrutando de un momento de lectura. Todo transcurre igual, normal podría decirse, hasta que una voz de mujer rompe mi burbuja lectora: “Perdón, nos queremos sentar acá”. Levanto la mirada y veo a una mujer gorda con un pareo rojo de flores y el pelo mojado. Lleva con un cóctel naranja en sus manos coronado por una sombrillita.

No respondo nada, pero hago cara de: Idiota, ¿no ve que la mesa está ocupada? Acto seguido bajo la mirada y continúo con mi lectura.

Minutos después alguien toca mi hombro con un dedo. ¿Qué le pasa a la gente? Volteo a mirar y me encuentro con un señor más gordo que la señora de hace unos momentos. El hombre no lleva camisa, está en bermudas y tiene otro cóctel en sus manos, una piña colada al parecer. “Señor, vemos que solo está leyendo y tomando limonada. Como mi esposa y yo estamos tomando licor, ¿podría dejarnos la mesa?

“No, no podría”, le respondo y vuelvo a bajar mi mirada. Ya no leo, solo espero el contraataque del hombre y su mujer. “Señor se lo voy a pedir una última vez de forma amable: queremos sentarnos acá”. Esta vez no toca mi hombro sino que toma la mala decisión de cerrarme el libro.

El inadaptado que llevo dentro toma control de mí, la rabia se expande por todo mi cuerpo y con un par de movimientos rápidos me pongo de pie, ubico mis dos manos sobre el pecho del gordinflón y lo empujo. El hombre trastabilla hacia atrás, y cae al piso, al tiempo que se riega el cóctel encima y el vaso se quiebra contra el piso.

Adopto, creo, una posición de pelea, listo para contrarrestar el ataque del hombre, que ahora murmura cosas ininteligibles mientras intenta ponerse de pie.

Jorge acaba de salir detrás de la barra y me dice que esté tranquilo, que no es para tanto, y un par de guardias de seguridad ayudan a que el hombre se ponga de pie.

Ya no se puede leer en paz en estos días.

martes, 17 de diciembre de 2024

Después de una vuelta de banco

Cuando llego al banco solo hay tres personas esperando turno. Toca pedirlo escaneando un código QR de una pared y un hombre me pregunta si debe utilizar la cámara. Me imagino, le digo, porque yo tengo una app para eso y no sé qué modelo es su teléfono.

L116 esa es la celda de Excel que me toca interpretar en ese momento. Al poco tiempo, luego de sentarme, llega una oleada de clientes al banco y pienso que me voy a demorar una eternidad en ese sitio, uno, a mí parecer, de los más deprimentes del mundo.

Me ahorro 20 minutos de narración contándoles que mi vuelta en el banco demoró solo ese lapso de tiempo. Salgo contento y llamo a mi hermana a ver si ya terminó su vuelta de reclamar medicamentos. Me cuenta que faltan 20 turnos para el de ella y que la farmacia está taqueada de gente. Mínimo me demoro 20.000 horas en ese lugar, dice. Río mentalmente de su hipérbole y le cuento que yo pude hacer mi vuelta de banco rápido y que a manera de premio me voy a hojear libros y quizá me compre uno. Nos estamos hablando sentencia ella, con un dejo de fastidio en su voz.

Cuando llego a la librería el ambiente del lugar está agitado. Varias personas revolotean por los pasillos preguntando diferentes títulos a los libreros. Me uno a ese flujo de personas y pregunto por Cometierra de Dolores Reyes. El librero lo busca en el sistema y me cuenta que está agotado. Luego, como por acto reflejo, pregunto por Rosa Montero, a ver si de pronto me encuentro con un libro de la autora española que no tengo en mi radar de lectura. Me dice que solo tienen La desconocida, la novela que escribió con Olivier Truc. Quizá me estoy perdiendo de una buena novela negra, pero esa no me ha llamado la atención. ¿No tienen más?, le pregunto de nuevo al librero, y me contesta que no, que de Montero solo tienen esa. También intento con Millás, pero el hombre, parece que por pereza, me dice que no tienen libros del escritor.

Es en ese momento cuando decido entregarme al ritual de hojear libros, que solo consiste en caminar por los pasillos de la librería, ladear la cabeza para leer los títulos en los lomos, sacar de los estantes los que me llaman la atención, leer un par de páginas, quedarme con ellos en las manos para luego evaluar comprarlos o devolverlos a su lugar.

Al poco tiempo confirmo que el librero que me atendió tiene pereza, pues me encuentro con La carne y la historia del rey transparente de Montero. Como siempre me pasa cuando me topo con la primera novela, no me resisto las ganas de leer su primer párrafo:

La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.

No puede tener más razón el narrador de esa novela. Devuelvo el libro a su lugar y continúo con mi tarea de hojear libros hasta que encuentro el que me quiero llevar, El descontento de Beatriz Serrano.

Luego en la fila para pagar que es larga, me distraigo viendo otros libros de Murakami. Pienso en que hace mucho no leo nada de ese autor y por un segundo evalúo si más bien llevar un libro de él y no el que escogí, o bien llevar los dos. En medio de ese breve dilema suena mi celular. Contesto y es mi hermana. Me dice que ya terminó de reclamar los medicamentos y que no me mueva de donde estoy para ir a almorzar.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Taza de café

Me refiero al objeto, no a la bebida. Tengo varias tazas, pero desde hace un tiempo no me sentía a gusto con ninguna. No sé, pienso que para disfrutar el café —ya sea el de la mañana, el de mediodía o el de la tarde, el que sea—, la taza que se utiliza juega un papel importante.

Hay tazas que no están a la altura de la experiencia, o que simplemente no combinan con uno. Ayer, en un centro comercial, entré a una tienda de Casa Ideas. Mientras caminaba distraídamente por los pasillos, me topé con la sección de mugs. Los observé con detenimiento, sin ninguna intención de compra, hasta que vi una taza de café, de color azul marino con una franja roja en la base. Escogí al azar una de las muchas que había de ese modelo. Allí, mientras la sostenía en mis manos, pensé: "Esta es mi tacita de café."

Hoy, cuando me levanté por la mañana, había olvidado por completo la compra y solo la recordé hasta que me puse a hacer el café. Luego, al echarle el chorrito de leche para combinarlo con el café y darle el primer sorbo, supe que había seleccionado la taza adecuada.

Quizá esa sensación extraña de sentirme tan a gusto con una taza que seguro han comprado más personas tiene que ver con una sensación de desarraigo a medias que experimento desde que cambié de residencia. Atrás dejé la taza que usaba. Digo "a medias" Porque, en estos momentos, ando entre dos lugares.  Soy morador de ambos, sin pertenecer completamente a ninguno.  

jueves, 21 de noviembre de 2024

Razones para desconfiar de sus vecinos y otros temas

Me bajo del taxi malgeniado. Parece que llevara la fuerza del fin del mundo dentro de mí. Imagino que mi estado de ánimo hace que se me suba la presión arterial y eso se traduce en un molesto dolor que me comienza a martillar el lado derecho de la cabeza. Dicho estado potencia mi mal genio y caigo en una especie de ciclo: a mayor mal genio mayor dolor de cabeza.

Mi destino es la librería Lerner, porque ya voy en el último capítulo de Aranjuez, el libro que, se supone, había comprado para el viaje. Voy en búsqueda de Razones para desconfiar de sus vecinos de Luis Noriega. Cuando me obsesiono por un libro no descanso hasta conseguirlo. Hace mucho lo había visto, pero lo había relegado a algún rincón oscuro de mi cerebro.

Chévere escribir un libro sobre los habitantes de un edificio, pensé en estos días, y al momento me respondí: un momento, ese libro ya existe. Después de un par de búsquedas en internet di con su título el cuál ya había olvidado por completo.

La noche anterior había revisado la página web de la librería y esta decía que quedaba una copia disponible.

Apenas pongo un pie dentro de la librería mi nivel de rabia solo ha disminuido una raya, y poco a poco el dolor de cabeza se quiere comer una porción de mi cerebro. Comienzo a pasearme por los pasillos, hojear libros y me pregunto: ¿Qué tal que otra persona que está en la librería también esté buscando el libro de Noriega, y mientras yo me distraigo con otro libros me lo quite? No señor, primero debo averiguar si todavía lo tienen y ya con el libro en la mano me puedo dedicar al fino arte de hojear libros. Justo en ese momento pasa a mi lado una mujer que trabaja en la librería, la miró fijo a los ojos y le pregunto por el libro. Ella lo busca en el sistema y me dice: “Sí, nos queda una copia, acompáñeme”.

La sigo por los pasillos de la librería casi pisándole los talones, hasta que llegamos a la sección de literatura colombiana. Ella comienza a buscarlo repitiendo el apellido del autor a modo de mantra, hasta que lo ubica y me lo pasa. Luego de un escueto gracias de mi parte, la mujer se esfuma.

Del dolor de cabeza y esa rabia filosa que llevaba ya no quedan casi ni rastros. Me aventuro a pensar que estar rodeado de libros es algo que tiene un efecto curativo.

En tu cara imbécil, pienso acerca de esa otra persona, hombre o mujer que también busca el libro de Noriega, mientras comienzo a hojear libros y a leer sus contraportadas y uno que otro párrafo al azar. Estoy en esa tarea cuando me encuentro con Los renglones torcidos de Dios, un libro que vi ayer en internet mientras buscaba información sobre el de Noriega. A modo de autoengaño pienso que ese encuentro fortuito es una especie de señal del destino, la vida, Dios, lo que sea y también decido comprarlo.

Cuando abandono la librería ya no tengo rabia ni dolor de cabeza. 

lunes, 18 de noviembre de 2024

Frases que me gustaría escribir

Estoy inscrito a muchas Newsletters. En la mayoría de los emails que me llegan me ofrecen todo tipo de servicios o productos. No sé por qué no me elimino de algunas de esas listas de correo, si me la paso borrando mails que ni siquiera abro.

Por eso me gustan mucho esas Newsletters que no tienen un único fin comercial sino que se concentran en contar cosas. Una de ellas es la de la escritora Juliana Muñoz.

Ella tiene un estilo muy lírico que, creo, está más allá de mis habilidades de escritura, bien sea porque me hace falta leer poesía, más novelas o simplemente porque no cuento con esa sensibilidad que tienen los poetas. No lo sé, pero siento que tiendo a escribir más directo, es decir, contar lo que veo y ya está. Millás dice que escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices.

El escritor español también cuenta que Decir lo que se dice, que a primera vista puede parecer sencillo, requiere una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos esperas salta la metáfora.

Sea como sea, Juliana habla sobre su hijo en la última carta, y escribió una frase que me pareció perfecta: A veces, cuando te tengo alzado, siento una corriente tibia que se vierte por mi brazo. Luego me doy cuenta de que es tu mano. Tienes piel de agua.

¿Cómo hace uno para escribir de esa manera? ¿Cómo sonar de esa forma sin ser meloso o caer en cursilerías? que alguien me lo diga. Lo que me inquieta es que estoy casi seguro de que Juliana está tan compenetrada con su estilo y su lirismo, que son frases que teclean sus dedos como si nada. Frases sinceras en las que no busca sonar inteligente. Frases que me gustaría escribir.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Aranjuez

Me gusta escribir, pero entonces llega ese momento, justo como ahora, en el que siento ganas de hacerlo, pero ningún tema concreto ronda mi mente, así que empiezo a teclear lo que salga, y lo que salió fue esto.

