24 de diciembre por la mañana.
Mi hermano me pregunta si quiero acompañarlo a un centro comercial para hacer una compra de último minuto.
Lo dudo porque me desperté a las 2.00 a.m, caí en el abismo de hojear el celular y no dormí mucho, así que preferiría quedarme haciendo pereza. “No sé”, respondo. Me dice que si me decido acompañarlo, sale en quince minutos.
Acomodo las almohadas, cierro los ojos, pero el sueño se esfumó por completo, así que me levanto y me meto a la ducha.
Más tarde paseamos por el centro comercial y mi hermano no consigue nada de lo que está buscando. “Vámonos”, dice, pero antes de salir debemos comprar unas cosas, para la cena de navidad, en el supermercado.
Si el centro comercial está lleno, el supermercado es un territorio de guerra. Vamos por unos pan baguette a la panadería y no encontramos ni medio, pero el panadero mete los dos que necesitamos al horno. Mi hermano me dice que lo mejor es que me adelante y vaya a pagar el esto de cosas a las cajas que quedan a la salida del lugar.
Las cajas están a reventar y las colas para pagar están larguísimas, me hago en una que tiene un aviso que dice: “Máximo 10 productos”, la caja rápida que llaman, pero la verdad está lenta. Miro a la cajera y atiende como con desgano y con cada cliente se demora bastante. No la culpo, debe estar cansada como un berraco.
Cuando comienzo a hacer fila solo hay 4 personas delante de mí, pero luego de un par de mintos la cola detrás mío crece con furia navideña.
Como siempre ocurre cuando hago fila en un supermercado, parece que en mi frente aparece un letrero que dice “Pase por aquí”, pues varias personas quieren cruzar la fila justo por el lugar en el que estoy ubicado.
La mujer que tengo delante, que lleva puesto un saco navideño con mucho verde y rojo, se voltea y me pregunta: “¿Será que me puede guardar el puestico?”. “Claro”, le repondo. Me agredan ese tipo de códigos sociales tácitos, y me acuerdo de ese otro que ocurre en un bus y que consiste en pasar las vueltas del pasaje de una persona de mano en mano,
Mientras guardo el puestico, me distraigo con el títulos de uno de los libros que ofrecen en la caja como: Enseñale a tu ansiedad quién manda. Pienso que debe ser porno motivacional, pues creo que si se trata de mandar, la ansiedad nos da dos vueltas, pero ¿qué sé yo?.
Otro título es El milagro metabólico, pero ese no me dice nada. De pronto me parece aburridor porque lo asocio con dietas. En fin, mientras echo globos con los títulos de los libros, un hombre que está atrás le habla a una bebé: “Mi amor, ¿quieres tetero?”. El único gesto que hace la niña es estirar los brazos, el hombre lo toma como un sí y con unos movimientos rápidos y precisos, saca un biberón y prepara el tetero como de la nada.
La fila sigue sin avanzar y ahora pienso que el gentío y un turno que parece no terminar, le pueden causar ansiedad a la cajera.
A la mujer, pienso, le debe saber a mierda tener que trabajar un 24 de diciembre, con una balaca ridícula con dos papás noel que tiemblan cada vez que se mueve.
martes, 26 de diciembre de 2023
viernes, 22 de diciembre de 2023
La abuelita
Nunca fui muy cercano a mis abuelas. La paterna vivía muy lejos y la visitábamos con muy poca frecuencia, y mi relación con la materna, Inés, no pasaba del pico en la mejilla para el saludo y la despedida.
Recuerdo a la abuelita, porque leo una novela en la que una abuela es un personaje importante, y el narrador la llama así: abuelita.
Cuando era pequeño, mi abuelita vivía en una casa de dos pisos inmensa que parecía tener cientos de cuartos. Ella ocupaba el segundo piso con dos de mis tías, y el primero lo arrendaba a una familia o familias que siempre me causaron curiosidad, pero nunca supe quiénes eran. Me resultaba extraño que dos familias que no tenían nada que ver, vivieran en un mismo lugar.
De esa casa recuerdo que el piso de la sala y el comedor era de madera y a mí me gustaba deslizarme por él cuando lo encerraban, hasta que mi madre o alguna de mis tías me regañaba para que dejara de hacerlo. Al fondo había un radio viejo y gigante, que nunca funcionó o que nunca prendían.
Años más tarde a la abuelita, una mujer menuda y arrugada como una pasa, que caminaba como dando pasitos de pingüino, le comenzó a fallar la visión. A pesar de que la mejor opción para su edad eran unas gafas, por pura vanidad se negó a utilizarlas y se obligó a utilizar lentes de contacto.
También recuerdo el ritual que tenía para ponerselos: extendía un pañuelo blanco sobre la cama y con una parsimonia que parecía tomar 100 años, se arrodillaba para ponerselos. Aunque siempre procuraba hacerlo con cuidado, muchas veces algún lente se perdía y mi madre y mis tías terminaban todas en cuatro patas buscándolo. Hoy supe que una vez sintió una molestía cuando se puso uno, y la solución que encontró fue limarlo.
A la abuelita también le diagnosticaron diabetes y mis tías cuidaban mucho su alimentación. A veces se metía a la cocina y salía con un aire distraído con las manos debajo de sus sobacos. “Mamá, ¿qué lleva ahí?”, le preguntaban mis tías. “Nada”, respondía ella. A veces la dejaban en paz, pero si repetía esa conducta mucho la requisaban, porque lo más probable era que debajo de un brazo llevara un pan y del otro un bocadillo.
Los últimos años de su vida fueron tristes, porque una trombosis la dejo en coma y tendida en una cama por 4 años. Me aterra pensar que sentía, si es que sentía algo en esa época. Porque aunque no tenía como comunicarse, sus ojos, negros y profundos, seguían a las personas por la habitación.
Recuerdo a la abuelita, porque leo una novela en la que una abuela es un personaje importante, y el narrador la llama así: abuelita.
Cuando era pequeño, mi abuelita vivía en una casa de dos pisos inmensa que parecía tener cientos de cuartos. Ella ocupaba el segundo piso con dos de mis tías, y el primero lo arrendaba a una familia o familias que siempre me causaron curiosidad, pero nunca supe quiénes eran. Me resultaba extraño que dos familias que no tenían nada que ver, vivieran en un mismo lugar.
De esa casa recuerdo que el piso de la sala y el comedor era de madera y a mí me gustaba deslizarme por él cuando lo encerraban, hasta que mi madre o alguna de mis tías me regañaba para que dejara de hacerlo. Al fondo había un radio viejo y gigante, que nunca funcionó o que nunca prendían.
Años más tarde a la abuelita, una mujer menuda y arrugada como una pasa, que caminaba como dando pasitos de pingüino, le comenzó a fallar la visión. A pesar de que la mejor opción para su edad eran unas gafas, por pura vanidad se negó a utilizarlas y se obligó a utilizar lentes de contacto.
También recuerdo el ritual que tenía para ponerselos: extendía un pañuelo blanco sobre la cama y con una parsimonia que parecía tomar 100 años, se arrodillaba para ponerselos. Aunque siempre procuraba hacerlo con cuidado, muchas veces algún lente se perdía y mi madre y mis tías terminaban todas en cuatro patas buscándolo. Hoy supe que una vez sintió una molestía cuando se puso uno, y la solución que encontró fue limarlo.
A la abuelita también le diagnosticaron diabetes y mis tías cuidaban mucho su alimentación. A veces se metía a la cocina y salía con un aire distraído con las manos debajo de sus sobacos. “Mamá, ¿qué lleva ahí?”, le preguntaban mis tías. “Nada”, respondía ella. A veces la dejaban en paz, pero si repetía esa conducta mucho la requisaban, porque lo más probable era que debajo de un brazo llevara un pan y del otro un bocadillo.
Los últimos años de su vida fueron tristes, porque una trombosis la dejo en coma y tendida en una cama por 4 años. Me aterra pensar que sentía, si es que sentía algo en esa época. Porque aunque no tenía como comunicarse, sus ojos, negros y profundos, seguían a las personas por la habitación.
“Escuché los pasos de la abuelita, nerviosa y esperanzada como
un ratoncillo, husmeando el prohibido mundo de la cocina”
- Nada -
miércoles, 20 de diciembre de 2023
Exponer las vísceras
Desde hace un tiempo no me siento del todo a gusto con lo que escribo aquí, aunque eso no se debe a su calidad, es decir, no me importa que sean textos pésimos, malos o excelentes. Como dice Rosa Montero, independiente de su calidad, la escritura es un esqueleto exógeno que nos mantiene en pie.
A lo que voy es que a veces siento que mucho de lo que cuento es superficial, es decir, muy pandito o a medias tintas, y se me ocurre pensar que quizás escribir debería ser todo lo contrario, un acto visceral, si es que el término aplica, en el que se deja todo en la página y cuyo fin último debe ser vomitar palabras sin importar lo crudas o retorcidas que sean.
Puede que eso tenga que ver con lo que hablan muchos escritores acerca de que escribir tiene tiene que ver más con el subconsciente, con esos deseos profundos y retorcidos que todos llevamos por dentro.
Me pregunto si será falta de vivir más, de ir tan a lo seguro en la vida, en vez de tropezar en o con ella casi de forma deliberada, para contar con más material narrativo, o de abrazar la oscuridad que se lleva, que no es poca, y narrarla con desparpajo.
El punto es que hay que tener cuidado con la aguas mansas de la vida, con esa supuesta apariencia de tranquilidad que a veces nos envuelve, pues bien decía Sylvia Plath: “Me preocupa que la felicidad me vuelva perezosa (para la escritura)” y también lo sentenciaron los Beatles: Hapiness is a warm gun.
Según Mario Mendoza a veces se vive poco y se especula más de lo necesario, y un escritor sin vivencias puede ser peligroso no solo para él, sino también para los demás.
La clave, creo, de la escritura, está en no dejar de practicarla pues, como dicen por ahí, es como un músculo que se debe ejercitar de forma constante. De pronto, con algo de suerte, en medio de ese ejercicio, aparecen esas palabras con visos de verdad, que estaban tan enquistadas allá, en ese lugar donde el cuerpo las guarda, y todo cobra sentido.
Escribir, entonces, como muchas cosas en la vida, no es más que un ejercicio de prueba y error, más lo segundo que lo primero, pues como ya lo he dicho, somos más nudo que desenlace.
A lo que voy es que a veces siento que mucho de lo que cuento es superficial, es decir, muy pandito o a medias tintas, y se me ocurre pensar que quizás escribir debería ser todo lo contrario, un acto visceral, si es que el término aplica, en el que se deja todo en la página y cuyo fin último debe ser vomitar palabras sin importar lo crudas o retorcidas que sean.
Puede que eso tenga que ver con lo que hablan muchos escritores acerca de que escribir tiene tiene que ver más con el subconsciente, con esos deseos profundos y retorcidos que todos llevamos por dentro.
Me pregunto si será falta de vivir más, de ir tan a lo seguro en la vida, en vez de tropezar en o con ella casi de forma deliberada, para contar con más material narrativo, o de abrazar la oscuridad que se lleva, que no es poca, y narrarla con desparpajo.
El punto es que hay que tener cuidado con la aguas mansas de la vida, con esa supuesta apariencia de tranquilidad que a veces nos envuelve, pues bien decía Sylvia Plath: “Me preocupa que la felicidad me vuelva perezosa (para la escritura)” y también lo sentenciaron los Beatles: Hapiness is a warm gun.
Según Mario Mendoza a veces se vive poco y se especula más de lo necesario, y un escritor sin vivencias puede ser peligroso no solo para él, sino también para los demás.
La clave, creo, de la escritura, está en no dejar de practicarla pues, como dicen por ahí, es como un músculo que se debe ejercitar de forma constante. De pronto, con algo de suerte, en medio de ese ejercicio, aparecen esas palabras con visos de verdad, que estaban tan enquistadas allá, en ese lugar donde el cuerpo las guarda, y todo cobra sentido.
Escribir, entonces, como muchas cosas en la vida, no es más que un ejercicio de prueba y error, más lo segundo que lo primero, pues como ya lo he dicho, somos más nudo que desenlace.
martes, 19 de diciembre de 2023
De los peligros de ir a leer a un café y otros temas
Abro los ojos antes de que suene la alarma. Esta vez no me molesto porque no es de madrugada y, al parecer, descansé lo suficiente. ¿Qué hace uno si se despierta así de repente? No sé que harán la mayoría de personas, pero cada vez que a mí me ocurre. me pongo a mirar pal techo. A los pocos minutos de observar esa especie de nada, la alarma suena, la cancelo y luego pierdo unos minutos haciendo scroll down en ese aparato.
Más tarde pido un taxi y cuando me subo al vehículo el cinturón de seguridad no funciona. Antes no me preocupaba en ponermelo, hasta que escuché la noticia de una mujer que tomó un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada atravesando el vidrio panorámico. Como es de mañana, considero que el conductor no va a andar muy rápido, así que dejo de pelear con el cinturón. Espero que el taxista diga algo como: no está funcionando o alguna frase por el estilo, pero se queda callado. Al final, concluyo que lo mejor es eso, pues puedo dedicarme al fino arte de echar globos mientras miro por la ventana.
Apenas me bajo del taxi, veo a un hombre que camina deprisa con una carreta en la que lleva aguacates, lo esquivo y luego con un pasito tun tun evito pisar una alcantarilla que tiene toda la pinta de estar floja. No he oído ninguna noticia sobre alguien que haya pisado una alcantarilla y se haya ido por el hueco, pero prefiero no ser el protagonista de esa noticia, así que por eso prefiero no pisarla.
Después de no morir por no haberme puesto el cinturón de seguridad o haber caído en el hueco de una alcantarilla, llegó a un café y luego de comprar un capuchino y algo para acompañarlo, me ubico en la terraza del lugar que está desocupada y me engancho con la lectura.
Todo va bien, hasta que llegan dos hombres a hablar de negocios cada uno con un café y un único Croissant, que parece pertenecer al que lidera la conversación y gastó las bebidas. El otro, un hombre joven, parece recién salido de la universidad, puede que tenga mucha hambre, pero consideró abusivo pedir también algo de comer. Ahí están y hablan de proyectos, de fulanito, el financiero, y menganita, la de marketing, y de aquel y aquella. La verdad me gustaría que se callaran, pero como el espacio no me pertenece no hay nada que hacer. La gente, creo, no debería sentir la necesidad de decir tantas cosas en un periodo corto de tiempo, en fin.
Los dos hombres terminan de conversar y abandonan el lugar, pero al instante llegan un hombre y una mujer. La última lleva un gesto de rabia o fastidio, puede que la causa sea su acompañante, la vida, el lugar, es difícil saberlo con tan poca información. Puede ser que hoy, al ponerse de pie, se pegó en el dedo chiquito del pie izquierdo, y ese incidente de mierda oscureció su ánimo por el resto del día. La pareja se sienta en una mesa, se acomodan en las sillas, se ponen de pie, buscan otro lugar donde sentarse, hasta que dejan la terraza y se deciden por una mesa dentro del local. Parece que les cuesta encontrar su lugar en el mundo, ¿a quién no?. Durante ese tiempo de indecisión, la mujer no deja de hacer cara de todo me sabe a mierda.
Ahora en la terraza aparece otra pareja mayor y ambos se sientan con una determinación impresionante. A diferencia de la otra pareja, imagino que ya están más acostumbrados a la vida, a sus rutinas, a aguantarse sin necesidad de hacer gestos. Apenas se sientan cada uno se sumerge en la pantalla de su celular y no cruzan palabra.
Le doy un último sorbo a mi bebida y abandonó el lugar. A pocas cuadras pasó por un restaurante asiático en el que celebran algo con un grupo vallenato que canta La plata de Diomedes Díaz.
Más tarde pido un taxi y cuando me subo al vehículo el cinturón de seguridad no funciona. Antes no me preocupaba en ponermelo, hasta que escuché la noticia de una mujer que tomó un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada atravesando el vidrio panorámico. Como es de mañana, considero que el conductor no va a andar muy rápido, así que dejo de pelear con el cinturón. Espero que el taxista diga algo como: no está funcionando o alguna frase por el estilo, pero se queda callado. Al final, concluyo que lo mejor es eso, pues puedo dedicarme al fino arte de echar globos mientras miro por la ventana.
Apenas me bajo del taxi, veo a un hombre que camina deprisa con una carreta en la que lleva aguacates, lo esquivo y luego con un pasito tun tun evito pisar una alcantarilla que tiene toda la pinta de estar floja. No he oído ninguna noticia sobre alguien que haya pisado una alcantarilla y se haya ido por el hueco, pero prefiero no ser el protagonista de esa noticia, así que por eso prefiero no pisarla.
Después de no morir por no haberme puesto el cinturón de seguridad o haber caído en el hueco de una alcantarilla, llegó a un café y luego de comprar un capuchino y algo para acompañarlo, me ubico en la terraza del lugar que está desocupada y me engancho con la lectura.
Todo va bien, hasta que llegan dos hombres a hablar de negocios cada uno con un café y un único Croissant, que parece pertenecer al que lidera la conversación y gastó las bebidas. El otro, un hombre joven, parece recién salido de la universidad, puede que tenga mucha hambre, pero consideró abusivo pedir también algo de comer. Ahí están y hablan de proyectos, de fulanito, el financiero, y menganita, la de marketing, y de aquel y aquella. La verdad me gustaría que se callaran, pero como el espacio no me pertenece no hay nada que hacer. La gente, creo, no debería sentir la necesidad de decir tantas cosas en un periodo corto de tiempo, en fin.
Los dos hombres terminan de conversar y abandonan el lugar, pero al instante llegan un hombre y una mujer. La última lleva un gesto de rabia o fastidio, puede que la causa sea su acompañante, la vida, el lugar, es difícil saberlo con tan poca información. Puede ser que hoy, al ponerse de pie, se pegó en el dedo chiquito del pie izquierdo, y ese incidente de mierda oscureció su ánimo por el resto del día. La pareja se sienta en una mesa, se acomodan en las sillas, se ponen de pie, buscan otro lugar donde sentarse, hasta que dejan la terraza y se deciden por una mesa dentro del local. Parece que les cuesta encontrar su lugar en el mundo, ¿a quién no?. Durante ese tiempo de indecisión, la mujer no deja de hacer cara de todo me sabe a mierda.
Ahora en la terraza aparece otra pareja mayor y ambos se sientan con una determinación impresionante. A diferencia de la otra pareja, imagino que ya están más acostumbrados a la vida, a sus rutinas, a aguantarse sin necesidad de hacer gestos. Apenas se sientan cada uno se sumerge en la pantalla de su celular y no cruzan palabra.
