lunes, 15 de mayo de 2017

Inicio de semana

Algunos afirman que el primer día hábil de la semana los toma preparados o, de cierta forma, recargados de energía, listos para enfrentar lo que la vida les tenga preparado para los 7 días que están por venir, otros persisten en abrigarse y quedarse envueltos en la modorra que acompaña el inicio de la semana, salpicada por los dos días de descanso previos; actitud distante para el primer bando.

Lunes. Es de noche y camino por un centro comercial. La mayoría de locales ya cerraron y son pocos los que continúan abiertos, con sus dependientes ordenando artículos de forma perezosa y tal vez con muchas ganas de abandonar lo más pronto posible su lugar de trabajo.

“Es que a yo-no-sé-quiencito no le gusta ni mierda”, le Dice una mujer, con voz potente y a la que no veo, a su interlocutora. Imagino que yo-no-sé-quiencito es su jefe y que es una persona que molesta bastante. Su subalterna tiene mucho mal genio, quizá estrés del primer día de trabajo de la semana, o algo que esa persona le dijo que la saco de sus casillas. Con yo-no-sé-quiencito, quien quiera que sea, valga la redundancia, encima, la semana no augura un buen futuro.

Me pregunto a qué bando pertenecerá la señora, ¿a los de la modorra o a los recargados de baterías? ppuede que el incidente la hunda más en su pereza o quién sabe cuánto porcentaje de batería para el resto de semana se le habrá ido hoy.

domingo, 14 de mayo de 2017

"Bailar jazz hasta morir"

El otro día en una librería vi un libro, tipo diario, de Anaïs Nin.  Me llaman la atención esos textos de los escritores que no tienen nada que ver con sus trabajos de ficción; solo un decir, pues seguro están repletos de temas que hacen parte de sus obras.

Me gustan porque me parece que en cada anotación, en cada entrada, saltan de un tema a otro  con facilidad, y esa especie de desorden y/o aleatoreidad me agrada.

Abro el libro más o menos por la mitad, y me encuentro con una entrada del 18 de Septiembre de 1935, ¿acaso eso no es fascinante?, es decir, tener la posibilidad de saber cuáles eran los pensamientos más íntimos de una persona que ya no está presente, en un día preciso? Quizás si, quizás no, de pronto es una especie de voyerismo que todos desarrollamos en mayor o menor grado.

Son tres párrafos pequeños.  En el primero Nin habla sobre un hombre que se llama Eduardo, de quién afirma que va: "acompañado de surrealismo"

En el segundo, habla sobre su proceso de escritura y cómo se traga su neurosis cuando escribe y cómo también puede hacerlo gracias a ella. Lo concluye con una frase hermosa:  "preferiría ser camarera de cabaret y bailar jazz hasta morir"

El último se lo dedica a Henry, Miller supongo, y cuenta como este utiliza a sus amigos, en especial a un tal Fred que define como: "una edición barata de Henry"

Adelanto unas hojas y caigo en otra entrada de unos días después. En esta habla sobre la debilidad de Miller al utilizar a las personas y como debido a eso, pierde su amistad con Aleister Crowley.  Nin dice que le escribe una carta y que está siendo sincero, pero que de resto solo se acerca a las personas para utilizarlas.

Dice que Miller no comprende que a las personas les duele que las utilicen, y que no sabe que "solo el amor hace que la utilización sea correcta."

Bailar, bailar jazz hasta morir...

jueves, 11 de mayo de 2017

¿Cómo escribir una novela?

Busco un libro en mi biblioteca y me encuentro otro, uno pequeño que nunca había visto.  Se titula " ¿Cómo se escribe una novela?  ¿En qué momento llegó ahí?  Si no me agrada esa moda de los artículos tipo  "¿Cómo hacer inserte aquí el tema que se le venga a la cabeza?"entonces,  ¿por qué tengo un libro entero sobre cómo se debe hacer algo que desde mi  punto de vista considero casi sagrado?  Estoy seguro que yo no lo compré.  ¿Será una de señales sobre las que tanto se habla, que me pregunta en silencio  ¿por qué no escribe una novela?

Me acuerdo de otras apariciones repentinas, como una canción en mi mp3 que no sé como llegó a él, o una camisa en mi closet a la que le terminé cogiendo gusto y me la pongo seguido.  Ambos aparecieron de un momento a otro. Me gusta pensar que se materializaron de la nada.

El librito tiene 238 páginas  y lo escribió una periodista y filóloga argentina que escribe para el diario La Nación y  también  trabaja en Barcelona como directora de la revista Escribir y Publicar.  Está  dividido en 9 capítulos: El enfoque, El espacio y el tiempo, los procedimientos, entre otros.  Seguro tiene muy buenos consejos sobre como abordar ese proyecto tan desgastante y personal que es escribir una novela, pero creo que aprendo más sobre cómo escribir una novela leyendo una, que  leyendo sobre cómo se deberían escribir.

