martes, 29 de noviembre de 2016

Rayes raros

Ramos me dice que Jiménez, un amigo en común, le cae bien pero que es bien raro. "¿Raro?,  ¿en qué sentido?" le pregunto. Me cuenta que lo considera algo resentido y que no le agradan mucho sus posturas políticas, pero pues la vida consiste más en estar en  desacuerdo que de acuerdo con las personas; de lo contrario nuestra existencia sería completamente aburridora, pues no existirían los antagonistas, esos personajes esenciales para que las historias tengan y desarrollen un buen conflicto.

"Raro", según la RAE es un adjetivo para calificar  un comportamiento inhabitual, definición que me ubica nuevamente en ese mundo de fantasía donde todo marcha a la perfección y las actitudes de las personas no nos incomodan.  ¿Quién carajos define qué es habitual?

Al cumplir la mayoría de edad en ese mundo, a todos los habitantes se les entregaría un manual de comportamiento en el que está perfectamente detallado, con infinidad de artículos que comienzan con el título"Cómo hacer inserte aquí lo que sea", qué hacer las 24 horas del día. Sería un Manual de urbanidad de Carreño versión 2.0, con todas las actualizaciones necesarias para el estilo de vida caótico y repleto de incertidumbre que llevamos hoy en día. 

Yo también creo que Jiménez tiene uno que otro video raro en su cabeza pero,  ¿quién no?. 

 "En fin cada loco con su tema" le digo a Ramos.  "Si, total, es una buena persona, me cae bien" concluye".

"De acuerdo, igual todos tenemos nuestros rayes"
"Si, yo tengo mis rayes" responde sincero.

Los rayes, mientras no atenten contra otras personas y, de ser necesario, se queden en el mundo de las ideas, son necesarios, pues son los que al final nos quiebran y permiten que nuestra humanidad brille entre toda la basura que deseamos proyectar.

Bien lo dijo Hemingway: "Todos estamos rotos; esa es la manera en que la luz entra".

lunes, 28 de noviembre de 2016

Jack y el Dr. Ibrahim

Hoy, mientras revisaba mi correo electrónico, me dio por pensar que un mensaje importantísimo, que iba darle un giro completo a mi vida,  cayó en la carpeta de Spam.

Esa carpeta tenía 756 mensajes.  Ingresé a ella y paseé la mirada por la pantalla hasta que di con un mensaje de un tal Jack, quien, al parecer, está un poco desorientado.

Jack me cuenta que está buscando amor y afecto. Le gusta la aventura,  trabajar duro, es comprometido y amable.  Desde que su esposa murió  extraña a esa persona especial.  Espera que yo sea alguien que comparta su compromiso con la vida y le gustaría saber si quiero ser esa persona especial  que está buscando.  Desea que lo quiera por lo que es y no por lo que tiene, que no tengo la menor idea qué es.  Considera que el amor puro y verdadero es la base para una relación estable y duradera.  Espera oír pronto sobre mí y que le cuente más cosas.  No sé en que mundo vive Jack, pues nunca hemos hablado.

Su mensaje esta repleto de clichés y lugares comunes.  Me atrevo a pensar que tiene un desequilibrio mental y escribió el mensaje mientras el cuerpo de su esposa se congela en una nevera ubicada en el sótano de su casa.  Imagino que vive en Queens, Nueva Yotk, doy con el correo electrónico de un departamento de policía y les escribo, anónimamente por supuesto, que un tal Jack asesinó a su esposa.  

En fin, decido no ser esa persona especial que está buscando y ojeo otro par de E-mails hasta que llego  al del Dr. Ibrahim.  Hamza Ibrahim me cuenta que trabaja con uno de los bancos líderes en Burkina Faso y que tiene una propuesta de negocios para mi, que nos beneficiara mutuamente.  Al final de ese negocio "sorpresa" me dara el  40 % de las ganancias.  Quiere saber si estoy interesado y, de ser así, que le responda lo más pronto posible para ultimar detalles.

 Al final les escribo a ambos para presentarlos.  Espero que a Jack todavía no lo haya atrapado la policía, pues me parece que el arriesgado negocio del señor Ibrahim, es el método perfecto para que deje de pensar en su esposa muerta, el amor, y demás temas que ocupan su cabeza.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Bolis

Al personaje de una novela le dicen Pirata y le vende comida, porquerías dicen las monjas, a los niños de un colegio a través de la reja.  De inmediato recuerdo a Bolis.  Bolis fue el Pirata de mis años de primaria. Al igual que este nos vendía, de manera algo ilegal, boli.  Wikipedia define ese producto como: "Un tipo de helado elaborado a partir de jugos de frutas naturales o de una solución azucarada con colorantes y saborizantes artificiales"

La verdad de helado tenían mas bien nada.  Era un simple trozo de hielo de diferentes sabores.  Lo de frutas naturales tampoco me lo creo, y si estoy de acuerdo con lo de artificial. ¿Son malos para la salud los bolis? Tal ves sí y de seguro nada nutritivos, pero sabían a gloria después de jugar un partido de fútbol.