Comienzo este segundo párrafo perdido, entonces se me ocurre hablarles de Aranjuez, la novela de Gilmer Mesa.

Me paseo por los pasillos de una librería porque busco un regalo para P, una amiga. Regalar libros, pienso, es bien difícil porque dar en la vena del gusto lector de alguien es muy complicado, por el simple hecho de que dos personas nunca van a interpretar un libro de la misma manera.

Sea como sea, pienso que Lecciones de Química es una novela que le puede gustar. La pregunto y me cuentan que ya no les quedan copias. Voy por mi segunda opción: Cómo maté a mi padre. Lo tengo en mente porque fue un libro que disfruté, pero ya sabemos que esa razón no es una de peso.  Si pienso en él es porque hace poco P. me compartió una columna de su autora. Te comparto este artículo que me encantó, me escribió por Whatsapp, así que me aventuro a pensar que esa novela le puede gustar.

Ahí sigo, paseando por la librería. Mientras hojeo libros que me llaman la atención entablo una conversación con mí mismo:

—Vamos a comprar un libro para el viaje.
—¿Pero no cree que todavía tiene demasiados sin leer?
—Demasiados libros es una frase sin sentido para mí.
—¿Y qué me dice de todos esos que descargo en su kindle?
—Quiero comprar un libro y punto. Además, está claro que comprar libros es una actividad completamente independiente a leerlos, y en las últimas semanas no me he podido enganchar con ninguno, ¿acaso no lo recuerda?
—Usted verá.
—Pues sí, yo veré. Que esté muy bien.
—Lo mismo.

Justo cuando doy por finalizada la conversación, tengo a Aranjuez en mis manos. Lo comienzo a leer y los primeros párrafos me saben bien. Paso páginas hasta más o menos la mitad del libro y también leo otro párrafo que me agrada.

Dictaminó que el estilo de Mesa es sincero. Nada mejor que estos textos que no pretenden grandeza, ni están cargados de un lirismo exagerado. Más tarde, cuando me voy a acostar, veo el libro en la mesa de noche y aunque lo compré para leer en el viaje, me zampo el primer capítulo sin ningún remordimiento.

—¿No lo había comprado para el viaje?
—Se supone, pero creo que lo voy a acabar antes, ni modo, ¿cierto? Será comprarme otro libro ¿Qué se le va a hacer?

martes, 12 de noviembre de 2024

11/12

Ayer vi muchas publicaciones de personas que hablaban sobre la importancia de la fecha. Al ser el día 11 del mes 11, decían estas personas que se abría un portal o yo no sé qué vaina y era un buen día para manifestar cosas, signifique lo que eso signifique.

Me gustaría ser tan místico y creyente como ellos, pero la verdad es que tiendo hacia el escepticismo. Como dice la escritora Sara Jaramillo Klinkert: “Me gustaría creer en la astrología. Engañarme. Pensar que la locura del mundo se debe, por ejemplo, a la conjunción de determinados planetas. Mercurio retrógrado.”

El punto, si lo hay, es que ese portal energético de ayer invitaba a soltar aquello que ya no nos sirve y abrazar un nuevo comienzo.

Uno de los rituales para esa fecha consiste en conseguir papel, algo para escribir, una vela negra que simboliza la eliminación de la negatividad o una morada que tiene que ver con transformación y renovación espiritual, y un recipiente para quemar el papel.

Yo, claro, no realicé ese ni ningún otro ritual. Hoy a las 2.43 a.m me despertó un dolor de cabeza de los cojones. ¿Será que estoy entrando a una nueva temporada de dolores de cabeza? pensé, y también pensé sobre el 11/11 y que no había hecho ni un carajo con respecto a esa fecha. Tal vez habría podido practicar un ritual para visualizar un futuro sin dolores de cabeza o qué sé yo.

Me levanté a oscuras, con cuidado de no meterle un patadón a una pata de la cama, busqué una pastilla que me zampé con un trago largo de agua y me recosté de nuevo.

No sé cuánto tiempo me quedé mirando la oscuridad, la nada, esperando a que la pastilla hiciera efecto y el dolor de cabeza amainara. En ese instante me acordé de la narradora de Malas posturas, el cuento de Lina María Parra:

Aunque sepa lo que son, aunque sepa que si espero se me van quitar, 
cada vez que me da una migraña pienso que la única solución es la muerte.

Todo esto para lanzar dos preguntas: ¿Existe algún ritual para el 11/12 que sirva para resarcir la no práctica de alguno de ellos en la fecha madre, el 11/11?  ¿Quedará algún resquicio de ese portal por el que mis deseos se puedan colar?

domingo, 10 de noviembre de 2024

Territorios

Así se llama el cuento que escribí. Son seis hojitas que ya van en su cuarta versión y que leo a cada rato para agregarle o quitarle una palabra, o para cambiarle la puntuación a uno de los pensamientos de la protagonista, pues la narración tiene muy pocos diálogos. Por defecto, casi siempre tiendo hacia el monólogo interior y cuando quiero que la voz sea de otro tipo, necesito ser muy consciente al momento de escribir.

Me gusta cuando eso pasa, es decir, cuando una historia y sus personajes se meten en mi cabeza y me susurran nuevas líneas o ideas para que el cuento tenga más sentido. Hoy, cuando me levanté y me puse a calentar agua para preparar un café, lo leí de nuevo en mí celular. Fue una lectura fragmentada mientras preparaba una mezcla para hacer pancakes.

Cuando iba por la mitad de la historia seguí de largo con la lectura y el Pancake que estaba cocinando se quemó por uno de sus lados. Ahí me tocó apagar el celular y concentrarme en el desayuno.

Luego, en la mesa y cuando terminé de desayunar, seguí con la lectura y me di cuenta de unas inconsistencias en las transiciones de los pensamientos de Helena, la protagonista, a la acción de la historia, que transcurre entre la sala de espera de un aeropuerto y un avión. Como estaba lejos del computador, tomé capturas de pantalla y me las envié al Whatsapp, para editar esos segmentos luego.

En la tarde, cuando me senté a hacerle los cambios al cuento, no vi por ningún lado los errores que creí ver en la mañana. Eso  refuerza mi teoría de que los escritos van reorganizando sus palabras por sí solos y por eso se deben soltar en algún momento. Caso contrario uno puede quedarse editándolos hasta la eternidad.

viernes, 8 de noviembre de 2024

película floja

Hace rato no me engancho con ninguna serie. Ayer me propuse ver algo en televisión, lo que fuera, y di con una película de zombies.

Ocurría en españa y el protagonista, un hombre de barba poblada, decide quedarse solo en su casa, a pesar de que su hermana le dijo que se fuera con ella y su familia a las islas canarias, pues su esposo trabaja con el ejército y los iban a reubicar allá con todas las comodidades del caso.

El hombre no deja de intercambiar mensajes con su hermana, y le dice que va a buscar la manera de llegar al lugar en el que ella se encuentra con su familia, pero al final hace lo que le da la gana y se queda solo en compañía de su gato y, claro, se le acaba la comida y debe salir a buscarla.

Como era de esperarse debe enfrentarse con uno que otro zombie. Además de eso como si el conflicto no fuera ya suficiente, los guionistas decidieron meter en la historia a unos malhechores rusos que iban en un barco y que se encuentran al hombre de barba cuando este intenta escapar en un bote por un río o lago.

Uno de los rusos habla inglés y es el que sirve de intérprete con el capitán del barco. En una de sus conversaciones le preguntan a qué se dedica, y el hombre de barba responde que es abogado. Luego de que el ruso tradujera la respuesta, le cuenta al protagonista que le dijo al capitán que era ingeniero. “A nadie le caen bien los abogados”, concluye.

El hombre de barba entabla una especie de amistad con el ruso, que resulta ser ucraniano. En una de sus conversaciones se entera de que sabe pilotear helicóptero. Le cuenta que él sabe en que lugar de un hospital hay uno, y que si le ayuda a escapar podrían dejar la ciudad y volar hastaa las islas Canarias.

El ruso decide hacerle caso y cuando por fin llegan al hospital se encuentran con un grupo de sobrevivientes, pero para poder llegar al helicóptero deben atravesar un parqueadero repleto de zombies.

Como era de esperarse el conflicto escala porque los rusos del barco llegan al hospital en busca de provisiones.

Para no extenderme, al final el hombre con barba y el ruso logran llegar al helicóptero y luego de tener problemas para prender los motores, la hélices por fin comienzan a girar y despegan. En la última escena cuando ya viajan hacia las islas canarias, recibe una llamada de su hermana: “Hola ya voy para allá”, le cuenta y la respuesta que recibe es la siguiente: “No no vengas para acá”, y ahí se corta la llamada.

Queda claro que los guionistas, además de estar aburridos, no tenían ni idea cómo terminar la película y eligieron ese final flojo. Me sentí como cuando uno lee una historia y utilizan ese truco barato en el que narrador cuenta que todo fue un sueño.

Si dan con esa película no la vean, están advertidos.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Después de leer

Escribí esto hace un par de días y lo dejé quieto a ver si se me ocurría algo más o las palabras se reacomodaban por sí solas. Me gusta pensar eso, que cuando uno vuelve a un texto después de un par de días, semanas, meses, incluso años, estos ya han encontrado por sí solos la forma de destrabarse.

12.38 a.m. Termino un capítulo de la novela que leo. Es una de esas lecturas que me hacen sentir liviano. Apenas pongo el separador en la página 168 o la 169, depende si se le mira como el final de un capítulo o el inicio del siguiente; siento un hueco de hambre en el estómago.

No debería tener esa sensación porque me comí un huevito con arroz y un paquete de maduritos de D1 —los mejores— a las 7 de la noche, pero 5 horas, imagino, son suficientes para generar sensación de hambre.

Evalúo si ir a la cocina a ver qué encuentro para picar, pero hace frío y me gana la pereza. Además, hace poco escuché ruidos de casa en la madrugada y como no quiero encontrarme con un ánima que deambula sin rumbo alguno, desisto de la idea.

Recuerdo que tengo un paquete de M&M amarillos—los mejores—, en mi escritorio y decido que voy a engañar al estómago con una de esas pepitas de chocolate.

Por un instante pienso que no debería comerlas porque ya me lavé los dientes, pero no importa, a veces es bueno no hacerse caso.

Cuando encuentro el paquete concluyo que dos es el número adecuado y me las trago casi sin masticarlas.

Los dulces no le hacen ni cosquillas al hambre que siento. Apago la lámpara, cierro los ojos y, parece, me quedo dormido al poco tiempo.

jueves, 31 de octubre de 2024

Cara de gringo

Camino de forma distraída, es decir, tengo claro mi destino, pero mientras llego a él salto de un pensamiento a otro como si nada. Con cada paso me invento ficciones que se alimentan de lo que voy viendo por el camino. Algo parecido a lo que cuenta Rosa Montero en El peligro de estar cuerda cuando se dirigía a una reunión con amigos, y de un momento a otro se preguntó: ¿Y si de repente hubiera un terremoto? De inmediato la escritora española habitó dos dimensiones al mismo tiempo: la real en la que caminaba a toda prisa y la imaginaria en la que el asfalto se resquebrajaba.

