viernes, 14 de julio de 2017

Dejarse morir

El escritor Sam Savage debutó a los 65 años con la novela “Firmin, las aventuras de una escoria metropolitana”, obra en la que pensó que su personaje principal iba a ser un escritor fracasado y al comenzar a escribirla, cayó en cuenta que era la voz de una rata. 

Savage cuenta que toda su vida había escrito: poemas, historias, y algunos intentos de novelas, pero a sus 55 años no estaba contento con el resultado y decidió renunciar de forma total y sincera a todo, a la larga, morir de cierta manera, pues ¿qué más puede significar para alguien abandonar deliberadamente lo que más le gusta hacer en la vida?

Los budistas le llaman a eso “La gran muerte”, un momento de total desesperación, previo a la iluminación. Es como intentar cambiar el mantra motivacional de: “Sigue adelante, no pares, tú puedes” tan trillado hoy en día, y rendirse ante la situación, cualquiera que sea, evitando en el acto el sentimiento de fracaso; algo que la verdad suena supremamente complejo, e imagino que sólo lo logran aquellas personas con una alta inteligencia emocional.

Savage lo logró. Y su “gran muerte” le duró cinco años. Al superarla, o renacer, que suena a cliché, la saco del estadio con Firmin, y a la fecha lleva escritas más de tres novelas.

Todo este tema tal vez tenga mucho que ver con la frase “Kill your darlings” (Mata tus amores) que consiste en despojarnos, sin dar muchos rodeos, de esas ideas que creemos van a ser nuestro “Firmin”. 

Parece que dejarse morir resulta conveniente en ciertas ocasiones.

jueves, 13 de julio de 2017

Geografía del sueño

Es la primera vez que Sofía Castaño saca su almohada de casa. Tiene una polisomnografía, palabra que le deja un buen sabor cada vez que la pronuncia en voz alta o mentalmente. 

Con ínfulas de lingüista, Sofía supone que el término tiene que ver con las palabras somnífero y grafía. En términos sencillos su definición podría ser: descripción del sueño, aunque le parece que suena más bonito “geografía del sueño”, definición más sonora, incluso poética. ¿Qué mejor que aventurarse a averiguar qué ocurre, a todo nivel, en el territorio del sueño?, quizás ese estado guarda las respuestas a todos los interrogantes que tenemos sobre la vida. 

Le gusta inventarse las definiciones de las palabras que no conoce para darles algo de vida. Cometió el error de buscar la definición en internet antes de llegar al lugar: “Técnica electrofisiológica de evaluación del sueño”. Asocia la segunda palabra con descargas eléctricas, tortura, en general un mal rato. 

Lleva consigo la mejor arma para combatir largas horas de espera en consultorios médicos: un libro, Cuentos de Chejóv es el que está leyendo. Desde que se topó con su cita y/o consejo narrativo del arma quería leerlo: “Uno nunca debe poner un rifle cargado en el escenario si no se va a usar. Está mal hacer promesas que no piensas cumplir.”

Llega al centro clínico a eso de las 7 de la noche, completamente fresca, sin rastros de cansancio ni sueño. Le habían dado la indicación de que el día del examen madrugara, pero había trasnochado y dormir largo después de una noche de fiesta, estaba por encima de cualquier cosa.

Siente que el lugar tiene un exceso de luz y blanco. La mujer que la recibe saca una hoja de papel y comienza a hacerle unas preguntas abiertas que a Sofia le parecen ambiguas. No sabe si las respuestas que da son las apropiadas, se siente como cuando un médico le pregunta: “¿de 1 a 10 cuál es el nivel de dolor en este momento?” 6, 7, 8.34, 3,15 ¿cómo saberlo?

Después de un rato la llevan al lugar del examen, un cuarto con una cama, closet, baño y un televisor empotrado en la pared. La enfermera le dice que se cambie, vaya al baño y se acomode en la cama. Sofía le pregunta que si puede leer. “Lo siento no puede” responde la mujer como si nada, “debo apagar la luz para el examen”.