Pero, ¿quién sabe  algo con exactitud en esta vida? a la larga uno tiene idea de muy poco. Quizás  el librito se me apareció para cortar de un tajo mi arrogancia y encarrilarme en ese proyecto.  De pronto la camisa y la canción desconocida en mi mp3 juegan un papel importante, o se relacionan de manera misteriosa para dar vida a un relato de largo aliento; un texto que existe, me habita, pero que aún no he escrito.

"Escribir una novela es construirse un universo privado del que se puede salir y volver a entrar para habitar otras vidas" Son las palabras con las que la escritora inicia el libro.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Nudo

Hago fila para pagar una bolsa de mandarinas. El supermercado está repleto, y trato de buscar una fila con pocas personas. La creo encontrar y me hago detrás de una señora. 


Cerca de la caja hay un stand con revistas. La caratula de una muestra a Trump, con uno de sus gestos indescifrables, como de dolor de estómago crónico, su cara a veces es un nudo, junto a Melania su esposa. El texto que acompaña a la fotografía es “Melania y Donald Trump duermen en cuartos separados”.

No importa la situación política y el ambiente de polarización en que se encuentra sumido ese país; tampoco que los gringos estén estudiando la posibilidad de agarrarse a bombazos con otros países; lo importante son esas maricaditas a las que les ponemos tanta atención.

Lucho con hacerle el nudo a la bolsa de mandarinas, que está a punto de romperse, mientras intento mantener el paraguas en equilibrio. La señora se voltea y me dice: “señor, hay una caja rápida allá” y señala con su mano hacia la derecha.

No sé por qué quiere que me pase a otra caja si voy detrás de ella en la fila. Le respondo: “¿Cuál?, ¿qué número?”. “La 5” dice. Le hago caso y me paso a hacer fila en esa caja.

Ubicado en mi nueva fila aún continúo sin poder hacerle el nudo a la bolsa. La tomo de los extremos y le comienzo a dar vueltas entre los brazos y se enreda con los cables de los audífonos que llevo puestos. La torpeza de mis movimientos hace que suelte la sombrilla, que se estampa contra el piso.

Delante de mí está una señora pelirroja de edad. Según el atuendo que lleva, creo que trabaja como “señora de los tintos” en alguna oficina; uno de los pilares de cualquier lugar de trabajo. La miro extrañado pues nunca había visto una mujer mayor con ese color de pelo que, al parecer, es natural. Mi nueva compañera de fila parece no tener claro el concepto de caja rápida, pues su carrito de mercado está abarrotado de frutas y varias botellas, tamaño litro, de gaseosa.

El paraguas continúa en el piso. La señora que ocupa el puesto detrás de mí, me lo hace saber: “Señor, se le cayó el paraguas” “Si, ya sé” respondo algo molesto, pero simulo una sonrisa. Unos segundos después, el destino la castiga a ella, pues el paquete de arroz que lleva en las manos cae al piso. “Señora, se la cayó el paquete de arroz al piso” pienso.

Por fin logro hacerle el nudo a la bolsa que tiene un hueco en uno de sus lados pero contiene, con dignidad, a las mandarinas. Me agacho y recojo el paraguas.

Cuando salgo del supermercado me pregunto cuál será el nudo en la relación de los Trump para que tengan que dormir en cuartos separados.

martes, 9 de mayo de 2017

Hijos

Aurora, quien debe tener un poco más de 50 años, le hace las uñas a una hombre en la peluquería.  Su cliente, no mayor de 30 años conversa con ella desinteresadamente.  Entre los múltiples caminos que puede tomar una conversación, la de ellos se encarriló en el tema de los hijos.

Aurora le pregunta al hombre: "¿Usted tiene hijos?". "No".  Respuesta que automáticamente desencadena otra: "¿Y por qué no?".

El hombre hace un gesto que traduce: "¿En que tema me metí?" y  responde que por el momento no quiere y que pensar en eso es intentar ubicarse en un futuro, y todo lo relacionado con ese más allá produce angustia.  "Igual uno nunca puede estar cerrado a nada porque llega el destino, el universo o el cosmos y nos suelta, a manera de bomba, cualquier acontecimiento" concluye.

Aurora insiste en el tema y le da algunas razones de lo bonito que es tener hijos.  Le cuenta que siempre le han gustado los niños; que ella viene del campo y que cuando alguien de su vereda tenía uno, ella agarraba un pollo de su granja para llevárselo de regalo a la madre.  La ofrenda no tenía otro fin que poder cargar al recién nacido.

Calla por un momento mientras se concentra en limar una uña.  Sube la mirada y le dice: "usted debería darle un nieto a sus papás".  El hombre le pregunta que si ella tiene nietos y responde: "¡Sí claro!, tengo 3.  Mi primer nieto nació cuando yo tenía 37 años.  Mi hijo tenía 16 y embarazó a una china, después conoció a otra mujer y tuvo otro hijo, pero de ninguno de los dos se hizo cargo.  Unos años después conoció a una tercera mujer, pero esa si le salió fiera y le dejó el bebé a él."

Ante la avalancha de información, ell hombre guarda silencio. Parece que juega con un pensamiento no relacionado con la charla, hasta que Aurora rompe su estado contemplativo  y le dice: "¿Si ve? lo dejé pensando.  Fijo esta noche cuando se acueste va a pensar en el tema".