Le doy un último sorbo a mi bebida y abandonó el lugar. A pocas cuadras pasó por un restaurante asiático en el que celebran algo con un grupo vallenato que canta La plata de Diomedes Díaz.
lunes, 18 de diciembre de 2023
Hollywood absurdo
Sábado.
Despierto y me siento lento, desubicado: Estoy apestado.
Mi condición me lleva a ver pasar la vida en cámara lenta, a sobreanalizar las cosas, sin importar lo insignificante que sean.
Me acompaña un desgano que potencia esa sensación al tiempo que mis ganas de hacer nada. Saco fuerzas de algún lugar remoto para ir a la sala de estar, tumbarme en el sofá, tomar el control remoto y prender el televisor.
La escena que me recibe es de una catástrofe. un edificio se derrumba, al parecer a causa de un terremoto o una explosión. Sea cual sea la razón, pedazos de techo caen por todos lados y van aplastando a personas que gritan desesperadas y corren para salvar sus vidas.
La cámara enfoca a una mujer que se arrastra por el piso. Una de sus piernas está totalmente ensangrentada. Es su final, pienso, no le queda otra opción que esperar a la muerte, mientras repta por el piso, a menos que un bloque de cemento no prolongue su agonía y le aplaste la cabeza. De repente otra mujer llega corriendo, se arrrodilla a su lado y le dice: Fulanita, tenemos que subir a la azotea, un helicóptero viene por nosotras.
Que situación tan absurda. La mujer que está en el piso escasamente se puede mover y la otra quiere que se ponga de pie y suba a la azotea de lo que parece ser un rascacielos, de por lo menos 50 pisos.
Calmado, solo es una película, dirán ustedes, pero, ya les dije, mi estado virulento es el que me lleva a sobreanalizar la escena.
Al final, como en la vida, me aburro de no entender bien lo que pasa y cambio de canal.
Despierto y me siento lento, desubicado: Estoy apestado.
Mi condición me lleva a ver pasar la vida en cámara lenta, a sobreanalizar las cosas, sin importar lo insignificante que sean.
Me acompaña un desgano que potencia esa sensación al tiempo que mis ganas de hacer nada. Saco fuerzas de algún lugar remoto para ir a la sala de estar, tumbarme en el sofá, tomar el control remoto y prender el televisor.
La escena que me recibe es de una catástrofe. un edificio se derrumba, al parecer a causa de un terremoto o una explosión. Sea cual sea la razón, pedazos de techo caen por todos lados y van aplastando a personas que gritan desesperadas y corren para salvar sus vidas.
La cámara enfoca a una mujer que se arrastra por el piso. Una de sus piernas está totalmente ensangrentada. Es su final, pienso, no le queda otra opción que esperar a la muerte, mientras repta por el piso, a menos que un bloque de cemento no prolongue su agonía y le aplaste la cabeza. De repente otra mujer llega corriendo, se arrrodilla a su lado y le dice: Fulanita, tenemos que subir a la azotea, un helicóptero viene por nosotras.
Que situación tan absurda. La mujer que está en el piso escasamente se puede mover y la otra quiere que se ponga de pie y suba a la azotea de lo que parece ser un rascacielos, de por lo menos 50 pisos.
Calmado, solo es una película, dirán ustedes, pero, ya les dije, mi estado virulento es el que me lleva a sobreanalizar la escena.
Al final, como en la vida, me aburro de no entender bien lo que pasa y cambio de canal.
viernes, 15 de diciembre de 2023
Media pal bobo
Antes de visitar una librería entro a un Juan Valdez a tomar algo. Compro un capuchino, una porción de torta y cuando voy a dejar la barra, me aseguro de tener bien agarrado mi pedido.
El lugar está repleto, pero logró ocupar la última mesa que está libre. Al frente, a un par de mesas, una mujer de pelo negro largo, gafas de marco grueso y una nariz respingada de campeonato, teclea en su portatil con furia. Me parece bellísima, pero dejo de mirarla para no pasar por freaky, y porque debo descargar mis cosas sobre la mesa.
Pongo el vaso y la mochila, pero no sé qué movimiento hago y el primero comienza a temblar. Todavía tengo el plato de la torta en una mano y cuando lo voy a dejar sobre la mesa, veo cómo el vaso se ladea por completo y comienza a caer.
Todo pasa en cuestión de segundos, pero yo lo veo en cámara lenta. La tapita va a proteger la bebida y solo se va a regar un poco, pienso, pero Murphy hace presencia y cuando el vaso toca el piso, la tapa vuela por los aires y se riega sobre el piso hasta la última gota de capuchino. Todo ese espectáculo decadente seguro evita que la mujer atractiva que les mencioné, se convierta en la madre de mis hijos.
Levantó la cara como si nada y me dirijo de nuevo a la barra para contarles el desastre que acabo de hacer. Muero por probar una gota de café, así que vuelvo a hacer la fila para comprar otro, y cuando es mi turno, la cajera me mira extrañada. Solo atino a decir: “boté todo mi café”. Cuando estoy listo para ordenar otro, la barista que me había preparado el anterior se acerca a nosotros y dice: “tranquilo, no tienes que pagar nada, ya te estoy preparando de nuevo tu bebida”.
Como decía un amigo de la familia: Media pal bobo.
El lugar está repleto, pero logró ocupar la última mesa que está libre. Al frente, a un par de mesas, una mujer de pelo negro largo, gafas de marco grueso y una nariz respingada de campeonato, teclea en su portatil con furia. Me parece bellísima, pero dejo de mirarla para no pasar por freaky, y porque debo descargar mis cosas sobre la mesa.
Pongo el vaso y la mochila, pero no sé qué movimiento hago y el primero comienza a temblar. Todavía tengo el plato de la torta en una mano y cuando lo voy a dejar sobre la mesa, veo cómo el vaso se ladea por completo y comienza a caer.
Todo pasa en cuestión de segundos, pero yo lo veo en cámara lenta. La tapita va a proteger la bebida y solo se va a regar un poco, pienso, pero Murphy hace presencia y cuando el vaso toca el piso, la tapa vuela por los aires y se riega sobre el piso hasta la última gota de capuchino. Todo ese espectáculo decadente seguro evita que la mujer atractiva que les mencioné, se convierta en la madre de mis hijos.
Levantó la cara como si nada y me dirijo de nuevo a la barra para contarles el desastre que acabo de hacer. Muero por probar una gota de café, así que vuelvo a hacer la fila para comprar otro, y cuando es mi turno, la cajera me mira extrañada. Solo atino a decir: “boté todo mi café”. Cuando estoy listo para ordenar otro, la barista que me había preparado el anterior se acerca a nosotros y dice: “tranquilo, no tienes que pagar nada, ya te estoy preparando de nuevo tu bebida”.
Como decía un amigo de la familia: Media pal bobo.
jueves, 14 de diciembre de 2023
El artista
Varios de mis recuerdos están atrapados en una bruma mental y cada me cuesta más recuperarlos, pero por alguna razón, aquellos relacionados con la pintura siguen frescos.
Todo comenzó cuando era pequeño. Para mi cumpleaños número 4 mi madre me regaló una libreta de hojas blancas y un set de crayolas. Desde ese momento los colores me hipnotizaron, especialmente el naranja y el púrpura.
Comencé a dibujar cualquier cosa que imaginara o que tuviera enfrente de mis narices: pájaros, perros, a mi madre cocinando, lo que fuera. Recuerdo que trataba de comunicarme mentalmente con los animales que retrataba, diciéndoles que no se movieran; obviamente fracasaba. A veces le decía a mamá que se quedara congelada, mientras fregaba el piso, y ella respondía que mejor me fuera a jugar afuera. Así, frustrado de no poder dibujar personas y animales en movimiento, comencé a dibujar objetos.
En la adolescencia descubrí el carboncillo, y lo disfruté hasta que conocí los óleos y lienzos. En ese entonces la felicidad consistía en mirar uno en blanco, mientras deslizaba los dedos por su superficie, hasta que se me ocurría qué pintar.
Muchas personas se preguntaban cómo alguien podía permanecer tantas horas encerrado en cuarto, sin más compañía que sus óleos y lienzos. Yo respondía que pintar era como hablar con Dios, pero se burlaban y me tildaban de loco.
Yo no les ponía atención, porque lo que hacía me parecía algo normal o, mejor, que me hacía sentir a gusto conmigo mismo y con la vida, pero era claro que mi familia estaba preocupada por mi salud mental.
Yo solo pintaba y pintaba, no había más vida que esa en ese entonces. Me parecía extraño que las personas se complicaran tanto con la vida, y que nunca se sintieran satisfechas con nada. Parecía como si la vida les debiera algo y que no pudieran reírse de los reveses que habían recibido por parte de ella.
Trataba de reflejar eso en mis pinturas, pero nadie me entendía, para ello solo eran los trazos de un loco. Después de unos años me aislé por completo y opté por no hablar más. Así llegué al manicomio.
Lo bueno era que siempre tenía un lienzo para pintar. los enfermeros del lugar siempre pensaron que pintaba bajo el efecto de las pastillas que me daban, pero siempre las escondí debajo de la lengua y nunca las tragué. En estos días, cuando estoy a punto de cumplir 90 años, creo que los locos son ellos. También he pensado sobre si en verdad Dios existe o no. De ser real, debe estar riéndose como loco de eso que nos dio y que nosotros llamamos vida.
Todo comenzó cuando era pequeño. Para mi cumpleaños número 4 mi madre me regaló una libreta de hojas blancas y un set de crayolas. Desde ese momento los colores me hipnotizaron, especialmente el naranja y el púrpura.
Comencé a dibujar cualquier cosa que imaginara o que tuviera enfrente de mis narices: pájaros, perros, a mi madre cocinando, lo que fuera. Recuerdo que trataba de comunicarme mentalmente con los animales que retrataba, diciéndoles que no se movieran; obviamente fracasaba. A veces le decía a mamá que se quedara congelada, mientras fregaba el piso, y ella respondía que mejor me fuera a jugar afuera. Así, frustrado de no poder dibujar personas y animales en movimiento, comencé a dibujar objetos.
En la adolescencia descubrí el carboncillo, y lo disfruté hasta que conocí los óleos y lienzos. En ese entonces la felicidad consistía en mirar uno en blanco, mientras deslizaba los dedos por su superficie, hasta que se me ocurría qué pintar.
Muchas personas se preguntaban cómo alguien podía permanecer tantas horas encerrado en cuarto, sin más compañía que sus óleos y lienzos. Yo respondía que pintar era como hablar con Dios, pero se burlaban y me tildaban de loco.
Yo no les ponía atención, porque lo que hacía me parecía algo normal o, mejor, que me hacía sentir a gusto conmigo mismo y con la vida, pero era claro que mi familia estaba preocupada por mi salud mental.
Yo solo pintaba y pintaba, no había más vida que esa en ese entonces. Me parecía extraño que las personas se complicaran tanto con la vida, y que nunca se sintieran satisfechas con nada. Parecía como si la vida les debiera algo y que no pudieran reírse de los reveses que habían recibido por parte de ella.
Trataba de reflejar eso en mis pinturas, pero nadie me entendía, para ello solo eran los trazos de un loco. Después de unos años me aislé por completo y opté por no hablar más. Así llegué al manicomio.
Lo bueno era que siempre tenía un lienzo para pintar. los enfermeros del lugar siempre pensaron que pintaba bajo el efecto de las pastillas que me daban, pero siempre las escondí debajo de la lengua y nunca las tragué. En estos días, cuando estoy a punto de cumplir 90 años, creo que los locos son ellos. También he pensado sobre si en verdad Dios existe o no. De ser real, debe estar riéndose como loco de eso que nos dio y que nosotros llamamos vida.
miércoles, 13 de diciembre de 2023
En la mañana
Ahí estás, parado en medio de la cocina sin saber bien qué haces ahí. Afuera la mañana aún es noche y la cubre el silencio. Sientes como si hubieras aparecido de un momento a otro en ese lugar, como si alguien, un ser supremo digamos, te hubiera puesto ahí, pero no sabes bien qué papel es el que debes interpretar.
El suave silbido de la cafetera italiana te avisa que el café está listo. Miras hacia abajo y ves que todavía llevas la piyama puesta . Ya entiendes un poco, solo un poco, tu papel: hace unos minutos te pusiste de pie, después de una noche de poco sueño, y te alistas para ir al trabajo. ¿Cuál? No lo tienes claro, pero esperas que el curso de los eventos te vaya dando las pistas necesarias para encajar en el mundo, y así poder pasar desapercibido.
Das unos pasos hasta el mueble de la cocina sacas tu pocillo preferido, el azul con la oreja desgastada y sirves el café en él. Cuando te sientas, aspiras el vaho de la bebida y el primer sorbo hace que una calidez reconfortante te envuelva. Sientes que los objetos que antes te parecían bultos y sombras, ahora se hacen claros y tangibles. La cafeína te ancla en la solidez de tu entorno.
En ese momento decides encender el radio de cocina. Para tu asombro, la canción que suena es Brain Damage de Pink Floyd, preciso en esa parte que dice: “Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo”. Las palabras resuenan en tu interior y amplifican tu sensación de malestar.
¿Qué mierdas pasa?, te preguntas , al tiempo que intentas comprender esas extrañas señales, si es que existen. Apagas el radio porque no quieres que esas ese puñado de coincidencias arrasen con la poca sensación de normalidad que habías logrado ganar.
De todas formas no sabes si esa supuesta sensación de solidez que se te reveló hace poco es un presagio positivo o si es mejor seguir desconfiando de la realidad, pues siempre has pensando que mantener una dosis de desconfianza hacia ella es una forma prudente de llevar la vida.
“¡Agua!” exclamas en voz alta. Crees que un duchazo con agua fría va a restablecer tu sensación de adulto funcional y se va a llevar por el sifón los restos de incertidumbre.
Dejas el pocillo en el lavaplatos y te diriges a la ducha tarareando una estrofa de la canción que acabas de escuchar.
El suave silbido de la cafetera italiana te avisa que el café está listo. Miras hacia abajo y ves que todavía llevas la piyama puesta . Ya entiendes un poco, solo un poco, tu papel: hace unos minutos te pusiste de pie, después de una noche de poco sueño, y te alistas para ir al trabajo. ¿Cuál? No lo tienes claro, pero esperas que el curso de los eventos te vaya dando las pistas necesarias para encajar en el mundo, y así poder pasar desapercibido.
Das unos pasos hasta el mueble de la cocina sacas tu pocillo preferido, el azul con la oreja desgastada y sirves el café en él. Cuando te sientas, aspiras el vaho de la bebida y el primer sorbo hace que una calidez reconfortante te envuelva. Sientes que los objetos que antes te parecían bultos y sombras, ahora se hacen claros y tangibles. La cafeína te ancla en la solidez de tu entorno.
En ese momento decides encender el radio de cocina. Para tu asombro, la canción que suena es Brain Damage de Pink Floyd, preciso en esa parte que dice: “Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo”. Las palabras resuenan en tu interior y amplifican tu sensación de malestar.
¿Qué mierdas pasa?, te preguntas , al tiempo que intentas comprender esas extrañas señales, si es que existen. Apagas el radio porque no quieres que esas ese puñado de coincidencias arrasen con la poca sensación de normalidad que habías logrado ganar.
De todas formas no sabes si esa supuesta sensación de solidez que se te reveló hace poco es un presagio positivo o si es mejor seguir desconfiando de la realidad, pues siempre has pensando que mantener una dosis de desconfianza hacia ella es una forma prudente de llevar la vida.
“¡Agua!” exclamas en voz alta. Crees que un duchazo con agua fría va a restablecer tu sensación de adulto funcional y se va a llevar por el sifón los restos de incertidumbre.
Dejas el pocillo en el lavaplatos y te diriges a la ducha tarareando una estrofa de la canción que acabas de escuchar.
The lunatic is in my head
The lunatic is in my head
You raise the blade, you make the change.
martes, 12 de diciembre de 2023
Una voz en la cabeza
Ese miércoles Carlos miraba distraído por la ventana. “La ciudad está triste”, pensó. Era una fría mañana de Abril y el cielo con estaba abarrotado de nubes negras, que parecían a punto de explotar. Una lluvia ligera pero constante cubría a la ciudad, y la ventana estaba cubierta de miles de gotas. Le presto atención a una. Le asombraba ver cómo se deslizaba por la ventana como escogiendo su propio camino.
En cierto punto, la gota se detuvo un instante, como pensando si debía torcer hacia la derecha o izquierda, hasta que la gravedad decidió su camino y siguió escurriendo por el vidrio.
La reunión se llevaba a cabo en una sala pequeña. 12 personas estaban empacadas en ella hombro contra hombro. La mayoría parecían perdidas en sus propios pensamientos o dilemas internos, y solo dejaban ese estado distraído si oían mencionar su nombre. Cuando eso ocurría, la persona se acomodaba en la silla, miraba a los otros de forma seria, y para ganar algo de tiempo y pensar qué decir, le daba un sorbo a un vaso de agua o miraba sus notas que, probablemente, estaban llenas de garabatos en los bordes.
Cuando Violeta comenzó a hablar, Carlos perdió todo interés en la gota de agua, no solo por escuchar su voz, sino porque ya no sabía si le seguía el rastro a la gota que había seleccionado desde un principio. Volteó su cuerpo hacia ella para apreciarla mejor. Le gustaba su voz, su larga y negra cabellera, sus facciones angulosas, pero delicadas, los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía y el pequeño lunar de su mentón, que parecía el punto final de una frase. Para él su voz era música, como una de esas melodías que no te puedes sacar de la cabeza.
“Gracias por contarnos sobre el estado del proyecto señorita Vásquez” dijo Claude cuando Violeta terminó de hablar.
Apenas oyó su voz, el estado de ánimo de Carlos se oscureció como el cielo de esa mañana. Odia a ese idiota porque le ganó el concurso para la posición de Gerente de mercadeo, cuando todos sabían que tenía menos experiencia que él. Los rumores dicen que Claude es un pariente lejano del dueño de la empresa, un millonario francés que nunca ha visitado las oficinas de Bogotá.
“Maldito idiota”, pensó Carlos y una vena en la frente se le brotó. Para calmar su ira, intentó concentrarse de nuevo en las gotas que se deslizaban por la ventana. Al ver que no surtían ningún efecto bebió un sorbo largo de agua y tomo una, dos, tres veces aire, para luego expulsarlolentamente, tal como su terapeuta le había recomendado.
En cierto punto, la gota se detuvo un instante, como pensando si debía torcer hacia la derecha o izquierda, hasta que la gravedad decidió su camino y siguió escurriendo por el vidrio.
