lunes, 26 de diciembre de 2016

Editar hasta la eternidad

Hace unos días planeé escribir dos textos. Pensé que uno lo iba a hacer por la tarde, pero al final me ocupé y a las 10 de la noche no había escrito nada.

A esa hora y con algo de pereza, decidí arrancar con el otro texto, un artículo para el que había llenado dos hojas con anotaciones y del que ya tenía una página redactada.

Leí lo que había escrito y la introducción,muy floja,  invitaba a abandonar el texto después del primer párrafo. En ese momento supuse que mi plan era muy sencillo: editar lo que había escrito y terminar de escribir el texto con las notas que aun no había chuleado. 

Al final terminé borrando los primeros párrafos, duré un poco más de una hora escribiendo la introducción y  corrigiendo el resto del escrito, que está lejos de ser la versión final.  

Pero, ¿y cómo saber cuál es la versión final de un escrito? Es algo muy difícil, porque probablemente no existe.  Uno se puede quedar editando un texto toda una eternidad y siempre va a parecer que una palabra se puede remplazar por otra más precisa o que un signo de puntuación no va ahí, sino en otro lugar o más bien que simplemente no va.

En cierto momento uno tiene que dejar el texto quieto.  Confiar que los dioses de la lingüística lo acompañaron y teclear el punto final sin remordimiento alguno.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Maniquí sin rostro

Estoy en un almacén. Las personas se mueven freneticamente, parecen hormigas a punto de ser exterminadas, que buscan la salvación.  Todos cargan muchas bolsas y van de un lado otro de afán, como si se les estuviera haciendo tarde para algo,  ¿vivir tal vez? no lo sé.  menos mal que no tengo la respuesta para todo, pues eso debe ser una forma de locura.

 Hace un rato pasé por una caja, y un señor le respondía a la cajera: "12 cuotas";   ¿Qué difirió a tantos meses? ni idea.  En ese momento quede sin habla, al pensar como ese mundillo de intereses, cuotas y deudas nos envuelve de manera silenciosa.

Olvido el incidente del hombre luego de unos pasos y me concentro en mi tarea, buscar una camiseta para mi hermano.  Intento caminar rápido mientras esquivo personas y estantes repletos de ropa.  En mis cortos trayectos de un lado a otro, me fijo en los maniquíes, esos seres que apaciblemente vigilan nuestras compras , Digo seres porque, en cierta medida, son similares a nosotros, los humanos. 

 ¿Qué podrían decir los maniquíes acerca de nosotros, si alguien, qué se yo un dios, mago o algo así, les diera la oportunidad de hablar?.  Tal ves todos poseen cualidades increíbles que les permiten mirar por debajo de las personas, es decir, que solo con presenciar nuestros métodos y actitudes de compra, logran entender como somos y cuáles son nuestros más profundos y oscuros deseos.

Estoy seguro que en algún momento, alguien que tuvo un encontronazo mágico con un maniquí que podía hablar,  y este  confrontó a  esa persona a sus miedos, angustias y aberraciones, guardadas en los abismos de su mente.  

Esa persona decidió poner una queja a las empresas que producen maniquíes, exigiéndoles que los crearan básicos, sencillos, que preferimos morir engañados a que alguien nos diga un par de verdades en la cara.  El resultado es algo trágico, una monstruosidad: el maniquí sin rostro.   

Pero pues eso no es nada; el otro día, mientras caminaba por la 53, vi a otro maniquí masacrado.  Lo habían cortado por la mitad, únicamente con el fin de exhibir un pantalón de mujer. Queda la duda  también hacía parte del grupo de maniquíes sin habla.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

¿Uno debe o debería?

El idioma a veces resulta peligroso, de un momento a otro una palabra, un término una frase y su significado nos hacen dudar y enredan nuestra existencia; así ocurre con el verbo deber.

Deber hacer algo es una salida sencilla, es como escoger entre blanco y negro y olvidar, a propósito, los millones de colores que nos ofrece la paleta de la vida. 

Su conjugación “debería”, esa acción hipotética para el presente o el futuro, en cambio, permite cuestionar el estado de los eventos y le apuesta a que el curso de nuestras vidas no sea lineal.

Alguien que tiene muy claro este tema es Elle Luna. En su familia era una tradición estudiar derecho, así que, sin pensarlo, decidió ser abogada. Aplicó a nueve escuelas, pero ninguna la aceptó. Luego se presentó al instituto de arte de Chicago y logró ingresar para estudiar cine. 

Quizás ese fue el punto de quiebre en su vida, el momento en que se dio cuenta del gris camino del “debe” y del dinámico, lleno de atajos, baches y callejones, camino del “debería”. Tomó uno de esos atajos y cambió sus estudios a Storytelling conceptual.

Al graduarse, consiguió trabajo en la prestigiosa empresa de diseño IDEO. Luego de cinco años, el boom de las empresas Startups, la llevó a trabajar para Mailbox, Uber, y por último en la plataforma en línea Medium.

