martes, 27 de junio de 2017

Treinta y ocho palabras

Treinta y ocho palabras. Es un párrafo pequeño de apenas tres líneas, la última cortada a la mitad. Es la transición de una escena a otra, una que comenzó reflejando el sentimiento del amor y termina llena de odio. Sabe lo mucho que le gusta a los lectores montarse en esas montañas rusas emocionales.

Su meta eran 1000 palabras, pero simplemente no las pudo sacar de su cabeza, sistema, tripas, corazón, o de donde sea que le salen. Esto es un decir, pues si lo había hecho; después de ese corto párrafo había escrito otro par de más de 100 palabras cada uno, con los que sobrepasaba su cuota diaria, pero estos, en forma, estilo, palabras y ritmo no tenían la calidad de ese pequeño párrafo. Por eso los borró y justo después de escribirlos dedicó todos sus esfuerzos al pequeño párrafo. 

Pasó toda la tarde editándolo, escogiendo las palabras adecuadas, mirando mil maneras de puntuarlo, podándolo para expresar lo que quería en la menor cantidad de palabras posibles.

Por el momento le parece que está perfecto. Quizá mañana, justo después de leerlo, lo borre, pues a veces las palabras tienen sus días, nosotros los tenemos para ellas o viceversa.

Treinta y ocho palabras. Ese fue el avance de su novela hoy y que prefiere no comentar con nadie. Está seguro de la pregunta que le harían “¿Sólo treinta y ocho?”

“Ojalá el esfuerzo siempre fuera proporcional al resultado” piensa.

lunes, 26 de junio de 2017

Dulces por balas

Son casi las 5 y ellos son 6. Llegan haciendo mucho ruido. pegan 3 mesas y se sientan. Ordenan, la mayoría postres y algunos comida de sal. La media de la edad del grupo debe ser de unos 20 años. 

Tres hombres: uno alto de barba, que parece ser el mayor  y, los otros dos, uno con aspecto preppy que mira por encima del hombro a las personas que pasan por su lado, y el otro gordo con acento venezolano. 

Dos de las mujeres, rubias, se ríen de a poquitos de los comentarios de los hombres y una pelinegra, que resalta con su pelo largo, llena la conversación con comentarios certeros a los que el resto de grupo presta toda la atención posible.

Hablan, pero sobre todo ríen. Es una conversación que está plagada de doble sentido o, más que eso, de puros códigos de amistad. Caen en el tema de un paseo al que van a ir, están invitados o las dos cosas. Una de las rubias le dice a la otra, que fijo la van a emborrachar, y su interlocutora le responde, frunciendo los labios: "no hay chance de que eso pase". La pelinegra, que aparenta más edad, ríe del intercambio de palabras de sus amigas, y salda el tema con una frase en la forma: “Marica + opinión personal”.

Tocan un tema sexual y una de las monitas se apena ante un comentario del venezolano. No pasa nada, ninguno se relame en el tema y con facilidad alguno plantea otro, ríen intercambian más palabras y ya está.

De repente, el gordo, a manera de anécdota les cuenta: “Las 2 semanas que estuve en Caracas, me la pasé viendo las protestas desde la ventana de mi cuarto.” Luego pide la cuenta y el datáfono, mientras rechaza unos billetes, con expresión de: " ¿Pero cómo se les ocurre?, que los otros han puesto encima de la mesa.

viernes, 23 de junio de 2017

Empanada fría

Pedro Neuman muerde la empanada fría imaginando que está muy caliente. Mediante ese pequeño acto de autosugestión, o bien fe hacia el dios del calor, el dios de las empanadas o, mejor aún, el dios de las empanadas calientes, le resta importancia a la temperatura del alimento.

Si le mencionara a algún católico radical que engulló la comida masticando esas ideas, quizá lo tildaría de blasfemo. Como no conoce a ninguno de esos catadores de empanadas frías que tiene a su lado, prefiere tragarse sus ideas al igual que ellos la empanada.

Le gustaría que todas las religiones fueran politeístas, pues cree que los dioses, por más dioses que sean, a veces se enredan siguiendo el rastro de las acciones de miles de personas a lo largo del día; por eso es más fácil dictaminar que muchas cosas son pecado y ya. De igual manera, la imagen que se crea la sociedad acerca de ese único dios es uno que castiga y al que se le debe temer. “De ahí la frase temor de Dios”, se le ocurre. 

Ahora los meseros pasan repartiendo bebidas calientes: té o café son las opciones. Después de otro mordisco a la empanada, Neuman decide que si la que escoge llega a estar fría, dejará la religión de lado para siempre.

jueves, 22 de junio de 2017

Mérito literario

Catalina lee las condiciones para un concurso de cuento: “los participantes deben tener en cuenta que la evaluación de los textos se hará con relación al mérito literario de la obra”.


