lunes, 19 de septiembre de 2016

Aretes

Llevo días sin ver mi esfero negro de gel.  Reviso otra vez mi escritorio, con su particular entropía, y no lo encuentro.  Salgo de mi casa y camino hasta una papelería para comprar uno.  

"Buenos días.  ¿tiene esferos negros de gel?"
"Si claro regáleme un momentico" 

Trato de imaginar cual es la duración de un momentico en segundos, y si es la misma unidad de tiempo para todas las personas. Llego a la conclusión de que no, que cada uno lleva tiempos diferentes  y que los "momenticos" es una medida de tiempo personal.  Tal vez esa es una de las razones para tantos malentendidos; nuestros momenticos nunca coinciden. La mujer me habla y no me deja trabajar más sobre mi teoría acerca de  "momenticos".

" ¿De qué color negro o azul?"
"Negro"
" ¿retráctil o con tapa?"
"Retráctil"
" Chino o Americano"
"Ahhh"
"¡Ja! ¿Cómo me vio ahí?" Y ríe.

Le sonrío, me gusta su actitud.  pruebo el primer esfero que me pasa y me doy cuenta que es el mismo modelo que me prestó una cajera, hace unos días,  en un banco.  Ese día me gustó firmar con ese esfero.  "Deme este" le digo mientras pienso que haberlo encontrado es una especie de señal.

En el momento que estoy sacando la billetera, llega una mujer que tiene puesto un sastre negro. "¿Tiene aretes?" pregunta "es que se me olvido ponerme unos hoy"

Volteo y miro el lóbulo de su oreja derecha.  No sé por qué quiero confirmar que no lleva aretes.

"¿Y qué pasa si sólo por hoy se queda sin aretes?" pienso preguntarle.  No lo hago, nadie quiere ser fastidiado en sus momenticos y en la forma que los utiliza; esa, tal vez, es otra de las razones por la que nos cuesta tanto entendernos, nos la pasamos fastidiando los momenticos de los demás.

La mujer de la papelería saca una tabla repleta de chispitas que brillan con la luz. "Deme estos" dice, de forma automática, la joven ejecutiva,  como si toda la compra fuera una escena ya preparada. Yo, claro, soy un extra.

Abandono la papelería.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Conversaciones en la hora de almuerzo

Hay dos momentos en el día que Clara siempre espera con ansías.  El primero es la hora de almuerzo, donde puede dejar de pensar en el trabajo y dedicarse  echar globos y también a desarrollar la trama de su novela.  El segundo el tiempo que se demora en caminar hasta el paradero del bus.

Está en un punto en el que no sabe que hacer con un personaje, pues una serie de eventos de la trama lo han dejado mal parado,  y  ahora piensa que lo mejor sería eliminarlo.  Esa sensación de poder, de ser el dios  (la diosa, en su caso, para no herir susceptibilidades de género) de un mundo, así solo  ella  lo conozca por el momento, le agrada mucho.

No quiere pensar en el trabajo que implicaría la eliminación del personaje, quizás cambiar parte de la exposición de la primera parte y arreglar otras escenas posteriores para lograr la coherencia necesaria y no perjudicar el ritmo.  Hoy fingió tener una cita médica para escaparse de un aburridor almuerzo de trabajo, y decidió prestar mucha atención a las  conversaciones ajenas, una de las habilidades más críticas de un escritor, para su sesión de trabajo narrativo en la noche.

Delante de ella, en la fila de un restaurante de comida rápida, un hombre y una mujer hablan animadamente sobre trabajo  "¿Por qué hablan de trabajo en la hora de almuerzo?  ¿Acaso no son suficiente las 7 horas restantes para hacerlo?  La mujer habla sobre una inversión millonaria y le cuenta a su compañero que el próximo viernes va a asistir a un evento de 2 a 4.  "Si quieres solo vamos y vemos la intro"  A Clara le molesta como la mujer pronuncia la palabra intro (introuuu).    

El otro hombre no participa en la conversación. Los mira fijamente, parece que sus compañeros le producen tedio y que quiere gritar "¡Ya Cállense malditos!".  Clara estudia los movimientos de la mujer pues es igual de fastidiosa que Pamela, uno de los personajes de su novela. Saca su libreta y garabatea un par de ideas. 

