Así siento que fue el día, espeso y pegajoso.
Me sentía como atrapado dentro de un bloque de engrudo, y para mover un solo dedo debía hacer un esfuerzo sobrehumano.
Parecía que no avanzaba con nada de lo que me proponía hacer. Me quedaba mirando la pantalla del computador, perdido en pensamientos que no tenían ningún rumbo; poco a poco el tedio crecía dentro de mí.
Luego del almuerzo me eché en la cama y programé una alarma para que sonara a los 15 minutos. Ese tiempo se convirtió en 25, porque la aplacé dos veces y luego me costó trabajo ponerme de pie, pero lo logré.
Algo me decía que aún o era el momento de sentarme de nuevo en el escritorio, así que salí a comprar unas “Uvas chéveres”, al vendedor ambulante de la esquina.
Si había algo que me podía sacar de ese estado de parálisis era un pocillo de tinto combinado con algo de dulce.
De camino a la esquina el vendedor se cruzó conmigo. Lo miré a los ojos y entendió que iba a comprarle algo: “Ya voy, hermano”, me dijo. Entonces llegué al carrito y me parqueé enfrente de él como si estuviera cuidándolo.
No veía las uvas chéveres por ningún lado. Maldita sea, seguro ya las vendió todas. Pensé que no conseguir el producto era un efecto secundario de ese día grumoso que venía experimentando.
Al rato el hombre llegó y le pregunte si las tenía: “Sí, claro Pa”, respondió y estaban justo enfrente de mis narices.
Apenas llegué a la casa me preparé el tinto y luego, en el escritorio le di sorbos a la taza y me metía una o dos uvas recubiertas de chocolate a la boca. La cafeína y el dulce son buenas para contrarrestar los males de la vida.
Al poco rato abrí un documento de Drive y me puse a escribir un texto que tenía pendiente. Llevaba días estructurándolo en la cabeza. Siento que me quedó bien. Por lo menos me ayudo a eliminar esa desazón que me había acompañado hasta ese momento.
lunes, 27 de febrero de 2023
viernes, 24 de febrero de 2023
ChatGPT me pide disculpas
La inteligencia artificial debe tener sus ventajas, pero si algo me he dado cuenta desde el boom de ChatGPT es que me hace falta seriedad para utilizarla.
Por ejemplo, he puesto a conversar a Terminator con Harry Potter o cosas por el estilo, pero bueno, me puedo excusar diciendo que quería probar hasta dónde llegan sus capacidades, en fin.
Hoy le pregunto que me de la bibliografía de Juan José Millás, mi escritor favorito.
Los títulos de sus obras comienzan a aparecer en pantalla, y todo va bien hasta el año 1999, pues aparece una obra que se llama “El hombre Loco”.
Puede ser que se me haya escapado de mi radar de lectura especial para Millás, pero estoy casi seguro de que no tiene ninguna novela con ese nombre. La que existe es la Mujer Loca.
Entonces escribo: El hombre loco no es una novela de Juan José Millás.
Contesta lo siguiente: “Tienes razón, me equivoqué al mencionar "El hombre loco" como una novela de Juan José Millás, y te agradezco por señalarlo. De hecho, "El hombre loco" es una obra de teatro que escribió en colaboración con el dramaturgo José Luis Alonso de Santos. Mis disculpas por la confusión.
Y como para calmar mis ánimos bota una supuesta bibliografía actualizada.
Busco acerca de la supuesta colaboración con el dramaturgo Alonso de Santos y no encuentro nada.
“Millás nunca escribió con Jose Luis Alonso de Santos”
“Tienes toda la razón. Me disculpo nuevamente por mi error en la respuesta anterior. Me confundí con otro autor. Juan José Millás no ha escrito ninguna obra de teatro en colaboración con José Luis Alonso de Santos. El resto de la bibliografía que mencioné en mi respuesta anterior es correcta. Agradezco tu corrección y lamento cualquier confusión que haya podido causar".
Por ejemplo, he puesto a conversar a Terminator con Harry Potter o cosas por el estilo, pero bueno, me puedo excusar diciendo que quería probar hasta dónde llegan sus capacidades, en fin.
Hoy le pregunto que me de la bibliografía de Juan José Millás, mi escritor favorito.
Los títulos de sus obras comienzan a aparecer en pantalla, y todo va bien hasta el año 1999, pues aparece una obra que se llama “El hombre Loco”.
Puede ser que se me haya escapado de mi radar de lectura especial para Millás, pero estoy casi seguro de que no tiene ninguna novela con ese nombre. La que existe es la Mujer Loca.
Entonces escribo: El hombre loco no es una novela de Juan José Millás.
Contesta lo siguiente: “Tienes razón, me equivoqué al mencionar "El hombre loco" como una novela de Juan José Millás, y te agradezco por señalarlo. De hecho, "El hombre loco" es una obra de teatro que escribió en colaboración con el dramaturgo José Luis Alonso de Santos. Mis disculpas por la confusión.
Y como para calmar mis ánimos bota una supuesta bibliografía actualizada.
Busco acerca de la supuesta colaboración con el dramaturgo Alonso de Santos y no encuentro nada.
“Millás nunca escribió con Jose Luis Alonso de Santos”
“Tienes toda la razón. Me disculpo nuevamente por mi error en la respuesta anterior. Me confundí con otro autor. Juan José Millás no ha escrito ninguna obra de teatro en colaboración con José Luis Alonso de Santos. El resto de la bibliografía que mencioné en mi respuesta anterior es correcta. Agradezco tu corrección y lamento cualquier confusión que haya podido causar".
Ya es difícil creerle.
El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, que si escribió un libro con Millás (La vida contada por un Sapiens a un Neandertal) dice lo siguiente sobre la inteligencia artificial:
“"La inteligencia artificial (IA) no es inteligencia, es potencia de cálculo. No me impresiona demasiado. Lo que me impresionaría es una IA que piense como un humano.
Para crear una IA que piense como un humano, primero, tenemos que saber cómo piensa un humano y aún estamos lejos de conseguirlo.
Una IA podrá pintar como Rembrandt, pero no es Rembrandt."
