miércoles, 1 de marzo de 2017

Ritual

Camila Caravante hace fila para que un sacerdote le estampe una cruz de ceniza en la frente con dos movimientos certeros,  uno vertical y el otro horizontal, del dedo gordo de su mano izquierda.  Le agradan las personas zurdas, pues tienen que lidiar con un mundo diseñado para los diestros; de cierta manera navegan en contra de la corriente.  Aunque diestra, a veces así se siente, una zurda a la que le resulta difícil encajar.

Cuando era pequeña le daba cierta importancia a todo el ritual, y después de que le ponían la cruz, era lo más cuidadosa posible.  Parecía una estatua todo el día, sentada con la espalda erguida y su mirada en un punto fijo; andaba despacio  para evitar que un movimiento brusco le hiciera perder intensidad al símbolo que portaba con orgullo en uno de los lugares más visibles del cuerpo.  Se la pasaba todo el día mirándose al espejo para constatar que  la ceniza todavía tenía forma de cruz y no como la de varias de sus compañeras que que se habían convertido en una simple mancha.

Sabe que el ritual tiene que ver algo con la cuaresma.  Le gusta la sonoridad de esa palabra y siempre que la escucha intenta hacer rimas con "cuarenta".  Hoy, después de que el cura concluyó su movimiento mecánico, le dijo con una voz cansada: "En polvo eres y en polvo te convertiras". 


Cuando iba camino a la oficina, rumió un poco la frase en su cabeza. La pronunció un par de veces moviendo los labios imperceptiblemente y en voz muy baja. De repente se le apareció esa otra frase con tinte terrorífico: "dale señor el descanso eterno y brille para ella luz perpetua", y quiso pensar en otro asunto. Se acordó lo que le había dicho otro cura hace unos años: "Arrepiéntete y cree en el evangelio", No se arrepentía de nada de lo que había hecho en la vida; la verdad prefería convertirse en polvo antes que arrepentirse.

Ahora es de noche.  Cuando se acuesta  vuelve a caer en cuenta del símbolo en su frente.  Se pasa la mano para ver si sus dedos sienten la ceniza. Luego los pone enfrente de sus ojos para ver si distingue algo con la poca luz que entra de los postes de la calle a su cuarto.  No puede ver nada, se da media vuelta y en pocos minutos se queda dormida.

martes, 28 de febrero de 2017

Cuerdas

Uno de sus audífonos muere lentamente.  Hoy. en el trayecto a la oficina, comenzó a sonar con menos fuerza, lo que afecta la plácida experiencia de escuchar música.  Apenas cayó en cuenta, aplicó la misma solución de siempre: mover el cable del audífono defectuoso con furia, para ver si uno de sus filamentos, no se le ocurre otra falla, se arreglaba mágicamente.  Lo más probable es que haya aumentado el daño.  Piensa utilizarlos hasta que dejen de funcionar por completo, que mueran con las botas puestas.

Esta seguro de que ni la economía, la política o, como algunos románticos afirman, el amor, son las fuerzas o movimientos  encargados de salvaguardar el borroso equilibrio del mundo, sino que la carga de tan ardua tarea se reparte entre diferentes objetos, que  lo sostienen junto con las penas de las personas, uno de ellos son los sencillos audífonos, ese peculiar par unitario.

"¿Quién no los ha utilizado en su vida?,  ¿quién no se ha refugiado en una canción o un programa de radio?,  ¿quién no ha buscado resguardo en ellos?" se pregunta. Considera que al  desgastarnos en nuestros asuntos diarios: relaciones, trabajo, estudio, rutinas y más rutinas, lo esencial se nos escapa de la vista.

Sus audífonos reposan,  con los cables enredados, sobre su escritorio.  Toma uno de los auriculares y lo observa a contraluz por la ventana. Cae en cuenta que son importantes por sí solos, que en su sencillez radica su belleza, y que el aparato al que se conectan, independiente de lo fino o novedoso que sea,  no es nada sin ellos; una de esas raras ocasiones donde la parte es más importante que el conjunto. 