Yo no imagino una escena apocalíptica, pero por alguna razón miro de forma fija a una mujer sentada en una banca de un parque. Ella tiene una carpeta de plástico apoyada en sus piernas, e intenta meter unos papeles dentro de ella. No consigue hacerlo, tuerce la cara y suelta un quejido de desesperación. En ese momento levanta la cara y me sostiene la mirada por un par de segundos, y cuando estoy a punto de voltear a mirar hacia otro lado la mujer pregunta:

¿Do you speak english?

Mi adrenalina, como dirían los gringos, kicks in, y me hace sentir que la mujer es una amenaza. Con todas las alarmas de supervivencia encendidas, me sugiere que lo mejor es huir. Mi pulso se acelera y con el último rastro de curiosidad que me queda le respondo: What do you need?

I just want to show you something, responde la mujer mientras hace el ademán de buscar algo dentro de la carpeta.

Ese otro yo que siempre me acompaña y a veces tiene comentarios acertados me dice: “gran pendejo, lo van a robar”, I’m not interested, le respondo, mientras pienso Fuck off señora, a robar a su madre.

viernes, 25 de octubre de 2024

Scorching sun behind my back

Camino por chapinero de esa manera: con un sol abrasador a mis espaldas. Creo que esa frase aparece en mi cabeza porque una vez escribí un cuento en inglés que comenzaba así: I’m walking with a scorching sun behind my back.

Mi destino es Ficciones, el bar de libros que hace rato quiero conocer. Tengo un viaje y como me estoy inyectando La mano que cura de Lina Parra, directo a la vena, necesito otra lectura en la cual aterrizar. La tengo pensada desde hace rato, es de otra escritora paisa: Esta herida llena de peces. Me pregunto qué comerán las escritoras de esa región para narrar tan sabroso.

Cuando llego a la librería está cerrada. Abren a las 11 de la mañana y son las 10:30. Me siento en un murito al que le dan sombra unos árboles altos y frondosos, pero a los pocos minutos me aburro y me voy del lugar.

No es una decisión que tomo a la loca, sino que recuerdo que cerca está Prólogo, así que lo siento Ficciones, pero nos conoceremos en otra ocasión. Mientras camino hacia esa librería recuerdo a Mauricio Lleras su fundador. Siempre que llegaba me saludaba con un: quiubo , ¿cómo le va? y al instante comenzábamos a hablar de libros. Me preguntaba qué estaba buscando y me daba recomendaciones. Me gustaba mucho su tono de voz, era envolvente, sedoso; supongo que habría podido ser un muy buen locutor de radio.

Le cuento al hombre que está en la caja y a una mujer que está a su lado que estoy buscando la primera novela de Lorena Salazar Masso. Ambos tuercen la boca. “¿No la tienen?” El hombre teclea en el computador y dice que no. La mujer interviene: “El sistema dice que hay una copia, ¿no?”, “Si, pero es mentira, ¿recuerdas que ayer la buscamos y nunca la encontramos? “Una copia fantasma”, pienso, pero no digo nada.

¿Qué otras librerías hay cerca?, pregunto. Me dicen que Cooltivo y Tornamesa. “Yo creo que en Cooltivo la encuentra” dice el hombre. Me da la dirección y noto que queda más lejos que Tornamesa. “Gracias voy a ir a esa”, le respondo y me despido. Cuando salgo el scorching sun se siente más intenso, así que me decido por Tornamesa que está más cerca.

Mientras camino, pienso que sería bueno vivir en Chapinero por la cantidad de cafés y librerías que tiene. y me prometo no olvidar ese pensamiento. Llego sudando a Tornamesa y la celadora del lugar me saluda, me pregunta que busco y cuando le doy el nombre de la novela me hace seguirla. Por un instante pienso que me va a decir dónde está, pero busca a un librero para que me atienda. Casi sin mediar saludo le doy el nombre de la novela. Está muy cerca de donde nos encontramos. Me la alcanza, la pago en la caja y pido un taxi. El sol sigue en lo suyo. hace su trabajo como si nada. Yo estoy cansado y con hambre, pero contento de tener en mis manos mi próxima lectura.

jueves, 24 de octubre de 2024

Coincidencias

Leo y tomo café. Le acabo de dar un primer sorbo y me supo demasiado bien. Diría que a gloria, pero ¿cómo saber que se alcanzó ese estado?

Es una tarea lenta porque a medida que leo se me ocurren temas sobre los que escribir a futuro. Saco un cuaderno de tapa roja y para algunas de esas ideas anoto palabras que espero me las recuerden, y a otras les dedico uno o dos párrafos como máximo. Luego vuelvo a la novela, a leer y tomar café.

A veces pienso que de eso y solo eso se debería tratar la vida. Que si Virginia Woolf requería de una habitación propia para encerrarse a escribir sin que nadie la jodiera, yo necesito de un cuarto, con una máquina de café, para dedicarme a leer mientras el mundo se desploma.

Al poco tiempo de recrear esa fantasía, la realidad se encarga de desbaratarla, pues reconozco que toca trabajar y esas cosas. Ganarse la vida, como dicen algunos, o más bien perderla de alguna manera.

En fin, les decía que leo. Es una novela (aguante la ficción) que tiene como símbolo recurrente las moscas.
No sé de dónde saqué la idea, pero la insistencia de
las moscas no me parece casual. Solamente que no
sé qué quieren avisarme, no sé leer en su presencia,
en su vuelo desesperante, qué es lo que viene.
– La mano que cura.

Justo en ese momento, cuando termino de leer ese párrafo, una mosca aterriza en la página del libro. A diferencia de la de la historia que leo, esta es pequeña. Sacudo un poco la mano y, azorada, emprende vuelo.

Al igual que el narrador. no entiendo qué quería advertirme. Seguro nada, porque eso de las señales es una tontería y solo fue una coincidencia.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Me haré cargo de tus libros

“¿Me muero?”, pregunta papá detrás de la máscara de oxígeno, intercalando sus palabras con respiraciones profundas. “Nadie sabe eso con certeza”, le respondo, aunque sé que sí, que ya no le queda mucho tiempo de vida. Su cuadro lo constata, eso me dijo el médico: la mayor parte del tiempo ha estado inconsciente, y su respiración se ha tornado profunda y lenta a veces, otras más rápida y superficial, hasta que vuelve a desacelerarse hasta volverse casi imperceptible.

Imagino que falta poco para que se detenga del todo, así que aprovecho para preguntarle algo que mamá quiere saber: “Hace un tiempo dijiste que querías donar tus órganos, ¿aún quieres hacerlo?

Cuando estoy a punto de contarle lo noble que sería ese gesto de su parte y de qué forma ayudaría a otros pacientes, papá sufre un ataque de tos. A los pocos minutos, cuando se le pasa, prefiero permanecer callado. Es él quien retoma la conversación.

“La verdad es que mis órganos me importan poco. Que hagan con ellos lo que quieran”
“¿Entonces, sí?”, pregunto

Me mira con lástima, como dándome a entender que su respuesta fue lo suficientemente clara y que no debería hacerle desperdiciar tiempo ni energía.

“respira con algo de dificultad y continúa hablando: “Lo que sí me interesa es donar mis libros, mi biblioteca, esa extensión de mi cuerpo que es tan importante como mis órganos. Ayúdame a que lleguen a las manos adecuadas”

Tomo sus manos entre las mías y las apretó fuerte hasta donde me lo permite el catéter por el que le administran quién sabe qué.

Se queda callado, “No te preocupes, me haré cargo de tus libros”, le digo, pero papá no abre los ojos. Ótra vez está inconsciente. 

Su respiración ahora es como un hilo invisible y débil.

martes, 22 de octubre de 2024

Desencantarse

A veces compro libros con método. Es decir, leo reseñas, analizo el tema del libro, me fijo quién es el autor(a), si he leído algo antes, pero otras veces –la mayoría– lo hago a punta de feeling: entro a una librería y comienzo a pasear por los pasillos hasta que alguna portada de un libro me llama la atención. Entonces leo su contraportada y un par de párrafos que selecciono de forma aleatoria: uno del principio, otro hacia la mitad y uno de las últimas páginas; eso cuando el libro no está envuelto en un plástico transparente. Según ese método, decido llevarlo o no. Cuando no puedo leer ninguna de sus páginas, la decisión de compra se basa solo en la información de la contraportada y en lo que me transmita el título

En ocasiones doy con novelas buenísimas que leo como si me las inyectara directo a la vena y otras veces me descacho.

Hace poco compré la novela Economía Experimental de esa manera, y la empecé a leer con entusiasmo hasta que hoy, después de 115 páginas, decidí dejarla.

¿Cuántas páginas se deben leer para tomar la decisión de abandonar la lectura de un libro? No sé. De pronto me demoré en tomar la decisión, pero estaba confiado de que la historia iba a tomar un giro que me iba a enganchar, pero al final eso no pasó. Más allá de eso, la razón principal fue que el lenguaje me pareció enredado, me perdía en él y debía releer los párrafos, como si el escritor se esforzará más en sonar inteligente que en contar cosas. Eso fue lo que más me desconectó.

No soy nadie para decir si es una buena o mala novela, simplemente fue una, como muchas otras que he intentado leer, con la que no conecté.

Hubo una época en que me obligaba a terminar de leer los libros, aunque su lectura no me proporcionara placer alguno, hasta que leí las Notas de prensa de Gabriel García Márquez. En ellas el escritor dice la siguiente verdad:

La verdad es que no debe haber libros obligatorios, libros de penitencia, y que
el método más saludable es renunciar a la lectura en la página 
en que se vuelva insoportable.

lunes, 21 de octubre de 2024

"Te sientas a cenar"...

Hay frases demasiado poderosas, que contienen la vida misma por decirlo de una manera, y que cuando uno las lee una vez, se quedan clavadas en la memoria. Una de ellas es la siguiente y le pertenece a Joan Didion:

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

Creo que no hay forma de no sentirse identificado con ella. El fin de semana que acaba de pasar la volví a recordar.

Paula, una amiga, vive en un pueblo y el domingo amaneció haciendo sol. El clima parecía indicar que iba a hacer un buen día apropiado para dedicarlo a un hobby.

Paula salió temprano a dar una vuelta por los alrededores del pueblo en su bicicleta. Como suele hacerlo, decidió tomar esos caminos destapados que tanto la atraen. “No deberías andar por esas rutas”, suele decirle Camila, su hermana, pero ella no le hace caso y vuelve a ellas una y otra vez.

A las nueve de la mañana sonó el celular de Camila:

“¿Hablo con Camila Suárez?”, preguntó la voz de un hombre
“Sí, con ella”, respondió , a medida que un vacío se iba concentrando en su estómago, como avisando que le iban a dar una mala noticia.
“La llamo para avisarle que su hermana está en el hospital porque sufrió un accidente en la bicicleta”
“ ¿Qué? ¿En cuál hospital? ¿Dónde?
“El del pueblo”, respondió el hombre.

La piel de Camila se puso más blanca que de costumbre y se quedó con el celular en la oreja y los ojos negros bien abiertos.