La reunión se llevaba a cabo en una sala pequeña. 12 personas estaban empacadas en ella hombro contra hombro. La mayoría parecían perdidas en sus propios pensamientos o dilemas internos, y solo dejaban ese estado distraído si oían mencionar su nombre. Cuando eso ocurría, la persona se acomodaba en la silla, miraba a los otros de forma seria, y para ganar algo de tiempo y pensar qué decir, le daba un sorbo a un vaso de agua o miraba sus notas que, probablemente, estaban llenas de garabatos en los bordes.
Cuando Violeta comenzó a hablar, Carlos perdió todo interés en la gota de agua, no solo por escuchar su voz, sino porque ya no sabía si le seguía el rastro a la gota que había seleccionado desde un principio. Volteó su cuerpo hacia ella para apreciarla mejor. Le gustaba su voz, su larga y negra cabellera, sus facciones angulosas, pero delicadas, los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía y el pequeño lunar de su mentón, que parecía el punto final de una frase. Para él su voz era música, como una de esas melodías que no te puedes sacar de la cabeza.
“Gracias por contarnos sobre el estado del proyecto señorita Vásquez” dijo Claude cuando Violeta terminó de hablar.
Apenas oyó su voz, el estado de ánimo de Carlos se oscureció como el cielo de esa mañana. Odia a ese idiota porque le ganó el concurso para la posición de Gerente de mercadeo, cuando todos sabían que tenía menos experiencia que él. Los rumores dicen que Claude es un pariente lejano del dueño de la empresa, un millonario francés que nunca ha visitado las oficinas de Bogotá.
“Maldito idiota”, pensó Carlos y una vena en la frente se le brotó. Para calmar su ira, intentó concentrarse de nuevo en las gotas que se deslizaban por la ventana. Al ver que no surtían ningún efecto bebió un sorbo largo de agua y tomo una, dos, tres veces aire, para luego expulsarlolentamente, tal como su terapeuta le había recomendado.
Tienes que hacerte cargo de ese imbécil, le dijo una voz en su cabeza.
lunes, 11 de diciembre de 2023
Te despiertas
Despiertas después de un sueño pesado, sin saber si en realidad dormiste o si solo cerraste los ojos por un par de segundos. Parece que unos ladridos fueron los que te sacaron de ese estado indescifrable en el que te encontrabas. Es posible que el perro sea un producto de tu imaginación, porque ahora lo único que escuchas son los motores de los carros que pasan por la avenida.
Ahí, mientras miras hacia el techo, sientes que soñaste algo importante, aunque por más que intentas recordar qué, lo único que obtienes son imágenes fragmentadas; una mezcla de sombras y escenas inconclusas.
Te parece que de cierta forma esos fragmentos de sueño han alterado tu percepción de la realidad, y ahora la sientes grumosa.
Te levantas de la cama para quitarte esa sensación y abres las cortinas. Observas los carros en la avenida y crees que van a una velocidad mayor de la permitida. Luego piensas en las personas que van en esos carros, individuos con un día lleno de obligaciones, desesperados por llegar a su destino. Parece que no pueden dedicar ni un minuto del día a contemplar el cielo y entregarse al caprichoso juego de darle forma a las nubes. Sientes una extraña mezcla de envidia y pena por ellos y su frenética existencia.
Ahí, mientras miras hacia el techo, sientes que soñaste algo importante, aunque por más que intentas recordar qué, lo único que obtienes son imágenes fragmentadas; una mezcla de sombras y escenas inconclusas.
Te parece que de cierta forma esos fragmentos de sueño han alterado tu percepción de la realidad, y ahora la sientes grumosa.
Te levantas de la cama para quitarte esa sensación y abres las cortinas. Observas los carros en la avenida y crees que van a una velocidad mayor de la permitida. Luego piensas en las personas que van en esos carros, individuos con un día lleno de obligaciones, desesperados por llegar a su destino. Parece que no pueden dedicar ni un minuto del día a contemplar el cielo y entregarse al caprichoso juego de darle forma a las nubes. Sientes una extraña mezcla de envidia y pena por ellos y su frenética existencia.
Ahora te cautiva la idea de haberte despertado siendo otra persona, como si misteriosamente te hubieras transportado a un mundo paralelo. Piensas en un escenario en el que mantienes tus rasgos físicos, pero eres otra persona. Esto te hace pensar en lo insignificante que eres y te comparas con un grano de arena, una partícula a la deriva en la vasta extensión del universo.
Hace un momento, cuando miraste por la ventana, caíste en cuenta de que la realidad permanecía fija: el árbol que tanto te gusta sigue ahí en el separador, y el edificio de enfrente aún tiene la grieta que atraviesa su fachada.
Hace un momento, cuando miraste por la ventana, caíste en cuenta de que la realidad permanecía fija: el árbol que tanto te gusta sigue ahí en el separador, y el edificio de enfrente aún tiene la grieta que atraviesa su fachada.
A pesar de la consistencia del mundo, sabes que las apariencias son engañosas, y que su solidez no garantiza su fiabilidad. Entiendes la importancia de enredarte con la realidad, pero también reconoces que permanecer todo el tiempo en ella no es saludable.
Vas al baño para echarte un poco de agua en la cara y aliviar tu sensación de extrañeza. Como muchos, crees que el agua tiene efectos calmantes. Por eso hay quienes recomiendan visitar el mar o llorar para encontrar alivio. También piensas que por eso hay personas que de forma instintiva ofrecen un vaso de agua a alguien que está mareado, asustado o se está atorando.
“El agua como remedio universal, que da una noción de curación y renovación”, piensas, y recuerdas la línea de un poema: “Quiero ser como el agua, quiero deslizarme entre los dedos, pero sostener un barco”.
Vas al baño para echarte un poco de agua en la cara y aliviar tu sensación de extrañeza. Como muchos, crees que el agua tiene efectos calmantes. Por eso hay quienes recomiendan visitar el mar o llorar para encontrar alivio. También piensas que por eso hay personas que de forma instintiva ofrecen un vaso de agua a alguien que está mareado, asustado o se está atorando.
“El agua como remedio universal, que da una noción de curación y renovación”, piensas, y recuerdas la línea de un poema: “Quiero ser como el agua, quiero deslizarme entre los dedos, pero sostener un barco”.
miércoles, 6 de diciembre de 2023
El ritual de la torta de zanahoria
El taller de crónica era los sábados a las 8 en el centro cultural Gabriel García Márquez.
Procuraba llegar una hora antes a comprarme un café, una torta de zanahoria y leer hasta la hora de la clase. Siempre hago eso cuando me inscribo a un curso de escritura: inspecciono que café queda cerca, para llegar antes al lugar y leer. Intento sintonizar esos días en solo lectura y escritura.
El taller de crónica me quedaba lejos de casa y por eso a veces no lograba cumplir con mi ritual de lectura pre-clase. Cuando eso pasaba igual compraba el café y la porción de torta y lo entraba al salón. Nada mejor que tomar un cafecito, mientras a uno le hablan de autores, lectura y escritura. Y era aún mejor cuando a Celia, una española, la ponían a leer un texto; su acento era hipnótico.
A veces las porciones de torta traían muchas uvas pasas y yo las hacía a un lado.
Un día el profesor me preguntó que si no me gustaban y si se las podía comer. Le dije que no las aborrecía, pero que tampoco me mataban, y que les diera con confianza.
Desde ese día se estableció un ritual de clase. Yo apartaba las uvas pasas y el escritor tallerista se llevaba el platico al frente y se las echaba a la boca mientras nos hablaba de los misterios para escribir una buena crónica.
Procuraba llegar una hora antes a comprarme un café, una torta de zanahoria y leer hasta la hora de la clase. Siempre hago eso cuando me inscribo a un curso de escritura: inspecciono que café queda cerca, para llegar antes al lugar y leer. Intento sintonizar esos días en solo lectura y escritura.
El taller de crónica me quedaba lejos de casa y por eso a veces no lograba cumplir con mi ritual de lectura pre-clase. Cuando eso pasaba igual compraba el café y la porción de torta y lo entraba al salón. Nada mejor que tomar un cafecito, mientras a uno le hablan de autores, lectura y escritura. Y era aún mejor cuando a Celia, una española, la ponían a leer un texto; su acento era hipnótico.
A veces las porciones de torta traían muchas uvas pasas y yo las hacía a un lado.
Un día el profesor me preguntó que si no me gustaban y si se las podía comer. Le dije que no las aborrecía, pero que tampoco me mataban, y que les diera con confianza.
Desde ese día se estableció un ritual de clase. Yo apartaba las uvas pasas y el escritor tallerista se llevaba el platico al frente y se las echaba a la boca mientras nos hablaba de los misterios para escribir una buena crónica.
martes, 5 de diciembre de 2023
Calor-Frío
Me despierto de un momento a otro. Siento que abro los ojos, como si alguien hubiera apagado el interruptor de mi sueño. No hay rastros de él. Imagino que debe faltar poco para que suene la alarma, así que decido mirar la hora en el celular.
3.40 a.m
¿Pero que mierdas?
Sé que lo mejor sería dar media vuelta arroparme, cerrar los ojos y esperar a que llegue el sueño. Eso hago, pero ya no tengo, el condenado se esfumó. Lo que sí tengo es un calor de los cojones que, posiblemente, es la causa por la que estoy despierto.
Hago a un lado las colcha y me tapo solo con el cubrelecho que es muy delgado, como de mentiras.
Al rato siento una corriente de frío y estornudo. ¿Será más bien esa la causa por la que estoy despierto, un chiflón que se pasea por mi cuarto a sus anchas y largas?
Vuelvo a estornudar. Vida perra, ahora me resfrié o qué?
Voy al baño a sonarme y vuelvo a sentir calor.
De vuelta en la cama pienso que la vida a veces es así, ¿cómo? Ir de un extremo a otro como si nada: calor-frío, sueño-vigilia, alegría-tristeza, vida-muerte.
Siempre estamos a un paso del abismo.
3.40 a.m
¿Pero que mierdas?
Sé que lo mejor sería dar media vuelta arroparme, cerrar los ojos y esperar a que llegue el sueño. Eso hago, pero ya no tengo, el condenado se esfumó. Lo que sí tengo es un calor de los cojones que, posiblemente, es la causa por la que estoy despierto.
Hago a un lado las colcha y me tapo solo con el cubrelecho que es muy delgado, como de mentiras.
Al rato siento una corriente de frío y estornudo. ¿Será más bien esa la causa por la que estoy despierto, un chiflón que se pasea por mi cuarto a sus anchas y largas?
Vuelvo a estornudar. Vida perra, ahora me resfrié o qué?
Voy al baño a sonarme y vuelvo a sentir calor.
De vuelta en la cama pienso que la vida a veces es así, ¿cómo? Ir de un extremo a otro como si nada: calor-frío, sueño-vigilia, alegría-tristeza, vida-muerte.
Siempre estamos a un paso del abismo.
lunes, 4 de diciembre de 2023
El orden
Me gusta pensar que en medio del caos siempre hay algo bueno, rescatable. Llego a esta conclusión después de mirar mi escritorio. Hay varios objetos sobre él: Mi libreta de dibujo, un caucho con el que amarré un paquete de galletas que pensaba comerme mañana, pero me dio por probar una, la volqueta se fue al río y ya no queda ninguna, solo su empaque con moronas en el fondo. También veo una fórmula médica, un separador de libros con publicidad de Yolo Aventuras, un libro para niños, unos documentos bancarios y las instrucciones de una lampara de Ikea que me regaló mi hermana. No sé para qué sirven estas últimas, si lo único que hay que hacer es conectarla y encenderla o apagarla.
Encima de la base de la pantalla está un tarro de tinta china, un tajalapiz, unos stickers para tapar los tornillos del escritorio que quedan expuestos, mi borrador eléctrico y otros dos de nata. Al costado derecho de la pantalla veo dos portavasos de cartón, uno de un restaurante asiático y otro de un viaje que hice a Alemania hace ya varios años. Este dice Unterjärig trinkt man obergärig, signifique lo que eso signifique, para promocionar la cerveza Eichbaum. Solo tengo claro que el verbo Trinken está conjugado en tercera persona.
Encima del portátil está mi kindle, porque me la paso cargando su batería y a su lado está un bloque de papel pequeño y cuadrado para anotar cosas. No sé de dónde salió, porque siempre que lo busco nunca lo encuentro, es un objeto que aparece y desaparece a su antojo.
Hay algunos objetos rebeldes como un chapstick con sabor a nada, una pila vieja, mi esfero de gel negro con el que siempre anoto cosas y dos rapidógrafos 0.1 y 0.5.
Ahí está mi pequeño desorden controlado, y en el que siempre encuentro lo que busco a excepción de los papeles cuadrados para anotar cosas.
En una de sus entrevistas, Rosa Montero concluye lo siguiente: En realidad todas las cosas nuevas que han enriquecido a la humanidad han nacido del desorden, y Clarice Lispector dice en uno de sus libros que no comprende una ciudad en la que no haya cierta confusión.
Parece que lo mejor es no huir del caos y mirar de qué forma abrazarlo. Al orden, en cambio, debemos mirarlo con precaución, porque seguro algo esconde debajo de su apariencia perfecta. Pasa así con personas y lugares, ya les digo.
Encima de la base de la pantalla está un tarro de tinta china, un tajalapiz, unos stickers para tapar los tornillos del escritorio que quedan expuestos, mi borrador eléctrico y otros dos de nata. Al costado derecho de la pantalla veo dos portavasos de cartón, uno de un restaurante asiático y otro de un viaje que hice a Alemania hace ya varios años. Este dice Unterjärig trinkt man obergärig, signifique lo que eso signifique, para promocionar la cerveza Eichbaum. Solo tengo claro que el verbo Trinken está conjugado en tercera persona.
Encima del portátil está mi kindle, porque me la paso cargando su batería y a su lado está un bloque de papel pequeño y cuadrado para anotar cosas. No sé de dónde salió, porque siempre que lo busco nunca lo encuentro, es un objeto que aparece y desaparece a su antojo.
Hay algunos objetos rebeldes como un chapstick con sabor a nada, una pila vieja, mi esfero de gel negro con el que siempre anoto cosas y dos rapidógrafos 0.1 y 0.5.
Ahí está mi pequeño desorden controlado, y en el que siempre encuentro lo que busco a excepción de los papeles cuadrados para anotar cosas.
En una de sus entrevistas, Rosa Montero concluye lo siguiente: En realidad todas las cosas nuevas que han enriquecido a la humanidad han nacido del desorden, y Clarice Lispector dice en uno de sus libros que no comprende una ciudad en la que no haya cierta confusión.
Parece que lo mejor es no huir del caos y mirar de qué forma abrazarlo. Al orden, en cambio, debemos mirarlo con precaución, porque seguro algo esconde debajo de su apariencia perfecta. Pasa así con personas y lugares, ya les digo.
viernes, 1 de diciembre de 2023
El vacío
Entro a una librería con plata en el bolsillo y sin ningún tipo de supervisión. Las condiciones están dadas para comprar un libro. En ese momento no importa nada: ni cuántos estoy leyendo, ni lo que no he destapado, nada. Escojo un pasillo al azar y camino desprevenido por él mientras hojeo libros.
Cuando se entra a una librería siempre se siente como un vacío, uno que solo se llena comprando libros. En medio de mi caminata, me encuentro con El vacío en el que flotas, la última novela de Jorge Franco.
Me parece un título evocativo, ¿acaso no? como que remueve algo por dentro. No he vuelto a caer en su obra desde que leí El mundo de afuera y , vuelvo y repito, el título me parece un gran acierto. No sé cuál deba ser el método preciso para escoger una novela, pero yo a veces lo hago porque su título si me atrapa, incluso hay veces los juzgo por la portada, y si me agrada a nivel estético, me lo llevo, en fin.
Ahí, con el libro en mis manos, aplicó una técnica que una vez me contó un escritor en un curso de escritura creativa: “Hay editores que para seleccionar obras leen las primeras líneas de la novela, y luego, al azar, escogen unas de la mitad y otras hacia el final". No sé si me estaba metiendo cuento o qué, pero me parece un método razonable, para medir si la obra tiene feeling con uno o no.
En este caso lo hago a medias y solo leo las primeras líneas: El teléfono de disco, pegado a la pared, se sacudió como si la llamada fuera de vida o muerte. Ya no hay vuelta atrás, necesito saber quién está llamando. Decido llevar esa novela, así que dejo de hojear libros y me acerco a la caja para pagarla.
Antes de mí está una mujer con un tomo grueso y protesta porque no viene envuelto en el plástico transparente. La cajera le dice: “Tranquila, yo se lo envuelvo en ese plástico”, pero a la mujer le da un arrebato y sale apresurada de la librería.
Me parece un título evocativo, ¿acaso no? como que remueve algo por dentro. No he vuelto a caer en su obra desde que leí El mundo de afuera y , vuelvo y repito, el título me parece un gran acierto. No sé cuál deba ser el método preciso para escoger una novela, pero yo a veces lo hago porque su título si me atrapa, incluso hay veces los juzgo por la portada, y si me agrada a nivel estético, me lo llevo, en fin.
Ahí, con el libro en mis manos, aplicó una técnica que una vez me contó un escritor en un curso de escritura creativa: “Hay editores que para seleccionar obras leen las primeras líneas de la novela, y luego, al azar, escogen unas de la mitad y otras hacia el final". No sé si me estaba metiendo cuento o qué, pero me parece un método razonable, para medir si la obra tiene feeling con uno o no.
En este caso lo hago a medias y solo leo las primeras líneas: El teléfono de disco, pegado a la pared, se sacudió como si la llamada fuera de vida o muerte. Ya no hay vuelta atrás, necesito saber quién está llamando. Decido llevar esa novela, así que dejo de hojear libros y me acerco a la caja para pagarla.
Antes de mí está una mujer con un tomo grueso y protesta porque no viene envuelto en el plástico transparente. La cajera le dice: “Tranquila, yo se lo envuelvo en ese plástico”, pero a la mujer le da un arrebato y sale apresurada de la librería.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
La tentación del fracaso
Los diarios de Ribeyro, el escritor peruano. Los títulos de sus obras son únicos, atraen como un berraco. Busqué ese libro como loco desde que Millás lo mencionó en su diario novelado La vida a ratos, hasta que por fin lo conseguí. Pero no les vengo a hablar sobre ese libro, o si, en fin, vengo como siempre a escribir lo que salga…
Me despierto algo aturdido después de una siesta. Insisto que pasar del sueño a la vigilia tiene un componente traumático. Por instinto lo primero que hago es estirar un brazo y agarrar el celular. A pesar de tener desactivada las notificaciones y estar casi seguro de que no tengo nada nuevo por revisar, desbloqueo el aparato y me comienzo a meter a las redes sociales que tengo instaladas.