El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, que si escribió un libro con Millás (La vida contada por un Sapiens a un Neandertal) dice lo siguiente sobre la inteligencia artificial:
“"La inteligencia artificial (IA) no es inteligencia, es potencia de cálculo. No me impresiona demasiado. Lo que me impresionaría es una IA que piense como un humano.
Para crear una IA que piense como un humano, primero, tenemos que saber cómo piensa un humano y aún estamos lejos de conseguirlo.
Una IA podrá pintar como Rembrandt, pero no es Rembrandt."
jueves, 23 de febrero de 2023
Impresiones
Cuando llego a la sala de espera una pareja y una mujer canosa conversan en voz alta porque están situados a los extremos.
Llego justo cuando el hombre le dice a la mujer: “imagínese, fue un viaje de 9 horas en avión en el que el tipo no me dijo nada”.
“No se lo puedo creer”, responde ella.
“Así fue. Luego el tipo me contó que tenía órdenes de no conversar con nadie y que por eso no había hablado”.
¿De quién hablan?, me pregunto. Me gustaría pedirles que me den algo de contexto, pero fiel a mi premisa de no interactuar con completos desconocidos, para que el curso de mi vida no se despiporre, no digo nada.
Solo me queda completar la historia con la información que recibí. Entonces decido que el hombre estaba hablando sobre un agente secreto del MI5, el servicio secreto británico.
De repente olvidan ese tema y de la nada el hombre cuenta que hace poco él y su esposa hicieron un viaje a España, y que visitaron un lugar llamado Antiqua o slgo así. Me da la impresión de que el hombre quiere monopolizar la conversación.
Puede que no haya captado bien lo que decían, porque tenía mi atención dividida entre una lectura y la conversación.
“¿En dónde estaban?”, pregunta la mujer canosa.
“En España”
“Si, pero ¿En qué ciudad?”, Contrataca la mujer.
“Sevilla”, responde la esposa del hombre.
Se sumergen en un breve silencio incomodo, y retomo la lectura, pero luego de leer un par de líneas, la mujer canosa, me parece, los pone a prueba:
“Ahh yo viví allá porque mi esposo era español”
“ ¿Ahh si?”, responde el hombre como aceptando el desafío.
Si él era de Asturias, bien hacia el norte”, dice la mujer.
“Claro”, responde el hombre como si fuera un dato que todo el mundo conoce.
“Ahora mi primera hija vive en Sevilla”.
Y cuando el hombre está a punto de responder algo, la recepcionista me dice que el doctor ya me puede atender.
Me levanto y dejo a esos extraños con su charla sobre agentes secretos y España. No me queda más que decidir si el hombre estaba diciendo la verdad o no; la mujer canosa sonaba muy convincente.
Llego justo cuando el hombre le dice a la mujer: “imagínese, fue un viaje de 9 horas en avión en el que el tipo no me dijo nada”.
“No se lo puedo creer”, responde ella.
“Así fue. Luego el tipo me contó que tenía órdenes de no conversar con nadie y que por eso no había hablado”.
¿De quién hablan?, me pregunto. Me gustaría pedirles que me den algo de contexto, pero fiel a mi premisa de no interactuar con completos desconocidos, para que el curso de mi vida no se despiporre, no digo nada.
Solo me queda completar la historia con la información que recibí. Entonces decido que el hombre estaba hablando sobre un agente secreto del MI5, el servicio secreto británico.
De repente olvidan ese tema y de la nada el hombre cuenta que hace poco él y su esposa hicieron un viaje a España, y que visitaron un lugar llamado Antiqua o slgo así. Me da la impresión de que el hombre quiere monopolizar la conversación.
Puede que no haya captado bien lo que decían, porque tenía mi atención dividida entre una lectura y la conversación.
“¿En dónde estaban?”, pregunta la mujer canosa.
“En España”
“Si, pero ¿En qué ciudad?”, Contrataca la mujer.
“Sevilla”, responde la esposa del hombre.
Se sumergen en un breve silencio incomodo, y retomo la lectura, pero luego de leer un par de líneas, la mujer canosa, me parece, los pone a prueba:
“Ahh yo viví allá porque mi esposo era español”
“ ¿Ahh si?”, responde el hombre como aceptando el desafío.
Si él era de Asturias, bien hacia el norte”, dice la mujer.
“Claro”, responde el hombre como si fuera un dato que todo el mundo conoce.
“Ahora mi primera hija vive en Sevilla”.
Y cuando el hombre está a punto de responder algo, la recepcionista me dice que el doctor ya me puede atender.
Me levanto y dejo a esos extraños con su charla sobre agentes secretos y España. No me queda más que decidir si el hombre estaba diciendo la verdad o no; la mujer canosa sonaba muy convincente.
miércoles, 22 de febrero de 2023
Uno sabe
Después de mucho tiempo de sequía creativa, vuelvo a escribir un cuento que me agrada.
Lo que quiero decir es que uno sabe que va por buen camino si no deja de pensar en el texto y en posibles formas de llevarlo a buen puerto o a buen fin. Algo totalmente subjetivo, pero ¿Qué más da?
Eso me pasó con el que acabo de escribir. La primerta decisión importante que tomé, fue no enredarme con los tiempos verbales, ni empezrlo por el clímax y esas estrategias tan enganchadoras, así que lo narré todo en tiempo presente y en orden cronológico.
Aunque suene muy romántico y todo, la trama se fue desenredando solita (Hay quienes dicen que los personajes les hablan y no sé qué más cosas. A mí eso nunca me ha pasado, y como dice Millás, quienes afirman eso tal vez solo o hacen para sonar interesantes)
A lo que me refiero es que mi personaje, sin proponérmelo sufre un cambio importante, pasa de un estado A al B, evoluciona o fracasa y los que saben mucho acerca de contar historias, dicen que ese es uno de los aspectos más importantes.
Yo insisto en que un cuento queda bien si uno se entusiasma y se divierte escribiéndolo. Ahí está todo. Si un texto no genera le genera ninguna emoción a quien lo escribe, lo mejor es borrarlo todo y hurgar la cabeza a ver si se da con una idea que encienda un poco el alma.