Se toma el tiempo para desenredar los cables y una vez lo logra desliza sus dedos por ellos; palpa esa geografía tan sencilla y compleja a la vez. Son cuerdas que sostienen al mundo.

lunes, 27 de febrero de 2017

Tinto caliente

Te quemas la punta de la lengua cuando pruebas la bebida, un tinto oscuro igual que la noche que se establece en la ciudad.  Aun desprende vapor que asocias con la niebla de algún lugar de clima frío que guardas en un recuerdo.

Has bebido más de la dosis diaria personal, "Dosis diaria personal o dosis personal diaria" te preguntas; suena redundante, siempre dando vueltas, siempre subrayando, así que decides dejarlo en "dosis diaria".

Posiblemente no dormirás o te costará trabajo conciliar el sueño.  Imaginas toda la cafeína que has consumido en tu vida corriendo por tus venas de color rojo oscuro, como el que adquiere la sangre al desoxigenarse.  Quizás eso, oxigeno, es lo que pide a gritos tú cerebro para validar fácilmente nuevos puntos de vista.

Te gustaría conocerte, conocerlos, comprenderlos a todos.  Cada vez que entras a un lugar, sientes que las personas, esos desconocidos que se cruzan una y otra vez, dando tumbos de un lado a otro,  están conectados de mil maneras; que detrás de esas caras serias que exudan cansancio  y seriedad todos comparten algo.

Que la mujer que juega con una servilleta que arruga por la mitad dándole la forma de una mariposa, comparte un código secreto con los dos hombres de mediana edad que baten sus bebidas con furia, cuando comienzan a exponer razones y argumentos que lentamente desenvuelven una conversación cálida.  Que la mujer rubia con los labios pintados de rojo y gafas de marco negro grueso, que no aparta la mirada de la pantalla de su portátil, entiende a la perfección a la barista que sirve bebidas y calienta pasteles en un horno, y que cada rato llama a los clientes por su nombre, como si fueran viejos conocidos, para entregarles su pedido.

De repente te identificas con la mujer que muerde el pitillo de su bebida sensualmente y coquetea con el hombre con el que está hablando. Eres igual que todos ellos, o mejor, eres un pedacito de todos y aun así te cuesta mucho comprenderlos.  

 El tinto está frio y ya solo te queda un cuncho. Emprendes tu camino a casa.  Contar ovejas nunca te ha funcionado.  Ahora,  ¿qué vas a hacer?

viernes, 24 de febrero de 2017

Diclofenaco y muerte

Camino hacia el taxi. A pocos metros del carro, el conductor baja la ventana y me pregunta casi a nivel de grito:
"¿Juan Manuel?"
 "Si señor le respondo antes de abrir la puerta"
Apenas me siento me responde: "Yo también me llamo Juan Manuel"
 "Que bueno, tocayo"


justo después de arrancar, y antes de entrar en modo "audífono-y-mirada-perdida-en-el-horizonte", continúa con la conversación:

" ¿No se había dado cuenta?" Su frase lleva un ligero tono de decepción
"no, nome había fijado" respondo sin darle importancia al asunto

Al rato ataca de nuevo: "Como nuestro presidente, ¿Qué tal le ha parecido ese man?"

Sé de la importancia de tomar lados, de expresar lo que uno piensa, pero no quiero caer en las arenas movedizas de la política, tema que me aburre, así que respondo cualquier cosa. Para mi fortuna, el taxista coincide con mi trivial punto de vista.

Le doy la dirección exacta del lugar a donde voy.

" ¿Lo puedo dejar en tal calle? es para no tener que dar tanta vuelta y bla bla bla bla"
"No me puede dejar justo al frente?" dejo implicito, a manera de subtexto en la pregunta, un posible mal servicio.