Lo mismo de siempre. Por más Scroll down que se haga uno se encuentra con mucho y nada; puro ruido , y el ruido distrae.
¿En qué momento pasamos a depender tanto de las redes sociales? Intento imaginar la época de nuestros padres. Seguro ellos no tenían necesidad de contarle al mundo entero qué hacían a cada instante o lo brillantes que eran en sus trabajos. imagino que eran tiempos con menos carga de ansiedad, porque si hay algo que a veces hacen a veces las redes sociales, quizás un efecto secundario de su uso, es hacernos sentir que estamos quedados, que vamos lento o hacemos las cosas mal. en fin, que por más esfuerzo que le metamos a la vida, tendemos hacia el fracaso.
Los diarios del escritor peruano me llevaron a pensar sobre esto. Fue una lectura lenta de más de dos años. una lectura, como yo les llamo, de a sorbitos,
Me encantan los diarios de los escritores y la manera en que narran lo cotidiano, Quizás el tamaño de sus entradas es lo que permite una lectura a sorbitos. Había meses que no tocaba el libro o, eventualmente, leía una o dos entradas por día, hasta que en un fin de semana tuve un arrebato lector y pense: lo termino este finde o no lo termino nunca. Creo que los diarios aplican para este tipo de lectura fragmentada.
Volviendo al tema del fracaso, una idea recurrente de Ribeyro es lo mucho que le angustiaba no haber escrito ninguna novela importante y haberse dedicado a escribir cuentos.
No puede evitar compararse con los demás escritores de la época: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortazar,entre otros, cada uno con una novela de combate.Pero pues uno es uno, y los otros pues eso precisamente, otros, ¿acaso no? Cada quien con tumbao'. Eso es algo que intento repetirme todos los días, pero mi cabeza es muy dispersa y lo olvida con facilidad.
Me despierto algo aturdido después de una siesta. Insisto que pasar del sueño a la vigilia tiene un componente traumático. Por instinto lo primero que hago es estirar un brazo y agarrar el celular. A pesar de tener desactivada las notificaciones y estar casi seguro de que no tengo nada nuevo por revisar, desbloqueo el aparato y me comienzo a meter a las redes sociales que tengo instaladas.
Lo mismo de siempre. Por más Scroll down que se haga uno se encuentra con mucho y nada; puro ruido , y el ruido distrae.
¿En qué momento pasamos a depender tanto de las redes sociales? Intento imaginar la época de nuestros padres. Seguro ellos no tenían necesidad de contarle al mundo entero qué hacían a cada instante o lo brillantes que eran en sus trabajos. imagino que eran tiempos con menos carga de ansiedad, porque si hay algo que a veces hacen a veces las redes sociales, quizás un efecto secundario de su uso, es hacernos sentir que estamos quedados, que vamos lento o hacemos las cosas mal. en fin, que por más esfuerzo que le metamos a la vida, tendemos hacia el fracaso.
Los diarios del escritor peruano me llevaron a pensar sobre esto. Fue una lectura lenta de más de dos años. una lectura, como yo les llamo, de a sorbitos,
Me encantan los diarios de los escritores y la manera en que narran lo cotidiano, Quizás el tamaño de sus entradas es lo que permite una lectura a sorbitos. Había meses que no tocaba el libro o, eventualmente, leía una o dos entradas por día, hasta que en un fin de semana tuve un arrebato lector y pense: lo termino este finde o no lo termino nunca. Creo que los diarios aplican para este tipo de lectura fragmentada.
Volviendo al tema del fracaso, una idea recurrente de Ribeyro es lo mucho que le angustiaba no haber escrito ninguna novela importante y haberse dedicado a escribir cuentos.
No puede evitar compararse con los demás escritores de la época: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortazar,entre otros, cada uno con una novela de combate.Pero pues uno es uno, y los otros pues eso precisamente, otros, ¿acaso no? Cada quien con tumbao'. Eso es algo que intento repetirme todos los días, pero mi cabeza es muy dispersa y lo olvida con facilidad.
martes, 28 de noviembre de 2023
¿Por qué no se callan?
Pongo a preparar el café y busco los pasteles que D. nos trajo ayer. Son redondos, traen bocadillo o arequipe por dentro y vienen de a 5 en cada bolsa. Los pasteles de arequipe siempre me han parecido empalagosos, así que espero comerme uno de bocadillo.
El problema es que no hay forma de distinguirlos, pues son idénticos y vienen mezclados. La única opción sería clavarles un dedo para ver qué llevan por dentro. Me la juego por uno que está en la mitad e imagino que es una decisión de vida o muerte, que si el azar no está de mi lado y selecciono uno de arequipe, algo malo me va a ocurrir.
El sonido de la cafetera me indica que el café ya está listo. Sirvo un chorrito de leche en un pocillo –Una operación delicada, pues tiene que ser una medida exacta, para que no quede ni muy claro ni muy oscuro– la caliento en el microondas y luego le echo el café. Le doy un sorbo. Quedó bien, pienso.
También caliento el pastel –otra operación delicada, pues nada peor que quemarse la boca con bocadillo o arequipe–, me siento en la mesa y le doy un mordisco. Sonrío porque los dioses del azar me premiaron con un pastel de bocadillo.
Respiro tranquilo, ya nada malo me va a ocurrir.
Minutos después reviso el correo electrónico. En la bandeja de entrada no hay ningún mensaje importante y cuando estoy a punto de cerrarlo, me pregunto: ¿Y si un mensaje que me va a cambiar la vida llegó a la carpeta de spam? ¿Qué mensaje? No sé, que un estudio de Hollywood quiere encargarme un guion, por ejemplo. No importa que no haya escrito uno en mi vida, de tener el trabajo buscaría la forma de completarlo.
En la bandeja de Spam no está ese email del que les hablo.
En cambio, Una tal Mili me dice que me quedan menos de 4 horas. No sé para qué, de pronto si corro peligro y Mili sabe algo. Chris dice: “¡Dios mio! tienes que leer esto. Lauren me cuenta que casi todo está vendido y que solo quedan 4 plazas disponibles, pero ya conozco ese viejo truco para generar urgencia, así que decido ignorarla. Del banco Galicia, una entidad financiera argentina, me llaman Juan Marcos y me preguntan si conozco las ventajas de tener mis claves. Me llegan varios mensajes de ese Banco. Me preocupo un poco por Juan Marcos que no se debe estar enterando de nada concerniente a su cuenta bancaria. A esos mensajes se le suman varios de ofertas de Black Friday, ¿hasta cuando me van a llegar ese tipo de emails?
Demasiadas voces, demasiado ruido. ¿Por qué, más bien, no se callan y dejan que uno vaya por la vida cometiendo errores y ya está?
El problema es que no hay forma de distinguirlos, pues son idénticos y vienen mezclados. La única opción sería clavarles un dedo para ver qué llevan por dentro. Me la juego por uno que está en la mitad e imagino que es una decisión de vida o muerte, que si el azar no está de mi lado y selecciono uno de arequipe, algo malo me va a ocurrir.
El sonido de la cafetera me indica que el café ya está listo. Sirvo un chorrito de leche en un pocillo –Una operación delicada, pues tiene que ser una medida exacta, para que no quede ni muy claro ni muy oscuro– la caliento en el microondas y luego le echo el café. Le doy un sorbo. Quedó bien, pienso.
También caliento el pastel –otra operación delicada, pues nada peor que quemarse la boca con bocadillo o arequipe–, me siento en la mesa y le doy un mordisco. Sonrío porque los dioses del azar me premiaron con un pastel de bocadillo.
Respiro tranquilo, ya nada malo me va a ocurrir.
Minutos después reviso el correo electrónico. En la bandeja de entrada no hay ningún mensaje importante y cuando estoy a punto de cerrarlo, me pregunto: ¿Y si un mensaje que me va a cambiar la vida llegó a la carpeta de spam? ¿Qué mensaje? No sé, que un estudio de Hollywood quiere encargarme un guion, por ejemplo. No importa que no haya escrito uno en mi vida, de tener el trabajo buscaría la forma de completarlo.
En la bandeja de Spam no está ese email del que les hablo.
En cambio, Una tal Mili me dice que me quedan menos de 4 horas. No sé para qué, de pronto si corro peligro y Mili sabe algo. Chris dice: “¡Dios mio! tienes que leer esto. Lauren me cuenta que casi todo está vendido y que solo quedan 4 plazas disponibles, pero ya conozco ese viejo truco para generar urgencia, así que decido ignorarla. Del banco Galicia, una entidad financiera argentina, me llaman Juan Marcos y me preguntan si conozco las ventajas de tener mis claves. Me llegan varios mensajes de ese Banco. Me preocupo un poco por Juan Marcos que no se debe estar enterando de nada concerniente a su cuenta bancaria. A esos mensajes se le suman varios de ofertas de Black Friday, ¿hasta cuando me van a llegar ese tipo de emails?
Demasiadas voces, demasiado ruido. ¿Por qué, más bien, no se callan y dejan que uno vaya por la vida cometiendo errores y ya está?
lunes, 27 de noviembre de 2023
Con el libro físico hasta la muerte...o no
Al principio de los tiempos, bueno en verdad no, hace un tiempo, años digamos para no sonar tan ambiguo, me negaba a la idea de leer libros en formato digital. Con el libro físico hasta la muerte pensaba.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.
viernes, 24 de noviembre de 2023
Lecturas que no fueron
Desempaco dos cajas con libros.
Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.
En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.
El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.
Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.
Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.
Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.
Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.
Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.
En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.
El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.
Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.
Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.
Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.
Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.
miércoles, 22 de noviembre de 2023
Desayunos de trabajo
En una mesa de la terraza de un café se encuentra un grupo de oficinistas. Son 8 personas. Tanto hombres como mujeres están muy arreglados, producidos, digamos. Parece que celebran, si el término aplica, un desayuno de trabajo. Entre ellos se encuentra una mujer muy atractiva, o por lo menos así me parece. Su piel blanca contrasta con una larga cabellera oscura, pero mientras los demás hacen bromas y ríen, ella no puede evitar de hacer mala cara. Parece que no quiere estar ahí, como si pensara que desayunar y trabajar son actividades independientes, que no me vengan con mamadas, como diría un mexicano, se hace una cosa o la otra, pero no las dos al mismo tiempo.
Ocupo una de las mesas dentro del local y poco tiempo después de hacer mi pedido dos hombres y una mujer se sientan en la mesa de al lado. Uno de ellos, quizás el jefe, saca su portátil, comienza a teclear con furia y a hacerle preguntas a sus acompañantes. Una mesera llega y les pasa las cartas. Dejan de discutir cuestiones laborales por un momento, mientras deciden qué van a ordenar. Alcanzo a escuchar que se deciden por un té, un chocolate y unos huevos.
Tiempo después cuando les llega el pedido, la mujer dice: “uff esto está como para un coma diabético”. El hombre que está a su lado ríe y también menciona algo relacionado con la bebida. Por un momento se olvidan del trabajo y se ponen a hablar de comida, qué les gusta y qué no, hasta que el jefe, que no ha participado en la conversación les dice: “Bueno ya, concentrémonos de nuevo en el trabajo”. “Si que pena, es que me distraje”, responde la mujer.
Mi cafecito ya está en las últimas, le doy el último sorbo y abandonó el lugar junto con sus desayunos de trabajo.
Ocupo una de las mesas dentro del local y poco tiempo después de hacer mi pedido dos hombres y una mujer se sientan en la mesa de al lado. Uno de ellos, quizás el jefe, saca su portátil, comienza a teclear con furia y a hacerle preguntas a sus acompañantes. Una mesera llega y les pasa las cartas. Dejan de discutir cuestiones laborales por un momento, mientras deciden qué van a ordenar. Alcanzo a escuchar que se deciden por un té, un chocolate y unos huevos.
Tiempo después cuando les llega el pedido, la mujer dice: “uff esto está como para un coma diabético”. El hombre que está a su lado ríe y también menciona algo relacionado con la bebida. Por un momento se olvidan del trabajo y se ponen a hablar de comida, qué les gusta y qué no, hasta que el jefe, que no ha participado en la conversación les dice: “Bueno ya, concentrémonos de nuevo en el trabajo”. “Si que pena, es que me distraje”, responde la mujer.
Mi cafecito ya está en las últimas, le doy el último sorbo y abandonó el lugar junto con sus desayunos de trabajo.
viernes, 17 de noviembre de 2023
¿Qué puede salir?
Hablo de este arrume de palabras . Llevo un buen rato sentado en el computador, con ganas de escribir algo pero caí en una página de internet que me llevó a otra, esa otra a otra más y así hasta que llegué a la conclusión de que tenía hambre, fui a la cocina y me empaqué un ponque Gala –Uno de chocolate, es el mejor–, volví a mi escritorio, por fin cerré el navegador de internet y me dije: mí mismo, escribamos algo. ¿Qué?, me pregunte. No importa, lo que sea, contesté, entonces heme aquí haciéndome caso.
Lo único que se me viene a la cabeza en este momento es hablar sobre Nervio Óptico, una novela de Maria Gainza que se me aparece esporádicamente desde hace algunos años y de la que he escuchado muy buenos comentarios.
Ayer vi el video de una librera que hablaba sobre escritoras contemporaneas y mencionaba esa novela, pero mencionó otra que quiero leer primero: Conjunto Vacío de Verónica Gerber que, según tengo entendido, trata de explicar las relaciones humanas por medio de la teoría de conjuntos.
Si yo escribiera una novela con un tema medianamente similar, creo que trataría sobre el complemento de la teoría de probabilidades. Voy a intentar explicarlo, pero no prometo nada.
Imagine usted, estimado lector que existe un evento A cualquiera, qué sé yo, tomar un puesto de trabajo. Entonces el complemento es todo aquello que ocurre de forma simultánea, pero que no está contenido A, no ser seleccionado para el trabajo, morir, lo que sea, y el resultado que de 1-A es lo que se llama complemento.
Me vengo a enterar que eso del complemento también tiene que ver con teoría de conjuntos, entonces mejor no escribo nada y me leo la novela de Verónica, pues puede ser que ella ya haya tocado el tema del complemento. ¿Además para qué complicarse? Llámenme flojo o lo que quieran, pero está claro que ser lector es más fácil que ser escritor.
Lo único que se me viene a la cabeza en este momento es hablar sobre Nervio Óptico, una novela de Maria Gainza que se me aparece esporádicamente desde hace algunos años y de la que he escuchado muy buenos comentarios.
Ayer vi el video de una librera que hablaba sobre escritoras contemporaneas y mencionaba esa novela, pero mencionó otra que quiero leer primero: Conjunto Vacío de Verónica Gerber que, según tengo entendido, trata de explicar las relaciones humanas por medio de la teoría de conjuntos.
Si yo escribiera una novela con un tema medianamente similar, creo que trataría sobre el complemento de la teoría de probabilidades. Voy a intentar explicarlo, pero no prometo nada.
Imagine usted, estimado lector que existe un evento A cualquiera, qué sé yo, tomar un puesto de trabajo. Entonces el complemento es todo aquello que ocurre de forma simultánea, pero que no está contenido A, no ser seleccionado para el trabajo, morir, lo que sea, y el resultado que de 1-A es lo que se llama complemento.
Me vengo a enterar que eso del complemento también tiene que ver con teoría de conjuntos, entonces mejor no escribo nada y me leo la novela de Verónica, pues puede ser que ella ya haya tocado el tema del complemento. ¿Además para qué complicarse? Llámenme flojo o lo que quieran, pero está claro que ser lector es más fácil que ser escritor.
jueves, 16 de noviembre de 2023
My immortal
La canción de Evanescence.
No me disgusta, pero no soy fanático de ese grupo. ¿Entonces por qué hablo de ella? Stick around, como dirían los gringos, para saberlo.
Una vez, parece que fue hace siglos, hice parte de un ensamble musical. Éramos personas de diferentes carreras y tocábamos covers de rock.
Uno de los estudiantes, el encargado de ensamblarnos, tenía conocimientos musicales y era el que dirigía la vaina. La metodología era sencilla: una persona proponía una canción y se miraba que tan complicado sería montarla.
Daniela, una mujer de pinta gótica, propuso My immortal porque le encantaba Evanescence. En un principio el cover iba a ser de la versión original que es solo con piano, pero en el grupo había un metalero de pura cepa: chaqueta de cuero negra con taches y botas punteras, que no estuvo de acuerdo.
Ese hombre, que se creía de una raza superior porque le gustaba el metal, quería hacer parte de todo, así que protestó y dijo que era mejor la versión que tiene guitarra eléctrica y batería.
¿Quién toca la batería?, preguntó alguien y yo levanté la mano y me aventé sin pensarlo, sin tener muy claro el ritmo de la canción.
Comenzamos a ensayar y Daniela, muy mamasita ella con su maquillaje oscuro, tuvo la paciencia de cantarla ene veces para enseñarme en qué compás debía entrar, con un corte sencillo que comenzaba en el redoblante y luego se paseaba por dos toms de aire.
La noche antes de nuestra presentación, la ensayé practicando batería aérea hasta el cansancio. Hasta que los tiempos se fusionaran conmigo y no fuera necesario tener que contarlos en mi cabeza.
Al final lo logré, pero ahora me preocupaba que mis brazos se enredaran con el corte que debía hacer. En apariencia era sencillo, pero si lo iniciaba con la mano que no era, todo se iría al carajo.
La noche de la presentación, que era al aire libre, hacía mucho frío, pero me lo tuve que chupar porque era muy incomodo tocar con la chaqueta puesta. Por fin llego el momento de inmortalizarme.
Comenzó la canción con el piano y Daniela cantando:
Fear era el que yo tenía ahí detrás, esperando el momento para entrar en acción.
Racatacapum! Entró la batería junto con la guitarra. Ya una vez montado en la canción, el resto fue pura carpintería.
No me disgusta, pero no soy fanático de ese grupo. ¿Entonces por qué hablo de ella? Stick around, como dirían los gringos, para saberlo.
Una vez, parece que fue hace siglos, hice parte de un ensamble musical. Éramos personas de diferentes carreras y tocábamos covers de rock.
Uno de los estudiantes, el encargado de ensamblarnos, tenía conocimientos musicales y era el que dirigía la vaina. La metodología era sencilla: una persona proponía una canción y se miraba que tan complicado sería montarla.
Daniela, una mujer de pinta gótica, propuso My immortal porque le encantaba Evanescence. En un principio el cover iba a ser de la versión original que es solo con piano, pero en el grupo había un metalero de pura cepa: chaqueta de cuero negra con taches y botas punteras, que no estuvo de acuerdo.