En medio de su frenética carrera, Luna también se dedicaba a pintar, actividad que se convirtió en algo mucho más importante que un simple pasatiempo. Se sentía dividida, repartida entre el mundo de las startups y su gran pasión por la pintura, al final se decidió por la última.

En su Charla de CreativeMornings narra esa transición:

“Todo comenzó con un sueño que se repetía, en el que yo entraba a un cuarto 
con paredes en concreto blancas, relucientes y un colchón en el piso. En el sueño 
me sentaba en el suelo de ese cuarto y me llenaba de paz interior. Un día una
 amiga me pregunto ¿ por qué no buscas el cuarto de tus sueños en la vida real?”

Hasta que lo encontró, con cada uno de los detalles de su sueño. Lo alquiló y la primera noche en él, se sentó para experimentar el estado de paz de su sueño, pero nada ocurrió. 

Comenzó a entrar en pánico, hasta que preguntó en voz alta: “¿Por qué estoy acá? Y el cuarto le respondió “Es hora de pintar”

Ojalá todos pudiéramos tener tan claro nuestro papel en la vida, pero nunca es tarde para hacerle caso a esas inexplicables corazonadas y preguntarnos qué es lo que realmente deberíamos hacer con ella.

martes, 20 de diciembre de 2016

El poeta

Es tarde.  Sé que debo dormir, pero no puedo evitar la costumbre de prender el televisor y saltar por varios canales antes de cerrar los ojos.

Caigo en un programa de en el que entrevistan a un poeta. "Voy a apagar el televisor" pienso, mientras el escritor responde una pregunta.  El hombre responde con mucha sabiduría, ¡Claro! es poeta.  Decido escuchar la entrevista.

Responde las preguntas, tranquilo, de forma simple más no sencilla.  Cada una de sus respuestas están cargadas de significado; mientras me deleito con sus palabras agarro el celular y la luz de la pantalla me encandila, una breve cachetada a mis sentidos, para anotar lo que dice; que bueno sería sentarse a tomar un café con ese hombre y preguntarle sobre cualquier cosa, seguro que tiene una respuesta o el consejo preciso.

El poeta dice que nunca tuvo duda alguna de que lo suyo era la literatura y que se iba a dedicar a eso pasara lo que pasara.  En sus propias palabras, se dio cuenta que "El contar que es lo propio de la narrativa y el cantar que es lo propio de la poesía se podían mezclar, como en el poema en prosa que mezcla canto y cuento."

En un momento hablo sobre la identidad y que significa ser, y dijo algo como que uno es varias personas a la vez, pero que nunca el mismo, que por ejemplo a él  a veces le dan unas ganas infinitas de solo escuchar música, en especial Blues, "ese blues del delta de misisipi". concluyó.   

La respuesta con la que cerró la entrevista me pareció demasiado bella:

"He escrito un libro que son varios libros, no sé si serán extraordinarios o no pero los he hecho con toda la pasión del mundo y eso ya me basta.  He sembrado muchos árboles y en contravía de esa multitud de libros y de árboles solamente he tenido una hija, pero es como tener un bosque".

El poeta se llama Juan Manuel Roca.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Sin juegos

Pido un taxi el Domingo a las 6 de la tarde y no demora en llegar.  El taxista se llama Alexander y es muy joven.  Arranca la carrera y en la radio suena el partido de la final de fútbol colombiana.

"Mi papa debe estar pegado al televisor" me dice.  Decido en un par de segundos si continuar o no la conversación. No me gusta hablar mucho en los taxis porque me gusta pensar en cualquier cosa mientras miro por la ventana.  Noto que Alexander tiene ganas de hablar y le contesto. "¿Es hincha del Santa Fe?, "No del Tolima" responde con ánimo. " ¿Y usted?" le pregunto. "No, a mi no me llama la atención."

Nos quedamos callados, se nota que hablar de fútbol no es un lugar común comodo para ninguno de los dos. Después de avanzar un par de cuadras por la 68, de repente, como si estuviéramos en plena conversación me dice: "El otro día fui a comprarme el Xbox 360, pero imagínese que solo le sirven los juegos originales.  Ahí lo tengo de adorno.  Me va a tocar trabajar fuerte para comprarme algún juego" 

Le cuento que en San Andresito le ponen un chip para que acepte juegos piratas, pero me responde que ya averiguó y que al que compró no le pueden hacer eso.  Me cuenta, con algo de nostalgia en su voz, que antes era muy aficionado a los video juegos, pero que a los 15 año se convirtió en papá.  "Ahi se me acabo todo eso" concluye.

Cambio de tema y le pregunto hasta que horas piensa trabajar.  "por ahi hasta las 11, le estoy dando desde las 4  de la mañana" luego me cuenta sobre un trancón monumental que hubo en el sector de outlets de las américas. "Mi meta son $300.000, a ver si mañana puedo ir a comprarle algo de ropa a los niños."

Apenas llegamos a mí casa, le digo que si me espera le puedo bajar un juego de Xbox que ya no utilizo.  Entro de afán y evalúo cual le puedo dar, finalmente me decido por el FIFA 2011, no encuentro la caja del disco. 

