viernes, 3 de marzo de 2017

Copia de seguridad

La semana pasada, mi portátil se apagó de un momento a otro. Me di cuenta que el cable de poder estaba desconectado “seguro se descargó” pensé, así que lo conecté y esperé un rato a que se cargara un poco. 

Después de unos minutos lo volví a prender, pero el sistema operativo no quería iniciar. En la pantalla salía el logo de la marca y en la parte inferior, sobre una franja azul, el siguiente mensaje: “presione F2 para entrar en BIOS o F4 para Recuperar. Oprimí F4 pero todo siguió igual. Como sé muy poco de esos aspectos técnicos, busqué en internet y me encontré con una página que recomendaba: “oprima cualquiera de las dos teclas como si estuviera jugando videojuegos, hasta que el computador reaccione” es raro,pero así decía. Seguí la instrucción, pero después de un rato paré, pues iba a dañar el teclado con el frenético movimiento del mi dedo índice oprimiendo esa tecla.

Acto seguido, mi cerebro me paseó primero por un estado de negación: “esto no me puede ocurrir”, y luego por uno de rabia: “¡computador sograntriple…!”, estados de ánimo que se potencializaron, al ver la memoria externa sobre mi escritorio. 

¿Cómo era posible no haber hecho esa copia de seguridad que tantas veces me prometí en meses pasados? Decepcionado, apagué la máquina. 

Traté de mantener la calma y pensar, que, de haberse dañado, iba a poder recuperar la información, pero ¿y si no, qué iba a hacer? es increíble el culto y dependencia que le rendimos a la tecnología, se nos daña un aparato, el que sea, y es como si  perdiéramos una parte de nuestra identidad. 

“Todo tiene solución” pensé. Intentaba mantenerme positivo, pero por mi cabeza se seguía cruzando el incidente y también un posible costo de reparación, un imprevisto en las finanzas del mes. 

Como suele suceder, al no salir las cosas como queremos, jugué al mártir, pero es evidente que existen personas a las que  les han sucedido cosas peores. 

Cuando John Steinbeck tenía listo el primer borrador de su novela “De Ratones y Hombres”, Tobi, su perro, devoró el manuscrito. 

Le contó lo ocurrido a su editor en una carta y le aseguró que el nuevo manuscrito (la restauración de los datos) estaría listo dentro de dos meses. Steinbeck, sin nada de lloriqueos, cumplió con su promesa y entregó el manuscrito de una de sus obras más importantes en el tiempo que había indicado.

Al día siguiente del inconveniente con mi portátil, antes de llevarlo a reparar, lo prendí y funcionó como si nada. Ese mismo día realicé la copia de seguridad de mis archivos, que si bien no son obras maestras de la literatura, muchos si se pueden considerar un "primer borrador". 

Hoy en día es muy difícil no recuperar la información de un computador, pero de darse el caso, no deberíamos  renegar tanto, sino mirar de que forma podemos restaurar los archivos. 

El incidente me hizo caer en cuenta que mucha de la información que manejamos día a día la tenemos en el E-mail o en la nube, así que nunca es tan grave. Eso sí, estimado lector, le recomiendo que cada cierto tiempo programe en su calendario la actividad “realizar copia de seguridad”.

jueves, 2 de marzo de 2017

La última sonata

Levantarse y bañarse con agua fría para despertarse por completo.  Desayunar algo, un café con un pan, un batido insipido, lo que sea y salir corriendo al trabajo. Manejar como un loco por las calles de la ciudad, pegarse al pito y mentar la madre por lo menos 30 veces antes de llegar a la oficina.  Así, oscuras, eran  las mañanas  de Felipe Salguero.

Un día el motor de su carro no encendió.  Utilizó 10 de los madrazos del trayecto de su casa a la oficina, combinándolos con golpes contra el volante. Abandonó el parqueadero de su edificio no sin antes darle un portazo a ese maldito pedazo de chatarra, un flamante BMW de color negro.

Salió de prisa caminando y el sol le encandiló los ojos. Lo maldijo.  Hacia mucho que no tomaba el metro subterráneo. Luego de caminar 10 minutos llegó a Ground Cantral,una de las estaciones del metro.  Había olvidado cómo era: Personas bajo la batuta del afán todas evitando contacto visual con los demás, "Mucho mejor, suficiente tengo con compartir espacio con ustedes" pensó.   Vendedores ambulantes, músicos, vagabundos, un universo al que se había desacostumbrado por completo, terminaban de adornar esa cálida mañana.