El término  la asalta desde el momento en que lo leyó. Le gusta escribir, pero no tiene ni idea que significa “mérito literario”.  y mucho menos quién decide si un texto lo tiene o no,  imagina que un escritor famoso está en la capacidad de dar tal veredicto.

Se pregunta si debe cargar el escrito con una mezcla exacta de descripciones, diálogos, figuras literarias, todo envuelto en un ritmo perfecto, o si debe crear una historia completamente redonda y que se desarrolle sin incongruencias, hasta alcanzar un desenlace que deja deseando más al lector, pero a la vez completamente satisfecho.

Siempre le ha gustado escribir cosas que ve y le pasan. Su cuento trata sobre doña Magola, una viejita con la cabeza completamente blanca que vende dulces cerca a su casa. Es  un personaje fascinante que, sin importar cuál sea el clima, siempre está parada en la misma esquina desde las 6 de la mañana.

El otro día se la paso observándola varias horas y llenó varias hojas de su libreta con apuntes.  Cuando la mujer estaba a punto de irse se acercó para conversar con ella: “Doña Magola voy a escribir un cuento y usted va a ser el personaje principal. Le puedo hacer unas preguntas?” “Claro mija, pero sólo si me pone como una princesa en su cuento”  le respondió  y luego soltó una carcajada.

Una semana después Catalina termina de escribir su cuento. no tiene ni idea si logró imprimirle el mérito literario necesario pero, sin importar si lo seleccionan o no, está contenta con el resultado

miércoles, 21 de junio de 2017

Sala de espera

Entonces yo le dije: “¿Realmente cree que yo cumplo con sus expectativas? Yo sólo siento que soy un objeto más de su vida, y déjeme decirle que yo y Martina somos más que objetos, somos un núcleo familiar…” 

Eso le cuenta Marcela a un amigo en la sala de espera de un consultorio médico. Su interlocutor, a quien afectuosamente llama Carlitos, lleva saco y corbata, tiene los brazos cruzados y la mirada perdida en la pared. Eventualmente asiente con la cabeza, pero sólo él sabe en qué está pensando: ¿fútbol, dinero, trabajo, la misma Marcela? Carlitos se limita a darle la razón a todo lo que ella le dice. Con la información suministrada, podemos suponer que la mujer es la madre de Martina, su compañera de ese núcleo familiar, combo de palabras que evoca imágenes poderosas. 

La mujer continúa despotricando acerca de Andrés, su pareja, quién parece estar caminando sobre una cuerda floja que ella sostiene y puede soltar en cualquier momento. 

“…Dígame qué quiere.” lo encaré y le dije, continúa hablando la mujer. “Uno cuando tiene pareja, quiere que esté al lado de uno. Yo me estoy aburriendo Andrés, y de pronto llega un día en que no más.” 

Es un drama interesante en el que me gustaría meter la cucharada para dar alguna opinión o echarle más leña al fuego, pero todos mis esfuerzos están dirigidos a captar la mayor cantidad de palabras de la conversación, que a ratos se difumina con el ruido de la sala y el de los demás pacientes. 

“Si yo salgo de rumba con usted, hágame sentir parte del grupo, porque es que eso si me emputa. Por ejemplo, el otro fin de semana que salimos, yo allá sentada, sola como una hueva, mientras usted celebraba con sus amigos y amigas”. La mujer pronuncia y resalta de manera especial la palabra “amigas”, y concluye con una pregunta retórica “¿Cierto Carlitos?” 

El lenguaje corporal de Carlitos no demuestra nada en concreto: ni un profundo desinterés, ni lo contrario. Descruza los brazos y adopta una posición contemplativa llevando una mano al mentón. Parece evaluar la última información recibida” Me lo imagino con una larga túnica blanca, como si fuera un maestro de la antigua Grecia. Finalmente responde algo: “Pero, ¿tú cree que te está poniendo los cachos?” 

“De pronto, si es así aun no lo he cogido, pero apenas me entere de algo, lo mando volar. El día de esa rumba, él me pregunto: “¿Te vas a quedar?” y yo le respondí: “Depende lo que usted diga. La verdad yo estoy muy mamada y me quiero ir a dormir, pero quiero que me diga de una vez que es lo que quiere conmigo” 

Andrés, del que no sabemos nada, y con el que quizás es difícil relacionarnos por su carácter de villano en la historia, según ella, le respondió: “Esas son las cosas que me gustan de ti, que me dices las cosas de frente”. Un escudo verbal que no deja clara su postura. 

La mujer finalmente decidió quedarse en la rumba, no sin antes dejar una amenaza en el aire: “Vea Andrés, usted no me conoce y ojalá no me conozca. Yo sé que usted le está llamando la atención otra persona, pero lo que quiero es que me lo diga”. 