Pensó que después del almuerzo se iba a comprar un bizcocho.  no pudo evitar pensar en un baño por esa palabra,  ¿por qué no pensó en su sinónimo, "postre"? pero ya su cerebro había metido la cucharada y lo primero que iba a hacer al llegar a la oficina era buscar en internet a quién se le había ocurrido ponerle semejante nombre a una parte del inodoro.

Después de hacer el pedido, mientras buscaba una mesa donde sentarse.  Vio a tres mujeres que hablaban muy duro.  Dos de ellas, una rubia y la otra de pelo negro, llevaban minifalda y zapatos de tacón gigante.  "Ni  a bala cambio mis baletas de flores por semejantes adefesios" penso.  

La mujer rubia, que tenía puesto un vestido rosado, hablaba sobre otra mujer, no presente claro está: "Uyy no tenaz  que se ponga esos vestidos todos justos.  ¿Acaso no ve cómo se le salen  los gordos?" Lo que más le molesto a Clara fue la forma en que gesticulaba con sus manos para aclararle a sus amigas la gordura de la otra mujer.  

Era increíble que por sus conversaciones, tantas personas merezcan cachetadas a la hora del almuerzo, pensó. Y concluyó que a este paso lo mejor sería que nadie hablará y que todos se enterraran en sus pensamientos y ya. 

Por un momento olvido lo de eliminar al personaje.  Esta semana se iba  dedicar a revisar cada diálogo de su novela.

martes, 13 de septiembre de 2016

Wilson y las notas

Siempre he asociado las notas con un único color: El negro. Me refiero a las anotaciones que uno hace bien sea en un cuaderno, agenda o libreta. 

En el colegio, desde mi punto de vista, siempre hubo personajes muy particulares en el salón de clase, casi mitológicos como diría otra persona. Lo más probable es que alguno de ellos piense exactamente lo mismo acerca de mi. 

Quizás hablar de “personajes” es demasiado despectivo, tal vez es mejor bajar el término a “conducta”. Es menos determinante decir: "Es que ese personaje es tal por cual" a " ese personaje tiene una conducta X que me parece Z o Y". En últimas, es como si la conducta se desprendiera de la persona, y no hiciera parte de su identidad, sino algo que se repite por costumbre o presión social. 

Pero bueno me imagino que existirán grandes y detallados ensayos sobre el ser humano y sus conductas. Como le venía contando, estimado lector, en el colegio veía cualquier tipo de conductas que me sorprendían, asustaban, quería seguir, repudiaba, etc. Una era la manera en que Wilson tomaba notas. 

Mis apuntes nunca fueron malos o ininteligibles (palabra demasiado enredada para decir que algo no se entiende), pero a partir de un momento pasaron a ser monocromáticos. Siempre traté de agregarles viñetas, flechas; cualquier tipo de adorno para hacerlos más llamativos o agradables, pero nunca estuve satisfecho del todo. 

De pronto le envidiaba eso a Wilson. Era un deleite ver como tomaba notas. Sentado perfectamente en su silla, su espalda describiendo un ángulo de 90 grados con su cola, abría un cuaderno completamente pulcro en la página donde había dejado su última anotación. Luego sacaba su cartuchera, un receptáculo de tela repleto de sorpresas, muy modesto con relación a los apuntes que tomaba. Wilson era el MacGyver de las notas. 

Halaba la cremallera con mucha determinación y sacaba cuatro micropuntas (negro, rojo, verde y azul) y los ubicaba sobre el pupitre como un militar ubicando sus tropas sobre un mapa de guerra. Ocasionalmente hacia uso de otros elementos como liquid paper. 

Luego comenzaba a anotar bien fuera lo que los profesores copiaban en el tablero o dictaban, pero sin importar la velocidad en que lo hicieran, Wilson siempre lograba que sus apuntes fueran pulcros. 

Sus apuntes eran un festival de colores, que al sacarle fotocopias perdían casi por completo su encanto. 

lunes, 12 de septiembre de 2016

Felipe Trigo en un día como hoy...

