martes, 10 de enero de 2017

El ajedrez y su alto riesgo

¿Cómo va a ser peligroso el ajedrez, si jugarlo no requiere ningún tipo de contacto físico y el único “músculo” que se debe ejercitar es el intelecto? Tal vez en muchos casos solo se trata de eso, pero en contadas excepciones, como en el caso de mi padre, resulta ser cierto. 

Aunque siempre le gustó mucho ese juego, su relación con el ajedrez nunca fue la mejor. Él tenía unos 10 años cuando el juego lo cautivó y aprendió rápido como se movían las fichas; luego profundizó un poco más en el tema hasta que llegó a tener un muy buen nivel de juego.

En la época de su afición, en el internado donde cursaba bachillerato, había un estudiante con rasgos occidentales al que le decían “El Japonés” y que afirmaba saber mucho sobre ajedrez. En los descansos se paseaba con un tablero debajo de su brazo en busca de contrincantes. 

Una día el japonés se cruzó con mi papá y le preguntó que si sabía jugar, “Pues sé mover las fichas” fue la respuesta que obtuvo, así que el Japonés  no dudó ni un segundo en desafiarlo.

Después de los primeros movimientos, mi padre percató algo: El Japonés hablaba más de lo que en realidad sabia.

Después de unos 20 minutos de juego, el japonés comenzó a mover una torre, hasta que mi papá le dijo “un momentico, su jefe está en Jaque”. El japonés indignado se levantó y lo tachó de mentiroso, y de repente le lanzó un puño a la cara que, mi padre, con sus buenos reflejos de ajedrecista, alcanzó a esquivar y terminó impactando su hombro. Ese fue el único duelo que sostuvo el japonés con mi papá, después nunca más lo volvió a desafiar.

Ya en la universidad, un día mi padre llegó a la casa y uno de sus hermanos menores, que también se había aficionado al juego, decidió retarlo. Cuando la partida ya estaba avanzada llegó mi abuelo a observar la contienda. En uno de sus turnos, mi padre hizo un movimiento con el que mi abuelo no estuvo de acuerdo, y expuso fuerte y claro sus razones. Mi padre también hizo lo mismo y ese simple incidente fue motivo suficiente para que se dejaran de hablar por un buen tiempo.

En mí caso, cuando era pequeño, mi entusiasmo por el ajedrez sólo llego hasta aprender cómo se debían mover las fichas. 

Lo que menos me gusta de ese juego es tener que pensar en jugadas futuras, pues es algo que asocio con ansiedad e incertidumbre. 

"En ajedrez no se permite la ayuda
Esa es la belleza del juego.  Estás encerrado
en una serie de movimientos, determinados por tus opciones anteriores"
- Mr. Robot -

lunes, 9 de enero de 2017

Hojas

Julio Ordaz está sentado en una silla de parque incrustada en medio de una calle peatonal de adoquines. Se pregunta si la silla perdió al parque o viceversa.  Al rato olvida el asunto y  se ensimisma viendo pasar a las personas, una de sus actividades favoritas.

Hace unos momentos, una mujer, que le daba pequeños sorbos a un vaso de café, estaba sentada a su lado.  Julio pensó en preguntarle si era su alma gemela.  Hace poco le contaron la historia de un hombre que, aburrido, fue solo a cine y la mujer que quedo a su lado, también sola, se convirtió en su esposa.  Desde que escucho ese relato, le guarda cierto respeto a esas coincidencias que lo ubican con un desconocido en cierto momento espacio-temporal. La mujer parece leer sus pensamientos y antes de comenzar una conversación sin sentido con un desconocido, se pone de pie, ajusta su cartera y abandona el lugar.

A los pocos segundos, un hombre ocupa el lugar de esa ex alma gemela que se perdió en la calle.  Llega un lustrabotas y por medio de un lenguaje de señas, le pregunta si quiere limpiar sus zapatos.  Julio se desconoce cuando le contesta "no" también por señas.

El lustrabotas le ofrece el servicio a su nuevo compañero de silla de parque.  El hombre acepta y el olor del betún fresco transporta a julio a otro lugar, un estudio con una gran biblioteca.  Le parece fascinante estar en ambos lugares al mismo tiempo,  en ese estudio producto de algún recuerdo o anhelo,  y también sentado en la silla viendo la gente pasar.

Ahora las personas que observa, parecen hojas que acaban de caer de un árbol y se las lleva el viento.  Le gusta que sean hojas muertas, pues al perder toda propiedad humana, no tiene manera de juzgarlos. 

jueves, 5 de enero de 2017

Chiringuito

Primavera.  Hace sol y el contraste de las nubes con el cielo es agradable,  ¿para quién? por lo menos para él.  Hace unas horas, mientras caminaba por el Barrio Gótico, sintió que necesitaba un cambió de ambiente.  Siguió caminando para ver hacia donde lo jalaban sus los pasos, la vida.