No tienen que ser pensamientos brillantes o ideas muy elaboradas (mi cuento trata sobre un tipo que está en una fiesta de grado, y un momento importante de la trama es cuando se levanta a hacer la fila para un buffet y al final le dan unos cubiertos de plástico, algo que lo pone de mal humor)
Apenas es el primer borrador, pero siento que ahí hay algo.
Lo que quiero decir es que uno sabe que va por buen camino si no deja de pensar en el texto y en posibles formas de llevarlo a buen puerto o a buen fin. Algo totalmente subjetivo, pero ¿Qué más da?
Eso me pasó con el que acabo de escribir. La primerta decisión importante que tomé, fue no enredarme con los tiempos verbales, ni empezrlo por el clímax y esas estrategias tan enganchadoras, así que lo narré todo en tiempo presente y en orden cronológico.
Aunque suene muy romántico y todo, la trama se fue desenredando solita (Hay quienes dicen que los personajes les hablan y no sé qué más cosas. A mí eso nunca me ha pasado, y como dice Millás, quienes afirman eso tal vez solo o hacen para sonar interesantes)
A lo que me refiero es que mi personaje, sin proponérmelo sufre un cambio importante, pasa de un estado A al B, evoluciona o fracasa y los que saben mucho acerca de contar historias, dicen que ese es uno de los aspectos más importantes.
Yo insisto en que un cuento queda bien si uno se entusiasma y se divierte escribiéndolo. Ahí está todo. Si un texto no genera le genera ninguna emoción a quien lo escribe, lo mejor es borrarlo todo y hurgar la cabeza a ver si se da con una idea que encienda un poco el alma.
No tienen que ser pensamientos brillantes o ideas muy elaboradas (mi cuento trata sobre un tipo que está en una fiesta de grado, y un momento importante de la trama es cuando se levanta a hacer la fila para un buffet y al final le dan unos cubiertos de plástico, algo que lo pone de mal humor)
Apenas es el primer borrador, pero siento que ahí hay algo.
martes, 21 de febrero de 2023
Tomar apuntes
Creo que soy bueno para tomar apuntes, es decir, escribo rápido y logro captar todo lo que un profesor o ponente está diciendo, o bien lo más importante, y voy editando a medida que lo transcribo.
En mis épocas de estudiante me gustaba tener apuntes agradables a la vista, es decir, con títulos en un color diferente y ordenados.
Con mi velocidad sacrificaba estética, así que muchas vedes me decía: “voy a tomar apuntes a la maldita sea y cuando llegue a la casa las paso a limpio”, pero la verdad casi nunca me hice caso, y al final estudiaba para los parciales con mis apuntes frenéticos, que a veces eran garabatos indescifrables.
No entiendo cómo pueden, sobre todo las mujeres, tomar apuntes de forma ordenada y con miles de colores para títulos, subtítulos y viñetas.
Así era Juliette, una mujer con la que estudié alemán y que tenía un cuaderno con apuntes perfectos, como para exhibir en un museo.
Hablo de ella porque una vez me quedé con su cuaderno, luego de pedírselo prestado para el examen final, porque otra vez había fracasado con el orden de mis notas.
Para los títulos Juliette utilizaba un esfero de color morado, el resto lo escribía con negro y subrayaba las casillas de los cuadros explicativos, como el de las declinaciones, en color rojo.
La verdad no sé cómo lograba copiar a tanta velocidad, mientras yo escasamente entendía lo que decía el profesor.
Juliette hablaba francés porque su abuela materna le había enseñado ese idioma, pero tengo mis sospechas de que también tenía mejores bases de alemán que el resto de nosotros, aunque siempre lo negaba con una gran carcajada.
Eso era otra cosa que no entendía, siempre parecía estar dispersa, hablando con Felipe quien, al parecer, estaba tragado de ella.
Eso me gustaba de ella. Se la pasaba de buen humor y con frecuencia su risa se alzaba por encima del resto de voces del salón, hasta que la profesora le decía: Juliette, Kanst du bitte vorlessen? ( ¿Puedes por favor leer en voz alta?)
En mis épocas de estudiante me gustaba tener apuntes agradables a la vista, es decir, con títulos en un color diferente y ordenados.
Con mi velocidad sacrificaba estética, así que muchas vedes me decía: “voy a tomar apuntes a la maldita sea y cuando llegue a la casa las paso a limpio”, pero la verdad casi nunca me hice caso, y al final estudiaba para los parciales con mis apuntes frenéticos, que a veces eran garabatos indescifrables.
No entiendo cómo pueden, sobre todo las mujeres, tomar apuntes de forma ordenada y con miles de colores para títulos, subtítulos y viñetas.
Así era Juliette, una mujer con la que estudié alemán y que tenía un cuaderno con apuntes perfectos, como para exhibir en un museo.
Hablo de ella porque una vez me quedé con su cuaderno, luego de pedírselo prestado para el examen final, porque otra vez había fracasado con el orden de mis notas.
Para los títulos Juliette utilizaba un esfero de color morado, el resto lo escribía con negro y subrayaba las casillas de los cuadros explicativos, como el de las declinaciones, en color rojo.
La verdad no sé cómo lograba copiar a tanta velocidad, mientras yo escasamente entendía lo que decía el profesor.
Juliette hablaba francés porque su abuela materna le había enseñado ese idioma, pero tengo mis sospechas de que también tenía mejores bases de alemán que el resto de nosotros, aunque siempre lo negaba con una gran carcajada.
Eso era otra cosa que no entendía, siempre parecía estar dispersa, hablando con Felipe quien, al parecer, estaba tragado de ella.
Eso me gustaba de ella. Se la pasaba de buen humor y con frecuencia su risa se alzaba por encima del resto de voces del salón, hasta que la profesora le decía: Juliette, Kanst du bitte vorlessen? ( ¿Puedes por favor leer en voz alta?)
Así y todo, riendo fuerte la mayor parte del tiempo, tomaba apuntes de forma casi perfecta.
jueves, 16 de febrero de 2023
Leer de chorro
Una mujer pregunta “ ¿cuál libro han leído de una sentada?
Los comentarios a su publicación llueven: “Que tal, que ese otro, el de fulanito me pareció excelente”, y así.