Ese hombre, que se creía de una raza superior porque le gustaba el metal, quería hacer parte de todo, así que protestó y dijo que era mejor la versión que tiene guitarra eléctrica y batería.
¿Quién toca la batería?, preguntó alguien y yo levanté la mano y me aventé sin pensarlo, sin tener muy claro el ritmo de la canción.
Comenzamos a ensayar y Daniela, muy mamasita ella con su maquillaje oscuro, tuvo la paciencia de cantarla ene veces para enseñarme en qué compás debía entrar, con un corte sencillo que comenzaba en el redoblante y luego se paseaba por dos toms de aire.
La noche antes de nuestra presentación, la ensayé practicando batería aérea hasta el cansancio. Hasta que los tiempos se fusionaran conmigo y no fuera necesario tener que contarlos en mi cabeza.
Al final lo logré, pero ahora me preocupaba que mis brazos se enredaran con el corte que debía hacer. En apariencia era sencillo, pero si lo iniciaba con la mano que no era, todo se iría al carajo.
La noche de la presentación, que era al aire libre, hacía mucho frío, pero me lo tuve que chupar porque era muy incomodo tocar con la chaqueta puesta. Por fin llego el momento de inmortalizarme.
Comenzó la canción con el piano y Daniela cantando:
I'm so tired of being here
Suppressed by all my childish fears…
Fear era el que yo tenía ahí detrás, esperando el momento para entrar en acción.
I've tried so hard to tell myself that you're gone
But though you're still with me, I've been alone, Im alone...
Racatacapum! Entró la batería junto con la guitarra. Ya una vez montado en la canción, el resto fue pura carpintería.
martes, 14 de noviembre de 2023
John Wick y las ganas de escribir algo
Hace un momento pensé en sentarme a ver la última película de la saga John Wick. Cuando estaba a punto de prender el televisor se apoderó de mí un cansancio infinito, milenario podría decirse, que seguro me iba a hacer dormir la película.
Además también me dieron ganas de escribir algo y por eso heme aquí juntando estas palabras, ese algo que no tengo muy claro qué es. Además recordé que la película es un larguero de más de dos horas y hace unos días que también me propuse verla, desistí del plan porque me dio pereza.
Imagino que es una cuestión de paciencia, y que a medida que uno envejece esta disminuye. Por eso ciertos planes que se hacían antes ya no tienen la misma acogida.
Hablando del John Wick, porque la verdad no se me ocurre qué más contarles (a veces las ganas de escribir aparecen sin tema alguno), recuerdo que vi una de esas películas en cine. Desde el minuto uno es pura patazera: bala y puño a lo desgualetao’ y el personaje, sabrán ustedes, no es el más delicado del mundo. En la escena John Wick repartía pata y puño a quien se le atravesara y el que no se llevaba un golpe tenía la fortuna de que lo llenaran de plomo.
Ante tal escena violenta ,una señora que estaba en la fila de atrás con el hijo, dijo de forma involuntaria y en voz alta lo siguiente: ¡Uish que tipo tan brusco!, y ya no recuerdo si dejo la sala o se aguantó toda la película.
Yo le di la razón mentalmente, y sonreí porque me causó gracia la forma en que dijo brusco, pero me pareció que quienes intentaban atacar a Wick, merecían que los atendiera de tal manera.
A veces, por más malo que nos parezca una situación, lo mejor es dejar que el curso de la vida siga, porque uno no sabe con que Wick se puede estar atravesando, ¿no creen?
Además también me dieron ganas de escribir algo y por eso heme aquí juntando estas palabras, ese algo que no tengo muy claro qué es. Además recordé que la película es un larguero de más de dos horas y hace unos días que también me propuse verla, desistí del plan porque me dio pereza.
Imagino que es una cuestión de paciencia, y que a medida que uno envejece esta disminuye. Por eso ciertos planes que se hacían antes ya no tienen la misma acogida.
Hablando del John Wick, porque la verdad no se me ocurre qué más contarles (a veces las ganas de escribir aparecen sin tema alguno), recuerdo que vi una de esas películas en cine. Desde el minuto uno es pura patazera: bala y puño a lo desgualetao’ y el personaje, sabrán ustedes, no es el más delicado del mundo. En la escena John Wick repartía pata y puño a quien se le atravesara y el que no se llevaba un golpe tenía la fortuna de que lo llenaran de plomo.
Ante tal escena violenta ,una señora que estaba en la fila de atrás con el hijo, dijo de forma involuntaria y en voz alta lo siguiente: ¡Uish que tipo tan brusco!, y ya no recuerdo si dejo la sala o se aguantó toda la película.
Yo le di la razón mentalmente, y sonreí porque me causó gracia la forma en que dijo brusco, pero me pareció que quienes intentaban atacar a Wick, merecían que los atendiera de tal manera.
A veces, por más malo que nos parezca una situación, lo mejor es dejar que el curso de la vida siga, porque uno no sabe con que Wick se puede estar atravesando, ¿no creen?
sábado, 11 de noviembre de 2023
Carlos, tu tío el agente secreto
Espero a mi hermana en un café.
en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.
En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.
Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.
Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra. Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.
Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.
El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.
El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.
No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.
en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.
En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.
Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.
Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra. Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.
Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.
El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.
El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.
No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.
jueves, 9 de noviembre de 2023
De los puntos de vista
En la reunión tocamos el tema del punto de vista porque una de las historias que discutimos tiene un cambio de primera a tercera persona. Para algunos resultó casi imperceptible y en cambio otros notaron esa disonancia narrativa.
Se supone que lo normal, lo sano, por decirlo de alguna manera, es mantener la misma voz a lo largo de un relato, aunque hay veces que la palanca narrativa se salta de forma inconsciente y se hace un cambio sin querer.
P. pregunta qué tan válido es hacer esos cambios. Le digo que si se pueden lograr, pero que hay que tratarlos con cuidado, y le pongo como ejemplo la Casa de los Espíritus de isabel Allende, cuya narración cambia de primera a tercera persona en la mayoría de capítulos.
V. dice que en novela es más fácil hacerlo y creo que tiene razón, pues como dice Rosa Montero, las novelas ofrecen más lugar para la aventura y son un viaje más largo en el que casi cabe o se permite todo.
“No recuerdo ningún cuento con cambio en el punto de vista” comentó, pero V. dice que ella sí ha leído algunos, que le demos un momento para recordar cuáles habían sido.
Saltamos a otro tema y no recuerdo cómo llegamos a hablar sobre The Ghosts of Gloria Lara, el último cuento de Junot Díaz para The new Yorker, y la cancelación que sufrió el escritor por unas acusaciones que recibió por parte de un grupo de mujeres.
Estábamos en esas cuando V dice: “Ya me acordé cuáles cuentos tienen cambios en su punto de vista, y luego de una pausa dramática que duró un par de segundos los mencionó: A Romantic Weekend de Mary Gaitskill y The Resplendent Quetzal de Margaret Atwood.
Se supone que lo normal, lo sano, por decirlo de alguna manera, es mantener la misma voz a lo largo de un relato, aunque hay veces que la palanca narrativa se salta de forma inconsciente y se hace un cambio sin querer.
P. pregunta qué tan válido es hacer esos cambios. Le digo que si se pueden lograr, pero que hay que tratarlos con cuidado, y le pongo como ejemplo la Casa de los Espíritus de isabel Allende, cuya narración cambia de primera a tercera persona en la mayoría de capítulos.
V. dice que en novela es más fácil hacerlo y creo que tiene razón, pues como dice Rosa Montero, las novelas ofrecen más lugar para la aventura y son un viaje más largo en el que casi cabe o se permite todo.
“No recuerdo ningún cuento con cambio en el punto de vista” comentó, pero V. dice que ella sí ha leído algunos, que le demos un momento para recordar cuáles habían sido.
Saltamos a otro tema y no recuerdo cómo llegamos a hablar sobre The Ghosts of Gloria Lara, el último cuento de Junot Díaz para The new Yorker, y la cancelación que sufrió el escritor por unas acusaciones que recibió por parte de un grupo de mujeres.
Estábamos en esas cuando V dice: “Ya me acordé cuáles cuentos tienen cambios en su punto de vista, y luego de una pausa dramática que duró un par de segundos los mencionó: A Romantic Weekend de Mary Gaitskill y The Resplendent Quetzal de Margaret Atwood.
martes, 7 de noviembre de 2023
Una pared blanca
La pared está blanca casi en su totalidad, si no fuera por dos tomacorrientes, uno para conectar quién sabe qué y otro para la conexión del televisor. Bien podría quitarlos porque no pienso poner televisión en este cuarto y tampoco pienso conectar ningún aparato, lámpara o lo que sea, pues el computador lo tengo conectado a otro tomacorriente.
La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.
A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.
Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.
Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.
De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.
La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.
A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.
Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.
Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.
De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.
sábado, 4 de noviembre de 2023
Dejar de leer
Una vez una mujer me contó que cuando termina de leer una novela, se toma muy en serio cuál es la siguiente que va a leer. “Para no perder el tiempo”, eso fue lo que me dijo. Entonces cuando llega ese momento, que considero crucial, de seleccionar la siguiente lectura, esta mujer lee varias reseñas para asegurarse de que le va a gustar la novela que tiene entre ojos.
Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.
Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.
A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.
No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.
Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.
Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.
A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.
No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.
viernes, 27 de octubre de 2023
Me pregunto
Una mujer, llamémosla Berta, cuenta en unas historias de Instagram que no se nos debe hacer extraño que suba historias mientras dormimos, menos si son historias de una bebida caliente con su computador portátil de fondo.
Luego hace un juego de palabras y dice que para nadie es un secreto que ama su trabajo, aunque para muchos su trabajo es un secreto. Berta menciona que ya perdió la cuenta de las horas extras y las noches que le ha dedicado a proyectos. Concluye que no se arrepiente en lo más mínimo y que no cambiaría nada de eso por dormir un poco más.
Continua.
Luego hace un juego de palabras y dice que para nadie es un secreto que ama su trabajo, aunque para muchos su trabajo es un secreto. Berta menciona que ya perdió la cuenta de las horas extras y las noches que le ha dedicado a proyectos. Concluye que no se arrepiente en lo más mínimo y que no cambiaría nada de eso por dormir un poco más.
Continua.
Dice que a pesar de que hizo todo lo posible por dormir, a las 2 de la mañana su cabeza no paraba de maquinar ideas y estrategias para, quizás, uno de los proyectos más importantes de su vida.
Concluye que nada se iguala con dedicar su insomnio a lo que antes era un sueño y que ahora llama realidad.
A cambio de Berta yo si extraño dormir más. Hace rato que no duermo 8 horas seguidas y a veces siento que lo necesito. En ocasiones envidio la ambición y esas ganas de comerse el mundo que muestran personas como Berta. Me pregunto: ¿No debería aspirar a lo mismo?.
las historias de Berta se acaban y luego doy con la de otra mujer que comparte un video de una rueda de prensa Prince. El artista dice lo siguiente:
“Algo que quería decir es que... no se dejen engañar por Internet. Es genial acceder a la computadora, pero no dejes que la computadora te afecte. Es genial usar la computadora, no dejes que la computadora te use. Todos vieron matrix. Hay una guerra en curso. El campo de batalla es la mente y el premio es el alma. Tengan cuidado.”
Entonces me acuerdo de algo que anotó Anaïs Nin en sus diarios: “El peligroso momento en el que voces mecánicas, radios, teléfonos, ocupan el lugar de las intimidades humanas, y el concepto de estar en contacto con millones trae consigo una creciente pobreza en la intimidad y la visión humana”.
Y por alguna razón, llega a mi cabeza la melodía de una canción de Sheryl Crow: This ain't no disco it ain't no country club either…All i Wanna do is have a little fun before I die”
Entonces me pregunto: ¿Acaso no está bien solo aspirar a eso, a divertirse un poco antes de morir?
Concluye que nada se iguala con dedicar su insomnio a lo que antes era un sueño y que ahora llama realidad.
A cambio de Berta yo si extraño dormir más. Hace rato que no duermo 8 horas seguidas y a veces siento que lo necesito. En ocasiones envidio la ambición y esas ganas de comerse el mundo que muestran personas como Berta. Me pregunto: ¿No debería aspirar a lo mismo?.
las historias de Berta se acaban y luego doy con la de otra mujer que comparte un video de una rueda de prensa Prince. El artista dice lo siguiente:
“Algo que quería decir es que... no se dejen engañar por Internet. Es genial acceder a la computadora, pero no dejes que la computadora te afecte. Es genial usar la computadora, no dejes que la computadora te use. Todos vieron matrix. Hay una guerra en curso. El campo de batalla es la mente y el premio es el alma. Tengan cuidado.”
Entonces me acuerdo de algo que anotó Anaïs Nin en sus diarios: “El peligroso momento en el que voces mecánicas, radios, teléfonos, ocupan el lugar de las intimidades humanas, y el concepto de estar en contacto con millones trae consigo una creciente pobreza en la intimidad y la visión humana”.
Y por alguna razón, llega a mi cabeza la melodía de una canción de Sheryl Crow: This ain't no disco it ain't no country club either…All i Wanna do is have a little fun before I die”
Entonces me pregunto: ¿Acaso no está bien solo aspirar a eso, a divertirse un poco antes de morir?
lunes, 23 de octubre de 2023
Tender la cama
Apenas me despierto siento que me pesa la existencia. Como la mente es bien cabrona en lugar de tranquilizarme, me invita a pensar: hoy va a ser uno de esos días de mierda. “Tiene razón”, le respondo, y caigo en una espiral de pensamientos negativos. Me doy palo por esto, por lo otro y por aquello también.
El sonido de una de las tantas alarmas que tengo configuradas en el celular me trae de vuelta a la realidad. ¿Me levanto o no me levanto?, me pregunto. Acuérdese que hoy va a ser un día de mierda, me respondo al mismo tiempo y luego concluyo: Mi consejo es que se quede metido en la cama todo el día. Me doy la razón, acomodo las almohadas y cierro los ojos, pero a los pocos minutos ese hacer nada me desespera, lanzo las cobijas hacía un lado y me pongo de pie. El malestar emocional sigue ahí, intacto.
Pienso que debo actuar rápido y hacer algo para quitarmelo de encima. Recuerdo un video que vi de un ex almirante de la marina de los Estados Unidos. El hombre, de cara bonachona y uniforme blanco con miles de insignias, cuenta que si uno quiere cambiar el mundo lo primero que se debe hacer es tender la cama.
No sé si quiero cambiar el mundo, solo quiero quitarme de encima la sensación de hastío y ya, pero imagino que lo de tender la cama puede ayudar. Es una operación que me toma menos de un minuto y cuando la termino no siento que haya cambiado nada ni que el mundo sea un mejor lugar.
Como el agua suele llevarse todo, decido ducharme. Cuando salgo del baño la melancolía, tristeza, lo que sea que tenga parece haber amainado un poco.
Cuando me estoy vistiendo, me pongo el jean de pie, haciendo equilibrio en una pierna como desafiando a la muerte. Apenas inicio esa operación, recuerdo que así murió el tío Gabriel, un hombre solitario con el que solo intercambiaba un par de frases en las fiestas de fin de año, antes de que se emborrachara y se quedará dormido en la esquina de un sofá. Un día el tío no volvió a dar indicios de vida y cuando fueron a buscarlo a su casa, lo encontraron tendido en el piso con la piyama a medio poner.
Cuando termino de vestirme salgo disparado hacia la cocina. Si una buena taza de café no arregla cómo me siento, no sé qué pueda hacerlo. Cuando la bebida está lista, parto un trozo de ponqué y me siento en la terraza a darle sorbos pequeños a la bebida, mientras miro las montañas.
Parece que lo del día de mierda era una falsa alarma, o que me quite esa sensación gracias a tender la cama, ducharme, tomar café o la combinación de las tres actividades.
El sonido de una de las tantas alarmas que tengo configuradas en el celular me trae de vuelta a la realidad. ¿Me levanto o no me levanto?, me pregunto. Acuérdese que hoy va a ser un día de mierda, me respondo al mismo tiempo y luego concluyo: Mi consejo es que se quede metido en la cama todo el día. Me doy la razón, acomodo las almohadas y cierro los ojos, pero a los pocos minutos ese hacer nada me desespera, lanzo las cobijas hacía un lado y me pongo de pie. El malestar emocional sigue ahí, intacto.
Pienso que debo actuar rápido y hacer algo para quitarmelo de encima. Recuerdo un video que vi de un ex almirante de la marina de los Estados Unidos. El hombre, de cara bonachona y uniforme blanco con miles de insignias, cuenta que si uno quiere cambiar el mundo lo primero que se debe hacer es tender la cama.
No sé si quiero cambiar el mundo, solo quiero quitarme de encima la sensación de hastío y ya, pero imagino que lo de tender la cama puede ayudar. Es una operación que me toma menos de un minuto y cuando la termino no siento que haya cambiado nada ni que el mundo sea un mejor lugar.
Como el agua suele llevarse todo, decido ducharme. Cuando salgo del baño la melancolía, tristeza, lo que sea que tenga parece haber amainado un poco.
Cuando me estoy vistiendo, me pongo el jean de pie, haciendo equilibrio en una pierna como desafiando a la muerte. Apenas inicio esa operación, recuerdo que así murió el tío Gabriel, un hombre solitario con el que solo intercambiaba un par de frases en las fiestas de fin de año, antes de que se emborrachara y se quedará dormido en la esquina de un sofá. Un día el tío no volvió a dar indicios de vida y cuando fueron a buscarlo a su casa, lo encontraron tendido en el piso con la piyama a medio poner.
Cuando termino de vestirme salgo disparado hacia la cocina. Si una buena taza de café no arregla cómo me siento, no sé qué pueda hacerlo. Cuando la bebida está lista, parto un trozo de ponqué y me siento en la terraza a darle sorbos pequeños a la bebida, mientras miro las montañas.
Parece que lo del día de mierda era una falsa alarma, o que me quite esa sensación gracias a tender la cama, ducharme, tomar café o la combinación de las tres actividades.
sábado, 21 de octubre de 2023
Gato encerrado
La compulsión con la que anoto libros que me llaman la atención supera exponencialmente la velocidad a la que los leo.
Vuelve y juega: no hay vida que alcance para tanto libro.
Hace unas semanas me suscribí a un par de newsletters que hablan sobre libros y la lista de los que quiero leer aumenta día tras día.
Hoy, por ejemplo, me enteré de la existencia de Gato encerrado, un libro de crónicas, entrevistas y diversos escritos que publicó el escritor peruano Fernando Ampuero en distintos medios.