Una vez acostada la mujer le unta un gel en las sienes y en la barbilla y comienza a conectarle cables por todo el cuerpo. Cuando termina sale y le dice que mueva los ojos de un lado a otro con los parpados abiertos y cerrados, que respire, trague saliva, cosas que hacemos sin darnos cuenta mientras estamos dormidos.

No tiene sueño. Prende el televisor y salta de un canal nacional al otro. Por primera vez, desde hace muchos años, se ve todo el noticiero; luego intenta ver una novela que ya está avanzada, por lo que le cuesta entender la relación de los personajes y sus historias. Un hombre estrellando una botella de Whiskey contra un espejo, es la escena que abre el capítulo que transmiten; luego camina hasta un cuarto se sienta en el borde de una cama, se lleva ambas manos a la cabeza y comienza a llorar desconsolado. “Que ridiculez” piensa Sofía. Le molesta el exceso de drama en la ficción y vida real, sin un motivo aparente.

Su reloj Marca las 10:30 p.m. Sin sueño, cierra los ojos y hace un gran esfuerzo para quedarse dormida. Siente que pasa mucho tiempo sin lograr su cometido. 

Pasa una mala noche en la que se despierta varias veces y le cuesta volver a conciliar el sueño. 

De repente la enfermera entra al cuarto, prende la luz y dice: “La prueba ya acabo”, puede vestirse. Los resultados le llegaran a su correo electrónico”. “¿Así nada más?, ¿ni un vasito de jugo de naranja o un tintico?” piensa Sofía.

Siente que sólo durmió 15 minutos y que le va a tocar repetir el examen. Se viste de prisa e intenta quitarse dos electrodos del pecho, pero parece se los pegaron con pegante industrial. Olvida el asunto y sale del cuarto. No hay nadie en la recepción del lugar. Sofía piensa que el personal son como fantasmas, que aparecen cuando comienzan a llegar los pacientes en la noche.

Ya en la calle se siente algo ridícula cargando una almohada pasadas las 6 de la mañana, como si se le hubiera perdido su cuarto o, mejor, su cama. Siente sueño.

miércoles, 12 de julio de 2017

Desorden

Leo un artículo en el que dicen que un escritorio desordenado es sinónimo de creatividad e inteligencia, y que tanto el orden cómo su contraparte activan diferentes regiones del cerebro. Me pregunto cuáles serán y supongo que algo tendrá que ver con ese tema del hemisferio izquierdo y el derecho.

Reviso mi escritorio, que más bien es un mueble modular con diferentes compartimientos, en el que hay diferentes objetos: cd’s, Discos DvD, portavasos de restaurantes, residuos de aquella época en que intenté coleccionarlos; un vaso de coca-cola con un hielo que agoniza lentamente y al que le acabo de dar el último sorbo; un único post it amarillo con 4 tareas anotadas, de las cuales sólo dos, una que tiene que ver con un E-mail y la otra con la finalización de un documento, están chuleadas; dos mugs, uno negro repleto de esferos y marcadores que casi nunca utilizo y otro del Real Madrid, regalo de Federico, un español socio del equipo, que acepte a pesar de no ser su hincha; un payaso de madera que compre hace ya varios años en un viaje; un dragón, también de madera que no ha desplegado sus alas desde el día que lo compre en un stand que tenía que ver con Tolkien; un corazón anti estrés que no he apretado más de 10 veces; 4 libretas de años pasados, y la del momento que es más bien un cuaderno gigante de hojas gruesas sin ningún tipo de cuadricula; una servilleta con migajas de galleta Cocosette; la lámpara sobre la que ya he escrito alguna vez y que me gané en una dinámica de amigo secreto; la copia de “Amanda” una historia que escribí en inglés con las correcciones de un británico, y que aún no he pasado a limpio; un libro que deje de leer; un cargador de celular; borradores, y otro par de cosas más. 

Son muchos objetos, y enumerarlos puede dar una falsa sensación de desorden, pero más bien me parece que están arrumados de forma ordenada si eso se puede decir. 

¿Perjudica mi falta de desorden mi nivel de creatividad? ¿qué es ser creativo?, ¿quién define finalmente si alguien lo es o no? Creo que no deja de ser un concepto ambiguo y lo importante es pregonar que tenemos esa cualidad, porque el mundo moderno la demanda.