“ ¿Qué pasó?, le preguntó una amiga con la que estaba desayunando.

“Paula está en el hospital”, dijo con la mirada perdida, mientras imaginaba a su hermana tendida en una camilla y a punto de morir”.

Luego llamó a un par de vecinos a ver si alguno la podía acercar en carro al hospital, pero ninguno le contestó. Al final decidió ir caminando,

Cuando llegó al hospital, una enfermera le contó lo mismo que le dijeron en la llamada: "su hermana sufrió una caída en la bicicleta y dos hombres que iban detrás de ella la auxiliaron, pararon un taxi y la trajeron.

Le contó queya le habían tomado una radiografía, pero que estában esperando a que el radiólogo llegara de la ciudad para analizarla. Cuando por fin la dejaron ver a Paula, ella le contó lo que pasó:

“Yo iba tranquila por el sector de Cuatro Esquinas, a una velocidad más bien lenta por el borde derecho de la carretera. Sin querer torcí el manubrio más de lo debido, la llanta delantera se metió en un hueco, perdí el equilibrio y caí sobre el hombro derecho en la zanja de cemento.

Camila pensó regañarla,  decirle que ella tenía razón, pero prefirió callar porque su hermana estaba a punto de llorar.

Horas más tarde, en la ciudad más cercana, un ortopedista la tranquilizó y le dijoque si se alcanzaban a ver dos pequeñas fisuras, pero que bastaba  con tener el brazo inmovilizado por un par de semanas para que el hueso se regenere por sí solo.

Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

miércoles, 16 de octubre de 2024

El café se enfrió

Tengo una reunión a las 8 de la mañana con una española. Para ella es en horas de la tarde, ¿qué hora? a las 3, si no estoy mal. Siempre me vuelvo un lío con la diferencia horaria.

Luego de alistarme me siento en frente del computador listo para ingresar a la sala de Zoom. Me acompaña una taza de café a la mitad. Es el que me sobró del desayuno y que volví a calentar. Me quedo viendo cómo le sale el vaho como hipnotizado. Pienso que debo darle un sorbo antes de que se enfríe y eso hago. Juego con esos pensamientos de forma distraída, hasta que veo un email que ella me envió a la medianoche:

Te importaría cambiar la reunión para la semana que viene?

Justo me programaron una clase en el centro de Valencia y no me da tiempo a llegar.

Ya me dices.

Le doy otro sorbo al café., mientras me pregunto si era una reunión que iba a cambiar el curso de mi vida? No lo creo, aunque ¿cómo saberlo? Es imposible determinar qué evento va a disparar el destino en la dirección menos pensada. Sea como sea quedé un poco desprogramado.

Levanto la taza de café y el último cuncho que me tomo ya está frío.

¿Y a mí qué me importa? Se preguntará usted, querido lector, y es una pregunta totalmente válida. Me dieron ganas de escribir sobre lo que fuera y como no tenía ningún tema en mente, decidí escribir sobre la cancelación de mi reunión.

Escribe sobre lo que sabes, es uno de esos consejos que dan quienes dicen saber mucho sobre escritura. De pronto no sé nada o sé muy poco y lo único que tengo a la mano es escribir sobre el momento, lo que me ocurre en tiempo real.

En fin, quise teclear lo que saliera y ya está. Todo porque quiero volver a retomar mi ritmo en Almojábana.

jueves, 3 de octubre de 2024

Libros, ladrones y lectura

Salgo a leer a un café. El libro que decido llevar es Malas posturas de Lina María Parra Ochoa. Hace poco me topé con él y su forma de narrar me ha parecido tremenda . Al llegar al lugar pido un capuchino y una porción de torta de zanahoria. Luego, haciendo equilibrio con el pedido en mis manos, evalúo dónde me voy a sentar.

La terraza del lugar está casi desocupada y una ráfaga de viento agita las ramas de las matas. Como no quiero quiero chupar frío comienzo a caminar por el café a ver qué otro rincón me llama la atención.

Veo unas sillas de cuero con espaldar alto. Parecen cómodas, pero también de ese tipo de sillas de las que casi resulta imposible pararse después de haberse sentado en ellas; además no tengo donde poner el café y la torta, así que las descarto, pues quiero leer y no tomar una siesta.

Al final me decido por una mesita redonda que está bien iluminada. Me siento, le doy un sorbo al capuchino, pincho un trozo de torta y comienzo a leer. El cuento con el que arranco se llama Los límites.

"Los límites del mundo era los límites de la unidad cerrada".

Tardo poco en enredarme en las redes de su prosa. Me gusta cuando eso pasa, cuando me sumerjo en una burbuja lectora casi infranqueable.

Estoy en esas, cuando algo pincha la burbuja: una mujer, sentada a varias mesas de distancia habla, o bien grita, por su celular sobre cuestiones de su trabajo. Que la cuenta de cobro yo no se quién y que tiene que volver a hablar con Camila para si sé cuantos. Concentro una mirada de odio en ella para ver si logro hacerla callar pero no pasa nada. De malas, ¿quién me manda a venir a leer a un lugar público?

Retomo la lectura, y en menos de un párrafo de nuevo habito el universo del cuento. En un momento levanto la mirada y la mujer que hace un rato hablaba fuerte camina, con su computador en mano, hacia el sector en el que estoy. Alguien acaba de desocupar una mesa y preciso a ella le pareció el mejor lugar para sentarse.

Cuando llega comienza a hablar de nuevo por celular, pero yo me blindo con la lectura. Al rato la mujer se pone de pie y se dirige a la barra para comprar algo. Volteo a mirar hacia su mesa y veo que dejó el computador y su bolso encima, ¿Acaso cree que está en Appenzell, un apacible pueblito Suizo?

Imagino el peor desenlace a su descuido: unos ladrones van a entrar al café y van a robarse el computador y su cartera. Cómo yo estoy cerca, de paso también me van a robar a mí, maldita sea mi suerte. Miro hacia donde está la mujer y continúa esperando su pedido en la barra. ¿Por qué está tan fresca? Divido mi atención entre sus pertenencias y ella. Los ladrones aún no aparecen, no sé por qué tardan tanto ante semejante papayazo. Al rato la mujer viene caminando, como si nada, con un capuchino y un cruasán en sus manos. Se sienta y vuelve a lo suyo, a hablar por teléfono.

Ahora leo Pañuelos de papel: "Mi abuelo murió a las cuatro de la mañana. No recuerdo la fecha pero sí la hora en la que el sonido del teléfono me despertó de un sueño liviano".

Es un cuentazo, Seguro va a quedar en mi top 3 de preferidos. Cuando lo termino, le doy un último sorbo al capuchino, ya frío, y abandonó el lugar. En un arrebato lector decido pasar por una librería y me compro La mano que cura, otro libro de Lina María.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Se desmorona

Hablo de un cuento que escribí, es decir que estoy escribiendo, mejor dicho que está en los primeros borradores. Su personaje principal es un sepulturero. Me pregunté una cosa: ¿Qué tal si ese man…? (pongo los puntos suspensivos porque ¿qué tal que concluya una obra maestra, pero alguien sea más veloz escribiendo y robe mi idea?) Así, planteándose esa pregunta, imagino, se crean muchas historias, ¿acaso no? En fin.

Tiene que ver mucho con la muerte, pero ¿qué historia no tiene que ver con ese tema? La brillante Rosa Montero dice lo siguiente: “uno de los secretos es llegar a un acuerdo con la muerte para vivir. Me parecería increíble vivir sin pensar en la muerte” De ahí, imagino, su obsesión con ella y el paso del tiempo en toda su obra.

Pero bueno les decía que el cuento se me desmorona, ¿cierto? Lo que pasa es que arranqué a escribir a  la guachapanda, pensando que esa pregunta que me hice era suficiente, y le fui metiendo elementos de terror, pero ahora algunas escenas se sienten forzadas, como aleatorias, puestas ahí porque se me dio la gana y nada más.

Le voy a dar un par de días a ver si logro solucionarlo. Si no, creo que lo mejor es borrarlo todo, olvidar esa idea y hacer el deber de cranearme otro cuento con más sentido. Mejor dicho, enterrarlo en el olvido o como dice esa frase que tanto odio y que utilicé en lo que llevo escrito: Dale Señor el descanso eterno. Brille para él la luz perpetua. Aunque también me tienta la idea de terminar de escribirlo, de ponerle punto final, sin importar lo malo que pueda estar. Ya saben, escribir para mis propios ojos.

martes, 17 de septiembre de 2024

Zumbido

Se oye un zumbido. ¿Qué lo produce? Las alas de un colibrí con un plumaje verdeazulado metalizado y un pico negro que parece una espada. Esa espada que María Ospina define como: “puro artificio, como si el cuerpo del pájaro existiera solo para sostener ese escándalo”.

El ave se sostiene en el aire, mientras chupa el néctar de una flor roja. lo hace durante unos segundos, trina de forma frenética y sale disparado a volar en cualquier dirección. Al poco rato vuelve a la misma flor y de nuevo sale disparado hacia otro lado. Es como si supiera que le queda poco tiempo de vida. De ahí su afán.

Es puro instinto, puro azar, pura supervivencia, comer o morir podría pensarse. Quizá esa sea una de las claves de la vida, no sobrepensar tanto las cosas y actuar al menor impulso que se sienta, moverse al ritmo del primer zumbido, a manera de susurro, que nos dicta la vida. No lo sé, quizá el colibrí y el resto de animales lo tienen claro, mientras los humanos nos complicamos la existencia.

Hace calor y parece que ese clima les gusta a los colibríes. Cuando el día es opaco y lluvioso no se les escucha trinar. No se escuchan sus zumbidos.

El cielo cuenta con pocas nubes y el sol se oculta detrás de ellas. Estamos encerrados en ese pequeño y pálido punto azul del que hablaba Carl Sagan. Esa gran roca suspendida en el espacio y que contiene todo lo que conocemos: la política, las religiones, las creencias, los amores; eso y todas las cosas en que podemos pensar, las lleva ese punto azul, como zumbidos que se van desvaneciendo en el tiempo.

Solo somos una mota de polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, dice el narrador de una novela de Rosa Montero, y hemos sucumbido ante la razón y voluntad, dejando de lado el zumbido de nuestros impulsos.

Ahora se escucha otro zumbido menos intenso que el del colibrí. lo producen las alas de una abeja con un vuelo más torpe y menos decidido que el del ave, pero si hay algo que une a esas especies es el instinto, esa desfachatez para actuar. Por su volumen, resulta difícil localizar al insecto con los ojos. Tal vez busca la misma flor de la que bebió el colibrí.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Escribir para mis propios ojos

El siguiente es una los apartes que más me gusta de los diarios de Virginia Woolf:

"Pero lo que es más relevante es mi creencia de que el hábito de escribir
de esta manera solo para mis propios ojos es una buena práctica.
Afloja los ligamentos. No importa los errores y los tropiezos. Yendo
al ritmo que llevo, debo hacer disparos lo más directos e inmediatos
posible hacia mi objetivo, y por lo tanto tengo que echar mano de
las palabras, elegirlas y lanzarlas sin más pausa que la necesaria
para mojar la pluma en la tinta."