"Sí claro, ahí miramos como le hacemos. Lo único que no tiene solución es la muerte, sí o no? O bueno si la tiene después de que uno se muere, pero ahí ya paila, ¿cierto?"

Le doy la razón, pero ¿quién sabe algo sobre la muerte?

"Yo casi me muero el 3 de enero" interrumpe mi pequeña divagación. "Fue por una gripa imagínese". Lo hago, me lo imagino tendido en una cama, con la cara roja por la fiebre y sudando. Adorno mi fantasia con un cura muy viejo, un primo lejano, con una sotana negra. Sostiene una biblia sobre sus manos, en las que lleva enrolladas un crucifijo.  No para de murmurar oraciones.

"Me puse malo y fui a una droguería a que me inyectaran Diclofenaco con otra droga, un matrimonio que ponen en las droguerías", punto por su uso de figuras narrativas, "Y ahí casi quedo. Usted sabe, uno que le hace caso a las personas que le dicen: tómese esto, tómese aquello."
Busca mi mirada por el retrovisor y asiento levemente con la cabeza.

Algo similar le pasó a mi excuñado. Le descubrieron que tenía la tensión alta y al médico se le olvidó decirle que partiera la pastilla en cuatro, y le dio un paro cardiaco, justo cuando estaba en consulta médica, lo trataron de revivir y todo pero de nada sirvió, imagínese.

No quiero que vuelva a cerrar sus frases con esa palabra. Ahora visualizo a su su excuñado, un hombre de unos 40 años gordo y con barba y, que está tendido sobre una camilla. A su lado, o más bien encima de él, un médico y una enfermera luchan por revivirlo. Al final la mujer entra en un ataque de histeria y comienza a golpearle el pecho. Ha visto eso en las películas, cuando no ya queda nada por hacer.

Llegamos a mi destino, le doy las gracias y después de bajarme, pienso por un rato  en el matrimonio del  Diclofenaco con otras sustancias  y también sobre la muerte. Al rato otro asunto ocupa en mi cabeza y olvido el tema.

jueves, 23 de febrero de 2017

Cartas de amor

Martes 10:30 de la mañana. Acaba de enviar una de las cartas por correo, Antes lo hacia cualquier día de la semana, pero de tantas que ha enviado y el seguimiento que les ha hecho,  se ha dado cuenta que el correo funciona mejor ese día.

Ya tiene práctica.  Al principio no sabia cómo redactarlas, sin que la carta quedara cursi, repleta de meloserías innecesarias; ahora las palabras vienen una tras otra como una avalancha; por eso centra sus esfuerzos en el proceso de edición, para evitar que no sean extensas y decir lo necesario con la menor cantidad de ellas.

Piensa que sus cartas son dardos afilados cargados de esa sustancia que algunos llaman e identifican tan fácilmente como  "amor", y que se clavan en el corazón de quién las lee.  Se atreve a creer que  Todos necesitan de ese tipo de cartas.

Todo comenzó un día que vio a una pareja peleando en un parque . La mujer, que tenía pelo negro que hacía lindo un  contraste con la bufando roja que llevaba puesta, parecía que iba a morir por la manera en que lloraba.  Entre sollozos trataba de argumentar con el hombre, que tenía los brazos cruzados en una postura desafiante. Al rato este dio media vuelta y la dejo hablando, llorando más bien, sola, sentada sobre un anden.

Se las ingenió para averiguar los datos de esa mujer y un día escribió una carta con la dirección de un amigo soltero.  A las pocas semanas su amigo se fue a vivir fuera de la ciudad, y no sabe si la mujer trató de contactarlo.  

Tampoco quiso volver a saber sobre ella, ya se había entrometido lo suficiente y solo esperaba que su acción fuera la chispa de una reacción en cadena, sin importar si el resultado era negativo o positivo. Quería que pasara algo, cambiar el estado de los eventos de alguna manera.