Me gustan ese tipo de libros que recopilan escritos de diferentes épocas. De pronto es porque guardan cierta similitud con los diarios y porque leer la cotidianidad de la vida de alguien me llama la atención.
La persona que escribió el correo contaba que en un momento de su vida trabajó en un periódico en el turno de la noche, de 5 de la tarde a la 1 de la madrugada. Decía que después de las 8 de la noche le quedaba mucho tiempo para leer. Cuenta que cuando Gato Encerrado cayó en sus manos, pensó que había dado con el santo grial del periodismo; pues era un estilo con el que no se había encontrado antes.
Luego el texto vuelve al presente y comenta que vivimos en una época en la que los jóvenes no leen y que cuando lo hacen no leen lo que deben. Dice que ese libro debería estar de primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias.
Dizque lecturas obligatorias, hágame el berraco favor.
No puedo con esa superioridad moral de algunos lectores empedernidos. Que cada quien lea lo que se le dé la gana y ya está, ¿acaso no? A mí me gustaría que muchas personas leyeran los Articuentos Completos de Millás, pero si no quieren hacerlo y prefieren leer Condorito o las saga de Crepúsculo pues que lo hagan. ¿Quién soy yo para decirles qué deben leer?
Para mí, e imagino que para muchos, no leer sería la muerte en vida, pero leer tampoco tiene nada de especial, es un placer y ya está. Dejen de considerarse especiales porque les gusta hacerlo.
Vuelve y juega: no hay vida que alcance para tanto libro.
Hace unas semanas me suscribí a un par de newsletters que hablan sobre libros y la lista de los que quiero leer aumenta día tras día.
Hoy, por ejemplo, me enteré de la existencia de Gato encerrado, un libro de crónicas, entrevistas y diversos escritos que publicó el escritor peruano Fernando Ampuero en distintos medios.
Me gustan ese tipo de libros que recopilan escritos de diferentes épocas. De pronto es porque guardan cierta similitud con los diarios y porque leer la cotidianidad de la vida de alguien me llama la atención.
La persona que escribió el correo contaba que en un momento de su vida trabajó en un periódico en el turno de la noche, de 5 de la tarde a la 1 de la madrugada. Decía que después de las 8 de la noche le quedaba mucho tiempo para leer. Cuenta que cuando Gato Encerrado cayó en sus manos, pensó que había dado con el santo grial del periodismo; pues era un estilo con el que no se había encontrado antes.
Luego el texto vuelve al presente y comenta que vivimos en una época en la que los jóvenes no leen y que cuando lo hacen no leen lo que deben. Dice que ese libro debería estar de primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias.
Dizque lecturas obligatorias, hágame el berraco favor.
No puedo con esa superioridad moral de algunos lectores empedernidos. Que cada quien lea lo que se le dé la gana y ya está, ¿acaso no? A mí me gustaría que muchas personas leyeran los Articuentos Completos de Millás, pero si no quieren hacerlo y prefieren leer Condorito o las saga de Crepúsculo pues que lo hagan. ¿Quién soy yo para decirles qué deben leer?
Para mí, e imagino que para muchos, no leer sería la muerte en vida, pero leer tampoco tiene nada de especial, es un placer y ya está. Dejen de considerarse especiales porque les gusta hacerlo.
domingo, 8 de octubre de 2023
Ayer, día
Ayer fue un día.
Ayer fue día
Día.
¿Malo, bueno?
Podría decir que lo primero, pero también lo segundo. Los absolutos, creo, no existen.
A eso de las 9 de la mañana me propuse dibujar para el reto de inktober. El tema era goteo, así que seleccioné unas fotos de ojos llorosos, y cuando me decidí por una, mis trazos fallaban una y otra vez.
Hacía medio día me comenzó un dolor de cabeza en el costado derecho y a los pocos minutos se intensificó. ¿Solución? Almuerzo, pastilla y echarme a dormir. Sentía sueño y pensé que una siesta era lo que necesitaba para reponerme del malestar.
Pasé unos 20 minutos tumbado en la cama y el sueño no aparecía, así que me levanté y di un par de vueltas por la casa con una nube de mal genio encima de mi cabeza.
Luego volví al cuarto a obligarme a dormir. Lo logré, pero fue un sueño intranquilo, una especie de duermevela que no me dejo salir de la frontera que separa el territorio del sueño y la vigilia. Pisé la realidad a eso de las 7:30. El dolor de cabeza se había esfumado por completo y pensé de nuevo en el dibujo. Putos ojos que no logré dibujar. Me levanté directo a mi escritorio para comenzar un nuevo dibujo.
Necesitaba aislarme, así que me puse los audífonos, mientras decidía qué canción iba a escuchar. De ese lugar extraño de donde provienen las ideas y los recuerdos, se me aparecieron dos palabras en inglés: Virtual Insanity. Sí, Jamiroquai era justo lo que necesitaba escuchar en es momento, pero como la sesión de dibujo se iba a alargar, necesitaba más de una canción para ella, entonces puse el Travelling Without Moving. ¿Qué mejor que escuchar ese disco mientras se dibuja? Dibujar, pienso, es viajar bien adentro sin desplazarse, ¿acaso no?. Cuando se acabó ese disco busqué el Amorica de los Black Crowes, mi preferido de esa banda.
Terminé el dibujo a las 9:30, justo cuando el estómago me reclamaba algo de comida. Fui a la cocina, caliente una almojábana con bocadillo por dentro, y me serví agua con dos cubos de hielo.
Volví a mi escritorio a las 10 para echarle tinta al dibujo y difuminar distintos tonos de negro. En ese proceso ya no puse más música, pues me pareció suficiente el silencio de la noche.
Terminé a eso de las 12:30 a.m. y como no tenía sueño y llevaba un par de días sin leer, me metí a la cama y me zampé un capítulo de La casa de los espíritus. Son capítulos largos y siempre he dicho que prefiero los capítulos cortos, sobre todo para no dejarlos por la mitad, pero la prosa de isabel Allende es tan envolvente que no he tenido problemas con eso.
Ayer fue día
Día.
¿Malo, bueno?
Podría decir que lo primero, pero también lo segundo. Los absolutos, creo, no existen.
A eso de las 9 de la mañana me propuse dibujar para el reto de inktober. El tema era goteo, así que seleccioné unas fotos de ojos llorosos, y cuando me decidí por una, mis trazos fallaban una y otra vez.
Hacía medio día me comenzó un dolor de cabeza en el costado derecho y a los pocos minutos se intensificó. ¿Solución? Almuerzo, pastilla y echarme a dormir. Sentía sueño y pensé que una siesta era lo que necesitaba para reponerme del malestar.
Pasé unos 20 minutos tumbado en la cama y el sueño no aparecía, así que me levanté y di un par de vueltas por la casa con una nube de mal genio encima de mi cabeza.
Luego volví al cuarto a obligarme a dormir. Lo logré, pero fue un sueño intranquilo, una especie de duermevela que no me dejo salir de la frontera que separa el territorio del sueño y la vigilia. Pisé la realidad a eso de las 7:30. El dolor de cabeza se había esfumado por completo y pensé de nuevo en el dibujo. Putos ojos que no logré dibujar. Me levanté directo a mi escritorio para comenzar un nuevo dibujo.
Necesitaba aislarme, así que me puse los audífonos, mientras decidía qué canción iba a escuchar. De ese lugar extraño de donde provienen las ideas y los recuerdos, se me aparecieron dos palabras en inglés: Virtual Insanity. Sí, Jamiroquai era justo lo que necesitaba escuchar en es momento, pero como la sesión de dibujo se iba a alargar, necesitaba más de una canción para ella, entonces puse el Travelling Without Moving. ¿Qué mejor que escuchar ese disco mientras se dibuja? Dibujar, pienso, es viajar bien adentro sin desplazarse, ¿acaso no?. Cuando se acabó ese disco busqué el Amorica de los Black Crowes, mi preferido de esa banda.
Terminé el dibujo a las 9:30, justo cuando el estómago me reclamaba algo de comida. Fui a la cocina, caliente una almojábana con bocadillo por dentro, y me serví agua con dos cubos de hielo.
Volví a mi escritorio a las 10 para echarle tinta al dibujo y difuminar distintos tonos de negro. En ese proceso ya no puse más música, pues me pareció suficiente el silencio de la noche.
Terminé a eso de las 12:30 a.m. y como no tenía sueño y llevaba un par de días sin leer, me metí a la cama y me zampé un capítulo de La casa de los espíritus. Son capítulos largos y siempre he dicho que prefiero los capítulos cortos, sobre todo para no dejarlos por la mitad, pero la prosa de isabel Allende es tan envolvente que no he tenido problemas con eso.
viernes, 6 de octubre de 2023
La libertad
Es una mera ilusión.
La semana pasada decidí participar en Inktober y después de perderme el primer prompt, dibujé el segundo y estaba listo para hacerlo los 29 días que le restaban al mes. De repente me salió un viaje de último momento y todos mis planes se vinieron al suelo.
Pensé en llevarme mi libreta, lápices y rapidografos, pero me dio pereza trastearlos, entonces solo empaqué el Kindle, con la esperanza de leer un poco. Al final las vueltas que tenía que hacer consumieron todo mi tiempo y no leí ni dibujé ni nada. Pasé un par de horas metido en trancones y ya, lo que confirmó que cada vez quiero estar más alejado del caos y ritmo frenético de las grandes ciudades.
Todo eso me hizo pensar que ese cuentico del libre albedrío es mentira. Que tener la posibilidad de elegir o planificar nuestra vida es una simple ilusión y que el caminao’ se nos puede torcer en medio segundo.
Algo que sí hice, y que sé hacer muy bien, fue estar de malas pulgas, porque me da rabia no poder hacer algo que me propongo, mucho más cuando tiene que ver con leer, dibujar o escribir.
Para completar, una de las vueltas que tuve que hacer fue en una entidad pública, con tan mala suerte que coincidió con el simulacro de sismo, entonces tuve que participar de la actividad y formar filas con los funcionarios de la entidad, detrás de unas personas con unas paletas en las manos. Eso a la larga no fue nada. Lo que sí me pareció un despropósito fue quedarnos en el parqueadero por más de 40 minutos con un sol inclemente sobre nuestras cabezas y ningún lugar para tomar sombra.
lunes, 2 de octubre de 2023
Hacer lo que a uno le gusta
Resulta pasa y acontece que estamos en el mes de Inktober, ya saben, ese reto de dibujar seguido por 31 días.
Pues bien, tenía pensado participar, pero el primer día me invadió la pereza de todos mis ancestros y decidí no hacerlo.
Lo de la pereza fue más bien una simple excusa. La verdad es que me comencé a dar palo yo mismo, pensando vainas del estilo: ¿va a perder tiempo en eso?, ¿qué le deja? ¡Revísese hombre!
Pues bien, tenía pensado participar, pero el primer día me invadió la pereza de todos mis ancestros y decidí no hacerlo.
Lo de la pereza fue más bien una simple excusa. La verdad es que me comencé a dar palo yo mismo, pensando vainas del estilo: ¿va a perder tiempo en eso?, ¿qué le deja? ¡Revísese hombre!
Uno siempre le sale a deber a uno mismo.
En estos días he pensado mucho en el deber ser de las cosas, de la vida de un adulto funcional y me estaba rayando la cabeza con el tema.
Afortunadamente leí una publicación que me hizo cambiar de opinión con respecto a participar en Inktober. Decía así:
“Lo importante no es lo que tiene fecha.
Lo que dice el jefe.
Lo que me toca.
Eso, usualmente, es lo urgente.
Lo importante es lo que me sale del corazón
Es lo que quiero hacer.
Es lo que me ayuda a crecer.
Es lo que me alimenta."
Todo el tema me hizo acordar de un libro que leí sobre la muerte y los pacientes terminales. Cuenta que las personas en ese estado siempre se arrepienten de lo que no hicieron en vida.
La autora cuenta que todos llegamos al final de nuestras vidas con una mezcla de satisfacción y arrepentimiento por nuestras experiencias, y que el único momento en que se puede ajustar esa balanza es en el ahora, mientras tenemos fuerzas para hacer cosas; precisamente esas cosas que nos “alimentan”.
Luego de eso me acorde de una cita de la novela When Nietzche Wept:
Life is a spark between two identical voids, the darkness before birth and the one after death.” isn’t it strange how we are so preoccupied with the second void and never think upon the first?”
Entonces eso: La vida es solo un chispazo y toca aprovechar cada berraco segundo para hacer esas cosas que imprimen vida.
En estos días he pensado mucho en el deber ser de las cosas, de la vida de un adulto funcional y me estaba rayando la cabeza con el tema.
Afortunadamente leí una publicación que me hizo cambiar de opinión con respecto a participar en Inktober. Decía así:
“Lo importante no es lo que tiene fecha.
Lo que dice el jefe.
Lo que me toca.
Eso, usualmente, es lo urgente.
Lo importante es lo que me sale del corazón
Es lo que quiero hacer.
Es lo que me ayuda a crecer.
Es lo que me alimenta."
Todo el tema me hizo acordar de un libro que leí sobre la muerte y los pacientes terminales. Cuenta que las personas en ese estado siempre se arrepienten de lo que no hicieron en vida.
La autora cuenta que todos llegamos al final de nuestras vidas con una mezcla de satisfacción y arrepentimiento por nuestras experiencias, y que el único momento en que se puede ajustar esa balanza es en el ahora, mientras tenemos fuerzas para hacer cosas; precisamente esas cosas que nos “alimentan”.
Luego de eso me acorde de una cita de la novela When Nietzche Wept:
Life is a spark between two identical voids, the darkness before birth and the one after death.” isn’t it strange how we are so preoccupied with the second void and never think upon the first?”
Entonces eso: La vida es solo un chispazo y toca aprovechar cada berraco segundo para hacer esas cosas que imprimen vida.
sábado, 30 de septiembre de 2023
Dejar de escribir
Llevo varios días sin escribir acá.
El motivo de mi ausencia ha sido una mezcla de aburrimiento y malestar general. Apenas pienso en escribir me da una pereza infinita de hacerlo.
Mientras estoy echado en la cama, mirando pal techo, se me han ocurrido muchas ideas. Hay quienes dicen que también se escribe cuando no se escribe. Que el simple hecho de tejer fantasías en la cabeza vale como escritura. No sé, a mi me parece una idea romántica y pienso que escritura solo hay una: poner una palabra delante de la otra.
También me ha pasado que he preferido leer antes que escribir. Eso me recuerda lo que cuenta Rosa Montero en su libro La loca de la casa, sobre el ensayo Letra Herida de Nuria Amat.
Amat le propone a los escritores una pregunta cruel: "¿Si tuvieras que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca jamás, ¿qué escogerías?" Yo lo tengo claro. Escogería la primera opción. Montero también, y a modo de juego le ha planteado la misma pregunta a los escritores con los que se encuentra. Cuenta que por lo menos el noventa por ciento, o incluso más, escogen la lectura sobre la escritura.
“Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea.”, concluye la escritora española y estoy completamente de acuerdo. Antes de ser escritor uno es lector, y un lector que quiere ser escritor, debe ser un lector voraz, "desbordado por la ansiosa hambruna de palabras", anota Montero.
El motivo de mi ausencia ha sido una mezcla de aburrimiento y malestar general. Apenas pienso en escribir me da una pereza infinita de hacerlo.
Mientras estoy echado en la cama, mirando pal techo, se me han ocurrido muchas ideas. Hay quienes dicen que también se escribe cuando no se escribe. Que el simple hecho de tejer fantasías en la cabeza vale como escritura. No sé, a mi me parece una idea romántica y pienso que escritura solo hay una: poner una palabra delante de la otra.
También me ha pasado que he preferido leer antes que escribir. Eso me recuerda lo que cuenta Rosa Montero en su libro La loca de la casa, sobre el ensayo Letra Herida de Nuria Amat.
Amat le propone a los escritores una pregunta cruel: "¿Si tuvieras que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca jamás, ¿qué escogerías?" Yo lo tengo claro. Escogería la primera opción. Montero también, y a modo de juego le ha planteado la misma pregunta a los escritores con los que se encuentra. Cuenta que por lo menos el noventa por ciento, o incluso más, escogen la lectura sobre la escritura.
“Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea.”, concluye la escritora española y estoy completamente de acuerdo. Antes de ser escritor uno es lector, y un lector que quiere ser escritor, debe ser un lector voraz, "desbordado por la ansiosa hambruna de palabras", anota Montero.
Como la lectura es tan importante en nuestras vidas, Montero concluye que la muerte también es lectora. De ahí la importancia de andar siempre con un libro en la mano, porque si te topas con ella en el transporte público, por ejemplo, y ve el libro, se interesa más por él, se distrae y te deja en paz.
viernes, 22 de septiembre de 2023
Bola curva
Hace poco la vida me lanzó una bola curva y no he agarrado el bate.
Estoy mirando qué hacer con ella. Lo ideal sería batearla, marcar un Home Run y sanseacabó el asunto, ¿no? El punto es que no ha llegado ese momento, apenas viene hacia mí la condenada.
Es extraño porque a ratos la olvido por completo y en otros momentos siento una angustia tremenda, la maldita incertidumbre me come la cabeza y me pregunto: ¿qué carajos voy a hacer?
Así que, para no echarle más leña al fuego, por el momento he decidido no actuar o como leí hace poco: ajustarme el cinturón de seguridad y dejar que caigan las hojas del calendario.
La filosofía china del Tao llama Wu Wei a esa conducta, a ese no actuar, que dista mucho de no hacer nada. A grandes rasgos consiste en resistir los embistes del mar de la vida, hasta que la marea se calme.
Eso hago entonces: esperar a que la bola curva esté a una distancia prudente para hacer swing con el bate y mirar si la impacto o la vida me hace strike, ¿qué más da?, igual no sería el primero que me como.
Mientras tanto leo, creo que es algo que se me da bien, ¿a quién no? Seguro a alguien que no sepa hacerlo, en fin. El punto es que Leer y escribir, y también dibujar, son actividades que no dejan que me desfase hacia atrás ni hacia adelante. Me anclan al presente.
Bien lo dice Pedro Mairal en un artículo: Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero bien significa presente, estar bien ahí, bien plantado, estar muy, estar plus, estar más, hiper estar.
De eso, creo, se trata todo, de Hiper estar en la vida, sino que lo hemos olvidado.
Estoy mirando qué hacer con ella. Lo ideal sería batearla, marcar un Home Run y sanseacabó el asunto, ¿no? El punto es que no ha llegado ese momento, apenas viene hacia mí la condenada.