Un par de personas mencionan los 12 cuentos peregrinos de García Márquez.
Me hago la pregunta y no le tengo respuesta. No me acuerdo qué libros leí de esa manera. Imagino que por lo menos fue uno, pero no lo tengo presente. ¿indica eso que no me marcó el libro o que soy un mal lector? No lo creo.
Más bien pienso que tiene que ver con mi inhabilidad para recordar la trama de las novelas que leo, pues a los pocos días de terminar una, se comienzan a esfumar de mi cabeza. Quizá esa sea una señal de que soy un mal lector, no lo sé. Ya les he dicho que sé muy pocas cosas, en fin.
Lo que pasa es que soy un lector lento. Creo que no consumo libros a la misma velocidad que otras personas, y algunos duro años leyéndolos. Toda una aberración, pensarán algunos, en cuanto a la lectura, pero así son las cosas.
Por X o Y razón, algunos libros los leo de a sorbitos, como la Tentación del Fracaso, por ejemplo, de Julio Ramón Ribeyro, que no sé cuando terminaré, pero ahí voy con su lectura, lento pero seguro. A la larga creo que la meta es leer, y la velocidad a la que se haga es lo de menos.
Pero bueno el tuit confirma lo que ya se sabemos: que hacen falta muchos libros por leer y que no hay tiempo ni mucho menos vida que alcance para ponerse, más o menos, al día con esa tarea.
Los comentarios a su publicación llueven: “Que tal, que ese otro, el de fulanito me pareció excelente”, y así.
Un par de personas mencionan los 12 cuentos peregrinos de García Márquez.
Me hago la pregunta y no le tengo respuesta. No me acuerdo qué libros leí de esa manera. Imagino que por lo menos fue uno, pero no lo tengo presente. ¿indica eso que no me marcó el libro o que soy un mal lector? No lo creo.
Más bien pienso que tiene que ver con mi inhabilidad para recordar la trama de las novelas que leo, pues a los pocos días de terminar una, se comienzan a esfumar de mi cabeza. Quizá esa sea una señal de que soy un mal lector, no lo sé. Ya les he dicho que sé muy pocas cosas, en fin.
Lo que pasa es que soy un lector lento. Creo que no consumo libros a la misma velocidad que otras personas, y algunos duro años leyéndolos. Toda una aberración, pensarán algunos, en cuanto a la lectura, pero así son las cosas.
Por X o Y razón, algunos libros los leo de a sorbitos, como la Tentación del Fracaso, por ejemplo, de Julio Ramón Ribeyro, que no sé cuando terminaré, pero ahí voy con su lectura, lento pero seguro. A la larga creo que la meta es leer, y la velocidad a la que se haga es lo de menos.
Pero bueno el tuit confirma lo que ya se sabemos: que hacen falta muchos libros por leer y que no hay tiempo ni mucho menos vida que alcance para ponerse, más o menos, al día con esa tarea.
miércoles, 15 de febrero de 2023
Técnica para comer galletas
Está claro que técnicas existen cientos, miles, millones, miles de millones de técnicas, tantas como estrellas en el universo; bueno de pronto no tantas, pero creo que me entienden.
Yo tengo una para comer galletas, ¿de cuáles? A mí me sirve con las Saltinas o las Ducales, que se dejan quebrar fácil por la mitad.
Cabe anotar que la técnica funciona si a usted, querido lector, le gusta hacer sopitas con esas galletas.
¿Y qué significa hacer sopitas?, me refiero a esa tradición milenaria que consiste en meter parte de la galleta en una taza de café o chocolate, sacarla inmediatamente, y darle un mordisco veloz, para que las gotas no escurran sobre la ropa o el mantel.
La velocidad es uno de los componentes importantes de la técnica, pues nada peor que estar listo para salir al trabajo y chorrearse la camisa o la corbata por ejemplo.
Pues bien, mi humilde técnica consiste en esparcirle algo (mantequilla, mermelada, queso crema, etc.) a toda la superficie de la galleta y luego de ese paso, viene el momento crucial, el cumbre, aquel en el que todo funciona o la técnica se va a la porra.
Consiste en darle un golpe a la galleta contra el plato y partirla exactamente por la mitad. ¿Por qué? Porque hacer sopitas con las mitades es mucho más fácil que hacerlo con la galleta entera.
Cabe anotar que hay que imprimirle la fuerza apropiada al golpe, pues en algunos casos, una de las mitades de la galleta puede salir volando y como uno es de malas, casi siempre aterriza en la ropa o en el piso justo sobre el lado al que le untó algo.
No sé en qué momento me inventé tal técnica pero al día de hoy la sigo perfeccionado. Aunque no lo parezca tiene su ciencia. Todo en esta vida requiere cierto nivel de habilidad.
Yo tengo una para comer galletas, ¿de cuáles? A mí me sirve con las Saltinas o las Ducales, que se dejan quebrar fácil por la mitad.
Cabe anotar que la técnica funciona si a usted, querido lector, le gusta hacer sopitas con esas galletas.
¿Y qué significa hacer sopitas?, me refiero a esa tradición milenaria que consiste en meter parte de la galleta en una taza de café o chocolate, sacarla inmediatamente, y darle un mordisco veloz, para que las gotas no escurran sobre la ropa o el mantel.
La velocidad es uno de los componentes importantes de la técnica, pues nada peor que estar listo para salir al trabajo y chorrearse la camisa o la corbata por ejemplo.
Pues bien, mi humilde técnica consiste en esparcirle algo (mantequilla, mermelada, queso crema, etc.) a toda la superficie de la galleta y luego de ese paso, viene el momento crucial, el cumbre, aquel en el que todo funciona o la técnica se va a la porra.
Consiste en darle un golpe a la galleta contra el plato y partirla exactamente por la mitad. ¿Por qué? Porque hacer sopitas con las mitades es mucho más fácil que hacerlo con la galleta entera.
Cabe anotar que hay que imprimirle la fuerza apropiada al golpe, pues en algunos casos, una de las mitades de la galleta puede salir volando y como uno es de malas, casi siempre aterriza en la ropa o en el piso justo sobre el lado al que le untó algo.