Alguien comenzó a tocar violín y la gente, contradiciendo su afán, se arremolinó alrededor de la interprete, una mujer ciega que llevaba gafas negras y un sombrero púrpura.  Tocaba una  sonata que invitaba a la nostalgia y a evocar recuerdos tristes. Varias personas se pasaban las manos por sus ojos para limpiar sus lágrimas. 

En ese momento llegó el metro y el público quedó entre Felipe y el vagón que debía abordar. Se las arregló para traspasar la multitud a punta de empujones e insultos.  "Maldita ciudad, maldita ciega, pero claro todos se relamen en su condición  de discapacitada y se les cuela la tristeza como si nada,  ¿acaso no tienen que trabajar?" se dijo mentalmente.

Su viaje en metro no duró más de 20 minutos.  Se acopló al afán de la mañana fácilmente y salió corriendo del tren.  Ese día tenía una reunión muy importante, iba a cerrar un negocio con uno de los magnates de la ciudad.

Cuando llegó al edificio, el sector de los ascensores estaba repleto.  No lo dudo un instante y tomó las escaleras.  Comenzó a subir por ellas a grandes zancadas, mientras maldecía mentalmente su mal estado físico, En el octavo piso sintió una punzada en su pecho que lo hizo caer y rodar por un par de escalones. No solo su carro fue el que dejó de funcionar ese día.

No se sabe quien contrato la música para su funeral, pero ese día la ciega tocó como nunca. Todos los asistentes lloraban; era difícil saber si a causa de la melodía o por la partida de Felipe Salguero.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Ritual

Camila Caravante hace fila para que un sacerdote le estampe una cruz de ceniza en la frente con dos movimientos certeros,  uno vertical y el otro horizontal, del dedo gordo de su mano izquierda.  Le agradan las personas zurdas, pues tienen que lidiar con un mundo diseñado para los diestros; de cierta manera navegan en contra de la corriente.  Aunque diestra, a veces así se siente, una zurda a la que le resulta difícil encajar.

Cuando era pequeña le daba cierta importancia a todo el ritual, y después de que le ponían la cruz, era lo más cuidadosa posible.  Parecía una estatua todo el día, sentada con la espalda erguida y su mirada en un punto fijo; andaba despacio  para evitar que un movimiento brusco le hiciera perder intensidad al símbolo que portaba con orgullo en uno de los lugares más visibles del cuerpo.  Se la pasaba todo el día mirándose al espejo para constatar que  la ceniza todavía tenía forma de cruz y no como la de varias de sus compañeras que que se habían convertido en una simple mancha.

Sabe que el ritual tiene que ver algo con la cuaresma.  Le gusta la sonoridad de esa palabra y siempre que la escucha intenta hacer rimas con "cuarenta".  Hoy, después de que el cura concluyó su movimiento mecánico, le dijo con una voz cansada: "En polvo eres y en polvo te convertiras". 


Cuando iba camino a la oficina, rumió un poco la frase en su cabeza. La pronunció un par de veces moviendo los labios imperceptiblemente y en voz muy baja. De repente se le apareció esa otra frase con tinte terrorífico: "dale señor el descanso eterno y brille para ella luz perpetua", y quiso pensar en otro asunto. Se acordó lo que le había dicho otro cura hace unos años: "Arrepiéntete y cree en el evangelio", No se arrepentía de nada de lo que había hecho en la vida; la verdad prefería convertirse en polvo antes que arrepentirse.

Ahora es de noche.  Cuando se acuesta  vuelve a caer en cuenta del símbolo en su frente.  Se pasa la mano para ver si sus dedos sienten la ceniza. Luego los pone enfrente de sus ojos para ver si distingue algo con la poca luz que entra de los postes de la calle a su cuarto.  No puede ver nada, se da media vuelta y en pocos minutos se queda dormida.

martes, 28 de febrero de 2017

Cuerdas

Uno de sus audífonos muere lentamente.  Hoy. en el trayecto a la oficina, comenzó a sonar con menos fuerza, lo que afecta la plácida experiencia de escuchar música.  Apenas cayó en cuenta, aplicó la misma solución de siempre: mover el cable del audífono defectuoso con furia, para ver si uno de sus filamentos, no se le ocurre otra falla, se arreglaba mágicamente.  Lo más probable es que haya aumentado el daño.  Piensa utilizarlos hasta que dejen de funcionar por completo, que mueran con las botas puestas.