"En un día como hoy". Siempre me ha llamado la atención esa expresión, pues me parece que no tiene sentido. Nada nunca es igual o se repite de la misma manera. El cambio siempre arrasa con cualquier sensación de estabilidad que creamos tener, e igual nos aventuramos a decir que "hace tantos años, en un día como, hoy", paso esto o lo otro.

Hoy mientras miraba las caricaturas en el periodico, a la izquierda había dos noticias que, aunque no utilizaban ese cliché en los titulares, hablaban de eventos que ocurrieron hace 100 y 50 años. 

Sin ánimo de entrar en discusiones Zen sobre la importancia de vivir en el presente y todo ese rollo oriental con tintes motivacionales, el pasado no deja de tener cierto encanto, de ahí ese ese dicho que también conocemos:"Todo tiempo pasado fue mejor". 

La noticia que me llamo la atención fue la que ocurrió hace 100 años, pues contaba que el 2 de Septiembre murió el novelista Felipe Trigo, "uno de los más leídos pero poco apreciados escritores ibéricos contemporaneos". No entiendo en qué sentido no fue apreciado si fue uno de los más leídos, ¿acaso la gente lo leía porque les provocaba repulsión? pero bueno vaya uno a saber como hace 100 años las personas leían y con que fin, en fin, valga la  pena la redundancia.

La noticia me llamo más la atención  porque hablaba sobre un escritor y también comentaba que se quitó la vida; uno siempre lleva un amarillista por dentro.

Trigo fue militar, médico y escritor. En su tiempo en la milicia se fue voluntariamente a Las Filipinas y regresó mutilado y convertido en héroe, tras sobrevivir a un ataque en el que recibió siete machetazos. 

A los 36 años abandonó el ejercito para dedicarse por completo y con total devoción a la literatura. En 15 años logró publicar 17 novelas.

Un día Trigo decidió encerrarse en su despacho y tranco la puerta con un destornillador. Su familia escuchó un disparo y corrieron a la puerta, que finalmente pudieron abrir luego de forzar la madera. Todos  entraron desordenadamente a la habitación, impregnada con un fuerte olor a pólvora.  Su hija se arrodillo junto a su cuerpo tendido sobre un charco de sangre, le tomo el pulso y dijo: "Vive, está vivo".

En esa época el escritor estaba trabajando en su novela postuma "Murió de un un beso" (Que título tan poderoso). En su escritorio dejó una nota de despedida: 


“Perdonarme todos, yo estoy seguro de que nada os serviría más 
para prolongar algunos meses vuestra angustia viéndome morir. 
Pensar que en esta catástrofe fue motivo el ansia loca de crearos
 alguna posición más firme. ¡Perdonarme, perdonarme, Consuelo 
mártir mía, hijos de mi alma! Si mi vida fue una equivocación fue 
generosa. Con la única preocupación vuestra por encima de todos
 mis errores. Que sirva esta mi voluntad de testador para declararos
 herederos míos de todos mis derechos. Perdón. 
Felipe Trigo"

Quiero sumergirme en una de sus novelas lo más pronto posible; se le debe poner pronta atención a estos llamados de la literatura.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Paraíso azul

Una vez me enviaron una imagen de un muñeco que salía sentado en la taza del baño y que leía el frasco del ambientador.  Si recuerdo bien, decía que antes de que existieran los teléfonos inteligentes, ese era uno de  los pocos elementos de distracción cuando las personas entraban al baño.

Hoy me acordé de eso y fui a mirar el ambientador que está en el baño.  Se llama "Paraíso Azul", pero el texto en la parte posterior del envase, si existe tal pues tiene forma cilindrica, No hace referencia a su nombre que bien podría ser el título de un poema o, quizás un relato de amor, aventura, en el lejano oriente.

Esperaba pues una historia, un relato breve que me envolviera , pero no.  El texto comienza con una frase algo prometedora que dice que la empresa fabricante de ese pachulí en frasco, "ha capturado las más delicadas y refrescantes fragancias de la naturaleza".  Si la naturaleza en verdad oliera así, uno no se aguantaría más de medía hora en ella.