No sé en qué momento me inventé tal técnica pero al día de hoy la sigo perfeccionado. Aunque no lo parezca tiene su ciencia. Todo en esta vida requiere cierto nivel de habilidad.
martes, 14 de febrero de 2023
"Yo lo haría"
"Yo lo haría", me dijo
Yo con tapabocas porque tengo una tos de perro que no se me quita con nada, y ella, la cajera, allá sentada en su cubículo tratando de persuadirme, mientras las pulseras de sus muñecas hacían cling cling, cuando movía las manos.
“¿Por qué?”, le pregunté con desgano.
La impresora de mi casa falló, así que había salido a imprimir el extracto de la tarjeta de crédito.
Llevaba la plata exacta para pagar la tarjeta, y nunca pensé en el costo de la impresión.
Comencé a echar una retahíla de madrazos, hasta que se me ocurrió la solución.
De camino al banco, tomé un desvío para pedirle prestada una mísera moneda de $200, a Lina, una mujer parlanchina que atiende una papelería.
Luego fui al local de impresión, y por último me dirigí a mi destino final, el banco.
El lugar estaba repleto y me tocó el turno C27. Ahí, como una celda de Excel, no tenía ni idea si debía esperar mucho o poco tiempo.
Después de 15 minutos por fin salió mi turno en la pantalla.
Y fue ahí en la caja, después de pasarle el dinero a la cajera y que ella lo contará, cuando me dijo:
“¿Ya tienes asegurada la tarjeta?”
“No”
“Yo lo haría”
Luego me dio un par de razones: que para evitar fraudes por internet, por si compras un electrodoméstico y te sale malo, por esto y lo otro”.
“Puede hacerlo ya mismo”.
Lo que ella no sabía es que compro muy poco por internet. Además, imaginen mi nivel de abuelitud que insisto en pagar la tarjeta de crédito yendo a una sucursal y con el extracto en mano, en fin.
Quizá le faltó tener un discurso más preparado, o algunas preguntas para tener un perfil mío más detallado, para ver si valía la pena abordarme con ese tema.
“No gracias, mejor no”, le dije y sonreí debajo del tapabocas.
Ella también lo hizo y me deseo un buen día.
lunes, 13 de febrero de 2023
Escribir un párrafo
Me gusta como escribe Elena Ferrante.
Me parece que es fácil leerla, es decir, que uno se monta fácil en su prosa y, de repente, se leen 100 páginas de una de sus novelas sin casi sentirlas.
Casi siempre cuenta cosas, lleva los personajes de un lado a otro o los pone a hacer algo, y de vez en cuando estos tienen pensamientos brillantes, pero creo que la autora no los plasma para mostrarse de esa manera, sino que es producto de una escritura frenética, algo que se le da de forma natural, un efecto secundario de su estilo.
Me la imagino como uno de sus personajes, sentada en su escritorio, escribiendo un párrafo durante horas, decidiendo qué palabra le cae mejor al ritmo de lo que cuenta.
O puede que no sea así, porque “En los días del abandono”, hay tramos de la novela que tienen aire de escritura libre, pero una contenida, que no deja que el subconsciente tome el control por completo. Entonces Ferrante, busca una manera elegante de conectar esos segmentos frenéticos con la historia que venía contando, para que la obra tenga la cohesión necesaria.
De ser así, Ferrante dedica el mínimo de tiempo a cada párrafo y todo el trabajo pesado se lo lleva la reescritura, las versiones posteriores a ese borrador atropellado, producto de las ansias de contar algo y vaciarse de las voces que inundan su cabeza. Caso contrario, como, imagino, le pasa a cualquier escritor, enloquecería.
Me pregunto, cuánto tiempo le tomará escribir un párrafo.
Me gustaría saber si dedica horas enteras a hacerlo o si descarga todo en la página y luego edita hasta la saciedad
Me parece que es fácil leerla, es decir, que uno se monta fácil en su prosa y, de repente, se leen 100 páginas de una de sus novelas sin casi sentirlas.
Casi siempre cuenta cosas, lleva los personajes de un lado a otro o los pone a hacer algo, y de vez en cuando estos tienen pensamientos brillantes, pero creo que la autora no los plasma para mostrarse de esa manera, sino que es producto de una escritura frenética, algo que se le da de forma natural, un efecto secundario de su estilo.
Me la imagino como uno de sus personajes, sentada en su escritorio, escribiendo un párrafo durante horas, decidiendo qué palabra le cae mejor al ritmo de lo que cuenta.
O puede que no sea así, porque “En los días del abandono”, hay tramos de la novela que tienen aire de escritura libre, pero una contenida, que no deja que el subconsciente tome el control por completo. Entonces Ferrante, busca una manera elegante de conectar esos segmentos frenéticos con la historia que venía contando, para que la obra tenga la cohesión necesaria.
De ser así, Ferrante dedica el mínimo de tiempo a cada párrafo y todo el trabajo pesado se lo lleva la reescritura, las versiones posteriores a ese borrador atropellado, producto de las ansias de contar algo y vaciarse de las voces que inundan su cabeza. Caso contrario, como, imagino, le pasa a cualquier escritor, enloquecería.
Me pregunto, cuánto tiempo le tomará escribir un párrafo.
Me gustaría saber si dedica horas enteras a hacerlo o si descarga todo en la página y luego edita hasta la saciedad
“Inmediatamente después, hice un gesto demasiado brusco
para coger la bayeta y tiré también el azucarero. Durante una larga fracción
de segundo me explotó en los oídos el zumbido de la lluvia de azúcar, primero
sobre el mármol y luego sobre el suelo, manchado de vino.”
- Crónicas del desamor -
jueves, 9 de febrero de 2023
Terapia física
B. Es terapeuta física.
Es una mujer de pelo rubio, que debe tener alrededor de 50 años. Algo que la caracteriza es su voz chillona.
Cuando llego a la terapia y luego de pagar la sesión, me saluda y me pregunta: "¿ya te lavaste las manitos?”
La última palabra me rechina en los oídos.