¿Cuál será el destino final de Andrés?, ¿Tiene razón la misteriosa mujer para dudar tanto?, ¿Qué pasará con la pequeña Martina?, ¿Es Carlitos otra esquina no de un triángulo, sino un cuadrado amoroso? Que complicada es la vida.

martes, 20 de junio de 2017

Matrimonios y funerales

El abogado Mauricio Malvarés, después de cumplir con su ritual de inicio del día: levantarse exactamente a las 5:52 a.m. tirar las cobijas al piso para combatir las ganas de quedarse enroscado en ellas, hacer 50 flexiones de pecho y 100 abdominales, para contrarrestar ese sentido de culpa que a veces le produce su protuberante panza y deficiente estado físico; ducharse con agua fría y preparar café, se sienta en su escritorio (en este punto, el lector debe suponer que Malvarés también se vistió y cepilló los dientes) para terminar de revisar y luego enviar un informe al que le ha dedicado más de una semana.

Pasa una hora en la que añade otro par de ideas, repasa conceptos y leyes en sus manuales, unos viejos libros con tapas de colores imprecisos, y le da una nueva pulida a la redacción del texto. Malvarés piensa que una coma bien o mal puesta, puede cambiar el destino del mundo. 

El mundo. Siempre ha intentado estar en paz con él y todo lo que contiene, en especial con los de su especie, las personas, supuestos seres inteligentes capaces de discernir entre el bien y el mal.

El tema es que, como en muchas ocasiones, entra a jugar el jodido punto de vista, y lo que es bueno para uno es malo para el otro y viceversa; una de las miles de razones por las que todo se tuerce y el momento en que las amistades o lazos de afecto entre dos personas comienzan a desteñirse.

“¿Qué nos queda?” se pregunta. “Recordar los buenos tiempos, y esperar a que un matrimonio o un funeral nos vuelva a poner en contacto con aquellos a  los que les hemos perdido la señal. Guardar la compostura que demandan esos ritos sociales; fingir, si es el caso, y dejar que la vida siga adelante, teniendo cuidado de que no nos atropelle” concluye. 

Dentro de poco va a asistir a un matrimonio. A ratos practica ese gesto de sonrisa que esconde un “jódanse todos”, que utiliza en diferentes reuniones sociales. ¿Con quién se encontrará esta ocasión? De seguro con viejos conocidos con los que ha perdido contacto, algunos a los que quizá ya no desea ver por ningún motivo en particular, solo porque sí, porque las rutinas se encargan de consumirnos y, además, no todas las acciones deben ocultar un motivo ni provocar una reacción. Las cosas pasan y ya, las personas van y vienen.

Malvarés preferiría asistir a un funeral, pues el semblante taciturno que los asistentes llevan en este, alejado de sonrisas y falsas muestras de afecto, les da cierto aire de autenticidad.

Le pone el punto final al documento que redacta y lo envía. Al rato olvida su disertación sobre matrimonios y funerales y se embarca del todo en su rutina diaria.

lunes, 19 de junio de 2017

Fue sin culpa

Llevaba cierto tiempo leyendo y desde hacía rato quería parar, pero la historia no me dejaba hacerlo, ocurrían y ocurrían eventos que me mantenían pegado al relato.

Decido parar en el próximo capítulo, que no existe porque el autor, al inicio de la novela, marcó el capítulo 1 y de ahí en adelante separó cada capítulo (¿qué indica la separación de un capítulo del otro?, ¿un cambio de escena, punto de vista, uno de esos aspectos narrativos, el feeling del escritor o alguna otra cosa?) con un asterisco pequeño y centrado. 

Leía una escena de una fiesta de matrimonio en la que una pareja está harta del protocolo social y la fantochería del caso. La mujer se emborracha y todo parece que está a punto de irse al carajo. El capítulo anda y anda y no hay atisbo del asterisco que indican su fin y el de mi lectura. 

Hago una breve pausa y me entran las ganas de escribir, pero ¿sobre qué? Continuo hasta que la escena acaba, sin todo ese bombo y platillo que me había armado en la cabeza.

Camino a la cocina y mi hermana está viendo una serie. Mientras me preparo algo de comer, escucho como uno de los personajes, una mujer, le dice a un hombre: “Fue sin culpa. Yo no quería darte un beso”. Me cuelgo de ella, la frase, pues me llama la atención.

Fue sin culpa yo no quería seguir leyendo”, “fue sin culpa, yo no me quería casar contigo”, “fue sin culpa , yo no quería aceptar ese trabajo”, “fue sin culpa, yo no quería tener ese hijo”. 

Es una frase aterradora. ¿Cuántas cosas hemos hecho o hacemos sin culpa y continuamos haciéndolas? Lo graveno es hacerlas, sino toda la avalancha de consecuencias que traen y a cuantas personas arrastra.

La novela que leo tal vez no tenga nada que ver. Fue sin culpa, yo no quería escribir esto.