¿Si desordeno mi escritorio deliberadamente seré más  inteligente y/o creativo?

martes, 11 de julio de 2017

Ser otro

Las opciones parecen ser infinitas: “Grande, mediano o pequeño; con caramelo, vainilla o chocolate; con Baileys, amaretto o sin licor; con leche deslactosada, entera o descremada; ¿lo quiere en combo con uno de nuestros productos de pastelería?” recita la cajera de memoria.

“Solo quiero un capuchino” pienso, pero destilo el combo de opciones, que me hacen dudar, hasta lo que creo querer: “Un capuchino mediano con leche deslactosada por favor”, respondo.

Me mira incrédula, quizá pensando cómo es posible que mí orden sea tan sencilla con todas las opciones que me dio. 
" ¿Nombre de quién hace el pedido?"
"Ian", contesto

No me llamo así pero, ¿qué importa? Siempre me ha gustado ese nombre, desde que supe que así se llama el cantante de la MK2 de mi banda favorita, Deep Purple: Ian Gillan. Es breve pero también un balazo fonético agradable.

Mientras preparan mi bebida, imagino que soy un Ian, no Gillan pues lo considero irreemplazable, aunque me gusta cantar sus canciones, como esa noche que caminé más de 30 cuadras un día sin carro y el dios de la aleatoriedad decidió que sonara en mi MP3 Strange kind of women, y más que cantar la grité mientras caminaba. 

Ese Ian que soy en él café, es alguien que no tiene idea alguna que hace en Bogotá. Vive en Letonia. Un día empacó un par de mudas de ropa en una maleta pequeña, cómo si se fuera de viaje a una provincia cercana a su ciudad, fue al aeropuerto y decidió comprar un pasaje a cualquier destino.

Así fue como él, yo, si nos fijamos bien, aterrizó en Bogotá. ¿Qué por qué ese impulso tan inusual de viaje? La respuesta, creo yo, o él, es porque Ian a pesar de ser tan alguien tan diferente, a veces también siente ganas de ser otro, y no hay mejor forma de experimentar esa sensación que llegar a un lugar donde nadie nos conoce.

“Capuchino mediano para el Señor Ian” dice en voz alta uno de los baristas. Algunas personas me miran mientras, orgulloso, recibo la bebida. Si tan solo supieran que vengo de Letonia.

lunes, 10 de julio de 2017

El guante

Ana maría está triste. Con lo cuidadosa que es no sabe cómo pudo haberle ocurrido. Ya no le cuenta lo que le pasó a nadie, pues está harta de que todo el mundo le diga que no debería darle tanta importancia a sus posesiones materiales, que no era más que un guante, un pedazo de lana, que deje el escándalo.

Pero así somos los humanos, le damos más importancia de la necesaria a nuestros objetos de uso diario y a veces, sin que nadie sepa, les atribuimos poderes especiales que supuestamente nos mantienen a salvo. Los guantes los había tejido su madre, que murió dos semanas después de obsequiárselos.

¿Acaso alguien sabía que gracia a esos guantes había conocido a José?, ¿o que habían evitado que sus manos se congelaran en ese viaje que hizo al Purace?

Pero aparte del uso habitual al que se destinan un par de guantes, Ana María también les había otorgado el estatus de amuleto y los cargaba para todos lados, incluso en los días calurosos.

Estaba convencida que los guantes alumbraban sus decisiones y la cuidaban de peligros potenciales, desde esa vez en que salió ilesa de un accidente de tránsito, debido, según ella, a que justo en el momento del impacto estaba acariciando el de la mano izquierda.

Precisamente ese fue que se le perdió y era el mágico. El de la otra mano solo adquiría sus poderes gracias a su compañero y sin él, queda convertido en un simple accesorio. 

También siente envidia. Le aterra pensar que alguien se encuentre el guante, lo recoja y, de un momento a otro, adquiera todos los beneficios que le brinda la prenda a su posesor. “¿quién se va a interesar por un solo gante?” se pregunta y el pensamiento la tranquiliza.