De fondo se escucha música que sale de unos parlantes que no están a la vista. Es de un piano, como de un concierto de cámara. ¿Debussy?, pienso, pero seguro no. Siempre que escucho música de piano me llega a la cabeza ese nombre, por una escena de una novela que leí, en la que una mujer está en una cafetería, y cuando le pone atención a la música que suena, identifica de inmediato que es una pieza de ese compositor.
Volvamos con Beatriz.
¿Por qué el uso del diminutivo?, me pregunto. ¿Acaso mis manos son tan pequeñas para referirse a ellas de esa manera?
Siento que me habla como si fuera un bebe, un tarado, o bien, un bebé tarado.
Pero no es solo conmigo. Me doy cuenta de que los otros pacientes también cuentan con manitos, zapaticos, y otras cositas chiquiticas.
Luego viene el frío. Un paquete de esos que está helado y se lo zampan a uno en la zona afectada sin previo aviso, como enviando el mensaje de: Lo siento, pero a este mundo se vino a sufrir.
Pasados unos minutos llega el calor, solo para dejar claro que la vida son puros contrastes: Lluvia/sol, Luz/tinieblas, rico/pobre, etc. y que, sin importar quien sea cada uno, se puede transitar de un extremo al otro en cuestión de segundos.
El calor también viene acompañado de electricidad, porque cualquier placer no deja de tener algo de castigo.
Por último, los ejercicios y apretar como si no hubieras un mañana. En cada uno que me ponen a hacer, debo apretar el abdomen o los glúteos.
A veces, en medio de los ejercicios, me pierdo contando las repeticiones y cuando B. me pregunta ¿cuántos llevas? Le respondo con el primer número que se me venga a la cabeza: 5,6,8…
Rutinas, repeticiones y dolor de espalda. Eso, entre otras cosas, es la vida.
Es una mujer de pelo rubio, que debe tener alrededor de 50 años. Algo que la caracteriza es su voz chillona.
Cuando llego a la terapia y luego de pagar la sesión, me saluda y me pregunta: "¿ya te lavaste las manitos?”
La última palabra me rechina en los oídos.
De fondo se escucha música que sale de unos parlantes que no están a la vista. Es de un piano, como de un concierto de cámara. ¿Debussy?, pienso, pero seguro no. Siempre que escucho música de piano me llega a la cabeza ese nombre, por una escena de una novela que leí, en la que una mujer está en una cafetería, y cuando le pone atención a la música que suena, identifica de inmediato que es una pieza de ese compositor.
Volvamos con Beatriz.
¿Por qué el uso del diminutivo?, me pregunto. ¿Acaso mis manos son tan pequeñas para referirse a ellas de esa manera?
Siento que me habla como si fuera un bebe, un tarado, o bien, un bebé tarado.
Pero no es solo conmigo. Me doy cuenta de que los otros pacientes también cuentan con manitos, zapaticos, y otras cositas chiquiticas.
Luego viene el frío. Un paquete de esos que está helado y se lo zampan a uno en la zona afectada sin previo aviso, como enviando el mensaje de: Lo siento, pero a este mundo se vino a sufrir.
Pasados unos minutos llega el calor, solo para dejar claro que la vida son puros contrastes: Lluvia/sol, Luz/tinieblas, rico/pobre, etc. y que, sin importar quien sea cada uno, se puede transitar de un extremo al otro en cuestión de segundos.
El calor también viene acompañado de electricidad, porque cualquier placer no deja de tener algo de castigo.
Por último, los ejercicios y apretar como si no hubieras un mañana. En cada uno que me ponen a hacer, debo apretar el abdomen o los glúteos.
A veces, en medio de los ejercicios, me pierdo contando las repeticiones y cuando B. me pregunta ¿cuántos llevas? Le respondo con el primer número que se me venga a la cabeza: 5,6,8…
Rutinas, repeticiones y dolor de espalda. Eso, entre otras cosas, es la vida.
lunes, 6 de febrero de 2023
La gente
Una mujer publica una foto.
Es una selfie en la que se alcanza a ver la mano que le queda libre sobre el teclado de un portátil, una libreta, unos lápices y esferos como puestos aleatoriamente; un cactus, y al final del escritorio se alcanzan a ver unas llaves de un coche o de la puerta de la casa o apartamento en el que, uno supone, vive.
Hace un gesto específico de aburrimiento para la foto, y acompaña la imagen con un mensaje que dice “Hoy me toca currar”. Es española, claro está.
Quiere, o bien necesita que el mundo se entere de que está trabajando un Domingo. La gente es feliz tomándose fotos trabajando, ¿qué le vamos a hacer?
La gente es rara, somos raros, sobre todo con lo de tomar fotos: selfies con miradas sexys o compungidas, imágenes de bebidas y platos de comida, atardeceres en lugares paradisiacos o que no lo son tanto; fotos de la caratula del libro que estamos leyendo, en fin.
Puede ser que el que está metido en un cubículo de oficina sienta envidia de todos esos dichosos nómadas digitales que trabajan en la playa con un coctel en la mano, bien sea lunes o domingo.
La gente es buena envidiando lo que tienen los demás y ellos no, así no sepan si lo necesitan.
Yo, por ejemplo, a veces siento envidia de esa gente que hace llamar booktubers, Bookstragamners o Bookloquesea. Ya saben esa Gente que, parece, se la pasan leyendo todos los días a toda hora.
Me pregunto, ¿cómo lo hacen? ¿Acaso resultaron ser familiares de un multimillonario que murió, y de la nada les cayó una herencia encima?
En estos días he pensado que solo debería dedicarme a leer y tomar café, pero bueno no sé puede, ¿qué le vamos a hacer?
Somos raros.
La gente es rara.
Es una selfie en la que se alcanza a ver la mano que le queda libre sobre el teclado de un portátil, una libreta, unos lápices y esferos como puestos aleatoriamente; un cactus, y al final del escritorio se alcanzan a ver unas llaves de un coche o de la puerta de la casa o apartamento en el que, uno supone, vive.
Hace un gesto específico de aburrimiento para la foto, y acompaña la imagen con un mensaje que dice “Hoy me toca currar”. Es española, claro está.
Quiere, o bien necesita que el mundo se entere de que está trabajando un Domingo. La gente es feliz tomándose fotos trabajando, ¿qué le vamos a hacer?
