jueves, 15 de diciembre de 2016

Lágrimas secas

Estabas soñando. Ya no recuerdas qué, pero era un sueño plácido, uno de esos que no quieres que se acabe nunca. Un estruendo te despierta. Abres los ojos e inmediatamente los cierras. Todo es caos, confusión: ruido de vidrios que se rompen, madera que se quiebra y astillas que vuelan por todos lados y polvo, mucho polvo; estás cubierto de él. Tú cabeza está muy caliente. De repente la cacofonía de destrucción cesa. Te quedas quieto ¿cinco, diez, quince minutos, 1 hora? no lo sabes. A lo lejos oyes sirenas, cada vez están más cerca. Pasa más tiempo. Luego oyes voces, hablan, más bien gritan, agitadas. Alguien remueve los escombros que te cubren y te alza en sus brazos. Pasas a los de otro hombre. 

No sabes quiénes son, mamá siempre te ha dicho que no confíes en extraños, pero algo, quizás tu instinto, te dice que, en esta ocasión, lo puedes hacer. Te prendes como una garrapata a tu salvador. Te suben a una ambulancia. El hombre te sienta y se retira. 

Mueves la cabeza para todos los lados. Te quedas solo. No entiendes nada, pero ¿cómo si tan solo tienes 5 años? La cabeza sigue caliente. Pasas el dorso de la mano por tus ojos y luego la palma por la mejilla. La miras y está bañada en sangre. La frotas en la silla para tratar de limpiarla. Ningún sonido o palabra sale de tu boca. No lloras. Es como si la confusión te hubiera secado las lágrimas. 

Tal vez esa fue la situación que vivió Omran Daqneesh, el niño que fue rescatado de un bombardeo en la ciudad de Alepo, Siria. Sobra recalcar la barbarie a la que, como raza, hemos llegado y que después de tantos conflictos armados continuemos con lo mismo, sin darnos cuenta que la guerra y violencia solo engendra más de lo mismo.

Dejando de lado eso, lo que más impresiona es que Omran no derrame ni una sola lágrima. El shock y miedo lo tienen tan desconectado que debe creer que su sueño se transformó en una pesadilla, o de pronto ya está acostumbrado, es el pan de cada día y en el fondo sabe que ha perdido para siempre el placer de ser niño.

“Estos niños no son niños, son cuarentones desde que nacen. Y me pregunto yo:
 ¿qué tan dura tiene que ser la vida para que a esta edad sean tan independientes y tan estoicos? ¿Cuántos dolores tiene que aguantar un niño para volverse de palo?”
Los infantes cuarentones, 300 días en Afganistán –

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Caer muerto

Una vez en un lugar donde trabajé, un practicante llegó a contarnos que había ido a una tienda a comprar "el algo" de la mañana y presencio como a un señor le daba un ataque cardíaco y moría ahí, justo a su lado.

La vida y sus cachetadas irracionales, de repente usted, estimado lector, está comprando una menta, un liberal o un pan y hasta ahí llegó.

Aspiramos a tener riquezas posesiones, estatus, bien sean reales o imaginarios,  en donde caer cuando nos llegue la muerte, como si estos pudieran amortiguar nuestra última caída.  Quizá solo intentamos relacionar a la muerte con algo, y mirar si así la podemos entender, porque nos ha, sigue y seguirá rayando la cabeza.

Nuestro acto final, ese desenlace de nuestra historia,  importa poco, porque el final siempre es el mismo, así caigamos en una tienda de barrio o en un palacio. 

La vida no es más que un  arrume de grandes y pequeñas historias, así que  lo que realmente nos debería preocupar  al momento de la caída, son las dos secciones anteriores, el inicio y nudo,  de la historia que estemos contando, cuando la muerte nos sorprenda en forma de:  cigarrillo, chicle, aromática, achiras, perico, empanada, jugo, panela, rollo de papel, bolsa de leche, pastel, tinto, papas, buñuelo, huevos, baloto, aceite, gaseosa, libra de: arroz, chocolate, sal, entre otros. 



martes, 13 de diciembre de 2016

Administrar la rabia

A Mario le interesan todos los temas relacionados con crecimiento personal. Hace un tiempo se certificó como Master Coach. 

Consiguió un trabajo que le apasionaba mucho en el que le tocaba dictar talleres a personas en búsqueda de empleo. Antes de que lo contrataran le advirtió a la empresa: “Tengo un seminario fuera del país, en las primeras semanas de septiembre, que pague por adelantado”. “Tranquilo, no hay problema”, fue la respuesta que le dieron.

Un mes antes del viaje le volvió a escribir a su jefe, para recordarle sobre el viaje. “Bueno, ahí miramos” le dijo.

La respuesta no fue convincente y faltando 8 días para el viaje Mario le envió nuevamente un E-mail para avisar sobre su viaje. Esta vez su jefe le dijo: “Ahh si bueno, ¿cómo hacemos? ¿Repones el tiempo los fines de semana?” la medio bobadita de 14 sábados. “Más bien hagamos algo” propuso Mario “que sea una licencia no remunerada o, mejor, como yo termino el contrato para mi fecha de regreso, ahí cortamos y volvemos a retomar”. “Ok Mario, mejor la segunda opción”.