Esta seguro de que ni la economía, la política o, como algunos románticos afirman, el amor, son las fuerzas o movimientos  encargados de salvaguardar el borroso equilibrio del mundo, sino que la carga de tan ardua tarea se reparte entre diferentes objetos, que  lo sostienen junto con las penas de las personas, uno de ellos son los sencillos audífonos, ese peculiar par unitario.

"¿Quién no los ha utilizado en su vida?,  ¿quién no se ha refugiado en una canción o un programa de radio?,  ¿quién no ha buscado resguardo en ellos?" se pregunta. Considera que al  desgastarnos en nuestros asuntos diarios: relaciones, trabajo, estudio, rutinas y más rutinas, lo esencial se nos escapa de la vista.

Sus audífonos reposan,  con los cables enredados, sobre su escritorio.  Toma uno de los auriculares y lo observa a contraluz por la ventana. Cae en cuenta que son importantes por sí solos, que en su sencillez radica su belleza, y que el aparato al que se conectan, independiente de lo fino o novedoso que sea,  no es nada sin ellos; una de esas raras ocasiones donde la parte es más importante que el conjunto. 

Se toma el tiempo para desenredar los cables y una vez lo logra desliza sus dedos por ellos; palpa esa geografía tan sencilla y compleja a la vez. Son cuerdas que sostienen al mundo.

lunes, 27 de febrero de 2017

Tinto caliente

Te quemas la punta de la lengua cuando pruebas la bebida, un tinto oscuro igual que la noche que se establece en la ciudad.  Aun desprende vapor que asocias con la niebla de algún lugar de clima frío que guardas en un recuerdo.

Has bebido más de la dosis diaria personal, "Dosis diaria personal o dosis personal diaria" te preguntas; suena redundante, siempre dando vueltas, siempre subrayando, así que decides dejarlo en "dosis diaria".

Posiblemente no dormirás o te costará trabajo conciliar el sueño.  Imaginas toda la cafeína que has consumido en tu vida corriendo por tus venas de color rojo oscuro, como el que adquiere la sangre al desoxigenarse.  Quizás eso, oxigeno, es lo que pide a gritos tú cerebro para validar fácilmente nuevos puntos de vista.

Te gustaría conocerte, conocerlos, comprenderlos a todos.  Cada vez que entras a un lugar, sientes que las personas, esos desconocidos que se cruzan una y otra vez, dando tumbos de un lado a otro,  están conectados de mil maneras; que detrás de esas caras serias que exudan cansancio  y seriedad todos comparten algo.

Que la mujer que juega con una servilleta que arruga por la mitad dándole la forma de una mariposa, comparte un código secreto con los dos hombres de mediana edad que baten sus bebidas con furia, cuando comienzan a exponer razones y argumentos que lentamente desenvuelven una conversación cálida.  Que la mujer rubia con los labios pintados de rojo y gafas de marco negro grueso, que no aparta la mirada de la pantalla de su portátil, entiende a la perfección a la barista que sirve bebidas y calienta pasteles en un horno, y que cada rato llama a los clientes por su nombre, como si fueran viejos conocidos, para entregarles su pedido.

De repente te identificas con la mujer que muerde el pitillo de su bebida sensualmente y coquetea con el hombre con el que está hablando. Eres igual que todos ellos, o mejor, eres un pedacito de todos y aun así te cuesta mucho comprenderlos.  

 El tinto está frio y ya solo te queda un cuncho. Emprendes tu camino a casa.  Contar ovejas nunca te ha funcionado.  Ahora,  ¿qué vas a hacer?

viernes, 24 de febrero de 2017

Diclofenaco y muerte

Camino hacia el taxi. A pocos metros del carro, el conductor baja la ventana y me pregunta casi a nivel de grito:
"¿Juan Manuel?"
 "Si señor le respondo antes de abrir la puerta"
Apenas me siento me responde: "Yo también me llamo Juan Manuel"
 "Que bueno, tocayo"


justo después de arrancar, y antes de entrar en modo "audífono-y-mirada-perdida-en-el-horizonte", continúa con la conversación:

" ¿No se había dado cuenta?" Su frase lleva un ligero tono de decepción
"no, nome había fijado" respondo sin darle importancia al asunto

Al rato ataca de nuevo: "Como nuestro presidente, ¿Qué tal le ha parecido ese man?"