La gente es rara, somos raros, sobre todo con lo de tomar fotos: selfies con miradas sexys o compungidas, imágenes de bebidas y platos de comida, atardeceres en lugares paradisiacos o que no lo son tanto; fotos de la caratula del libro que estamos leyendo, en fin.
Puede ser que el que está metido en un cubículo de oficina sienta envidia de todos esos dichosos nómadas digitales que trabajan en la playa con un coctel en la mano, bien sea lunes o domingo.
La gente es buena envidiando lo que tienen los demás y ellos no, así no sepan si lo necesitan.
Yo, por ejemplo, a veces siento envidia de esa gente que hace llamar booktubers, Bookstragamners o Bookloquesea. Ya saben esa Gente que, parece, se la pasan leyendo todos los días a toda hora.
Me pregunto, ¿cómo lo hacen? ¿Acaso resultaron ser familiares de un multimillonario que murió, y de la nada les cayó una herencia encima?
En estos días he pensado que solo debería dedicarme a leer y tomar café, pero bueno no sé puede, ¿qué le vamos a hacer?
Somos raros.
La gente es rara.
viernes, 3 de febrero de 2023
Conversaciones decisivas
Hace sol, pero no está picante y lo acompaña una leve brisa.
Me siento en una mesa a la sombra de un árbol, saco el Kindle, lo prendo y le doy un sorbo al capuchino que compré.
Me sabe bien. Parece que tiene la justa medida de café, leche y espuma. Comienzo a leer y me deslizo fácil en la lectura. Las páginas que leo parecen estar plagadas de verdades, las cuales releo como intentando memorizarlas.
Me doy cuenta qué ocurre. Experimento lo que yo llamo un momento sublime, es decir, un fragmento de vida en el que todo cobra sentido, y cualquier tipo de angustia se desvanece por completo.
El escritor francés Romain Rolland llamó a esos estados momentos oceánicos, que no son más que instantes de vida repletos de intensidad, en los que parece que las células del cuerpo se expanden y fusionan con las demás partículas del universo.
Ahora me fijo en una pareja a dos mesas de la mía. La mujer esta de frente y el hombre me queda de espaldas. Me parece que ella tiene una cara bonita, o más bien proporcionada. Alguna vez escuché eso en un programa de televisión: que si una cara nos parece llamativa es porque las proporciones y distancias entre sus elementos (ojos, nariz, boca, pómulos frente, etc) guardan distancias correctas.
El hombre es el único que habla y la mujer escucha atentamente si ninguna expresión en su cara. A ratos parece que fuera un maniquí.
Imagino que son novios y ella le está terminando, mientras el hombre despliega todo su arsenal narrativo para intentar salvar la relación.
Miro hacia otras mesas y veo a otras parejas y algunos grupos de personas conversando. Me parece extraño que mientras uno experimenta calma total, quienes nos rodean se pueden estar jugando la vida con sus palabras.
Me siento en una mesa a la sombra de un árbol, saco el Kindle, lo prendo y le doy un sorbo al capuchino que compré.
Me sabe bien. Parece que tiene la justa medida de café, leche y espuma. Comienzo a leer y me deslizo fácil en la lectura. Las páginas que leo parecen estar plagadas de verdades, las cuales releo como intentando memorizarlas.
Me doy cuenta qué ocurre. Experimento lo que yo llamo un momento sublime, es decir, un fragmento de vida en el que todo cobra sentido, y cualquier tipo de angustia se desvanece por completo.
El escritor francés Romain Rolland llamó a esos estados momentos oceánicos, que no son más que instantes de vida repletos de intensidad, en los que parece que las células del cuerpo se expanden y fusionan con las demás partículas del universo.
Ahora me fijo en una pareja a dos mesas de la mía. La mujer esta de frente y el hombre me queda de espaldas. Me parece que ella tiene una cara bonita, o más bien proporcionada. Alguna vez escuché eso en un programa de televisión: que si una cara nos parece llamativa es porque las proporciones y distancias entre sus elementos (ojos, nariz, boca, pómulos frente, etc) guardan distancias correctas.
El hombre es el único que habla y la mujer escucha atentamente si ninguna expresión en su cara. A ratos parece que fuera un maniquí.
Imagino que son novios y ella le está terminando, mientras el hombre despliega todo su arsenal narrativo para intentar salvar la relación.
Miro hacia otras mesas y veo a otras parejas y algunos grupos de personas conversando. Me parece extraño que mientras uno experimenta calma total, quienes nos rodean se pueden estar jugando la vida con sus palabras.
jueves, 2 de febrero de 2023
Vocacional de arte
En el colegio, a partir de noveno de bachillerato si no estoy mal, teníamos la opción de escoger una vocacional. Yo siempre escogía la de arte.
Los dos primeros años me tocó con Jairo, un profesor de dibujo que siempre andaba con una bata blanca de laboratorio y gafas de marco negro y grueso. De él aprendí mucho y fue quien me enseño a dibujar con carboncillo. En ese entonces me sentía muy profesional al dibujar con una hoja pegada en una repisa de madera, acomodada sobre un caballete.
Recuerdo en especial una clase en que la instrucción fue sencilla: “dibujen una de sus manos en 5 posiciones diferentes”.
“¿Qué, dibujar la mano?, me pregunté ¿Y qué de las arrugas, las líneas y demás detalles imposibles?
“Pero me dediqué a hacer lo que siempre hago cuando dibujo que, de cierta forma también aplico cuando escribo, intentar plasmar en la hoja lo que tengo enfrente de mis narices de la forma más fiel posible. Es, creo es una característica que comparten el dibujo y la escritura.
Cuando Jairo pasaba por mi puesto, se detenía a observar mi dibujo y daba apreciaciones técnicas del estilo: “¡Qué buen trazo!”, pero a mí me daba algo de pena porque no entendía a qué se refería y me sentía incómodo al quedar expuesto ante el resto de la clase, aunque sabía que el solo lo hacía con el ánimo de admirar mi trabajo.