Guardan silencio por un rato hasta que ella vuelve a hablar: "Mejor tenerlos que adoptarlos,  ¿no? porque uno debe querer menos a un hijo adoptado,  ¿no cree? Además, que miedo  ¿Qué tal que el papá del niño haya sido ratero o vicioso? Por genética el hijo tira para allá, que susto eso"

A punto de acabar su servicio, mientras repasa las uñas del hombre, concluye: "Pero si, lindo dejar una familia grande en el mundo.  EL hombre le responde con una sonrisa, le da las gracias y se despide.

"Del mismo modo que hay padres adoptivos más legítimos que los 
verdaderos,  hay autores que no se merecen los libros que han escrito. Es muy 
difícil merecer ser padre, o ser autor. En cuanto a los hijos, ya he dicho que 
todos somos en cierto modo adoptados."
- Dos mujeres en Praga -

lunes, 8 de mayo de 2017

Guantes negros

Domingo 7 de la noche. Duermo una película de Netflix y me aventuro en un sueño extraño. Me causa curiosidad cuando logro recordar lo que sueño ya que casi nunca lo hago, es decir, recordar, pues dicen, si no estoy mal, que siempre soñamos algo. Las pocas veces que lo logro, sólo recupero escenas sueltas.

En el plano onírico me encuentro en un restaurante y como una hamburguesa. Soy, al parecer, la única persona en ese lugar. Reparo en mis manos y veo que llevo puestos unos guantes negros para lavar la losa. 

Luego de terminar mi comida me acerco con la bandeja a la caneca. Aplausos para mi personaje en el sueño, que supongo soy yo, por esa actitud. Detesto cuando las personas dejan reguero sobre las mesas en los restaurantes.

En mi trayecto hacia la caneca, paso cerca de la barra y veo un plato de nachos bañados en queso fundido, guacamole, frijol refrito y sour cream. El plato se ve muy apetitoso y pienso en probar uno, pues el cocinero está ocupado en la parrilla asando carne, “¿Para qué si no hay nadie?”, y seguro no se daría cuenta.

Nuevamente me concentro en los nachos, pero tengo las manos ocupadas con la bandeja y las manos llevan los engorrosos guantes negros, que le restan habilidad a los dedos.

Con el rabillo del ojo capto a una mujer y algo me dice que es la persona que ordenó los nachos. La conozco, mejor dicho, sé quién es. Hace muchos años me dejo un agradable comentario en la entrada de otro blog.

Camino hacia el baño y me encuentro con la mujer. Cuando nos cruzamos me sonríe y saluda: “Hola, hace tiempo no te veía, ¿cómo has estado?"  Su frase es afectuosa. También sonrío y le explico que voy para el baño y, torpemente, levanto mis brazos para mostrarle los guantes negros. No sé para qué hago eso pero, al parecer, los guantes negros, junto con los nachos son símbolos importantes de la narrativa de que plantea mi subconsciente o quien sea que dirige el sueño. 

Robert Mackee sostiene que en una narrativa debe tener un buen sistema de imágenes, con símbolos que nos muevan, mientras no los reconozcamos como eso, momento en el que pierden todo su poder de sugestión.  

En el baño, abro el grifo del lavamanos y pienso en la mujer de los nachos. “La voy a saludar”, pienso. Cuando salgo ella ya abandonó el lugar y tampoco hay rastro de los nachos.

Despierto. Son las 10:45. Siento hambre y mi estómago hace ruidos “¿Fue eso lo que disparó el sueño?" 

Voy a la cocina a servirme un cereal y en el lavaplatos veo un par de guantes negros. Los reviso y,afortunadamente, no están untados de guacamole.

sábado, 6 de mayo de 2017

Olvidar

Carmenza dedicó gran parte de su vida al Psicoanálisis.  

Un día comenzó a olvidar: caras, compromisos, fechas, todo, y lo que empezó como pequeños lapsus mentales atribuibles a olvidos pasajeros que le ocurren a cualquiera, pronto se convirtió en el monstruo del Alzheimer. 

Lo que más le afecta, o eso creen sus amigos y familiares, pues nadie sabe con certeza que pensamientos se pasean por el laberinto de su mente, no es olvidar, sino ser consciente de que está enferma.

Se la pasa encerrada en su casa porque esabe que si sale sola a la calle, seguro se va a perder.  Tampoco contesta el teléfono.  El otro día Clara, una de sus mejores amigas, la visitó y le contó que la había estado llamando a lo largo del día anterior. " ¿Por qué no contestas el teléfono?" le preguntó. "Es que me da miedo no saber quién es la persona que me habla". le contestó triste.

A veces se queda mirando un punto fijo en el horizonte sin pestañear, mientras navega quien sabe en qué tipo de recuerdos; de un momento a otro regresa a su realidad desconectada.

Le gustaría poder tratar su trastorno mental con sus propios conocimientos, pero cada vez le cuesta más trabajo concentrarse.