Ya en la calle le digo: "Ni modo, le toco aficionarse al fútbol", sonríe me da la mano y las gracias.

Ni modo saber si la historia del xbox y de sus hijos es o no verdad pero, en la medida de lo posible, me gusta creer en las personas.  Si no confiamos en nadie nos llevo el putas.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Compras navideñas

Daniela lleva un sastre negro y se encuentra sentada en una plazoleta de comidas de un centro comercial. Tiene sujetada su larga cabellera, del mismo color de su ropa, por una pinza blanca; el contraste de esta con el color de su pelo llama fácilmente la atención. 

Son las 3:25 p.m y  cucharea con desgano, de una coca de plástico transparente, su almuerzo: Arroz, unas tajadas de plátano y una masa uniforme café que al parecer son fríjoles; una bandeja paisa más bien triste. 

 Trabaja como vendedora en la temporada navideña  y está disfrutando de un corto descanso, que también es su "hora" de almuerzo. Pasa de su mano derecha a la izquierda la cuchara, y con la primera saca el celular de su chaqueta. Comienza a teclear con el mismo desgano con el que se lleva la comida a la boca, tal vez mira el whatsapp o alguna de sus redes sociales, donde sus amigos publican fotos de sus vacaciones y lo felices que son en esta época, mientras ella se encuentra atorada en un templo de culto al consumo. 

Mientras realiza ambas actividades casi en cámara lenta, observa a las personas que pasean alegremente por el centro comercial que, en medio de sonrisas y actitud decidida, entran a los diferentes almacenes, pues es navidad y debemos consumir, sin importar, incluso, si es con dinero que no tenemos. 

De repente, la mujer agarra una bolsa de masmelos, su postre, saca uno y se lo come en dos mordiscos. Después le da un sorbo largo a una botella de agua y nuevamente se pone a contemplar el panorama con su frenético movimiento de personas. 

Pasados unos segundos, tapa su coca, la mete en una bolsa plástica y en tres movimientos sutiles le hace un nudo. Se pone de pie y de manera resignada emprende camino hacia su sitio de trabajo. Sabe que llegó el momento de hacerle frente al resto de su jornada laboral y al tedio navideño que la acompaña. 

Mientras se  aleja, una mujer con una maleta negra, a punto de reventar, toma su lugar; saca varios billetes de su billetera y comienza a contarlos como si a través de ese acto se pudiera descifrar el verdadero sentido de nuestra existencia.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Lágrimas secas

Estabas soñando. Ya no recuerdas qué, pero era un sueño plácido, uno de esos que no quieres que se acabe nunca. Un estruendo te despierta. Abres los ojos e inmediatamente los cierras. Todo es caos, confusión: ruido de vidrios que se rompen, madera que se quiebra y astillas que vuelan por todos lados y polvo, mucho polvo; estás cubierto de él. Tú cabeza está muy caliente. De repente la cacofonía de destrucción cesa. Te quedas quieto ¿cinco, diez, quince minutos, 1 hora? no lo sabes. A lo lejos oyes sirenas, cada vez están más cerca. Pasa más tiempo. Luego oyes voces, hablan, más bien gritan, agitadas. Alguien remueve los escombros que te cubren y te alza en sus brazos. Pasas a los de otro hombre. 

No sabes quiénes son, mamá siempre te ha dicho que no confíes en extraños, pero algo, quizás tu instinto, te dice que, en esta ocasión, lo puedes hacer. Te prendes como una garrapata a tu salvador. Te suben a una ambulancia. El hombre te sienta y se retira. 

Mueves la cabeza para todos los lados. Te quedas solo. No entiendes nada, pero ¿cómo si tan solo tienes 5 años? La cabeza sigue caliente. Pasas el dorso de la mano por tus ojos y luego la palma por la mejilla. La miras y está bañada en sangre. La frotas en la silla para tratar de limpiarla. Ningún sonido o palabra sale de tu boca. No lloras. Es como si la confusión te hubiera secado las lágrimas. 

Tal vez esa fue la situación que vivió Omran Daqneesh, el niño que fue rescatado de un bombardeo en la ciudad de Alepo, Siria. Sobra recalcar la barbarie a la que, como raza, hemos llegado y que después de tantos conflictos armados continuemos con lo mismo, sin darnos cuenta que la guerra y violencia solo engendra más de lo mismo.

Dejando de lado eso, lo que más impresiona es que Omran no derrame ni una sola lágrima. El shock y miedo lo tienen tan desconectado que debe creer que su sueño se transformó en una pesadilla, o de pronto ya está acostumbrado, es el pan de cada día y en el fondo sabe que ha perdido para siempre el placer de ser niño.

“Estos niños no son niños, son cuarentones desde que nacen. Y me pregunto yo:
 ¿qué tan dura tiene que ser la vida para que a esta edad sean tan independientes y tan estoicos? ¿Cuántos dolores tiene que aguantar un niño para volverse de palo?”
Los infantes cuarentones, 300 días en Afganistán –