Escribir para mis propios ojos. Escribir por el simple placer de hacerlo. Creo que eso es buena escritura. Que a alguien más le guste lo escrito es harina de otro costal. Escribir, de ser posible, para apaciguar el caos del mundo, o por lo menos el interno.

Eso hago: escribo un ejercicio de escritura creativa que consiste en crear una escena o historia de no más de 300 palabras a modo de drama, comedia o tragicomedia y que incluya los títulos de 3 obras de Shakespeare.

Apenas leo el ejercicio, no tengo ni la más mínima idea sobre qué escribir; incluso me da algo de pereza. Luego llega a mi mente el nombre de un personaje William Shokpo, pero minutos más tarde lo cambio por John, porque uno de los títulos que voy a utilizar es king John, junto con Comedy of errors y The tempest.

La primera imagen que me viene a la cabeza es la de Jhon regándose el café sobre su camisa cuando está desayunando. Eso lo obliga a cambiarse y a planchar otra camisa. Le siguen pasando cosas, y son como una bola de nieve que hace que llegue tarde a la oficina.

El ejercicio va saliendo como por sí solo, las piezas narrativas comienzan a encajar como de la nada y, lo mejor de todo, la escena tiene significado, transmite algo más allá de las palabras.

Solo son 274 palabras que edito tres veces y al final me siento bien con la pequeña viñeta de vida de john Shokpo.

Escribir para mis propios ojos sin importar los errores y los tropiezos, haciendo disparos lo más directos e inmediatos posible hacia mi objetivo. Quizás esa sea una de las claves de la escritura.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Nada importa

Mis ciclos de sueño continúan patas arriba. Descargo una aplicación para meditar y busco una rutina de meditaciones guiadas para dormir. ¿Me han servido para dormir mejor? no mucho, pero supongo que me han de servir para algo y por eso continuo practicándolas.

La de ayer me gustó porque antes de entrar en la meditación, es decir, antes de comenzar a respirar profundamente, fijar la atención en las áreas del cuerpo y esas cosas, la voz de una mujer hablaba sobre la importancia de que nada debe importar.

Decía que siempre van a existir contratiempos (esa no era la palabra que utilizaba, sino una más precisa que ahora no recuerdo) en la vida de cualquier persona, y que una de las claves para no complicarse la existencia es aceptar la realidad tal cual como venga.

Eso me hizo acordar de algo que dice Robert McKee en Story, uno de sus libros, pero acabo de buscar la cita con la palabras Pain y suffering y no la encontré. Como sea, o lo poco que recuerdo, Mckee decía que a cada ser vivo le toca una porción de sufrimiento y que no hay forma de escapar de él, y que lo único que nos queda a la mano es buscar maneras para manejarlo.

Una de los métodos para que ese dolor no se transforme en estrés y angustia, consiste en practicar el el fino arte de que nada importe, también conocido como importaculismo o valehuevismo. Dejar que la realidad se le estampe a uno en toda la cara, pero no prestarle mayor atención de la que merece.

Bien lo dice la letra de  Drive de Incubus:

Whatever tomorrow brings, I'll be there
With open arms and open eyes.

De eso, parece, se trata la vida: andar con los ojos y los brazos bien abiertos, para abrazar una realidad que, bien sabemos, a veces supera a la ficción.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Propuesta de matrimonio

Gabriela publica muchas fotos en sus redes sociales. Publica tantas que cualquier persona se puede hacer una idea de cómo es su día a día y cuales son sus rutinas: a qué hora se levanta, si medita o hace ejercicio, qué desayuna, almuerza y come, y que toma de medias nueves. Gabriela es, como muchos de nosotros, una presa más de las redes sociales.

Hace poco publicó, podría pensarse, el epítome de sus fotos: el momento en que le propusieron matrimonio.

En una de las fotos, porque no puede ser solo una, sino un carrusel, muestra una sonrisa digna de diseño de sonrisa. En una de sus manos, la derecha, y con las uñas pintadas de morado, luce en el dedo anular el anillo de compromiso que le acaban de entregar. Es bonita Gabriela, se le ve feliz.

"Tómame una foto con el anillo". Tal vez eso fue lo que le dijo a su novio.

En otra foto sale él entregando el anillo. Sonríe, pero se le nota incómodo. "Te voy a tomar una foto como si me estuvieras entregando el anillo". También podría pensarse que eso fue lo que le dijo ella.

¿Se aman? Eso es lo de menos. Ojalá, y como reza el dicho, permanezcan juntos hasta que la muerte, o una infidelidad, los separe.

Me aventuro a pensar que las fotos fueron tomadas, luego de la propuesta de matrimonio. Que pasada la emoción del momento, Gabriela decidió qué fotos tomar y en qué poses. Caso contrario Gabriela andaría con el celular siempre a la mano y tomaría, como mínimo, una foto de cada minuto de su existencia.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Crónica de un desayuno

Dicen que el desayuno es la comida más importante del día, ¿no? No lo sé, no lo digo yo. Recuerdo que cuando era pequeño, cada día me metía un desayuno trancadísimo con huevos, cereal, chocolate y pan; me lo empacaba como si nada y me iba al colegio.

Años después, muchos años después, mis desayunos solo consistían en un café con un pedazo de pan o torta que, creo, no son los más adecuados. Desde hace unas semanas estoy tratando de cambiar mi rutina de desayuno y  volver a incluir un huevito en ella.

Hoy, cuando llegué a la cocina, me paré enfrente de la estufa y me pregunté: ¿qué quiero desayunar? Ese otro que me habita y que a veces entra en contacto conmigo respondió: hágase un huevo como el del otro día, ¿se acuerda?. Se refería a una preparación de días atrás con cebolla, espinaca y queso mozzarella. “Hombre, sabe qué sí, gracias”, le respondí y arranqué con una preparación en modo slow, es decir, me tomé mi tiempo para buscar la sartén y sacar los vegetales de la nevera. Mis movimientos eran como en cámara lenta.

Lo ideal hubiera sido picar cebolla larga, pero no encontré, así que opté por un pedazo de cebolla roja y la piqué lo más fino que pude junto con la espinaca. Aunque ustedes no lo crean, y como lo dijo Millás: ”todo en esta vida se puede hacer deprisa, todo menos un sofrito. Picar verduras requiere, si no eres experto, una concentración de tipo zen”.

Acto seguido corté un trozo de mantequilla  y lo eché al sartén junto con un chorrito de aceite. Estas operaciones, aunque no lo parezcan, deben realizarse con sumo cuidado, pues el trozo de mantequilla junto con el chorrito de aceite debe ser precisos, para que la preparación no quede grasosa.

No se le olvide el café, me susurró el buen hombre y tenía toda la razón, debía poner en marcha su preparación para tener todo listo al mismo tiempo. Medí un pocillo de agua, lo eché en una olleta y prendí un fogón. Luego aliste la prensa francesa y medí la porción de café para una taza de agua, otra actividad milimetrica, o si no se corre el riesgo de que el café quede muy oscuro o muy clarito.

Para ese momento la mantequilla estaba totalmente derretida, así que eché la cebolla y espinaca —finamente picadas, recuérdenlo— en la sartén. Su siseo terminó de despertarme si es que mi cuerpo todavía tenía rastros de sueño.

La preparación del desayuno parecía marchar en orden, así que decidí agregarle otro condimento al momento: algo de música. “Alexa, pon Red Mosquito de Pearl Jam”. “No encontré ninguna canción con el hombre”....Alexa tarada. Tomé aire y repetí la instrucción sin preocuparme en lo más mínimo en la pronunciación “Alexa, por red mos-qui-to-u de Pearl Jam”. La canción comenzó a sonar y yo a cantarla mientras sofreía la cebolla y espinaca.

El sonido del agua hirviendo me trajo de vuelta al momento, así que tomé la olleta y vertí el agua en la prensa francesa. Dicen, quizá los mismos que mencionan que el desayuno es la comida más importante del día, que ese es el mejor método de preparación de café. Además dicen otros, que luego de echar el café al agua se debe dejar reposar por unos minutos.

Luego de que sonara Red Mosquito Alexa había decidido poner lo que le diera la gana, así que con voz de mando le dije: “Alexa pon una lista de canciones de Pearl Jam”...Aquí tienes la lista…

Mientras el café reposaba, comenzó a sonar Alive. Volví a la preparación del huevo y caí en cuenta de que había olvidado echarle la loncha de queso. La desmenucé en un parpadeo y se la eché a la preparación. Luego rompí el huevo y lo mezclé con mi sofrito, sencillo pero sincero, y lo batí hasta que quedara seco.

Apagué el fogón y, suponiendo que ya habían pasado los minutos necesarios, bajé la prensa francesa. Luego medí el chorrito de leche en el mismo pocillo en el que había medido el agua. De nuevo esta es otra actividad que debe ser precisa, pues caso contrario, el café quedaría muy clarito, y sépase bien que al desayuno se debe tomar café con leche y no tetero.

Mientras tanto sonaba Given to fly.

Ya estaba todo listo. Solo me faltaba agregarle una harina al asunto. ¿Se acuerda de los croissants que compró en el Ara? De nuevo el personaje estaba en lo correcto. Los había comprado al inicio de semana y los había olvidado. Saqué uno y lo calenté por 13 segundos en el microondas, luego calenté la leche durante 30 y le eché el café.

Me senté a la mesa y, como si fuera flash, me paré a sacar la mermelada de fresa de la nevera. Ahora si podía comenzar a desayunar.

Cuando me llevé el primer trozo de huevo a la boca, sonaba Corduroy, una de mis canciones favoritas del Vitalogy.

“I don't want to hear from those who know
They can buy but can't put on my clothes.”

jueves, 5 de septiembre de 2024

¿Debería?

Cuando enciendo el computador el reloj marca las 4.30 a.m. Ahora son las 4.31.

Debería estar durmiendo, reuniendo energías para la reunión que tengo a las 9 de la mañana, pero heme aquí, tecleando estas palabras, y no sé que es más intenso, si el frío de la madrugada o el silencio que la envuelve. De no ser por el tic-tac de un reloj, sería absoluto. ¿En qué mueble está ese reloj? No lo recuerdo. De pronto es un ruido que mi cabeza se acaba de inventar a modo de defensa, ¿pero de qué? No lo sé, la mente es muy extraña, muy jodida. Como dice la letra de una canción de Pink Floyd: “There’s someone in my head, but it's not me”, o como dijo Carl Jung: “In each of us there is another whom we do not know."

La vida está repleta de deberías, pero la realidad los desbarata como si nada. ¿Por qué estoy acá, mientras debería tratar de conciliar el sueño? Diría que la razón principal es porque la temporada de dolores de cabeza que experimento, ha destrozado mis ciclos circadianos: Aunque me acueste a altas horas de la noche, me despierto a bajas horas de la mañana.

Si hay alguien con quien repartir la culpa, esa persona debería ser Joan Didion. Ayer comencé a leer Noches Azules, y Didion es una de esas escritoras que hacen que me den ganas de escribir, por lo precisa que es para narrar la vida, entonces uno piensa: debería apostarle a una escritura tan sincera y visceral. Y entre las ideas que van llegando, el comezón de la escritura aparece y no queda otra forma de aliviarlo que tecleando algo, lo que sea.