Al volver al país, se dio cuenta que no le habían renovado el contrato. Le dijeron que tenía que esperar un mes. Al final se quedó sin ese empleo.

Hace unos días hable con él y me comentó que, mientras diseñaba un taller de manejo de conflicto, cayó en cuenta que había reprimido la rabia al enterarse que no lo habían contratado de nuevo.

“¿Entonces sentir rabia tiene sus ventajas?” le pregunte.

“Muchas” respondió “Le ayuda a poner límites, a no dejársela montar. Si uno la inhibe se termina culpando a sí mismo y termina por deprimirse.” 

Parece que vivir, cada día se complica más: Sobrecarga de información, demasiada tecnología, relaciones, demasiados libros y textos que nos regalan paso a paso para alcanzar el éxito y la necesidad de encajar en un estilo de vida espiritual, son aspectos que nos enredan.

Es probable que todo el porno motivacional que consumimos día a día esté sobrevalorado. También necesitamos de la rabia, envidia y demás sentimientos oscuros para no enloquecer. Esas emociones negativas también son una gran fuente de creatividad. 

“La energía para vivir viene del lado oscuro; proviene de todo
 lo que nos hace sufrir. A medida que luchamos contra esas potencias negativas, 
nos forzamos a vivir más profunda y plácidamente.”
- Robert MacKee -


lunes, 12 de diciembre de 2016

Jonathan

Domingo.   Salgo a comprar almuerzo-comida a eso de las 4 de la tarde. Pienso caminar un par de cuadras, pero un local más cerca de mí casa está abierto y la modorra del Domingo me vence.

En la entrada hay un hombre con un gorro y una sudadera que más bien parece una piyama. Le pido permiso para entrar y responde “Ohh si paurdon”. “Gringo” pienso. 

Hago el pedido y me siento a teclear mi teléfono frenéticamente, a revisar lo que ya he revisado tan solo hace un instante.

El hombre de la entrada se sienta en la mesa de enfrente y bebe una ginger con rodajas de limón y hielo, parece enguayabado. Me habla y evalúo si ignorarlo o responderle, ¿finalmente le suelto un “what?” con desgano.

Me pregunta si hablo inglés, le digo que sí, y comienza a hablar, quiere saber  el precio de hoteles en chapinero. Le respondo que no tengo idea y le pregunto que donde se está quedando. “Las Ferioas” me responde. 

Me cuenta que quiere cambiar de sector, que no es un lugar agradable de noche, pero que ya tiene la última noche cancelada y no quiere perderla. Estuvo de paseo por Barichara, Chiquinquira y otro par de lugares que intenta pronunciar sin éxito alguno. Su última parada antes de Bogotá fue Medellin; allá fue al concierto de Guns and Roses, "No paré de brincar las dos horas que duró" dice.

Comenzamos a hablar sobre Rock. Me cuenta que cerca al sector donde vive en Miami viven Brian Johnson, cantante de AC/DC, Joe Perry, guitarrista de Arosmith y también el vocalista Steven Tyler. De este último no se acuerda el nombre, hasta que se lo mencionó y responde con una sonrisa “Oh yeah”. Afirma que también vio a Jethro Tull y Scorpions hace un par de años, pero cuando le mencionó a un par de integrantes no tiene idea quienes son.

Me recomienda que busque un video de una presentación en vivo de Billy Idol con Slash. “Es impresionante ver como se entendían en el escenario” dice. En ese momento la mesera le trae una taza con arroz que complementa una sopa con fideos que está tomando”. La mira morbosamente y le dice “Gracias mi amour” y, con la boca medio llena, mientras cucharea con ganas, sonríe y concluye “man. I’m a foodie ”. También me pregunta que si he visto a Anthony Bourdain; afirma que su gusto por la comida es similar al del él y que también le gusta cocinar, pero que no es un chef no nada por el estilo.

Entre cucharada y menciones de grupos de rock y sus integrantes, aprovecha para preguntarme el nombre. “Juan” le digo a secas y responde “Mucho gusto Juan soy Jonathan”. Luego le pregunto que qué hace. Me dice que es pensionado y que todos los años aprovecha para venir a Colombia por 4 meses y que está evaluando la posibilidad de venirse a vivir del todo al país.

Me pregunta que a qué me dedico y le respondo sin muchos detalles. Luego le pregunto qué estudió y me dice que nada, que toda su formación ha sido empírica, “¿en qué? “paleontología y excavaciones.” Responde.

La mesera me pasa la bolsa con mi pedido para llevar. Me despido y le deseo un buen resto de estadía en la ciudad.

Camino a mi casa pienso si todo lo que me contó es verdad o no, y si no le estreche la mano a un asesino en serie.

viernes, 9 de diciembre de 2016

El tiempo de las palabras.