Es extraño porque a ratos la olvido por completo y en otros momentos siento una angustia tremenda, la maldita incertidumbre me come la cabeza y me pregunto: ¿qué carajos voy a hacer?
Así que, para no echarle más leña al fuego, por el momento he decidido no actuar o como leí hace poco: ajustarme el cinturón de seguridad y dejar que caigan las hojas del calendario.
La filosofía china del Tao llama Wu Wei a esa conducta, a ese no actuar, que dista mucho de no hacer nada. A grandes rasgos consiste en resistir los embistes del mar de la vida, hasta que la marea se calme.
Eso hago entonces: esperar a que la bola curva esté a una distancia prudente para hacer swing con el bate y mirar si la impacto o la vida me hace strike, ¿qué más da?, igual no sería el primero que me como.
Mientras tanto leo, creo que es algo que se me da bien, ¿a quién no? Seguro a alguien que no sepa hacerlo, en fin. El punto es que Leer y escribir, y también dibujar, son actividades que no dejan que me desfase hacia atrás ni hacia adelante. Me anclan al presente.
Bien lo dice Pedro Mairal en un artículo: Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero bien significa presente, estar bien ahí, bien plantado, estar muy, estar plus, estar más, hiper estar.
De eso, creo, se trata todo, de Hiper estar en la vida, sino que lo hemos olvidado.
miércoles, 20 de septiembre de 2023
Escritura verdadera
Continuo con mi racha de sequía creativa. Me dan ganas de escribir y cuando me siento a hacerlo ningún tema se me viene a la cabeza. Esto me obliga a repetirme, a tocar este tema una vez más, a contarles que no tengo idea sobre qué escribir, y estoy casi seguro que lo repetiré en un futuro.
De pronto no sirvo para esto de la escritura. Recuerdo que una vez una mujer preguntó en Linkedin: ¿A que qué edad comenzaron a escribir de verdad y publicaron su primer libro?
Tuve muchas ganas de dejarle un comentario, de mencionarle que si existe una escritura verdadera, también debe existir su contraparte, la falsa. O si no ¿qué nombre llevarían estas palabras, sin nunca van a ser publicadas?
No lo hice porque me da una pereza infinita interactuar con desconocidos en redes sociales, y más que eso me aburre armar polémica. Pero como el tema no dejaba de rondarme la cabeza, escribí una columna en la que hablaba sobre la escritora Sara Jaramillo Klinkert y la forma en que escribió su segunda Novela Donde Cantan las ballenas.
Klinkert terminó de escribir esa novela una choza con vista hacia el mar, un lugar perdido, sin señal de celular a varios kilómetros a la redonda. Su meta era permanecer en ese lugar hasta que se le acabara la comida.
De pronto no sirvo para esto de la escritura. Recuerdo que una vez una mujer preguntó en Linkedin: ¿A que qué edad comenzaron a escribir de verdad y publicaron su primer libro?
Tuve muchas ganas de dejarle un comentario, de mencionarle que si existe una escritura verdadera, también debe existir su contraparte, la falsa. O si no ¿qué nombre llevarían estas palabras, sin nunca van a ser publicadas?
No lo hice porque me da una pereza infinita interactuar con desconocidos en redes sociales, y más que eso me aburre armar polémica. Pero como el tema no dejaba de rondarme la cabeza, escribí una columna en la que hablaba sobre la escritora Sara Jaramillo Klinkert y la forma en que escribió su segunda Novela Donde Cantan las ballenas.
Klinkert terminó de escribir esa novela una choza con vista hacia el mar, un lugar perdido, sin señal de celular a varios kilómetros a la redonda. Su meta era permanecer en ese lugar hasta que se le acabara la comida.
Eso, renunciar a casi todo para dedicarse a la escritura, debería llamarse escribir de verdad. A la larga, lo de publicar libros es un efecto secundario de la escritura, pero nunca, creo, debe ser el fin último.
Si no conquistáis la ingenuidad, tampoco lograréis escribir bien.
Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.
– La vida a ratos –
lunes, 18 de septiembre de 2023
En automático
Hace tiempo que no dedico ningún espacio del día a pensar sobre qué escribir. Por eso cuando me siento en el escritorio, hay ocasiones en las que me cuesta un montón arrejuntar unas cuantas palabras.
Lo de pensar sobre escribir puede sonar arrogante, pero no es así. No es que busque temas trascendentales o que le vayan a cambiar la vida a alguien después de leerlos, sino puede ser cualquier cosa: un recuerdo, algo que vi o que me paso en el día.
De pronto ocurren pocas cosas en mi vida. Me pregunto si será mejor vivir rápido o despacio. Los budistas, imagino, dirían que mejor lo segundo y les doy la razón. Hay que aprender a bajar los cambios.
Todo esto para decirles que busqué cinco palabras aleatorias para escribir algo relacionado con ellas y me salieron: Dañado, receta, reproductor, golpe y lento.
Cuando estoy muy en la mala de temas, acudo a la escritura automática, que es como vomitar palabras, sin importar si el texto que logro tienen mucho sentido o no.
Hace poco estaba viendo televisión y se fue la luz. Todos los aparatos electrodomésticos de la casa se descargaron con un sonido de golpe seco. Por un segundo pensé que algunos se iban a dañar. Solo imagínense si uno fuera un aparato que recibe corriente todo el día y de repente se la cortan sin avisar. Debe ser traumático. Con razón que algunas rupturas amorosas son devastadoras, ¿acaso no?, en fin.
Pienso en la nevera y los alimentos que guarda. ¿Cuánto tiempo pueden durar sin refrigeración? Llego a la conclusión que tendría que ser un apagón muy berraco, uno de días, para que se malograran.
También pienso en la receta de torta de manzana que tengo pegada en la puerta de la nevera. Es una preparación a la que le guardo mucho cariño, porque fue de las pocas que aprendí y perfeccioné durante la pandemia. Me recuerda a la torta de manzana que vendían en la librería Prólogo, cuando tenía su sede en la calle 97.
También me viene a la mente el gran apagón que cuentan, ocurrió en Nueva York. Buscando en internet, me enteró de que fue en 1977, duró 24 horas y desató el caos en esa ciudad.
Si algo bueno tiene que se vaya la luz es que nos obliga a vivir más despacio. Es uno de los pocos momentos en los que la vida se hace más lenta, parece que todo se puede apreciar con más calma. Tal vez lo mejor que puede pasar es que el celular este descargado cuando eso ocurra.
Cabe anotar, estimado lector, que no se me ocurre como incorporar la palara reproductor, pero ¿para qué forzar las cosas? Seguro que existirán mil formas de relacionarla con algo de lo que he escrito, pero siento que voy a llegar al punto final y no se me va a aparecer ninguna idea; un apagón en el cerebro.
Lo de pensar sobre escribir puede sonar arrogante, pero no es así. No es que busque temas trascendentales o que le vayan a cambiar la vida a alguien después de leerlos, sino puede ser cualquier cosa: un recuerdo, algo que vi o que me paso en el día.
De pronto ocurren pocas cosas en mi vida. Me pregunto si será mejor vivir rápido o despacio. Los budistas, imagino, dirían que mejor lo segundo y les doy la razón. Hay que aprender a bajar los cambios.
Todo esto para decirles que busqué cinco palabras aleatorias para escribir algo relacionado con ellas y me salieron: Dañado, receta, reproductor, golpe y lento.
Cuando estoy muy en la mala de temas, acudo a la escritura automática, que es como vomitar palabras, sin importar si el texto que logro tienen mucho sentido o no.
Hace poco estaba viendo televisión y se fue la luz. Todos los aparatos electrodomésticos de la casa se descargaron con un sonido de golpe seco. Por un segundo pensé que algunos se iban a dañar. Solo imagínense si uno fuera un aparato que recibe corriente todo el día y de repente se la cortan sin avisar. Debe ser traumático. Con razón que algunas rupturas amorosas son devastadoras, ¿acaso no?, en fin.
Pienso en la nevera y los alimentos que guarda. ¿Cuánto tiempo pueden durar sin refrigeración? Llego a la conclusión que tendría que ser un apagón muy berraco, uno de días, para que se malograran.
También pienso en la receta de torta de manzana que tengo pegada en la puerta de la nevera. Es una preparación a la que le guardo mucho cariño, porque fue de las pocas que aprendí y perfeccioné durante la pandemia. Me recuerda a la torta de manzana que vendían en la librería Prólogo, cuando tenía su sede en la calle 97.
También me viene a la mente el gran apagón que cuentan, ocurrió en Nueva York. Buscando en internet, me enteró de que fue en 1977, duró 24 horas y desató el caos en esa ciudad.
Si algo bueno tiene que se vaya la luz es que nos obliga a vivir más despacio. Es uno de los pocos momentos en los que la vida se hace más lenta, parece que todo se puede apreciar con más calma. Tal vez lo mejor que puede pasar es que el celular este descargado cuando eso ocurra.
Cabe anotar, estimado lector, que no se me ocurre como incorporar la palara reproductor, pero ¿para qué forzar las cosas? Seguro que existirán mil formas de relacionarla con algo de lo que he escrito, pero siento que voy a llegar al punto final y no se me va a aparecer ninguna idea; un apagón en el cerebro.
jueves, 14 de septiembre de 2023
Dicen cosas
Dicen varias cosas sobre mi cuento. Una de ellas es que está bien escrito, pero que le hace falta una historia. “¿Cómo?”, me pregunto. De ser así perdí el tiempo y solo es un arrume de letras. Puede que sea cierto. A veces uno no da pie con bola con lo que escribe y ya está. En esos casos no queda más que probar a ver si la edición lo mejora o, si está muy mal, borrarlo todo y olvidarse de lo que se escribió.
Es el cuento sobre el día de la ejecución de un hombre en el corredor de la muerte. C. dice eso de mi cuento pues siente que le hacen falta flashbacks, que necesita saber más acerca de Baxter Jones, el presunto asesino, y el crimen que cometió.
Los únicos apartes en los que voy al pasado son diálogos que el narrador recuerda de conversaciones que sostuvo con Jones. De resto, en cuanto a estructura, es un cuento simple: El guardia lo narra en primera persona y se deja claro desde el principio que Jones va a morir y Billy, el guardia, narra todo el procedimiento con lujo de detalle.
Le digo a C. que lo escribí de esa manera, porque si me pongo a hurgar en la vida de Jones, el cuento se descontrola y se me sale de las manos, pues la historia daría para una novela y es un cuento de meras 6 páginas.
Rosa Montero dice que las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que cabe casi todo, mientras que los cuentos ayudan a salir de bloqueos creativos y pueden ser una especie de sonda lanzada hacia un nuevo campo de expresión.
Dicen cosas, hay que hacer caso de algunas y olvidar otras.
Es el cuento sobre el día de la ejecución de un hombre en el corredor de la muerte. C. dice eso de mi cuento pues siente que le hacen falta flashbacks, que necesita saber más acerca de Baxter Jones, el presunto asesino, y el crimen que cometió.
Los únicos apartes en los que voy al pasado son diálogos que el narrador recuerda de conversaciones que sostuvo con Jones. De resto, en cuanto a estructura, es un cuento simple: El guardia lo narra en primera persona y se deja claro desde el principio que Jones va a morir y Billy, el guardia, narra todo el procedimiento con lujo de detalle.
Le digo a C. que lo escribí de esa manera, porque si me pongo a hurgar en la vida de Jones, el cuento se descontrola y se me sale de las manos, pues la historia daría para una novela y es un cuento de meras 6 páginas.
Rosa Montero dice que las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que cabe casi todo, mientras que los cuentos ayudan a salir de bloqueos creativos y pueden ser una especie de sonda lanzada hacia un nuevo campo de expresión.
Dicen cosas, hay que hacer caso de algunas y olvidar otras.
miércoles, 13 de septiembre de 2023
La vidente
A veces miro la bandeja de spam, pues pienso ¿qué tal que un email que me va a cambiar la vida esté en esa carpeta por X o Y motivo?, así que le doy una hojeada rápido, para convencerme siempre de lo mismo: la inexistencia de ese email.
Sin embargo, hoy hay uno que me llama la atención. Su remitente es Clara, una vidente en línea.
Luego de dar clic en él, Clara me cuenta que hoy es mi día de suerte y que tengo derecho a sus servicios de clarividencia 100% gratis. Ya decía yo que algo bueno debía sacar de perder tiempo mirando la carpeta de spam.
Hay un botón que dice “Ver más”, ¿qué tal que el correo de Clara sea el que he estado esperando, el que me va a cambiar la vida? Me digo que de pronto es así, pulso el botón y caigo en una ventana de chat.
La mismísima Clara me saluda y me cuenta que me estaba esperando. Luego dice que está teniendo un presentimiento, ¿qué será?
“Bogotá… ¿Esta ciudad significa algo para ti?”, me pregunta. Caos, pienso responderle, pero no me da tiempo y me dice que quiere hacerme un regalo: una predicción gratuita. Además, va a revelarme cuál es mi piedra o cristal de protección.
Me pide perdón por no haberme preguntado mi nombre y me lo pide.
“Juan”, escribo en el chat y de inmediato me pide mi fecha de nacimiento. Es rápida esta Clara, o bien, la tiene clara.
Me pide un minuto para averiguar cuál es mi piedra de protección y escribe que me enviará la información tan pronto interprete mis datos.
Se demora menos de un minuto haciendo esa interpretación, y me informa que mi piedra de luz es el Lapislázuli.
Al ser esa mi piedra, Clara dice que soy una persona particularmente sensible, con capacidades extrasensoriales en mi interior (las imagino en el estómago, ¿dónde más?). También dice que soy una persona recta, honesta, y fiel en la amistad.
Sin embargo, hoy hay uno que me llama la atención. Su remitente es Clara, una vidente en línea.
Luego de dar clic en él, Clara me cuenta que hoy es mi día de suerte y que tengo derecho a sus servicios de clarividencia 100% gratis. Ya decía yo que algo bueno debía sacar de perder tiempo mirando la carpeta de spam.
Hay un botón que dice “Ver más”, ¿qué tal que el correo de Clara sea el que he estado esperando, el que me va a cambiar la vida? Me digo que de pronto es así, pulso el botón y caigo en una ventana de chat.
La mismísima Clara me saluda y me cuenta que me estaba esperando. Luego dice que está teniendo un presentimiento, ¿qué será?
“Bogotá… ¿Esta ciudad significa algo para ti?”, me pregunta. Caos, pienso responderle, pero no me da tiempo y me dice que quiere hacerme un regalo: una predicción gratuita. Además, va a revelarme cuál es mi piedra o cristal de protección.
Me pide perdón por no haberme preguntado mi nombre y me lo pide.
“Juan”, escribo en el chat y de inmediato me pide mi fecha de nacimiento. Es rápida esta Clara, o bien, la tiene clara.
Me pide un minuto para averiguar cuál es mi piedra de protección y escribe que me enviará la información tan pronto interprete mis datos.
Se demora menos de un minuto haciendo esa interpretación, y me informa que mi piedra de luz es el Lapislázuli.
Al ser esa mi piedra, Clara dice que soy una persona particularmente sensible, con capacidades extrasensoriales en mi interior (las imagino en el estómago, ¿dónde más?). También dice que soy una persona recta, honesta, y fiel en la amistad.
Concluye que al entrar en contacto con el lapislázuli voy a incrementar mi entendimiento de los demás. Y voy a poder tomar control absoluto de mi vida.
Antes de despedirse Clara me cuenta que debo exponer la piedra a los rayos lunares y tenerla cerca para aprovechar su energía.
Antes de despedirse Clara me cuenta que debo exponer la piedra a los rayos lunares y tenerla cerca para aprovechar su energía.
martes, 12 de septiembre de 2023
Isabel Allende es mala escritora
No lo digo yo. Lo dijo Roberto Bolaño hace unos años, cuando la escritora fue nominada en 2002 al premio Nacional de literatura en Chile: “Me parece una mala escritora simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea escritora, es una escribidora”.
La palabra escribidora no está en el diccionario de la RAE, pero Google dice que significa mal escritor. Según Bolaño, Allende desvirtuaba las letras chilenas.
No entiendo cuál es el afán de criticar a los demás. ¿Acaso no es mejor concentrarse en el trabajo que uno hace y ya está? A mí me gusta como escribe Isabel Allende, y sostengo mi postura ante mil Bolaños.
Otra vez el algoritmo me bota al escritor Chileno, y no paro de leer comentarios de personas que lo idolatran, que era un grande, un dios de la literatura, etc. Pero vuelvo y repito, a mí me costó un trabajo infinito terminar de leer 2666 y aunque digan que es su obra cumbre no me enganchó.
De pronto fue por la expectativa que tenía de ese autor o porque no debí comenzar por ese libro. Puede que sea eso, que para encontrarle el gusto a un escritor, quizá sea necesario leer su obra en un determinado orden, o simplemente no me gustó y ya está, qué sé yo.
El punto es que no puedo con la superioridad moral de nadie por más grande que, se supone, sea.
Pero bueno tampoco es para amargarse tanto, ¿no? Bolaño estaba en todo su derecho de despotricar sobre quien le diera la gana y si eso pensaba de Isabel allende pues ni modo.
Al final ella saldó el asunto con algo que dijo en una entrevista: “la literatura es subjetiva. No puedo pretender gustarle a todo el mundo, eso es imposible”.
La palabra escribidora no está en el diccionario de la RAE, pero Google dice que significa mal escritor. Según Bolaño, Allende desvirtuaba las letras chilenas.
No entiendo cuál es el afán de criticar a los demás. ¿Acaso no es mejor concentrarse en el trabajo que uno hace y ya está? A mí me gusta como escribe Isabel Allende, y sostengo mi postura ante mil Bolaños.
Otra vez el algoritmo me bota al escritor Chileno, y no paro de leer comentarios de personas que lo idolatran, que era un grande, un dios de la literatura, etc. Pero vuelvo y repito, a mí me costó un trabajo infinito terminar de leer 2666 y aunque digan que es su obra cumbre no me enganchó.
De pronto fue por la expectativa que tenía de ese autor o porque no debí comenzar por ese libro. Puede que sea eso, que para encontrarle el gusto a un escritor, quizá sea necesario leer su obra en un determinado orden, o simplemente no me gustó y ya está, qué sé yo.
El punto es que no puedo con la superioridad moral de nadie por más grande que, se supone, sea.
Pero bueno tampoco es para amargarse tanto, ¿no? Bolaño estaba en todo su derecho de despotricar sobre quien le diera la gana y si eso pensaba de Isabel allende pues ni modo.