Ayer, mientras leía a Didion en las altas horas de la noche, pensé en escribir sobre el luto, en el sentido de cuando se deja un lugar que se ha habitado durante mucho tiempo, un hecho que experimento desde el año pasado.

El caso es que este fue el texto que salió. A veces hay que dejar que las cosas ocurran y no oponerse a ellas. Tal vez algún día me anime a escribir sobre el tema del que les hablé en el párrafo anterior, por el momento solo espero llevar a buen puerto este puñadito de palabras.

Ahora son las 5.05 y mi estómago acaba de crujir. Creo que es momento de ir a preparar un tinto, ese primer ritual o debería del día.

jueves, 29 de agosto de 2024

Creo que es importante

Creo que es importante contarles lo que ocurre en este momento.

Son las 4.23 a.m. y desperté sin ninguna causa o motivo aparente. ¿Por qué? No me cuestiono la importancia de tan insignificante hecho, sino la razón de que haya ocurrido.

No tengo claro si abrí los ojos de repente o simplemente desperté. Supongo que ambas formas de irrumpir en la vigilia son diferentes, como también es diferente llorar por picar una cebolla a cuando uno lo hace por una dolencia emocional, y que la primera supera en violencia a la segunda.

El silencio es absoluto, así que resulta imposible que me haya despertado un ruido.

Pienso en mis dolores de cabeza y mi atención se dirige a esa zona del cuerpo, pero nada. No siento ninguna punzada o martilleo en mi cerebro.

De repente siento frío en los brazos y me levanto a ponerme un saco. ¿Por qué el bajón de temperatura? ¿Acaso se debe a un alma en pena que se pasea por mi cuarto en horas de la madrugada?

C, una amiga, cuenta que en su apartamento, en el cuarto de su hija, habita el espíritu de una señora de alrededor de 50 años.

Ella y una medium la contactaron y con la ayuda de un péndulo le preguntaron si podían referirse a ella como Rosa, a lo que el espíritu accedió.

Sea como sea la vida, la madrugada y su silencio, o el mundo espectral que habita Rosa, heme aquí tecleando estas palabras en la aplicación de notas del celular.

Teclear en ese aparatejo es incómodo y preferiría hacerlo en mi portátil, pero no hay chance alguno de que me ponga a desafiar el frío de la madrugada en boxers.

sábado, 24 de agosto de 2024

¿Escribo?

Un ruido me saca de mi sueño y me despierto sin saber muy bien quién soy. El silencio es casi absoluto y caigo en cuenta de qué fue lo que me despertó: La puerta del baño quedó desajustada y una corriente de aire hizo chirriar sus bisagras. Por alguna razón me dan ganas de escribir eso y lo hago en la aplicación de notas del celular.

Por estos días la migraña me ha obligado a tenderme en la cama la mayor parte del día. Así, con un desgano infinito, he visto pasar las horas. Me acompaña en esa noble tarea de hacer nada el hacer scroll down en el celular a modo de acto reflejo, como sin esperar nada a cambio de la vida.

Entonces me encuentro con el perfil de T. En Instagram. La sigo, pero no me sigue y no recuerdo cuando la agregué. T. escribe. Lo hace muy bien. Diría que mejor mucho mejor de lo que lo hago yo.  Soy bueno para eso, es decir, para identificar cuando alguien escribe bien.   ¿Y qué es escribir bien? Imagino que tiene que ver con dejar las entrañas en el papel. Escribir para seguir con vida, evitar enloquecer, y no para recibir aplausos.

Veo que tiene una cuenta en twitter (siempre será twitter, nunca X) y la busco. También la sigo ahí y tampoco me sigue en esa red. Es una de esas personas que me gustaría tener de seguidora, así no intercambiemos ni una palabra en toda la vida; pendejadas que uno piensa.

Busco más artículos de ella. Joder, que bien escribe, cuanta sensibilidad tienen sus textos, cuanta sinceridad. Se nota su cero afán de destacar y solo narrar. Se nota lo mucho que necesita sacar las palabras de su sistema.

Ahí es cuando me pregunto: ¿escribo? Leer a T. Me hace pensar que no, que escritura es lo que ella hace y que mis textos son tan solo un mero acercamiento. Igual no importa, sea lo que sea que haga, escritura o no, lo seguiré haciendo.

sábado, 10 de agosto de 2024

El sentido de la vida

“¿Cuál es el sentido de la vida?”, le preguntan a una mujer, a lo que responde: “Estar tranqui”. Pregunta y respuesta conforman el sintagma: el sentido de la vida es estar tranqui, signifique lo que signifique sintagma.

Sartre decía que la vida no tiene un sentido inherente, sino que cada persona decide qué propósito y significado le da. De ahí que la mujer de la que les hablo haya decidido que el sentido de la vida sea estar tranqui.

En ese orden de ideas, el filósofo también sostenía que no se ha venido a nada especial en esta vida, y que si acaso hay algo claro, es que la naturaleza del hombre, o bien su condena, es ser libre.

Tal vez el escritor Sándor Márai era seguidor de Sartre, pues dice lo siguiente en sus diarios:

Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho los curas y los filósofos es una completa mentira. No existe un «propósito» ni un «sentido». Sólo existen los hechos descarnados. Todo es un asco.

Camus decía que si la vida tiene algún sentido, este tiene que ver con encontrar algo de dignidad y propósito en un mundo absurdo, pero que el hecho de que la vida sea un circo incomprensible, no impide que no la vivamos al máximo, disfrutemos y amemos, es decir que nos entreguemos al placer que, pienso, tiene mucho que ver con estar tranqui.

Puede ser que la postura del escritor francés, coincida con la del narrador de la novela Temblor de Rosa Montero que decía que todo lo que sucede en este mundo es por puro y ciego azar, y que cada uno de nosotros es no es más que una mota de polvo cósmico; un minúsculo accidente dentro del caos universal. A  pesar de ese hecho tan contundente, nos hemos empecinado en buscar el sentido de la vida, entablando un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar.

Si hay algo que está claro es que no tengo idea alguna de cuál es el sentido de la vida, y que cada postura cuenta con buenos argumentos. Sea como sea, estar tranqui me parece una buena respuesta.

miércoles, 31 de julio de 2024

Oler las rosas

Salgo de una reunión a eso de las 3 de la tarde.

Podría decir que me fue bien, así que pienso que me merezco un capuchino. Siempre me merezco uno. Puede que no sea así, pero soy el único que puede decidirlo, así que de malas el universo. De pronto ese es mi destino: tomar capuchino cada vez que pueda hacerlo.

Pienso en lo que me dijo un cliente hace unos días: Ahora me dedico a oler las rosas. Es un dicho gringo (smell the roses), que hace referencia a la importancia de apreciar los pequeños placeres de la vida. En otras palabras, consiste en bajar las revoluciones y disfrutar el momento presente. Puro budismo empaquetado.

Mientras camino distraído, doy un café y decido que es tiempo de oler las rosas. Entro al lugar y pido un capuchino. Lo acompañó con un cheese cake de frutos amarillos. El mesero me dice que trae piña, mango y maracuyá. Confío en no haberme descachado. “Espera a alguien más o es solo usted?”, me pregunta antes de dirigirse a la barra. “Solo yo. Cusumbo solo a la orden”, pienso responderle, pero me quedo callado.

Me siento en un sofá blanco de cuero, como de traqueto, y al poco tiempo el mesero llega con mi orden. El capuchino está a punto de derramarse y el cheesecake se ve bueno. Primero ataco el postre y luego de meterme una cucharada en la boca sonrío, luego le doy un sorbo al capuchino y la mezcla de sabores es casi perfecta.

Saco el libro que había metido en mi mochila antes de salir de casa –Siempre hay que andar con un libro por la vida–, Este o cualquier otro lunes, Una novela corta que estaba a la venta en la biblioteca pública de un pueblito de Cundinamarca.

Comienzo la lectura y la primera escena me atrapa. EL personaje principal habla sobre el inicio de la semana. Cuando va a cruzar una calle oye varias voces gritando. Al rato entiende qué es lo que pasa: un ladrón está intentando escapar. En medio de su carrera alguien le hace zancadilla y después de que cae al piso, la turba enfurecida y, se supone, justiciera, lo comienza moler a golpes y patadas.

En medio del caos, un joven de unos 28 años no participa en la patacera y se aleja de la escena. Ahora le duele haber atravesado la pierna.

Leo otro par de páginas y me gusta porque es una novela urbana, si es que el término existe. Me habría quedado toda la tarde en el lugar, pero acabé el capuchino en tan solo un par de sorbos y ataqué el Cheesecake como un muerto de hambre.

Cuando me dirijo a la caja para pagar, el mesero me dice: “tenemos una biblioteca con libros de todos los géneros. Cuando quiera puede venir, llevarse uno y dejar otro. Le doy las gracias de nuevo y antes de abandonar el lugar reviso el mueble con los libros. Es verdad que hay de todo. Desde Stefan Zweig hasta un libro de Gloria Valencia de Castaño. Del escritor Austriaco solo he leído novela de Ajedrez, pero a cada rato veo que lo mencionan. El libro que tienen de él es Momentos estelares de la humanidad: Catorce miniaturas históricas, lo hojeo un poco y me llama la atención. Pienso que estoy en deuda con ese autor, así que agrego ese título a mi lista de pendientes por leer que crece a una velocidad vertiginosa. También hay varios libros de Isabel Allende, uno de ellos es Amor, lo hojeo y no es una novela sino una recopilación de fragmentos de sus obras.

Cuando no hay más libros que me llamen la atención, abandonó el café. Algún día volveré con un libro para llevarme otro.

Lean, tomen café y huelan las rosas.

lunes, 8 de julio de 2024

Moneda de $50

Hoy, cuando me subí a un taxi y luego de saludar al conductor, de inmediato me puse a mirar por la ventana. Esa, quizá, es una ventaja de pedir taxi por aplicación: si se quiere, no es necesario intercambiar ninguna palabra con el conductor durante todo el trayecto.

Pero qué tipo más huraño dirán algunos. Puede que sí o puede que no. Al final todo son puntos de vista. El caso es que hay días en que uno no quiere entablar conversación con un desconocido, y menos sobre el clima, el tráfico, la política o cualquiera de esos temas comodín.

Ahí estaba yo, metido en mi cabeza y saltando de un pensamiento a otro, cuando bajé la mirada y vi como un rayo de sol se reflejaba en una moneda sobre el tapete. La arrastré con el pie y cuando la pude observar bien, me di cuenta de que era una moneda de 50 pesos.

¿A quién se le habrá caído? igual importa poco, pues ¿que son $50 pesos hoy en día? No lo sé. Recuerdo que hace millones de años, cuando estaba en la universidad el valor del pasaje de un bus ejecutivo era de $650. Imagino que las monedas de $50 sólo sirven para eso, es decir, para completar para un pasaje de bus, o si uno junta  cuatro, puede comprarle una menta helada a un vendedor ambulante, pero no sé, hace mucho no compro esas mentas y quizás ya subieron de precio.