Estás palabras que usted lee en estos momento, estimado lector, se supone que fueron escritas ayer al filo de la madrugada, pero no, las escribo hoy a las 00:14 porque grabé este post ayer a eso de las 11:53 p.m con  el título "ahorita", para escribirlo luego, es decir hoy, y que parezca que lo hice ayer.  En ese sentido, podía decirse que estas palabras  son mentira, pues van a quedar con un tiempo que no les corresponde.

De ahora en adelante le pondré más atención a eso de  que a las palabras les corresponda determinado tiempo; por eso, tal vez, a veces nadie nos entiende, pues las regalamos  escritas o en conversaciones cuando no les ha llegado su momento.

Quizá cuando aprendamos cual es el tiempo necesario y justo, tanto en extensión como en momento y hora exacta, de regalar palabras, varios problemas del mundo van a desaparecer como por arte de magia.  No digo todos, pues resulta un despropósito vivir sin ellos, pero si bastantes por los que vivimos agarrados e indignados unos con otros y que no dejan de ser pendejadas.

Ahora son las 00:47.  Los 33 minutos que se supone me demore en juntar estas palabras, no fueron dedicados exclusivamente a ellas; e ahí otro problema con las palabras que muy pocas veces les dedicamos el tiempo que se merecen.

Espero que en el momento en que pinche el botón "Actualizar" estas palabras coincidan con la vida, el momento y el tiempo de alguien.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Idea de las 2:00 a.m

Son las dos de la mañana.  Estoy a punto de acostarme y de repente se aparece en mi cabeza  una idea para un escrito.  La mastico por un rato,el sabor de sus jugos me dice que no es un cliché o lugar común, hasta convertirla en bolo idealistico.

No puedo dejarla en el esquivo mundo de las ideas, mucho menos cuando se apareció sin ser invocada.  Agarro mi libreta y trato de desarrollarla en 46 palabras que garabateo deprisa sin esforzarme en la puntuación del párrafo. Sonrío porque ya no se me va a escapar, tal vez más tarde la deseche o me parezca una completa basura, pero por el momento podría competir, de llegar a existir, por el premio nobel de ideas generadas entre las 2 y tres de la mañana.

En la tarde me enfrento a ese primer borrador que Hemingway siempre consideró una  mierda. Leo y releo lo que escribí.  Hemingway tenía razón, que arrume de palabras tan sonso.  La madrugada, estemos borrachos o no, tiende a embellecerlo todo.

No quiero ser derrotado por un puñado de palabras, y las escribo en un documento de word.  "Ahora si veamos cual es la pendejada"  pienso y a la vez les hablo a las palabras, me gusta desafiarlas. Nos comunicamos telepáticamente pero no me responden nada, se les siente la rabia previa a una manipulación indiscreta de quien les dio vida.

Copulan entre ellas y se reproducen  hasta 170 en un segundo borrador y 199 en el tercero.  ¿Cuál es el número de borradores óptimo? No sé, Hemingway solo habló acerca del primero.  Espero llegar al quinto para dejarlas descansar. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

La llave

Domingo, me acuesto en la madrugada pero Morfeo me evita y solo duermo un par de horas. Cierro los ojos e intento caer en un sueño, profundo, pando, el que sea. pasan varios minutos y mi mente comienza a maquinar miles de situaciones. No logro dormirme y estiro la mano para alcanzar el control del televisor. Lo prendo. 

Están dando una película, ni idea cual. En la escena en la que caigo salen un hombre y una mujer en un restaurante elegante. Interpretan a personajes que no deben tener más de 30 años. 

El hombre con cara de satisfacción saca un regalo: una caja envuelta con una cinta, la pone sobre la mesa y la desliza hacia su acompañante. Ella, su novia, lo mira sorprendido y le pregunta “¿qué es?”. “Ábrelo” le responde este. La mujer no tiene problema alguno para abrir la caja, la cinta resulto ser un mero ornamento decorativo y el nudo se deshace al levantar la tapa de la caja. 

Ahora la cámara enfoca el interior de la caja; tiene una llave. La mujer ríe de forma nerviosa y vuelve a preguntar “¿Qué es esto?”. Su acompañante, muy sabio, evita responder lo obvio: “Una llave, ¿Qué más puede ser?” y le dice con un tono de voz que evidencia un “maldita sea, algo no anda bien”, “Es la llave de mi apartamento, quiero que te vengas a vivir conmigo” 

Su novia lo mira con lástima. “Lo siento no puedo” le dice mientras busca las palabras para concluir su frase. “Lo que pasa es que me gusta otra persona”. El hombre no sabe que responder, pero bueno era una de los posibles resultados de su propuesta, que le dijeran que no, igual está muy desconcertado.

La mujer, no satisfecha, decide adornar más su puñalada verbal. "Pero mira, no quiero que terminemos" Lo dice tan fácil como si le estuviera pidiendo mas hielo al mesero. El hombre se queda callado. Luego, una imagen panorámica de una ciudad es la transición que le da paso a otra escena.