Así y todo intenté imaginarme como sería un lugar con ese nombre, cuando  me traen de vuelta a la realidad y me dicen en letras mayúsculas en negrita: "MANTENGASE FUERA DEL ALCANCE DE LOS NIÑOS Y MASCOTAS",  frase que por alguna razón me hace pensar que consideran a los niños como mascotas.

Luego con palabras encerradas en doble signos de admiración, me hablan de todo el cuidado que se debe tener con la sustancia que trae el envase: Mantenerlo lejos del fuego, no comer ni beber o fumar al manipular el frasco, no inhalar, que irrita los ojos, etc. La primera imagen del paraíso azul, con palmeras, oasis y bellas mujeres, quedó completamente destruida, pues queda claro que es es un "lugar" supremamente peligroso.

De puros queridos, al final dan instrucciones de primeros auxilios en caso de ingerir, bañarse, rosearse, fumarse, beberse, inyectarse, etc. el liquido. 

Cierran con un párrafo de sus ingredientes, dónde lo fabrican y que se debe consumir 3 años después de la fecha de elaboración.  No me quiero imaginar como olerá la sustancia cuando caduque.

Que engaño y desperdicio de palabras y letras. 

viernes, 9 de septiembre de 2016

Plantarse

Hasta hace unos momentos está entrada era solo un borrador  con ese título: "Plantarse".  Le di clic para averiguar que había comenzado a escribir y estaba en blanco.   ¿Qué habré pensado ese día en que titulé esa entrada que solo hasta hoy cobra vida?

Lo único que se me viene a la cabeza en estos momentos es que plantarse hace referencia a pelear por algo, tal vez es la traducción y resumen, en una sola palabra, de la frase gringa: Stand your ground.  También se me viene a la cabeza la palabra inamovible.

Pues si, plantarse es eso, adoptar una postura inamovible con respecto a algo, una idea, un proyecto, lo que sea y defenderlo con cualquier herramienta,medio, método que se tenga al alcance.  

Plantarse fue lo que hizo Bill Watterson, el creador de Calvin y Hobbes. Después de brindarle al mundo semejante creación decidió que nunca la iba a comercializar y, literalmente, se desapareció.  En otras palabras se plantó en su decisión y particular punto de vista y hecho raíces.

Echar raíces es otro componente fundamental del acto de plantarse, pues si alguien se planta ligeramente, con duda, sobre la superficie,  cualquier cosa lo desplanta, lo arranca de raíz y hasta ahí llegó el intento. 

Plantarse es entonces otro de esos tantos artes que nos hacen falta dominar.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Alejandra

"Alejandra".  Esa era la contraseña del correo de una conocida en la universidad.  No la descubrí por mis increíbles dotes de hacker ni nada por el estilo; simplemente un día, en una sala de computadores, Carlota, la mujer a la que hago referencia, estaba sentada a mi lado y mientras  tecleaba su clave, la dijo en voz alta como si se la estuviera dictando, sin importarle que las personas a su alrededor, como yo, la escucháramos. 

Carlota iba unos tres semestres adelante del mio, y no tenía ningún tipo de interés en ella, pero no sé por qué razón su contraseña  se me grabó en la cabeza.  Al día siguiente, ingresé a chimosear su correo, pero no encontré nada que me llamara la atención. No sé con qué fin hice eso y ya ni recuerdo qué E-mails vi.  Volví a a hacerlo al  siguiente día, como si  en unas cuantas horas Carlota hubiera tenido acceso a un gran secreto pero ocurrió lo mismo,  los mensajes de su correo electrónico no tenían nada interesante, o por lo menos nada que me llamara la atención.

Después de eso perdí por completo el interés de esculcar la vida virtual de Carlota, hasta que un día volví a recordar el episodio en la sala de computadores, y en otro ataque de voyerista virtual,  digité su correo y la contraseña.  La había cambiado.

No entiendo por qué le damos ese carácter ultra-secreto a la información que guardamos en nuestro(s) correo(s) electrónico(s).  Como siempre nos damos unas ínfulas de importancia que no tienen razón de ser y creemos que la información que manejamos, es similar a la que Edward Snowden  tuvo en sus manos .