Entonces pensé en recogerla del tapete, ¿Qué tal que la necesite en un futuro?, pensé, pero luego mi yo asquiento se activó e imagine por cuántas manos habría pasado y cuántos pasajeros la habrán pisado, así que mejor la deje donde estaba. De pronto me salve de contagiarme de quién sabe qué virus. Tal vez esquivé ser el paciente cero de uno que va a acabar con la humanidad. El fin del mundo puede estar a la vuelta de la esquina, nunca se sabe eso, nunca se sabe nada con certeza.

O de pronto solo era una prueba del conductor, dejó la moneda ahí a ver qué chichipato la iba a tomar.

jueves, 27 de junio de 2024

. ¿Qué sentido tiene?

Hablo de escribir.

Lo digo porque estoy que me caigo del sueño y mañana debo madrugar. Dado ese escenario debería tumbarme en la cama y mandar al cuerno la escritura, pero no sé. Siento que algo me llama a hacerlo, o simplemente es una mentira romanticona que me estoy creyendo y por eso sigo aquí, mientras mis ojos  se me cierran del cansancio.

¿Qué sentido tiene sentarme a escribir cinco días a la semana en este espacio? No lo sé. Bien lo dijo Marguerite Duras en Escribir: Un escritor es una contradicción y también un sinsentido. Luego concluye: Nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe. Yo le agregaría algo más: Nunca descubriré para qué se escribe. Algunos podrán decir, pues se escribe para publicar libros, ¿acaso no?

George Saunders, el escritor especializado en cuentos, habló en su Newsletter de hoy sobre el éxito y dijo que hay una escala de escritores que se mueven entre dos extremos.  uno de esos extremos es: Realmente no me importa publicar y estoy totalmente interesado en la experiencia de escribir. el otro es: haré cualquier cosa para publicar, de lo contrario, ¿A quién le importa?

No sé. No podría listar bien las ventajas de escribir.

Quizá todo se resumen en algo que también cuenta Duras sobre Raymond Queneau. El escritor y poeta afirmaba lo siguiente, sin darle vueltas al asunto de la escritura o tratar de entenderlo: · “Escribe, no hagas nada más”.

miércoles, 26 de junio de 2024

Comer helado

Sábado medio día.

Estoy con mi hermana en un local de crepes y como un cono  de helado que acompañó con un tinto. En la mesa que está a mi derecha se encuentran tres personas: 2 mujeres y un hombre. Dan la impresión de ser compañeros de trabajo, que acaban de terminar su turno ese día.

Hablan de cualquier tema, y en un momento comienzan a hablar de sus sabores de helado; bueno solo el hombre y una mujer, porque la otra pidió una bebida que se llama Frozen Capuchino. Pasado unos cuántos minutos la mujer que pidió helado abandona el lugar, los otros dos la despiden y se quedan para terminar de comer lo que pidieron.

La mujer, de pelo negro crespo y ojos oscuros, ríe de forma exagerada a cada comentario del hombre.”Entonces tu chico te viene a recoger ahorita?”, le pregunta. “No, hoy no viene porque tuvo que salir de viaje”. “Ahhh, veo”, concluye el hombre.

“ ¿Quieres probar mi Frozen Capuchino?”, le pregunta la mujer, “ “¿Y cómo lo pruebo?”, pregunta el hombre, así que la mujer le pasa el vaso para que le de una cucharada.

“Me gusta mucho el sabor a café intenso y la mezcla con la crema chantilly”, dice ella, a lo que él responde: “Si, creo que de los frozen capuccino, este es el mejor, el de Starbucks es puro hielo”.

Ella vuelve a reír con el comentario y se echa el pelo para atrás. Su conversación alcanza un silencio incómodo y él hombre aprovecha para posar su mano sobre la de ella y la comienza a acariciar. En ese momento la mujer y yo fijamos nuestras miradas, y parece que me pregunta mentalmente: ¿Qué tanto mira? Lo más probable es que tenga razón, debería estar concentrado en darle lengüetazos a mi cono y alternarlo con sorbos del tinto que, seguro, ya se enfrió.

martes, 25 de junio de 2024

La mejor hora para escribir

Hoy en la mañana abrí un archivo para escribir algo en este espacio pero en eso quedó mi acción, pues de inmediato me ocupé con otra tarea. En ese momento pensé: De pronto escribir en la mañana es mejor que hacerlo al caer la tarde. Quizá la cabeza está más fresca a esas horas y las ideas fluyen con mayor facilidad.

El caso es que me ocupe con otro texto de un trabajo que tenía una sección repetida. Es un archivo en drive al que dos personas le metemos mano y una tercera lo comenta, pero no sé en qué berraco momento se repitió información, aunque estoy seguro de que no fue mi error. El caso es que duré un buen tiempo mirando cuál era el texto repetido y qué diferencias tenían ambas secciones para no borrar nada importante. Esa tarea esfumó mis intenciones de escribir algo para Almojábana con Tinto, así que vuelvo a la carga, ya algo cansado, a las 8:05 p.m.

De ahí la pregunta ¿Cuál es la mejor hora para escribir? De pronto no hay que ponerle tanto misterio al asunto y escribir cuando se pueda o cuando se tengan las ganas suficientes. Millás, mi escritor favorito, considera a la escritura como un oficio artesanal, similar al trabajo de un electricista o un fontanero, pues piensa que la escritura debe funcionar como las cosas.

A este tema se le enreda otra pregunta: ¿Sobre qué escribir?, y pues ahí coincido con Millás en que hay mucho poder en lo cotidiano y que siempre será una fuente de inspiración. Para el escritor español lo cotidiano está lleno de misterio y afirma que un viaje en transporte público puede ser más interesante que uno al África.

Parece entonces que todo se trata de escribir lo que sea a la hora que sea sin echarle tanta tiza al asunto.

lunes, 24 de junio de 2024

Dormir en un ataúd

Una vez tuve una jefa super aficionada al Feng Shui. Para la contratación me pidió mi acta de nacimiento. cada loco con su tema, ¿acaso no?, imagino que quería ver si mi energía no iba a acabar con el clima laboral de la empresa o qué sé yo. Igual no había mucho, en fin.

Hablo de este tema porque hace poco me dio por reorganizar la posición de los muebles de mi cuarto. Antes tenía la cama contra una pared cerca a una ventana y el escritorio estaba acomodado contra otra. Debería esforzarme para que logren visualizar la posición de los muebles, pero tengo los pies helados y tengo atravesada en la mente la preparación de chocolate caliente, bien caliente, a ver si se me descongelan los pies.

El caso es que es una habitación en la que llevo poco tiempo y con la posición en la que estaban los muebles antes nunca me sentí a gusto, y ahora con la nueva me siento mejor. Es como si el espacio se hubiera agrandado, supongo que debe ser que apliqué algo de teoría de Feng Shui sin saberlo.

Internet dice que la posición de la cama es crucial para el flujo de energía positiva. Se dice que la cama debe estar en una posición de comando. Eso quiere decir una desde la que se pueda ver la puerta de la habitación, pero que no quede alineada directamente con la puerta. Así estaba mi cama antes, con mis pies apuntando de forma directa hacia la puerta, o en posición ataúd como normalmente se le conoce. Punto para el fengshui.

También se supone que la cabecera debe quedar contra una pared sólida, evitando que quede debajo de una ventana para evitar que la energía de apoyo, signifique lo que eso signifique, se disipe . Así está ahora y antes la tenía debajo de una ventana.  Otro Punto para el Feng Shui.

lunes, 17 de junio de 2024

A juliette

Recuerdo la última vez que nos vimos Juliette. Fue en Les Deux Magots, ese café de la calle Saint-Germain des Prés que tanto te gustaba. Ese día me tradujiste el nombre: Los dos magos, tu sonrisa iluminaba tu cara. Hacía poco habías llegado a París y estabas descubriendo esa lengua. Estabas feliz porque por fin ibas a poder hablar el idioma de Claire, tu abuela materna.

Luego, a los pocos días de nuestro encuentro, comenzaron a llegar las noticias de un nuevo virus que se estaba expandiendo por la tierra, una especie de gripe que en algunas ocasiones empeoraba y causaba la muerte. “ ¿Será el fin del mundo?”, me preguntaste en una llamada telefónica y luego te echaste a reír. ¿Cómo iba a saber que esa llamada iba a ser tu último acto y que luego ibas a desaparecer como un mago?

Yo tenía que viajar a Kinderdijk a la siguiente semana, y acordamos que nuestro próximo encuentro iba a ser en un mes exacto. Dijiste que querías ir a conocer los molinos de viento de ese lugar y que celebraríamos con un picnic.

Luego el virus colapsó el mundo, los pulmones de las personas y olvidamos los planes que habíamos trazado ¿para qué pensar en el futuro si la vida podía acabar en cualquier momento?

Nuestras conversaciones cada vez eran más esporádicas, como gestos cordiales entre dos personas que alguna vez habían sido muy unidas, hasta que cortamos la comunicación por completo.

Fue extraño. No hubo ninguna pelea o altercado entre nosotros. A veces pienso que habría preferido eso, oírte decir que me odiabas y que soy un pobre hijo de puta en vez de ese silencio que inundó nuestras palabras.

La semana pasada volví a ese café y pedí lo de siempre: un capuchino con crema blanca y un Éclair de chocolate. Le dije a la mesera, en mi francés rudimentario, lo que tu siempre le decías: tráigame el que tenga más chocolate.

Ahí estuve por treinta minutos, tomando el capuchino a sorbos cortos, a la misma hora que solíamos encontrarnos. No sé para qué hice eso, si lo mejor es evitar los recuerdos que te hacen doler. Eso también me lo dijiste alguna vez.

¿Dónde estás? Quizá ese día me viste desde lejos y te ocultaste entre locales y turistas para no tener que hablar conmigo.

miércoles, 29 de mayo de 2024

Escombros mentales

Una de mis hermanas me regalo un pito delgado de color azul: “ ¿Para qué?, le pregunté cuando me lo entregó. “para que lo pongas en tu llavero, quién sabe cuándo lo vas a necesitar. La vida está llena de quién sabes, y vamos por ahí mirando como blindarnos de todos los posibles escenarios catastróficos.

Imagino que es uno de esos pitos que sirven si uno llega a quedar atrapado debajo de una montaña de escombros después de un terremoto. Uno siempre piensa: eso nunca me va a pasar a mí, pero también suele ocurrir que uno nunca sabe nada o no tanto como cree saber.

La vida es tan incierta que a cualquier persona le puede ocurrir lo más inimaginable, como cuando la tapa de un reactor de una industria petroquímica en Tarragona, voló tres kilómetros, entró por una ventana tumbó el piso de un apartamento y le cayó encima a un hombre

No sé si quedo herido o murió de forma instantánea. Si ocurrió lo primero, imagino que el pito le habría podido servir de algo , ¿acaso no?, por lo menos para gastar su último aliento utilizándolo, qué sé yo.

En estos días he tenido mucho ruido en mi cabeza, puros escombros mentales. A veces cuando voy por la calle y caigo en una espiral de pensamientos negativos, me dan ganas de sacar el pito y soplarlo a ver quién acude en mi ayuda o quién se acerca a decirme que deje el ruidajero, pues el pito emite un sonido agudo que debe volver loco a cualquier rescatista.

martes, 28 de mayo de 2024

El pollito perdido

Tal vez escribir libros de autoayuda es buena opción. Quién sabe cuánto dinero genera ese tipo de libros, pero imagino que deben ser varios miles de millones de dólares. No faltarán los eruditos que inflan el pecho diciendo que solo leen literatura de verdad, en fin. A mí no me corresponde decir si los libros de autoayuda son buenos o una basura. Es algo que me tiene sin cuidado, es decir, que cada quien lea lo que le dé la gana.