Ahora contempla el oceano sentado en una silla de un chiringuito del mar  pequeño, quizás el más rústico de todo el sector, que tiene  mesas de madera con acabados burdos y una mesera hermosa de ojos azules.  Le gusta el lugar, le gusta su nombre y como suena Chi-rin-gui-to.  Podría adoptarlo como un mantra para el resto de su vida y, cada vez que se sienta mal, repetir la palabreja indefinidamente. También le gusta la mesera. Se llama Celia, Zelia, para él, que es más española que Cervantes.

El lugar no tiene cabida para la uniformidad ni la simetría,  ¿Quién las necesita? se pregunta.  No sabe que va hacer mañana, ni dentro de una semana, mes o año, solo sabe que no quería permanecer en el lugar del que partió hace 2 meses.

Lleva todas sus pertenencias: 7 prendas de vestir,su portátil y un pocillo de la suerte, en una mochila de color azul similar al del cielo, sube la mirada y  se baja las gafas negras hasta la punta de la nariz para confirmarlo.  La brisa le golpea la cara.  Sonríe.  Celia llega con el segundo mojito de la tarde.

Su mente lo traslada al futuro  y lo distrae con diferentes angustias.  Antes de llevarse la mano derecha a la cabeza, para adoptar una postura adulta de preocupación, recuerda su nuevo mantra: Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to...Lo repite hasta que la palabra ocupa toda su mente.

Le da el primer sorbo a su nuevo mojito.  Sabe perfecto, como una historia redondita sin cabos sueltos.  En ese momento todo cobra sentido. La eternidad debería ser como un chiringuito. 

miércoles, 4 de enero de 2017

La lámpara

Intenta prenderla, una, dos, tres. hasta cinco veces pero la lámpara no funciona.  Lleva 10 años utilizándola y no entiende que ocurre.  Ayer  funcionó de manera normal, como hace rato lo venía haciendo, pero justo hoy parece que se cansó de prestar su función que se jodan y se queden a oscuras.  pensó que pensaba la lámpara.  Cambia el bombillo y revisa que esté conectada.  Todo está en orden, pero se niega a funcionar.

Utiliza, o utilizaba más bien, la lampara para todo.  Todo en su mundo se resume a dos actividades: leer y escribir. y en medio de estas, para no  desentonar mucho, se alimenta y relaciona con otros seres humanos.  Le gustaba la luz que emitía y la cargaba a todo lado para alumbrar sus lecturas; no descansaba hasta encontrar un lugar que tuviera un enchufe donde conectarla.

Aparte de su función básica, la lámpara también le prestaba compañía.  No había enloquecido. Sabía que no era más que un  objeto, pero le había cogido cariño. Su apartamento no tiene bombillos en ninguna de las habitaciones y  cuando llevaba mujeres, producto de sus encuentros y  reuniones sociales con, en su mayoría, desconocidos, le gustaba el ambiente romántico que se creaba al prenderla. 

Prende su portátil y la luz blancuzca de la pantalla le encandelilla los ojos. alumbra algo, por lo menos parte del teclado, pero es una luz que califica de insipida, no entiende bien por qué, pero le genera mucha rabia.

Decide no escribir ni leer y quedarse a oscuras. Sabe que en las tinieblas su punto de vista se ve obligado a cambiar. 

martes, 3 de enero de 2017

¿Una buena idea?

Lunes 2 de enero. El año, como siempre, comienza lento.  Las calles están vacías.  A las 5 y media de la tarde Lucia y Camilo llegan a un café que parece el único establecimiento, de ese tipo, abierto a esa hora.  En la entrada hay un letrero que dice Coffee is always a good idea.

Lucia entra de afán al lugar.  Antes de sentarse mira a la cajera que irradia ese tedio laboral, propio de la primera semana del año.  Antes de sentarse le dice: "quiero un capuchino por favor".  Es esbelta, de pelo rubio que le llega por debajo de la cintura  y lleva un vestido largo de color verde zapote, que resalta su figura y termina en una faldita que deja ver unas piernas templadas. Su figura se acopla al imaginario colectivo de: "esta buena".

Apenas se sientan continúan con una conversación que llevaban en la calle.  Si tengo dos, uno de 11 y otro menor, le dice Camilo.  Lucia se sorprende al saber que tiene hijos; se sorprende y por alguna razón,  él le atrae aun más. No sabe si esta casado, si vive con su pareja o esta soltero,  pero no importa, el  gusto por alguien, siempre barre cualquier rezago de moralidad.