Bolis llegaba en su moto y en la parrilla tenía amarrada una nevera. Se acercaba a la reja que daba a la calle y con el mismo tono de voz de los que vocean: "Botella papel" decía: "boliboli boliboliboli" muy rápido.  Vendía boli como pan caliente, dicho que claramente no aplica  en este caso.  Me imagino que, en ese entonces, le iba muy bien con su negocio.  Nunca nadie supo mayor cosa de él, pero era un tipo bonachón, buena gente, que tenía un bigote a lo Vicente Fernández.

Una vez llegó a mis oídos la historia de que en un recreo alguien pateo un balón hacia la calle.  Unos tipos que iban pasando lo agarraron y arrancaron a correr.  El dueño del balón salió corriendo, Bolis lo subió en la moto y arrancaron a perseguir a los ladrones.

Imagino que cada colegio tiene su Pirata o Bolis. Me pregunto si el del mío todavía vive.  Fue un personaje importante, sobretodo para los que se la pasaban prendidos a esos tubitos de plástico y parecía que no se alimentaban con nada más.  Algún día tengo que probar nuevamente un boli. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Exageraciones

Como internet sabe qué nos llama la atención, me hace caer en una página de la universidad de Stanford.  Navego un rato por ella y doy con una Maestria que me interesa. Me cuento una historia y me visualizo en ese campus con una mochila (maleta, pero utilizo la otra palabra porque mi fantasia es la escena de una película).

Me dejo caminando el campus, voy tarde para una clase, mientras vuelvo a la realidad.  Decido averiguar cuanto cuesta estudiar allá.  El precio de un año que incluye: viaje, gastos personales, libros y materiales, servicio médico y cuarto con tablero (gracias por ese último  detalle) equivale a la medio pendejadita de $66,696 dólares.

No quiero fulminar a ese personaje que ya salió de clase y ahora charla, sentado en el pasto, con un grupo de amigos, y evaluó diferentes opciones:  ¿Soy hijo de un jeque? No,  ¿Soy Jeque? tampoco, ¿ahorros? no me alcanzan, ¿Préstamo? no lo voy a pedir.  No paso la cifra a pesos colombianos por pura pereza, pero es claro que es un cojonal de billete; una exageración, pero hoy en día, aceptamos una tras otra sin chistar.

En la tarde me encuentro con mi hermana y le digo que me preste plata para la Maestria.  No tiene, y si la tuviera no creo que me la prestaría.  Hablamos un rato y me cuenta sobre un documental de un tipo joven que llego a Estados Unidos, a vender botellas de vino,supuestamente muy fino,  chiviadas,  por  más de 100.000 dólares.  Necesito primero adquirir y luego vender dos de esas botellas  para hacer mi Maestría.  Ahora ubico a mi yo de película en las islas griegas.  Ya me gradué e hice un viaje con los 66.608 dólares, el saldo de mi exitosa venta de las botellas de vino.  Hago el viaje por dos motivos, por placer y para escapar del mafioso a quien le vendí las botellas.

Aparte de los jeques y sus familiares, imagino a Messi haciendo la maestria.  Ahora quieren comprarlo;  los interesados, deben primero pagarle  una cláusula al Barcelona por 250.000.000 millones de euros y luego mirar qué les va pedir el jugador.

Imagino que cada exageración debe tener su contrapeso, por eso es que mil millones de personas viven, que digo, sobreviven con menos de un dolar al día. 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Café con dos cucharaditas de envidia

Dos mujeres llegan a un café.  Una de ellas, de pelo negro y largo, lleva una camiseta azul rey y un pantalón negro. La otra, de pelo claro con mechones oscuros distribuidos, al parecer, aleatoriamente con una brocha, lleva puesta una chaqueta de color beige.

Ninguna de las dos tiene más de 40 años.  La primera, de cejas pobladas, que le dan aspecto de estar malgeniada, le pregunta a su amiga: "Qué es un White Mocha?". "Una bebida hiper-calórica".  "Ahh entonces no voy a pedir eso", concluye la aparentemente malgeniada. 

Voltea a mirar a la cajera, y con una sonrisa algo forzada le dice: "A mí dame un Latte" y luego se enfrascan en un breve, casi mecánico, intercambio de palabras para definir el tamaño, tipo de leche y si lo quiere con algo por encima.