 Hoy disparó  su carta de amor número 73, y aun no sabe si está desperdiciando sus palabras.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Colores

Desde hace varios años tengo sobre mi escritorio un tubo cilíndrico de cartón, con una tapa de plástico, que contiene unos colores. Me los regalaron en una feria del libro.  Recuerdo que esa vez la mujer que me lo dio era una modelo rubia de Mazda bastante atractiva, que no estaba atendiendo en ningún stand sino que, de un momento a otro, apareció flotando a mi lado y me tendió una mano con el tubito lleno de colores, 12 en total. 

De esa versión del evento, también recuerdo que otra mujer, esa si atendía un stand, me regalo un separador con un fragmento hermosísimo de Rayuela:

"Me miras de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces
jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se
agrandan, se acercan entre si, se superponen y los cíclopes se
miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan
tibiamente, mordiendóse con los labios, apoyando apenas la lengua
en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene
con un perfume viejo y un silencio."

Hace un tiempo mi hermana compró una edición especial de ese libro, pero al final no lo leyó y me lo regaló.  Al igual que el tubo de colores también está en mi cuarto, haciendo la fila de los "libros por leer".  Espero atender su turno este año.

Cuando voy a la feria acepto casi todo lo que quieran  dar: volantes, pasquines (que buena palabra esta), separadores, etc.  Al final del día lo reviso todo y descarto lo que no me llama  la atención.  Guarde el tubito con los colores, pues en esa ocasión juré que algún día iba a pintar un dibujo a lápiz, para luego echarle tinta china y por último colorearlo con esos colores, como lo hacía seguido cuando era pequeño.  Esa vez consideré la situación como una señal que me estaba invitando a dibujar de nuevo.  Nunca cumplí la promesa y los colores aun tienen la punta intacta.  

Hoy, que nuevamente caí en cuenta del tubo, creo que inconscientemente le di el estatus de tótem, y no lo he botado, pues considero que me protege de alguna manera.   ¿Contra qué o quién? la verdad no tengo ni idea.  

Por el momento los dejaré donde están, de pronto  sigo vivo gracias a no haberlos botado, o tal vez guardan una relación directa con el libro de Cortázar, y el uso de uno desencadenará una acción, digamos mágica, con el otro. 

martes, 21 de febrero de 2017

Mariposas blancas

Desde hace unas semanas, había comenzado a adelgazarse.  Lucía cansado, como si estuviera a punto de tirar la toalla de la vida.  Y claro que tuvo consultas médicas,  y claro que se hizo diferentes exámenes pero los resultados no mostraron nada extraño. De todas maneras sabía que algo no andaba bien y que estaba encarando la última curva de la vida. 

Se había sacado la lotería de una enfermedad huérfana.   Quizás dedicó algo de tiempo a martillarse la cabeza con "por qués" destructivos que únicamente sirven para edificar  angustias.

Un día,  no tuvo fuerzas para levantarse de la cama.  La semana anterior había trabajado como si nada, pues no iba a permitir que su estado le hiciera zancadilla a su estilo de vida.

A partir de ese momento quiso compartir todo el tiempo posible con su familia.  "No quiero un funeral; me aterra pensar que mis hijos tengan que cargar mi ataúd" le dijo a su familia.  Quizá quería restarle importancia a la muerte y hacer que la situación fuera lo más llevadera posible.

Muchos de sus amigos, sin ningún motivo en particular  fueron a visitarlo esa semana; decían que habían sentido  necesidad de verlo.  Él  también había pedido que la música de Los Beatles, su grupo favorito, no dejara de sonar en la habitación en la que se encontraba.  

Una tarde, a eso de las tres p.m, su esposa estaba atendiendo una visita en el estudió, cuando sintió que algo le oprimía el pecho y comenzó a llorar desconsolada.  Murió  justo en ese instante. 

Al día siguiente, una mata que del jardín, que  hace rato estaba apagada, volvió a florecer, al tiempo que varias mariposas blancas hicieron presencia.