Sé de la importancia de tomar lados, de expresar lo que uno piensa, pero no quiero caer en las arenas movedizas de la política, tema que me aburre, así que respondo cualquier cosa. Para mi fortuna, el taxista coincide con mi trivial punto de vista.

Le doy la dirección exacta del lugar a donde voy.

" ¿Lo puedo dejar en tal calle? es para no tener que dar tanta vuelta y bla bla bla bla"
"No me puede dejar justo al frente?" dejo implicito, a manera de subtexto en la pregunta, un posible mal servicio.

"Sí claro, ahí miramos como le hacemos. Lo único que no tiene solución es la muerte, sí o no? O bueno si la tiene después de que uno se muere, pero ahí ya paila, ¿cierto?"

Le doy la razón, pero ¿quién sabe algo sobre la muerte?

"Yo casi me muero el 3 de enero" interrumpe mi pequeña divagación. "Fue por una gripa imagínese". Lo hago, me lo imagino tendido en una cama, con la cara roja por la fiebre y sudando. Adorno mi fantasia con un cura muy viejo, un primo lejano, con una sotana negra. Sostiene una biblia sobre sus manos, en las que lleva enrolladas un crucifijo.  No para de murmurar oraciones.

"Me puse malo y fui a una droguería a que me inyectaran Diclofenaco con otra droga, un matrimonio que ponen en las droguerías", punto por su uso de figuras narrativas, "Y ahí casi quedo. Usted sabe, uno que le hace caso a las personas que le dicen: tómese esto, tómese aquello."
Busca mi mirada por el retrovisor y asiento levemente con la cabeza.

Algo similar le pasó a mi excuñado. Le descubrieron que tenía la tensión alta y al médico se le olvidó decirle que partiera la pastilla en cuatro, y le dio un paro cardiaco, justo cuando estaba en consulta médica, lo trataron de revivir y todo pero de nada sirvió, imagínese.

No quiero que vuelva a cerrar sus frases con esa palabra. Ahora visualizo a su su excuñado, un hombre de unos 40 años gordo y con barba y, que está tendido sobre una camilla. A su lado, o más bien encima de él, un médico y una enfermera luchan por revivirlo. Al final la mujer entra en un ataque de histeria y comienza a golpearle el pecho. Ha visto eso en las películas, cuando no ya queda nada por hacer.

Llegamos a mi destino, le doy las gracias y después de bajarme, pienso por un rato  en el matrimonio del  Diclofenaco con otras sustancias  y también sobre la muerte. Al rato otro asunto ocupa en mi cabeza y olvido el tema.

jueves, 23 de febrero de 2017

Cartas de amor

Martes 10:30 de la mañana. Acaba de enviar una de las cartas por correo, Antes lo hacia cualquier día de la semana, pero de tantas que ha enviado y el seguimiento que les ha hecho,  se ha dado cuenta que el correo funciona mejor ese día.

Ya tiene práctica.  Al principio no sabia cómo redactarlas, sin que la carta quedara cursi, repleta de meloserías innecesarias; ahora las palabras vienen una tras otra como una avalancha; por eso centra sus esfuerzos en el proceso de edición, para evitar que no sean extensas y decir lo necesario con la menor cantidad de ellas.

Piensa que sus cartas son dardos afilados cargados de esa sustancia que algunos llaman e identifican tan fácilmente como  "amor", y que se clavan en el corazón de quién las lee.  Se atreve a creer que  Todos necesitan de ese tipo de cartas.

Todo comenzó un día que vio a una pareja peleando en un parque . La mujer, que tenía pelo negro que hacía lindo un  contraste con la bufando roja que llevaba puesta, parecía que iba a morir por la manera en que lloraba.  Entre sollozos trataba de argumentar con el hombre, que tenía los brazos cruzados en una postura desafiante. Al rato este dio media vuelta y la dejo hablando, llorando más bien, sola, sentada sobre un anden.

Se las ingenió para averiguar los datos de esa mujer y un día escribió una carta con la dirección de un amigo soltero.  A las pocas semanas su amigo se fue a vivir fuera de la ciudad, y no sabe si la mujer trató de contactarlo.  

Tampoco quiso volver a saber sobre ella, ya se había entrometido lo suficiente y solo esperaba que su acción fuera la chispa de una reacción en cadena, sin importar si el resultado era negativo o positivo. Quería que pasara algo, cambiar el estado de los eventos de alguna manera.

 Hoy disparó  su carta de amor número 73, y aun no sabe si está desperdiciando sus palabras.