A la otra le importa un bledo el tema de las calorías y pide el White Mocha. Mientras espera el pedido y para darle un último respiro a  la conversación que llevaban que esta a unto de agonizar, dice en un tono indignado: "y Daniela nunca terminó con el novio,  ¿no?".

La del Latte, pelo negro o malgeniada, identifíquela como quiera estimado lector, responde instantáneamente: "No, y montó una empresa, o más bien se asocio con un man"

"¿Ah si?" responde la otra, al tiempo que abre los ojos, tal vez cuestionando sus dotes de emprendedora, mientras odia a Daniela, a su amiga, al Latte, a la cajera, al white, black, blue, pink mocha, y al mundo con su desmedido despilfarro de injusticia.  

Parece que las calorías de su bebida se le fueron directo al organo que procesa la envidia, que bien podría ser el hígado. 

martes, 22 de noviembre de 2016

Conversaciones pequeñas

Con Small talk los gringos se refieren a esas conversaciones sobre cosas que no son importantes entre personas que no se conocen bien.  Todos, a veces, somos buenísimos para ese tipo de charla cuando lo mejor sería quedarnos callados.  Hablamos sobre el clima, el tráfico, la noticia del momento y cualquier otro tema fofo que que le apunte a conversaciones ligeras.

Un fin de semana llegué a un café y me puse a leer.  Al rato llegó un grupo compuesto por 8 personas: 5 mujeres y tres hombres, dos de ellos abrieron sus computadores y le dijeron a la mesera: "vamos a almorzar, pero primero vamos a trabajar un rato". 

Una rubia del grupo que me recordó, por el color de su pelo, a Glorfindel the golden haired, uno de los elfos más poderosos de la Tierra Media,   sostenía en sus manos unas hojas que, al parecer, eran conclusiones y comenzó  a leer en vos alta su contenido.

Alcancé a escuchar que la discusión se centraba mucho en temas como la libertad y la responsabilidad.  En un momento la pariente de Glorfindel leyó fuerte y claro: "La religión y el esoterismo eliminan la responsabilidad".  Me imagino que hacían referencia a lo fácil que es para nosotros, achacarle los  eventos que no entendemos a nuestras creencias solo porque sí.

Me interesó su discusión pues todos participaban activamente y se notaba que tocaban los temas de manera profunda. Dejé de ponerle atención al grupo, pues me era difícil escuchar claramente que decían, y muchas de las cosas que dijeron me dio pereza  analizarlas.

Hay una frase del poema "La Invitación" de Oriah Mountain Dreamer que dice: "Quiero saber qué es lo que te sostiene a ti, desde adentro, cuando el resto de cosas se desmoronan".

 Eso, quizá, nos hace falta al momento de conversar, intentar escarbar un poco en nuestras palabras y en las del interlocutor, con el fin de averiguar sobre esos temas que nos apasionan y mueven en la vida.  

lunes, 21 de noviembre de 2016

El closet

Sara Siempre ha asociado los closets con la muerte. De noche, cuando era pequeña, la ropa que colgaba de los  ganchos se transformaba en cadáveres.  Dudaba si el fenómeno  ocurría en verdad o era un truco de su imaginación, pero igual se escondía debajo de las cobijas y rezaba como loca. Le pedía a Dios que su ropa no la fuera a atacar en medio del sueño.  

Al crecer otras rutinas fueron ocupando sus noches y ya no sentía tanta angustia, pero siempre se aseguraba de cerrar las puertas del closet antes de dormir.

Para ella, los closets no eran más que entidades resentidas y cargadas de odio;  esos rincones del hogar que nadie desea mostrar y en el que se acumula basura con el pasar de los años; objetos que ya no sirven pero que se se guardan bajo la peligrosa consigna de "por si acaso".  Es así como ese espacio se va cargando lentamente de energía negativa y quién sabe de que otras cosas.

Un día su madre la sorprendió con una sorpresa.  Había instalado un gran espejo en una de las paredes de su cuarto.  Ese día Sara fingió emoción y le regalo una sonrisa que reprimió su preocupación.  Tenia claro que un espejo y un closet, en una misma habitación, eran una combinación mortal;  pues sabía que, el primero, tiene la facultad de abrir portales a otros mundos y permite que seres malignos ingresen a nuestra dimensión. 

Está cansada.  Hay noches en las que se no pega el ojo por pensar en el tema y vigilar el susurro de las prendas de vestir muertas, valga la aclaración, dentro del closet. Cuando sus niveles de autosugestión se disparan, asegura escuchar ruidos y voces dentro del closet, e imagina a esas prendas de vestir, que poco se pone, conspirando en su contra, con la ayuda de seres de otras dimensiones, que lentamente se filtran a través del espejo.