Les sirven sus bebidas, el capuchino que pidió Lucia y una cerveza para Camilo.   Él le cuenta que ha hecho muchos videos para artistas y novelas, que incluso viajó a México y le grabó uno a una actriz famosa de la que no recuerda el nombre.  A mi no me gustan las novelas, nunca he mirado una, le dice Lucia, mientras Camilo mira disimuladamente su escote, que esconde unos senos redonditos, que desconciertan a la gravedad . Ella se da cuenta, siempre se dan cuenta, y se inclina hacia adelante.

No le prestan importancia a ninguno de los temas que tocan.  Camilo piensa en Claudia, su esposa, una gordita peli negra, graciosa.  ¿Solo graciosa? se pregunta, concluye, para no sentirse mal que es gordita, graciosa y linda.  No tanto como Lucia, mejor dicho es bella pero a su manera.

Ahora Camila habla de grupos de rock de la escena local.  Pronuncia de manera muy sexy la palabra Funky.  Cada vez que termina una frase, deja la boca ligeramente entreabierta, como invitando a que le den un beso.  Luego dice que los bares la estresan y que todos los días va al gimnasio, mi entrenamiento se convirtió en mi estilo de vida.  Juega con su pelo mientras habla, y limpia con su lengua algo de espuma que le dejó el último sorbo de su bebida.

Camilo paga la cuenta.  Cuando se paran, él la agarra  de la cintura.  no aprieta mucho, lo suficiente para que su movimiento no traspase las fronteras de la amistad. Camila le sonríe, y ahí si decide agarrarla más fuerte.  Cuando salen del café, Camilo vuelve a ver el aviso de la entrada, pero solo lee las tres ultima palabras en forma de pregunta, a good idea?.

lunes, 2 de enero de 2017

Deseos

"Solo quiero una puta taza de café, un cigarrillo y sentarme en un escalón, al que le de el sol, en la mañana, antes que la ciudad se ponga ruidosa", dice un hombre  que se encuentra en cautiverio.  Comparte su encierro con otras personas, que comienzan a mencionar otros deseos; actividades sencillas que quién sabe hace cuanto tiempo no realizan, desde que un loco decidió secuestrarlos y encerrarlos.

Una taza de café no es mucho. Me gustaría entender el placer que produce alternar sorbos de esa bebida con caladas de cigarrillo, pero no fumo.  Si comparto el gusto por el café y entiendo eso de sentarse en un lugar en el que cae el sol.   ¿Cuántas veces no nos hemos calentado de esa manera y/o experimentado ese pequeño placer?

Nuestras rutinas, esas que a veces aborrecemos tanto, están plagadas de actividades, eventos, cosas sencillas que pasan desapercibidas, pero que seguro otras personas  desean con ansías. Uno de los trucos, creo yo, para no rayarse tanto con la vida y sus constantes cachetadas, consiste en identificar esos micromomentos, fundirnos en ellos y sacarles el mayor provecho posible. 

viernes, 30 de diciembre de 2016

Tagliaferri

 Se llama Alessandro, Alessandro Tagliaferri y no tengo ni la más mínima idea quién es, pero si sé que  falleció ayer, el periodico lo anuncia.   Lo más probable es que tenga ascendencia italiana.  Me gusta como suena  todo su nombre, que parece una guerra entre vocales y consonantes.

Su aviso funebre está en italiano.  La similitud de ese lenguaje con el español, permite que entienda parte de  lo que dice. Tagliaferri fue alumno y profesor del colegio Italiano. Me lo imagino en una casa de campo sentado en un sillón muy comodo, canoso, con anteojos y fumando pipa, mientras lee un libro.  A su derecha justo al alcance de su mano, reposa una copita de Jerez seco sobre una mesita de madera finamente tallada, que bien podría hacer parte de una de las salas del Louvre.

Tampoco sé en que circunstancias murió, espero que no haya sido de manera trágica, es decir durmiendo, pues ese es el imaginario colectivo, que si la muerte nos agarra en los sueños no es tan terrible.

Supongo que Tagliaferri habrá hecho miles de cosas durante su vida, unas buenas y otras no tanto, pero es seguro que su partida hacia el desconocido destino de la muerte, y más en estas fechas en que la nostalgia pega tan fuerte, tiene devastado a sus familiares y amigos más cercanos.

No puedo llorar a Tagliaferri porque, como ya dije, no lo conocí, igual que no puedo llorar a Carrie Fisher por más princesa Leia que haya sido.