Al final ella saldó el asunto con algo que dijo en una entrevista: “la literatura es subjetiva. No puedo pretender gustarle a todo el mundo, eso es imposible”.
lunes, 11 de septiembre de 2023
Brazo tieso
Leo una novela en la que una mujer está en estado de coma, pero es consciente de lo que ocurre a su alrededor. No sé si es sea posible o si es una licencia de ficción que se da la autora.
Mientras leo no puedo evitar recordar la vez que desperté en un cuarto de hospital, luego de haber estado en cuidados intensivos, por culpa del accidente que me dejó el amable recordatorio.
Era muy temprano cuando abrí los ojos y todo estaba en silencio. La cortina estaba abajo, pero era muy delgada y la luz del sol alcanzaba a filtrarse e iluminaba la habitación.
Recuerdo el blanco del lugar, las paredes, las sábanas, todo era de ese color o todos los objetos parecían desprenderlo. Moví mi brazo y mano derechos y cuando iba a mover el izquierdo no pude. Me concentre casi hasta nivel Jedi, pero nada, ni un solo dedo se movió; el brazo seguía tendido sobre la cama como un objeto inanimado. Al poco tiempo me entré que el accidente me había causado hemiplejía.
Al poco tiempo me aburrí de concentrarme para hacer mover el brazo y lo deje ser. También me recuerdo que pensé: “Bueno, al parecer estoy en un hospital y algo muy grave me pasó, pero si estoy aquí me van a cuidar y me voy a recuperar.
No sé de dónde salió ese positivismo tan bárbaro, pero doy gracias de que fuera así, porque si me hubiera echado a la pena, seguro no me habría recuperado tan rápido.
Mientras leo no puedo evitar recordar la vez que desperté en un cuarto de hospital, luego de haber estado en cuidados intensivos, por culpa del accidente que me dejó el amable recordatorio.
Era muy temprano cuando abrí los ojos y todo estaba en silencio. La cortina estaba abajo, pero era muy delgada y la luz del sol alcanzaba a filtrarse e iluminaba la habitación.
Recuerdo el blanco del lugar, las paredes, las sábanas, todo era de ese color o todos los objetos parecían desprenderlo. Moví mi brazo y mano derechos y cuando iba a mover el izquierdo no pude. Me concentre casi hasta nivel Jedi, pero nada, ni un solo dedo se movió; el brazo seguía tendido sobre la cama como un objeto inanimado. Al poco tiempo me entré que el accidente me había causado hemiplejía.
Al poco tiempo me aburrí de concentrarme para hacer mover el brazo y lo deje ser. También me recuerdo que pensé: “Bueno, al parecer estoy en un hospital y algo muy grave me pasó, pero si estoy aquí me van a cuidar y me voy a recuperar.
No sé de dónde salió ese positivismo tan bárbaro, pero doy gracias de que fuera así, porque si me hubiera echado a la pena, seguro no me habría recuperado tan rápido.
jueves, 7 de septiembre de 2023
Alma en pena
Hoy me pasa lo mismo: me siento a escribir tarde. Disculpen ustedes que me repita.
Hay días, como este, que se van por entre un tubo. Parece que solo estuvieran conformados por un par de horas, en vez de las 24 reglamentarias. Cuando hablo de que me pasa lo mismo, también me refiero a que no tengo ni idea sobre qué escribir. Por otro lado, también tengo ganas de leer antes de que este día, de solo un par de horas, se acabe.
Hace un rato tenía la puerta del cuarto abierta y se escuchaban ruidos en la cocina. Las casas crujen mucho por la noche. Creo que lo sonidos provienen del congelador de la nevera, o puede que no sea así porque a veces los sonidos son como si alguien se diera un trancazo contra un mueble.
Puede ser que en este momento un alma en pena o un fantasma (¿son lo mismo?) o quién sabe qué, se esté paseando por la sala, esperando a ver qué incauto se atreve a investigar de donde proviene los sonidos. Se jodieron porque no voy a ser yo. Por eso me caso con la idea del congelador. A veces es bueno autoconvencerse de cosas para no sufrir. De cierta forma es mentirse, pero las mentiras también hacen parte de la vida, ¿acaso no?
Ahora un perro ladra. Créanme, es verdad. Podría ser una salida barata para escribir otro puñado de palabras, pero uno de esos animales no se cansa de hacerlo. Dicen que los perros presienten cosas paranormales, entonces puede ser que el animal le este ladrando al alma en pena que hace un rato estaba en la casa.
Sea como sea, no tengo ganas de ir a averiguar si es así. El cuarto como trinchera.
Los mantendré informados.
Hay días, como este, que se van por entre un tubo. Parece que solo estuvieran conformados por un par de horas, en vez de las 24 reglamentarias. Cuando hablo de que me pasa lo mismo, también me refiero a que no tengo ni idea sobre qué escribir. Por otro lado, también tengo ganas de leer antes de que este día, de solo un par de horas, se acabe.
Hace un rato tenía la puerta del cuarto abierta y se escuchaban ruidos en la cocina. Las casas crujen mucho por la noche. Creo que lo sonidos provienen del congelador de la nevera, o puede que no sea así porque a veces los sonidos son como si alguien se diera un trancazo contra un mueble.
Puede ser que en este momento un alma en pena o un fantasma (¿son lo mismo?) o quién sabe qué, se esté paseando por la sala, esperando a ver qué incauto se atreve a investigar de donde proviene los sonidos. Se jodieron porque no voy a ser yo. Por eso me caso con la idea del congelador. A veces es bueno autoconvencerse de cosas para no sufrir. De cierta forma es mentirse, pero las mentiras también hacen parte de la vida, ¿acaso no?
Ahora un perro ladra. Créanme, es verdad. Podría ser una salida barata para escribir otro puñado de palabras, pero uno de esos animales no se cansa de hacerlo. Dicen que los perros presienten cosas paranormales, entonces puede ser que el animal le este ladrando al alma en pena que hace un rato estaba en la casa.
Sea como sea, no tengo ganas de ir a averiguar si es así. El cuarto como trinchera.
Los mantendré informados.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
Baldado de agua fría
El discurso del cura en el funeral me parece sensato. No habla de forma mística, ya saben, sobre la eternidad y esas cosas, sino que dice que siempre que ocurre una muerte es uno de los momentos más desconcertantes, y que entonces llegan las preguntas: ¿Por qué?
Me hace pensar en el sentido de la vida. ¿Será que tiene alguno?, me pregunto. Llego a la conclusión de que la vida no es más que recibir un baldado de agua fría detrás de otro y que no tiene mucho sentido y que en vez de disfrutar los breves instantes de felicidad, nos la complicamos al tratar de racionalizar todo, de hacerlo entendible.
Pienso en algo que dice el narrador de Temblor la novela de Rosa Montero, que le sigue los pasos a Agua Fría, su protagonista:
“Apenas si somos una mota del polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, y, pese a ello, hemos entablado un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar”
“Lo que nos humaniza, lo que nos diferencia de los animales, es precisamente esa desfachatada ambición de ser felices. De controlar nuestras vidas y convertirnos en nuestros propios dioses”
Me acuerdo también de algo que dice Sándor Márai en sus diarios: “La vida es casual, no tiene sentido ni utilidad alguna. La muerte es la consecuencia inevitable de la casualidad, y tampoco tiene sentido ni utilidad.
Pero bueno, ¿para qué matarse la cabeza a punta de preguntas? Imagino que lo que debemos hacer es vivir la vida lo mejor que podamos, teniendo muy en cuenta las primeras líneas de La Carne, otra novela de Rosa Montero.
“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y efímero, que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”.
Me hace pensar en el sentido de la vida. ¿Será que tiene alguno?, me pregunto. Llego a la conclusión de que la vida no es más que recibir un baldado de agua fría detrás de otro y que no tiene mucho sentido y que en vez de disfrutar los breves instantes de felicidad, nos la complicamos al tratar de racionalizar todo, de hacerlo entendible.
Pienso en algo que dice el narrador de Temblor la novela de Rosa Montero, que le sigue los pasos a Agua Fría, su protagonista:
“Apenas si somos una mota del polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, y, pese a ello, hemos entablado un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar”
“Lo que nos humaniza, lo que nos diferencia de los animales, es precisamente esa desfachatada ambición de ser felices. De controlar nuestras vidas y convertirnos en nuestros propios dioses”
Me acuerdo también de algo que dice Sándor Márai en sus diarios: “La vida es casual, no tiene sentido ni utilidad alguna. La muerte es la consecuencia inevitable de la casualidad, y tampoco tiene sentido ni utilidad.
Pero bueno, ¿para qué matarse la cabeza a punta de preguntas? Imagino que lo que debemos hacer es vivir la vida lo mejor que podamos, teniendo muy en cuenta las primeras líneas de La Carne, otra novela de Rosa Montero.
“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y efímero, que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”.
martes, 5 de septiembre de 2023
10.37 p.m.
Estoy cansado. Por eso no me esfuerzo en buscarle un título a este post y me limito a ponerle la hora en que comienzo a escribirlo.
Tenía pensado escribir algo, lo que fuera, más temprano, pero me puse a editar un cuento que, si no estoy mal, va en su cuarta versión. Ahí se me fue el tiempo. Trata sobre un preso condenado en el corredor de la muerte y narra el día de su ejecución.
El cambio más drástico que le hice fue hacia el final, cuando le preguntan al asesino si tiene algo por decir. El hombre se queda callado unos instantes y cuando parece que no va a decir nada, finalmente dice algo.
La frase que tenía la considere simple, no sé, pensé que sería algo que una persona en esa situación no se le ocurriría decir. En resumidas cuentas, necesitaba una línea que agregara un poco de drama. Ojalá lo haya conseguido. A veces uno siente que una frase está bien y es una completa basura, y otras que uno cree que no funcionan terminan gustándole a las personas, en fin.
Ahora son las 10.45 p.m. y no se me ocurre que más contarles. Me acordé de algo más: Mañana tengo un funeral y me dan una pereza infinita esos rituales. Uno se debería morir sin tanto bombo. Siempre le pongo atención a lo que dicen los curas en esas ceremonias y me parecen mensajes encriptados que solo entienden ellos. Hablan mucho sobre la eternidad y otro poco de conceptos abstractos que, me atrevo a pensar, no son tan efectivos contrarrestando el dolor que sienten los familiares.
También está esa frase de Dale señor el descanso eterno, que considero de película de terror.
Tal vez debería escribir un cuento sobre eso. Qué se yo, podría tratar de un cura que está harto de su trabajo y que repite lo mismo siempre, aunque no cree ni media palabra de lo que dice.
10.57p.m
Hasta mañana.
Tenía pensado escribir algo, lo que fuera, más temprano, pero me puse a editar un cuento que, si no estoy mal, va en su cuarta versión. Ahí se me fue el tiempo. Trata sobre un preso condenado en el corredor de la muerte y narra el día de su ejecución.
El cambio más drástico que le hice fue hacia el final, cuando le preguntan al asesino si tiene algo por decir. El hombre se queda callado unos instantes y cuando parece que no va a decir nada, finalmente dice algo.
La frase que tenía la considere simple, no sé, pensé que sería algo que una persona en esa situación no se le ocurriría decir. En resumidas cuentas, necesitaba una línea que agregara un poco de drama. Ojalá lo haya conseguido. A veces uno siente que una frase está bien y es una completa basura, y otras que uno cree que no funcionan terminan gustándole a las personas, en fin.
Ahora son las 10.45 p.m. y no se me ocurre que más contarles. Me acordé de algo más: Mañana tengo un funeral y me dan una pereza infinita esos rituales. Uno se debería morir sin tanto bombo. Siempre le pongo atención a lo que dicen los curas en esas ceremonias y me parecen mensajes encriptados que solo entienden ellos. Hablan mucho sobre la eternidad y otro poco de conceptos abstractos que, me atrevo a pensar, no son tan efectivos contrarrestando el dolor que sienten los familiares.
También está esa frase de Dale señor el descanso eterno, que considero de película de terror.
Tal vez debería escribir un cuento sobre eso. Qué se yo, podría tratar de un cura que está harto de su trabajo y que repite lo mismo siempre, aunque no cree ni media palabra de lo que dice.
10.57p.m
Hasta mañana.
lunes, 4 de septiembre de 2023
De las pequeñas cosas
Así se llama un libro de Antón Arrrufat, un escritor cubano.
Apareció en el trasteo y, al parecer, como su no nombre lo indica, es un libro que habla sobre cosas que pueden pasar desapercibidas. Por lo menos eso es lo que me induce a pensar los títulos de algunos capítulos que leo al azar: El álbum, El blanco, El juego de dominó, La glorieta.
Me gusta que tenga la palabra cosas en el título. Una vez oí decir a una mujer que es tutora de escritores, que está mal utilizarla. Si mal no recuerdo, decía que era una salida simple, que evidenciaba un mal uso del idioma, pero hay cosas que deben tildarse de cosas, disculpen ustedes a redundancia.
No me gustan esos consejos determinantes sobre cómo debe ser la escritura. En un taller de escritura que tomé, por ejemplo, el tallerista decía que, si uno enviaba un manuscrito a una editorial, con muchos adverbios de modo terminados en mente, era descartado de inmediato.
No lo sé, no soy lingüista. Puede que sea verdad, pero me gusta pensar que el lenguaje es moldeable y flexible y que debe haber una manera para cometer tal “error” en un texto.
En fin, me desvié del tema, de la cosa en cuestión, el libro de Arrufat. Imagino que lo leeré pronto, pero quién sabe cuando será. La rapidez con la que me antojo de libros que quiero leer es inversamente proporcional a mi velocidad de lectura.
Si no estoy mal, creo que el libro me lo regalo L. luego de ir de vacaciones a ese país. No sé por qué no lo leí en ese momento y luego lo olvidé, pues siempre trato de hacer eso, es decir, de leer los libros que me regalan y que a mí no se me habría ocurrido comprarlos porque no conocía al autor o porque de primerazo no me llamaba la atención. Pienso que es un acto de confianza y afecto por parte de quien lo regala.
Ya les contaré cómo me va con la lectura que, repito, espero que sea pronto.
Apareció en el trasteo y, al parecer, como su no nombre lo indica, es un libro que habla sobre cosas que pueden pasar desapercibidas. Por lo menos eso es lo que me induce a pensar los títulos de algunos capítulos que leo al azar: El álbum, El blanco, El juego de dominó, La glorieta.
Me gusta que tenga la palabra cosas en el título. Una vez oí decir a una mujer que es tutora de escritores, que está mal utilizarla. Si mal no recuerdo, decía que era una salida simple, que evidenciaba un mal uso del idioma, pero hay cosas que deben tildarse de cosas, disculpen ustedes a redundancia.
No me gustan esos consejos determinantes sobre cómo debe ser la escritura. En un taller de escritura que tomé, por ejemplo, el tallerista decía que, si uno enviaba un manuscrito a una editorial, con muchos adverbios de modo terminados en mente, era descartado de inmediato.
No lo sé, no soy lingüista. Puede que sea verdad, pero me gusta pensar que el lenguaje es moldeable y flexible y que debe haber una manera para cometer tal “error” en un texto.
En fin, me desvié del tema, de la cosa en cuestión, el libro de Arrufat. Imagino que lo leeré pronto, pero quién sabe cuando será. La rapidez con la que me antojo de libros que quiero leer es inversamente proporcional a mi velocidad de lectura.
Si no estoy mal, creo que el libro me lo regalo L. luego de ir de vacaciones a ese país. No sé por qué no lo leí en ese momento y luego lo olvidé, pues siempre trato de hacer eso, es decir, de leer los libros que me regalan y que a mí no se me habría ocurrido comprarlos porque no conocía al autor o porque de primerazo no me llamaba la atención. Pienso que es un acto de confianza y afecto por parte de quien lo regala.
Ya les contaré cómo me va con la lectura que, repito, espero que sea pronto.
jueves, 31 de agosto de 2023
Los detectives salvajes
Sí, la novela de Bolaño.
En estos días he visto muchos tweets que hablan sobre esa novela. Algunas personas dicen que es una obra maestra y dan a entender que Bolaño es una especie de dios de la literatura.
No puedo afirmar nada porque no la he leído.
La primera vez que escuché algo sobre ese escritor fue por L. un amigo me la presentó y me contó que también le gustaba leer mucho. A las dos semanas comenzamos a salir y nuestro plan siempre era el mismo: Comer sushi y luego ir a tomar cerveza.
Recuerdo que yo estaba forzando la situación y quería que ella me gustara sí o sí. Ella pensaba distinto y en un punto comenzó a distanciarse. De pronto la dichosa frase de: Los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad, y lo mejor sea relacionarse con personas con otros intereses, qué se yo.
Años después volví a hablar con ella y le planteé mi teoría y lo que pensaba cuando salía con ella. L. me dio la razón con sus carcajada de siempre.
En una de nuestras primeras citas me contó sobre los Detectives Salvajes y se le ilumino la cara cuando me dio un resumen de la trama. Debe ser un buen escritor, pensé. A la semana siguiente quedamos de vernos un miércoles y antes de encontrarme con ella pasé por una librería con el fin de comprar la novela. No la tenían, así que decidí llevarme 2666; una novela que me costó mucho terminar. Siempre le he echado la culpa a la extensión de los capítulos, pero puede ser que simplemente no me enganché con la historia y ya está.
En estos días he visto muchos tweets que hablan sobre esa novela. Algunas personas dicen que es una obra maestra y dan a entender que Bolaño es una especie de dios de la literatura.
No puedo afirmar nada porque no la he leído.
La primera vez que escuché algo sobre ese escritor fue por L. un amigo me la presentó y me contó que también le gustaba leer mucho. A las dos semanas comenzamos a salir y nuestro plan siempre era el mismo: Comer sushi y luego ir a tomar cerveza.
Recuerdo que yo estaba forzando la situación y quería que ella me gustara sí o sí. Ella pensaba distinto y en un punto comenzó a distanciarse. De pronto la dichosa frase de: Los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad, y lo mejor sea relacionarse con personas con otros intereses, qué se yo.
Años después volví a hablar con ella y le planteé mi teoría y lo que pensaba cuando salía con ella. L. me dio la razón con sus carcajada de siempre.
En una de nuestras primeras citas me contó sobre los Detectives Salvajes y se le ilumino la cara cuando me dio un resumen de la trama. Debe ser un buen escritor, pensé. A la semana siguiente quedamos de vernos un miércoles y antes de encontrarme con ella pasé por una librería con el fin de comprar la novela. No la tenían, así que decidí llevarme 2666; una novela que me costó mucho terminar. Siempre le he echado la culpa a la extensión de los capítulos, pero puede ser que simplemente no me enganché con la historia y ya está.