***

Juan caminaba distraídamente por la calle y, a lo lejos, un pequeño bulto en el suelo captó su atención. Al pasar al lado, cayó en cuenta de lo que era. Sin ningún motivo en particular recogió el guante y se lo hecho al bolsillo. 

Esa misma semana su novia lo echó y lo despidieron del trabajo.


sábado, 8 de julio de 2017

Angustia

Carolina ha trabajado toda su vida como peluquera. Cálculo que debe tener unos 36 años. Conversamos sobre cualquier cosa, hasta que le pregunto por sus hijos. El menor, está estudiando ingeniería de sistemas y va a entrar a tercer semestre. La mayor lleva un tiempo sin trabajar ni estudiar y está en la casa.

Me cuenta que desde hace unos 4 años sufre de ataques de angustia. Le pregunto, sin ánimo de morbo, si recuerda la primera vez que tuvo una recaída. Me mira por el espejo y, por un instante, su gesto refleja lo mal que lo pasó en esa ocasión. 

“Un día yo me vine al trabajo y ella me llamó llorando. Le pregunte que qué le pasaba, y me contestó que no sabía, pero que se sentía muy triste. Le pedí que por favor tratara de explicarme, para ver de qué manera la podía ayudar, y me dijo que tenía mucho miedo, miedo de mirar por la ventana, de salir, como un miedo del mundo. Qué se había acercado a la ventana y que una voz en su cerebro le decía: “salta”, pero como afortunadamente siempre hemos sido muy creyentes otra de más peso le decía: “no lo hagas”, y pues nosotros vivimos en un tercer piso. No te imaginas el pánico que tuve ese día.

“Hace unos días el médico le cambio el medicamento. No sé parece que esas pastillas que se toma la cansan, porque se la pasa en la cama y durmiendo. Yo siempre trato de darle aliento, y ella se llena de optimismo cada vez que sale del hospital, luego de superar una crisis. Siempre dice: “algún día voy a salir de esto mamá”, pero no sé. Lo único que puedo hacer por ella es estar a su lado.

No hago ningún comentario. A veces eso es lo único que necesitan las personas, que les prestemos atención a las historias que nos quieren contar, sin entrar en la dinámica del juzgamiento y la opinión.

jueves, 6 de julio de 2017

Momento

Sara Olarte. 

¿Qué sabemos de la vida de Sara Olarte? Muy poco. Los elementos que componen la vida de las personas, los de verdad, es decir, los que constituyen su esencia y los hacen humanos, no los alcanzamos a percibir, pues apenas rasguñan la superficie de eso que llamamos personalidad. 

Por alguna razón nos interesan más las desgracias que los aciertos de las personas, así que lo que les puedo contar acerca de Sara Olarte es que lleva sin empleo más de tres años, y que día tras día la angustia se apodera de ella, pues siente que el dinero. a medida que se le agota, le pone una soga alrededor del cuello que la va dejando sin aire. 

Debido a su situación laboral, su panorama sentimental también se ha visto comprometido. Dario, el hombre con el que estaba saliendo desde hace 6 meses, se cansó de siempre tener que invitarla y bajo una excusa floja: “No estoy preparado para una relación”, se hizo a un al lado para que Sara no lo arrollara con su mala suerte. Parece entonces que el dinero manda e inunda todos nuestros asuntos. 

Hoy, sentada en la cocina, lugar cómplice de decisiones importantes, y mientras le da un sorbo a su taza de café, por alguna razón difícil de puntualizar, la vida le parece más ligera. Es un momento en el que, aunque con muchas asuntos desfavorables en su vida, Sara siente que todo encaja y tiene sentido, un momento en el que se siente feliz. 

Tiempo después cuando se mete a la ducha la sensación ha pasado; apenas abre el grifo y cuando las primeras gotas le golpean la cabeza, recuerda que el plazo para pagar el recibo del agua se vence la semana que viene. 

La angustia comienza a invadirla de nuevo, por lo que vierte sus pensamientos en la epifanía del desayuno, ese momento del que ahora en adelante se colgará cada vez que la vida le dé la espalda.