Para el último año de colegio Jairo renunció, lo echaron o cambió de trabajo y la vocacional la dictó un profesor joven, que siempre llevaba una bufanda de cuadros blancos y negros enroscada en el cuello.
Sus clases eran muy conceptuales y el proyecto final fue hacer un happening, algo que nunca entendí muy bien en qué consistía y una actividad que yo y mis amigos tomamos más en broma que en serio.
Recuerdo que tuvo lugar en uno de los salones más grandes del colegio y que del techo colgaban cintas de caset, pero nunca supe cuál era su fin o qué queríamos expresar con ese desorden de objetos.
Los dos primeros años me tocó con Jairo, un profesor de dibujo que siempre andaba con una bata blanca de laboratorio y gafas de marco negro y grueso. De él aprendí mucho y fue quien me enseño a dibujar con carboncillo. En ese entonces me sentía muy profesional al dibujar con una hoja pegada en una repisa de madera, acomodada sobre un caballete.
Recuerdo en especial una clase en que la instrucción fue sencilla: “dibujen una de sus manos en 5 posiciones diferentes”.
“¿Qué, dibujar la mano?, me pregunté ¿Y qué de las arrugas, las líneas y demás detalles imposibles?
“Pero me dediqué a hacer lo que siempre hago cuando dibujo que, de cierta forma también aplico cuando escribo, intentar plasmar en la hoja lo que tengo enfrente de mis narices de la forma más fiel posible. Es, creo es una característica que comparten el dibujo y la escritura.
Cuando Jairo pasaba por mi puesto, se detenía a observar mi dibujo y daba apreciaciones técnicas del estilo: “¡Qué buen trazo!”, pero a mí me daba algo de pena porque no entendía a qué se refería y me sentía incómodo al quedar expuesto ante el resto de la clase, aunque sabía que el solo lo hacía con el ánimo de admirar mi trabajo.
Para el último año de colegio Jairo renunció, lo echaron o cambió de trabajo y la vocacional la dictó un profesor joven, que siempre llevaba una bufanda de cuadros blancos y negros enroscada en el cuello.
Sus clases eran muy conceptuales y el proyecto final fue hacer un happening, algo que nunca entendí muy bien en qué consistía y una actividad que yo y mis amigos tomamos más en broma que en serio.
Recuerdo que tuvo lugar en uno de los salones más grandes del colegio y que del techo colgaban cintas de caset, pero nunca supe cuál era su fin o qué queríamos expresar con ese desorden de objetos.
miércoles, 1 de febrero de 2023
El peso del mundo
A pesar de que se levantó muy temprano, no había sentido cansancio durante todo el día. El ir de un lado al otro de la ciudad, siempre con el tiempo justo y temiendo llegar tarde, no le había dado tiempo para sentirse agotado.
Cuando llegó a su casa todavía conservaba esa energía que lo había acompañado durante toda la jornada. Tenía decidido jugar con sus hijos y sorprender a su esposa con una comida sencilla pero apetitosa.
Luego de entrar al apartamento, apenas puso un pie en su cuarto, se quitó los zapatos sin ayuda de las manos.
Pasta Alfredo, ese sería el plato, pensó. Fetuccini, mantequilla, parmesano, sal y pimienta.
La vida, pensó, debería ser igual de sencilla que una receta de pasta, con instrucciones claras de qué hacer y que cantidad de emoción esparcir sobre una determinada experiencia o persona.
Fue en ese momento cuando el peso del mundo le cayó encima.
De camino hacia la cocina, se tumbó en en un sofá de la sala y pensó: “Voy a cerrar los ojos cinco minutos”. En eso quedaron sus planes de cocinar pasta.
Cuando llegó a su casa todavía conservaba esa energía que lo había acompañado durante toda la jornada. Tenía decidido jugar con sus hijos y sorprender a su esposa con una comida sencilla pero apetitosa.
Luego de entrar al apartamento, apenas puso un pie en su cuarto, se quitó los zapatos sin ayuda de las manos.
Pasta Alfredo, ese sería el plato, pensó. Fetuccini, mantequilla, parmesano, sal y pimienta.
La vida, pensó, debería ser igual de sencilla que una receta de pasta, con instrucciones claras de qué hacer y que cantidad de emoción esparcir sobre una determinada experiencia o persona.
Fue en ese momento cuando el peso del mundo le cayó encima.
De camino hacia la cocina, se tumbó en en un sofá de la sala y pensó: “Voy a cerrar los ojos cinco minutos”. En eso quedaron sus planes de cocinar pasta.
Casi al instante de cerrar los ojos se quedó dormido. Segundos antes de ingresar en el territorio del sueño, sintió que no solo llevaba su cansancio encima sino el de todos sus ancestros, y que el sentido de la vida, no solo el de él, sino el de todos, consistía en cerrar los ojos y descansar.
“Ya habrá momento de preocuparse de todo durante la vigilia”, fue uno de los últimos pensamientos que se le cruzaron por la cabeza antes de quedar dormido.
Ese día su esposa llegó a las 11 de la noche y lo encontró tumbado en el sofá. Se inclinó y le dio un beso en la cabeza y le dijo que lo esperaba en la cama, que ya era tarde. Con un pie en la vigilia y otro en el sueño, él murmuró algo ininteligible. Al poco tiempo el frío lo terminó de despertar y se fue al cuarto.
“Ya habrá momento de preocuparse de todo durante la vigilia”, fue uno de los últimos pensamientos que se le cruzaron por la cabeza antes de quedar dormido.
Ese día su esposa llegó a las 11 de la noche y lo encontró tumbado en el sofá. Se inclinó y le dio un beso en la cabeza y le dijo que lo esperaba en la cama, que ya era tarde. Con un pie en la vigilia y otro en el sueño, él murmuró algo ininteligible. Al poco tiempo el frío lo terminó de despertar y se fue al cuarto.
Luego, ya en la cama, el cansancio que tenía se le había esfumado. Estiró una mano hacia su mesa de noche y tomó el libro que estaba leyendo.
Luego prendió la lámpara, acomodó las almohadas y se propuso leer hasta que el sueño le llegara de nuevo.
Luego prendió la lámpara, acomodó las almohadas y se propuso leer hasta que el sueño le llegara de nuevo.