Habló sobre ese tipo de libros porque hago fila en un supermercado que está a reventar. Estoy a solo un turno de que me atiendan , pero la pareja que está adelante de mí no deja de poner productos sobre la banda transportadora. En un momento la mujer le dice algo al esposo y sale disparada a buscar un producto que se le olvidó.

En ese momento, cuando intento no pensar en nada, mi mirada cae sobre el estante de libros y revistas de la caja en la que hago fila. Tiene varios libros de autoayuda como: Me quiero, te quiero, una guía para desarrollar relaciones sanas; Recupera tu mente reconquista tu vida, cómo rescatar la atención en un mundo distraído e hiperconectado o, el poder de la concentración absoluta, herramientas prácticas para curarse de la distracción y vivir con alegría y propósito.

También hay un par de novelas: Alas de hierro y Still with us, pero de todos los libros el que más me llama la atención es uno para niños: el pollito perdido, que tiene un dibujo de un pollito al lado de una gallina.

En fin, quizá si no estuviéramos tan periodos en la vida, seguro no necesitaríamos de tantos libros de autoayuda. De pronto lo que nos hace falta es reconocer que todos tenemos rayes extraños y que seguro hay un libro de ese género que puede ayudarnos.

Hablando de más si algún día me aventuro a escribir uno, se titularía: El arte de hacer nada, como echarse en la cama a mirar pal techo entre semana sin sentirse mal.

lunes, 27 de mayo de 2024

¿El final?

¿Mi ausencia en este espacio, significa el final de este blog?

No lo creo. imagino que solo es una temporada de no escribir acá, porque he escrito otras cosas.  La verdad es que me parece ridículo mencionar eso, es decir, es solo una excusa pendeja para justificar mi ausencia en este espacio. Además ¿Qué carajos le importa a la gente que yo escriba acá o en cualquier otro lugar? De pronto si fuera el Tolstoi contemporáneo tendría sentido, pero como no lo soy, pues no pasa nada, ¿no creen?

Hoy pasa lo mismo, vuelvo y me repito: en la mañana pensé en escribir algo, pero me ocupé quién sabe con qué tema y la idea de escribir quedó sepultada entre otros pensamientos. Luego escribí otro texto largo y cuando llevaba más de 3000 palabras, miré el reloj del computador y me di cuenta de que eran las 2 de la tarde y no había almorzado., ¿pero si ven? otra vez estoy hablando de esos escritos que quizás ustedes nunca van a leer.

Más tarde salí por un momento del apartamento, vi a dos mujeres empujar coches de bebé y pensé: ¿Sabrá ese niño(a) el futuro que le espera? Está claro que no, pero es que el panorama no es muy alentador. En fin, si sueno pesimista es porque estoy leyendo Tasmania de Paolo Giordano. Uno de los personajes dice que ese lugar sería uno de los mejores para vivir a futuro, porque está lejos de sufrir temperaturas extremas y demás desastres naturales, en fin.

Pasa lo mismo de siempre, solo quería escribir algo, lo que fuera y esto fue lo que salió. Les quedo debiendo 15 palabras para cumplir con mis 300 reglamentarias.

miércoles, 15 de mayo de 2024

0,0139 días

Tengo una reunión dentro de 0.0139 días, es decir, 20 minutos, y es el tiempo que tengo para escribir algo, lo que sea, esto. Podría hacerlo después, a eso de las 6 o 6:30, pero seguro a esa hora me va a dar pereza pereza y por eso lo hago ahora.

El otro día alguien preguntaba en una red social: ¿para quién escribes? Las opciones de respuesta eran: Tú mismo, otras personas o depende. Yo seleccioné depende, pero en este preciso instante creo que uno casi siempre escribe para uno mismo. Se escribe para salvarse y no perder la cordura.

Virginia Woolf dice lo siguiente en sus diarios: “Pero lo que es más importante es mi creencia de que el hábito de escribir así sólo para mis propios ojos es una buena práctica. Afloja los ligamentos.” imagino que ella lo hacía a mano, y que, más allá de lo alegórico, de esa manera se aflojan más los ligamentos que aporreando las teclas, en fin.

Pero no era eso de lo que quería hablar, sino sobre las restricciones de tiempo al momento de escribir. Una vez M, una amiga, tenía que presentar una historia y solo contaba con 4 horas de un domingo en la tarde. Entonces configuró ese tiempo en el temporizador de su celular y arrancó a escribir sin tener idea sobre qué iba a hacerlo.

La historia tenía es título: 4 horas. Si mi memoria no me falla, trataba sobre un hombre que  al que solo le quedaban 4 horas de vida y  era consciente de eso. El último párrafo de la historia quedó cortado porque no le alcanzó el tiempo para terminar de narrar.

Ahora me quedan 10 minutos, ¿qué pasó con los otros 10? Siento que solo han pasado un par y casi no tengo tiempo para terminar estas palabras, de ahí que el tiempo sea relativo, ¿acaso no? cada quien lo percibe de diferente manera y por eso no transcurre a la misma velocidad para todas las personas.

Ya como para cerrar y como este escrito no tiene mucha forma, me permito mencionar algo que he pensado en estos días: Los adjetivos solo sirven para entorpecer una narración. En segundo lugar están los flashbacks. Yo digo que lo mejor es tiempo presente y pura voz activa. Hablo de esto, porque estoy trabajando un texto con un periodista y se empeña en meterle adjetivos por todo lado, pero bueno. En fin, que solo estaba buscando un pucho de palabras para cumplir con mi cuota diaria.

Ahora solo me quedan 2 minutos. Parece poco tiempo, pero en 120 segundos pueden pasar muchas cosas, se me puede parar el corazón por ejemplo, y quedar a medía frase como el personaje del cuento de M, puedo terminar el café que tengo sobre mi escritorio que ya se enfrió, o si estuviera ansioso podría hacer unos ejercicios de respiración para calmarme.

martes, 14 de mayo de 2024

Diabelli Sonatina en Fa mayor

Cracovia, 1948.

“Es la hora de tu clase Mary Dubanowski”, grita su Babusia.

Tan pronto como escucha la voz de su abuela, su corazón se acelera. Parece que se le va a salir de su pecho. Mary se pone de pie, respira profundo y frota sus manos sudorosas sobre el delantal azul que lleva puesto

Odia su vida, a sus padres por haberla obligado a quedarse donde su abuela durante las vacaciones de verano y sus terroríficas clases de piano. Minutos después ahí está, sentada en frente de un piano Steinway gigante de color negro. La primera vez que lo tocó le dijo a su abuela que sus pequeños dedos no le alcanzaban para tocar algunos acordes, pero ella ignoró su reclamo y le dijo que ese mismo modelo era el que utilizaba Rajmáninov​, el pianista ruso, y que ella le debía seguir el paso a los grandes compositores si algún día quiere triunfar con ese instrumento.

El cuarto tiene un mal olor y Mary intenta contener la respiración. Jura que en algún rincón debe haber un ratón muerto o un pedazo de carne en descomposición. Pequeñas gotas de sudor se acumulan en su frente.

Un hueco en de una cortina roja de terciopelo deja entrar un rayo de sol que cae sobre la silla de su abuela. Mary se tensiona de inmediato, al ver la fusta que ella utiliza para corregir la postura cuando interpreta alguna pieza.

Escucha cómo su Babusia arrastra los pies por el pasillo. Apenas escucha el chirrido de la puerta se echa la bendición, al tiempo que  repasa mentalmente las notas de apertura de su lección: la Diabelli Sonatina en Fa mayor.

viernes, 10 de mayo de 2024

La Sra. Cecilita

Quizá la Sra Cecilita, mi madre, es la culpable de mi afición a la lectura. Cuando era pequeño ella me regaló un libro de cuentos de los hermanos Grimm. Era de tapa dura y en la portada traía una ilustración de Hansel y Gretel.

Fue mi primer libro de solo letras. Antes de ese libro me la pasaba leyendo una colección titulada Cosas y casos: de los animales prehistóricos, de tu cuerpo, de nuestro planeta, de los animales. Podía pasar horas mirando ese grupo de libros que traían ilustraciones divertidísimas acompañadas por un breve texto.

El libro de cuentos de los hermanos Grimm no lo leí de principio a fin, sino que fue una lectura desordenada. Tal vez nunca llegué a leer un cuento en su totalidad. A veces, cuando mi madre estaba en la cocina preparando algo de comer, yo llegaba con el libro y le pedía que dijera un número al azar. Luego de que me lo decía yo buscaba la página con ese número y comenzaba a leer sin importarme si caía en la mitad de un cuento. Si me daba cuenta de que no me estaba poniendo atención, le reclamaba y le pedía que me contara sobre sobre lo que le había leído.

Mi madre fue esencial en mis inclinaciones  artísticas. Otras veces llegaba con una hoja en blanco y un lápiz, y le preguntaba : ¿Qué dibujo? y ella me decía lo primero que se le ocurría: a mí, esas naranjas, la nevera, en fin, lo que fuera. Yo nunca cuestionaba su elección y me ponía a dibujar de inmediato.

Gracias por todo Sra. Cecilita.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Amanda

¿Cuál Amanda? Amanda Sánchez. Está claro que es una total desconocida, pero si hablamos de ella es porque también se encuentra en el mismo café que Sergio Ramírez. El sigue ahí inmerso en su membrana de lectura y Amanda lo estudia cuidadosamente. Siente algo de envidia de verlo tan abstraído en su lectura, que le gustaría ir a decirle que si por favor puede leer en voz alta para ambos.

Amanda descarta esa idea rápido porque cree que una forma sana de ir por la vida es no alterar los acontecimientos para evitar sorpresas. Además, no tiene idea de quién es Sergio. ¿Qué tal que sea un loco, violador de mujeres?, se pregunta. La verdad nosotros también desconocemos quién es Sergio. A primera vista parece un tipo normal que disfruta de la lectura de un libro, pero si hay parejas de esposos que nunca llegan a conocerse el uno al otro en toda una vida juntos, ¿qué vamos a saber de un tipo cualquiera que lee en un café?.

Amanda lo mira con intensidad y espera que él se de cuenta de eso, pero ya sabemos que la membrana que protege a Sergio evita esa sensación de ser observado, así que ella pierde su tiempo.

Amanda le da otro sorbo a su café oscuro, digo otro porque antes de empezar a hablar sobre ella ya le había dado uno, ¿qué cómo lo sé? Gracias por la pregunta. Soy ese narrador que lo sabe todo, incluso los pensamientos de las personas. Por un par de segundos Amanda toma la decisión de ir a su mesa a saludarlo, pero cae en cuenta de que ir hablando con extraños en una ciudad tan peligrosa como Bogotá es una estupidez, así que abandona la idea. Para distraer la cabeza se pone a contar las luces del techo de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha. Son 10 y se tranquiliza cuando obtiene el mismo resultado en ambos conteos.